A VECES SOY COMO EL RÍO

Confesando las formas de las piedras,
las partes de arenal lleno de escombros,
debo nombrar el viento y sus soplidos,
la melodía gris de la música ingrata.

Dispuesto a confesar hasta las dudas,
el ser de tobogán, de caída y pendiente,
de nunca conformar ni a las magnolias,
ni siquiera a los grillos cuando nace el silencio.

Así eludo dedos que me tocan los hombros,
así eludo cargas prendidas de mi lengua,
bolsas de iniquidad como limo y esquirlas,
como tanta maldad trepando cerros,
montañas sin color, pozos de olvido.

Confesando la sal y la sangre reseca,
los nombres que poblaron mis inviernos,
cuento con expiar las promesas del frío.

Sin recibo de perdón, sin ambiciones,
sin lisonjas de sol, sin claroscuros:
como agua sin curso, como pena sin cauce,
confieso que transcurro sin saber por qué vivo.

(inédito)

CUESTIÓN DE ESTADO

Las teclas y la lluvia.

La humedad que impregna las palabras,
el sonido del ahogo y la miseria.
No hay brújulas de piedad ni mandolinas,
ni pipas de la paz ni punto aparte.

Los represores, funcionarios del odio,
y la locura intacta de la codicia indigna.

Las teclas y la lluvia. El tambor y la guerra.

Un policía endomingado,
aprieta entre sus dedos mis palabras,
y mis palabras le escupen la sonrisa
de mercenario eficaz, traficante de dudas.

Un funcionario de tiza, muñequito de torta,
habla de destruir, de hacer letreros,
y la lluvia no oxida sus juguetes, los disparos
de sangre, la pimienta, los miedos.

El tambor y la guerra. Las teclas y la lluvia.

La inútil vanidad de los falsos poetas,
hasta que vuelva el sol y la vida germine.

(inédito)

EPITAFIO

¿Cómo resucita el carnaval después de la cuaresma?
¿Cómo se sostiene el alma en equilibrio?
¿Cómo se sacude los embates del miedo?

Contrapunto al tango:
miren el cartel que señala la ruta,
el camino al embrión, a lo oscuro, lo frío,
a la misma placenta.

Otra vez a remar, ya sin corriente,
sin ningún empujón hacia la orilla,
puras manos perversas empujando hacia abajo.

¿Cuándo resucita el carnaval?

Fuimos felices en la casa del sueño,
todos reunidos nos pensamos posibles
y las horas pasaban tranquilas, complacientes.

Fuimos valientes en el sol de la siesta,
bajo un resplandor sutil, esperanzado,
que no tardó en opacarse.

Entonces fue la noche,
la certeza de un dios impiadoso
cumpliendo su venganza:

las sombras se agigantaron;
por el cielo, un jinete del apocalipsis
ataba un cadáver a su carro triunfal.

Todos lloramos, abrazados y frágiles,
en nuestro velatorio,
y al llegar al entierro ya no sentimos nada.

Así escribimos nuestro epitafio:

estamos esperando
el momento del átomo,
la revancha final,
el gran desquite.

(de Piedra al pecho)

GUACAMAYO

Tu máscara está pintada como un guacamayo:
eso te hace hablar más de la cuenta, y ese murmullo,
atrapado en la máscara, suele ser encantador.

A veces tu máscara alucina en la noche
como una balada irresistible entonada por hadas.
Otras veces, la presión del rojo la lleva a irradiar
un aire de verg�enza: es cuando yo acepto taparme la cara
con una bolsita de cartón, de ojos pintados y boca sonriente,
ideal para andar por una avenida transitada sin ser percibido.

Sé que querés, pero yo no me atrevo a prestarte un espejo.
La ilusión es tan buena que aterra lo real,
como bien lo señala el verde de tu máscara.

Lo único que podría alterar tu escondite
es que tu máscara deje de ser máscara
para ser guacamayo. Y ahí te quiero ver:

vos sin máscara con una bolsita de cartón tapándote la cara,
paseando por la avenida con un guacamayo al hombro:
un aterrador efecto de realidad.

Pero por ahora tu guacamayo sigue siendo máscara
y te protege, incluso cuando caminás con ojos enamorados
y todas las bolsitas de cartón de la avenida
se dan vuelta para señalarte.

Esto es cosa sabida:
no basta un arco iris para tapar las nubes
ni una bolsita de cartón para morir
con la sonrisa en la boca.
Por ahora tu guacamayo es tu máscara,
y basta esa certeza.

(de Piedra al pecho)

HAMACA

Es que el misterio empieza con una sacudida,
un shock de sombra que estremece la escandalosa iluminación
de la escena.
Otra probabilidad es que se sostenga en un zarpazo,
pero para eso el animal interior no debe estar amaestrado.
Al menos, algo de rugido debe conservar,
algo de toro enfurecido por la sangre.

Cuando digo “misterio” no me refiero solamente a tus ojos
o a la obvia pregunta sobre lo invisible,
salvo que lo invisible sea yo para tus ojos,
y ahí no hablamos de misterio, sino de olvido.

No: por misterio me refiero al estremecimiento, al vaivén,
eso que puede ser vals, aunque no solamente,
eso que puede ser sueño para despertar abrupto,
despertar de sirena, por ejemplo,
pero más de Odiseo que de ambulancia,

aunque para Ulises también hubieran sido misteriosos
esos colores rápidos, desatados al vaivén de la marcha,
al ulular de la luz contra la sombra, de la sombra contra la luz
y viceversa.
¿Y si el misterio no empieza?

Eso es lo inexplicable.

Ni sombra, ni luz, ni animal interior, ni esperanza, ni sangre.

Sólo una calma chicha, sobradamente conocida por otros navegantes, los que anhelaron el misterio antes que el olvido,
pero recibieron el olvido,
los que esperaron la gotita de sombra en la luz centelleante, pero fueron encandilados por el sol:
atados a su mástil, aguardando sus sirenas sin la suerte del griego, mientras el mar los ahogaba, sin hamacarlos nunca.

(de Piedra al pecho)

KANDINSKY

La cuestión aquí es la despedida:
un pañuelito que se agita despacio
y una acequia por las mejillas.

Toda despedida es un pequeño luto,
como el negro de tu falda
o aquella tarde de domingo a la luz de la lluvia.

Algo de nostalgia también hay:
no por el pasado, sino por el futuro,
camino perdido entre malezas,
profecía que nunca ha de cumplirse.

Luego está la canción,
sea grillo, vals o chacarera,
candombe, acordeón o pajarito:

ruido impertinente que suena en el cerebro
sin que nadie lo llame,
justo cuando el pañuelo se agita

y las acequias desbordan
la lluvia, tu falda y el domingo.

La canción:

línea de fuga a lo Kandinsky
que pretende elaborar sus teorías
trazando una espiral:

punto en expansión por donde escapa el tiempo.

(de Piedra al pecho)

MAGIA

Hacer la palabra como se hace el fuego,
hacer una nube con el color del sol,
una forma de agua para que sueñen peces,
un resplandor de verbos, una promesa.

Hacer la palabra para vencer la muerte,
esa manzana roja, esa boca ofrecida,
ese silencio justo sin luces ni canciones,
ese barco que pasa y que te lleva,
tan lejos del murmullo de los vivos,
de los versos leídos, de los versos que fuiste,
cuando moja la lluvia y todo nace.

(inédito)

MOTIVOS

No es fácil perder tantas peleas,
remontar las tareas cotidianas,
decidirse a vivir con la náusea en la nuca.

Resucitar por día, por minuto,
reencarnado en helecho o en hormiga,
resucitar contrarreloj en la caída
para evitar morir de doble muerte.

No es posible aflojar: así es el juego,
esta sutil condena de continuar naciendo
a pesar de los otros.

Por eso es que persisto en mi disfraz de circo,
porque la risa y el amor son escaleras
que trepamos sin miedo mientras nos resbalamos.

Quiero decir:

tus ojos me han mirado,

y así vale la pena tanto esfuerzo.

(de Piedra al pecho)

POÉTICA

Escribo en una gota de música.
No intento deslumbrar ningún silencio
ni esclavizar minutos del pasado.
Simplemente, escribo en una gota de música
antes de que se seque la esperanza.

Debería tener compasión por el murmullo,
y sin embargo, despiadadamente, escribo en sus corcheas,
como un alfarero que moldea un jarrón quebradizo.

Hay nervaduras en los bordes
y por esa raíz asoma la inocencia,
hoja traslúcida,
espejismo bonsai,
bailarina de nubes,
faro en lo oscuro.

Escribo en una gota de música,
con palabras arado que hacen surcos que duelen,
y un recuerdo feliz, inadvertido, cantando otra canción para el consuelo.

(inédito)

TIGRE

Felino sí.
Probablemente puma o simple gato:
la madera tallada no transmite verdades
y a un tigre de madera no se le ven dibujos.

Faltaría un pintor, alguien que con minucia
le decore el hocico, las patas, los costados,
para que la madera forme al tigre,
espejismo de rayas, pura voluntad de artesanía.

Luego sí, vendrá algún domador hecho de plomo:
acercará la silla, y al oído del tigre
escupirá verdades hasta formar la jaula.
Con un poco de alambre cubierto de algodones
construirá un gran aro para que el tigre salte
y el fuego lo consuma, como consume el fuego la madera.

¿Y si el tigre le ruge? ¿y si el tigre no salta?
¿si la silla se rompe y el domador tropieza?
¿y si el fuego perdona los colores del tigre
y se encarga del plomo y lo convierte en río,
y el tigre va y se baña, como hacen los tigres
que no son de madera, y se queda sin jaula?

¿Entonces se sabrán los dibujos del tigre?

¿O será por el agua, su devenir, sus ríos,
que Heráclito hablará de las certezas?

(de Piedra al pecho)

TRILOBITES

Si es por tragedia, alguien debería
contar la historia de los trilobites,
animales marinos condenados a fósiles,
a que nadie humedezca sus mañanas
ni recuerde la razón de los abismos.

Pero no se trata de escribir lo que se sabe.

Aquí la tragedia es no poder despedirse,
no poder desear buena ventura,
un “que te vaya bien, que todo amaine”.

No se conocen las rutas de la muerte
ni los designios del azar que transforman los restos.

No se conoce el rumbo, ni el color, ni la forma.

Sólo sabemos lo que supura el ojo,
y líquido por líquido, ojo por ojo,
es la tragedia la que decora el cuadro:
caminata torcida para subir un cerro
con fósiles marinos creciendo en sus cornisas.

Un caprichoso adiós, que ya no importa.

(inédito)

VERDADES

“Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, escribió Pavese,
pero tus ojos no estaban cuando tocó mi puerta,
ni cuando me fui, tiritando de noche.

A veces las palabras inventan sus verdades, y los poetas mienten.

Lo sé porque mi sombra se confunde en tu aliento,
y las flores que crecen se alimentan de lágrimas,
y las gotas que caen de las cuencas vacías
nunca tuvieron nombre.

Lo sé porque esa muerte nunca tuvo tus ojos.

Lo sé por tu mirada,
ahora que soy yo el que llama a tu puerta.

(inédito)

ZANCADILLA

Porque un tropezón no sea caída,
no tengo que obligarme a agradecerte,
menos aún cuando el tropezón se debe a puntapié,
zancadilla artera nada parecida
a una luna en Tilcara, una acequia en Mendoza
o a un surubí escalando el Paraná.

Los impulsos de la poesía pueden venir de cualquier parte:
por ejemplo este viento que me hace tambalear luego de tu zancadilla,
o la proeza lunfarda de Cátulo Castillo
haciendo en “Desencuentro” un tratado ilustrado de nihilismo a la Ciorán.

No estoy pensando ahora en tu patada anémica,
ni en la que te voy a devolver con mucho gusto,
salvo que la poesía me convierta en angelito
y aprenda la cuestión del olvido, del dejar pasar,
de mirar la luna, toda llena en Tilcara,
de escuchar acequias al borde de Mendoza
o de comer surubí a orillas del Paraná,
imaginando el esfuerzo del pobre pescadito.

No.

Pienso ahora en la fuerza del cactus,
ese brote espinudo prendido de la roca,
creciendo de a poquito,
clavándose en el pie del turista que pasa,
administrando su sed bajo el sol de la puna
antes de florecer
en un color violento.

(inédito)