ARTE POÉTICA

Ella sólo besa los labios de los iluminados.
Llega desde el fondo de la noche
como un látigo ardiente de besos desbocados.
País definitivo de Alicias.
Alicia de trenzas que aletean pájaros iniciados.
Cuna traviesa pero justa del aire.
Justa.
Sécale la frente al iluminado
que conversa con su copa en la cantina:
en sus ojos enloquecen dos fantasmas incisivos.
Y a aquel que hurga en sus entrañas
el misterio de algún antepasado,
no lo abandones:
condúcelo de la mano
por los íntimos secretos del suspiro,
Y al otro que levanta sus propias islas
(sólo para él y la muerte)
y clausura todos los caminos de regreso,
vuélcale la copa de rubores del alma
en sus dos manos.
Muérdele la boca a los iluminados,
acude a sus puertos de ingenuos ardores.

Pero a los mancos del alma, no.
A los que se masturban en tu nombre, no:
a ellos envíales algún heraldo negro,
y si persisten…
échales los perros,
hazlos correr por los círculos del Infierno
donde haya un coro de demonios
cantando sus propios esperpentos.
O pronto agotarán el candor del sol.

Y a mí…
a mí visítame alguna de estas noches,
muérdeme la boca con tu boca,
ensángrame los labios…
para que broten los versos
como el arrullo de la lluvia,
como gotas de silencio derramado.

Y si mi vuelo fuera corto,
si mi voz temblara como una lágrima,
no me ataques:
piensa que siempre rondé por tus calles.
(Alguna vez mi boca intuyó el aleteo,
pero ¡ay! sin pájaro).
No me ataques.
Tan sólo alcánzame tu sabia mordaza,
y enmudéceme… enmudéceme.

CANCIÓN DE CUNA

a Reni

Cae la lluvia —hierba cortada-
como una caricia inesperada
sobre la tierra. Mano con mano,
las gotas son una danza de enanos.

Mira aquel árbol lleno de viento
cómo mece y reclina su atento
plumaje; y al sapito, que aloja
en su charco a una tímida hoja

Para que puedan cantar las flores
en los jardines, toca los tambores
un angelito, y el cielo saca
su traje gris. (Tu cabello de paja
sobre mi hombro). Después de la lluvia
la tierra parece una niña rubia.

CIERTA SOLEDAD

A veces estar solos significa
expandirse en parte de sí mismos,
visitar rincones propios
a los que no se llega fácilmente.
Porque la soledad es una gran pradera
donde pacen todas las partes del hambre
(digo el hambre,
lo que está en el fondo del hombre);
y si así no fuera, uno andaría por la vida
con algunas hambres muertas y otras desnutridas,
que yacen en el alma como plantas desgreñadas,
pergaminos
que se otorgan por falta de mérito,
polvo de sí mismos, buscando un templo original.

CREACIÓN

No existe otro rincón como este cuarto.
Aquí soy temeroso,
temerario,
como Orfeo,
Busco la palabra.

La impaciencia apura.

Quito la venda de mis ojos
y a veces la palabra está:
limpia,
soberbia.
Está que grita el acierto. El amor nos une
y en derredor hasta el polvo canta.
Y la lluvia bate palmas en el techo.

(De �Mareas del Tiempo� — 1981)

CUARTOS CONTIGUOS

Basta una nada, un paso en falso
-un estremecimiento-
para trasponer la barrera
cavada en otro cuerpo,
una fosa que carga
años de asombro acumulado
desde la cuna.
En nosotros nada se pierde:
ningún gesto, ningún furor,
aunque apenas tengamos historia
y parte del rescate sirva
para atenuar el disparo que
-meticulosamente-
hemos venido alimentando
en cada mirada
(dos manos que se rozan,
un escalofrío,
algo llamado Amor:
apartida anónimo soldado).
¿Es amor el vacío en el vientre,
es amor el desatino perpetuo
del pecho,
veinte mil años de impulsos
sin significación alguna:
ardilla cansada, detenida
en el centro de alguna convención
de ramas taciturnas?
Puede que sí.
Pero, y el furor ¿no tiene acaso
cuartos contiguos,
la desesperación no se anida también
en un cuerpo enamorado,
para hacer que esa nada,
ese paso en falso
-ese estremecimiento-
sirvan para trasponer la barrera
y desahogarse en enemigos muertos,
disparos de metralla en la noche
-en la soledad de la calle-,
con la fatiga de tener que ser malos
para sobrevivir?
¿Por qué?

(Inédito)

CUESTIÓN DE PIEL

Queda aún la risa
-jugo dorado-
rojo estertor de campana
al mediodía.

La infancia mira
con ojos azules…

De un modo extraño
se ha ido dispersando,
ante el duro follaje de la piel.
Se pierde en la incierta
playa de la tarde,
y su carroza de oro
va estriada de sombra.

Junto al arroyo
pasa flotando
el contorno de un niño…
y es tan cierto su aliento,
tan verdadero…
que —dolorosamente-
se conmueve una piedra.

El rocío en la hierba —una cresta del alba-
brilla y recuerda los días (no hace tanto)
en que nuestra palidez se confundía
con la humosa taza que —magia o encantamiento-
surgía en manos de mamá.

El tiempo trae en la grupa aquel regusto
(la boca se remonta a ese mundo:
el mundo terminaba al borde de la mesa)
y pasa rápido, como ante un manotón del viento.
El gesto se repite indefinidamente
y queda en la piel la añoranza,
como un viejo crespón al que la intemperie
hiciera irreparables daños
en su lujosa vanidad de ayer.

Y avanza, sube y avanza;
y vuelve el ojo:
detrás de mi padre,
detrás de mi,
detrás…
El mismo rocío se levanta
y mira la humosa taza,
bajo las caras encendidas de mis hijos.

Mirarse al espejo es ver sólo lo externo de la piel.
Alguna mancha,
algún resabio de sueño
tiñendo ambas cavidades de los ojos,
la sombra haciendo grumos a lo ancho de la cara,
el temblor en la punta de la nariz…
y el aleteo de los labios
que intentan el despegue cotidiano.

(Cuando se haga un homenaje al siglo XX
la boca tendrá su monumento.)

Para entender qué pasa en nuestro adentro
hay que mirarse a los ojos fijamente.

Unos me enseñaron que el amor
es una de esas redes que los pescadores
tiran y retiran repetidamente,
hasta que la red se gasta
y uno queda atrapado en su maraña.
Otros me hablaron del odio;
dijeron que nace en los baldíos
como la yerba mala,
y a veces se disfraza de compañero fiel,
de palmada en el hombro,
de beso en la mejilla.

Yo seguí esas máximas un tiempo;
luego crecí ………………………….
(el impulso me venía de los pies,
juro que no pude detenerlo):
ahora amo y odio según las leyes
de mi propia piel.

Eso es lo que algunos no pueden perdonarme.

Una mano escribe sobre su otra mano
todo el sentimiento que percibe,
y ambas guardan para sí
el secreto irrepetible.

(Otras manos
prueban distinta emoción).

Al fin se muere bajo tamaño peso…
y todo recomienza
con una nueva piel,
que mira al mundo con ojos insolentes
y manos crispadas al futuro:

como si todo estuviera aún por suceder.

¿En qué zona ambigua de la piel,
en qué rincón misterioso
se oculta todo lo perdido?

A cada instante exhibimos las conquistas,
nuestros sentidos recorren la victoria
-su natural grandeza-
hasta volverla ínfima.

Pero,
¿y el beso aquél…?
¿Aquella mirada apenas soslayada
que huyera lejos del andén…?

Todo,
todo lo perdido:
¿a dónde va?

Uno aprende a entregarse poco a poco;
es una antigua costumbre de la piel,
casi una rutina permanente.

Ensaya los gestos más dramáticos,
los más inocentes,
altivos o distantes.

Finalmente consigue el ángulo perfecto,
y a ello sólo el tiempo contribuye.

Por eso —los muertos-
guardan una perfecta compostura.

Si he de viajar, quiero ir
-más allá del mar-
a un pequeño pueblo
anclado en medio del bosque
como un milagro.
Cerca hay un arroyo
claro
como la voz de un niño,
y al lado, una enorme roca,
a la que el cansancio de los hombres
le ha dejado
una honda herida en un costado.

Nunca la he visto, pero he de reconocerla.
La sentiré en la piel como un escalofrío.

Allí —hace muchos años-
hundido en un absurdo uniforme de soldado,
tuvo miedo de morir mi padre.

(De �Cuestión de piel� — 1978)

DE: TRÁFICO

X

Dios,
¡qué viento
helado!

¡Cómo sopla
este niño
muerto…

adentro
mío!

XIII

a Raquel

Fuimos hechos con restos de cenizas
calcinadas
por un verano grávido de fuego.
Tenemos el mismo rostro
absurdo
de la madera arrancada de la tierra,
los mismos hombros fatigados del hachero.

Juntos,
habitamos un alba de silencios
bajo jirones polvorientos
de estrellas.
Nuestra forma de callar
es jugando con los escombros de alguna sombra;
nuestro diálogo
aturde a los ríos y al viento.

Somos el breve latido
de un rayo de sol en los cristales,
el llanto de un niño
bajo la cúpula de un templo:
el profundo estremecimiento de la tierra.

(Segunda parte)

(De “Tráfico” — 1974)

EL ÁNGEL HUMANO

1

Pobre pecho:
su aliento no llegará nunca
a disipar el caos,
está sin acabar
como la niebla,
como la lluvia,
cuando empieza a emitir
su palabra cifrada
y el tiempo se tiende sobre los hilos
y cuelgan espigas resignadas:

un pie de sombras
sobre cristales muy delgados.

2

Tenerlo todo:
lejos los harapos de la noche,
sin maletas para encerrar
la prolongación de los días,
lejos la muerte que madura
a fuego lento
y hallar el pudor suficiente
para decir basta;
tenerlo todo:
fuera de uno, sufriendo y perdonando
y oírse la voz sin interferencias,
como cuando cae una gota
en lentos pestañeos
y el temporal afuera lanza
reflejos furtivos.

3

Equivocar la tristeza:
sin velos ver los huecos del aire
quemando impaciencias,
como quien quema títulos vencidos,
cartas de un amor que ya no existe;
nada es más digno que una lámpara
sobre un párpado humedecido;
pequeña casa en el fondo de la lámpara:
un tren que vuela,
pasajeros que vuelan,
delgadas alas invisibles;
y en el fondo no equivocar el camino,
como la ola el corazón del mar.

4

Sentado sobre el filón,
el ángel mira
la vajilla que se rompe
en el ojo incansable de la lejanía:
se deshace y se recompone
como un abanico instalado
sobre piedras,
sobre puños cerrados;
oscilando, algo detrás suspira
y el ángel contempla la llanura,
deja huir sus alas
en busca del verdor
donde posar por fin su ojo humano ya,
humano de mirar.

EL BARRILETE

Un día, se nos murieron el patio y la escuela.
Luego —invariablemente-
fuimos perdiendo muchas otras cosas;
y el sol —ajeno a todo-
sigue pintando las rejas de la mañana.

No digo que esté mal.
Lo malo es no tener ya lágrimas
para tantas muertes prematuras.

Pero si alguna vez nos sueltan
-nos dejan un instante,
o se distraen…-
estoy seguro de que hemos de volar
tan alto como ese barrilete.

Después de ver jugar muy juntos
al alma y al asombro,
la muerte… es cosa natural.

(De �Estar en el Mundo� — 1979)

EL DEVENIR DE LA ESPECIE

Entre tanto absurdo cotejo,
abanico de delirios,
el hombre termina siendo
un cuerpo pintado
sobre una vida pintada.
No abandona la fila de los asesinos:
a lo sumo mata �dulcemente�.

Le basta una correcta distancia
entre su propia tentación y el miedo:
lo urgente es resistir el asedio,
lo urgente es vivir por reflujo.
Si no gobierna, al menos construye
una infinita paciencia,
una metáfora:
cristales que aseguren el devenir de la especie.

FICCIONES

Se finge la pasión y la virtud,
y la verdad y la mentira;
todo se finge, hasta la indiferencia.
Porque todos los músculos del hombre
deben serle fiel;
a menos que alguno se haya enredado
a los tejidos del aire
y ya no responda a los reclamos naturales.
Pero a fuerza de ficciones se atrofia el sentimiento
y uno termina sintiendo de un solo lado,
llorando con un solo ojo.
Y si festejar a medias significa
ver a media mañana solamente,
medio atardecer,
percibir apenas la mitad de un hijo,
hacer el amor con límites precisos…
sentir a medias el dolor podría enloquecer a un muerto.

FUGITIVO TEMBLOR

El temblor detrás de la ventana,
la transparencia del cuerpo,
el incesante aliento de la mano…
Nunca sabré mi historia,
porque cada gesto, cada palabra
me llegan de países ignorados,
y en la travesía
encuentran el olvido.

Miro el gesto
detenido en el aire
como un fracaso,
buscando el acontecimiento
que lo hiciera
cierto
hace apenas un instante.

Simular la vida es no temerla;
pero hay que conocerla
profundamente
para simularla.
Como un texto aprendido
de memoria:
sin sangre,
sin una mísera llaga.

Cuídame esta locura
que tengo
por todo lo que no veo.
Amaba ya a nuestros hijos
sin conocerlos.

Regreso a mi destino,
como a una ciudad
de la que nunca
he podido partir.

(de �Lejanas Hogueras�, 1981)

II

En la risa estridente del cristal
hay voces ocultas
que reclaman el canto
perdido.

Camino del silencio
todas las manos son pálidas.

La vida se nos va
en el parpadeo de la cortina,
sobre la ventana
entreabierta.

LA CALLE

Una calle es sólo el comienzo de una gota,
pero también una hembra saludable
abierta a todos los amores.
Llega el niño con su libre salto,
se planta en su entraña,
en su primera página aún desconocida…
y suelta las amarras de la lluvia.

Luego la hembra se le acerca,
lo inicia en largas charlas
en los secretos del sol y del asfalto,
lo lleva de la mano
a descubrir los huecos de la noche,
y hablar con las estrellas
el mismo idioma de la calle.

El tiempo trepa a las piernas de los niños
y a sus pies la calle empequeñece;
se hace lágrima extendida,
hembra abandonada:
vuelve a ser gota, a ser comienzo,
un ojo solitario sin testigos
que mira pasar la vida desde abajo.

Porque una calle es eso:
la primera hembra que el hombre a menudo olvida.

LA FUERZA

La fuerza de un millón de hombres
-empujando levantando blasfemando-
hace de un rincón de sol
una estridente fibra, un desafío,
un escándalo de sudor y lágrimas.
Un millón de hombres,
en un millón de años,
y el mundo que resbala, casi
se hunde, patea, trastabilla.
La mente descubre el tedio,
el mensaje del tiempo ha sido lavado
por la lluvia; una hoja cae
sobre la nada erecta en un baldío
cuyo fondo es su fuerza,
de donde seguirá empujando un millón de hombres,
en un millón de años por venir,

(De �Límites Posibles� — 1983)

LA RED Y LA CONCIENCIA

¿Quién llegará primero a la red,
a la conciencia que es una red
siempre alerta?

¿Quién dirá la última palabra
ante un auditorio aturdido
por el hambre y la muerte?

¡Y de qué servirá entonces
llegar primero a la red,
decir la última palabra:

Cuando haya sólo palabras en la red!

LEJANAS HOGUERAS

Tal vez hoy no es hoy
y es un instante detenido
que ciega la piel,
un sol sobre los hombros
que tropieza,
que se tiene a duras penas
de tan joven.

Tal vez hoy nada es verdad
y mis dedos palpan
una lactación de piedras
muy distantes,
como si tocaran sombras,
o pasos,
o voces al azar.
Tal vez hoy estoy más lúcido que nunca
y esto que sucede en derredor
es una promesa, que me espera
en un rincón cualquiera de mañana.
Tal vez hoy es una carta conocida
que alguna vez leí apresuradamente.

Un tren sin nadie.
A cada instante llegan trenes vacíos,
en estaciones custodiadas
por guardianes sin rostro,
que renuevan lámparas
como palabras que se incendian
secretamente.

Las viejas ventanas
miran a la calle
con el desgano
de quienes lo han visto todo
y ya nada sorprende.

Que haremos con los restos
que fueron madurando solos
ajenos a nosotros,
palabras que despertaron ecos en otra gente,
con las imágenes particulares,
los colores y sonrisas que no vimos,
con el futuro diferente para cada uno.
Qué haremos con los sueños
cercados por otros sueños,
entre tantos desconocidos
que nos miran como a intrusos
recién llegados de la nada.
Ahora que los pájaros se han vuelto jaulas sin voz.

Han cambiado el puente de madera,
quitaron las flores de las avenidas
y las dulces siluetas de las muchachas
son una tempestad.
Está escrito
es ya leyenda
que el hombre es una incertidumbre.
Busca su voz
en el polvo del camino,
y el camino va quedando atrás.
Y es siempre tarde,
cada vez más tarde…

La profunda paz que palidece
-como la corriente
en súbito salto-
sangra entre ramas
anhelantes:
fuimos ayer
ingenuo torrente;
hoy somos perfiles,
lejanas hogueras
que se incendian.

LEJANÍA

Mirar hacia delante
y ver la imagen del agua
que se yergue y avanza.
Pulsar la aventura de la sangre
pero no desangrarse;
porque la lejanía es otro abismo
donde también se cae,
como si la espesura de luz
que se percibe a lo lejos
fuera un pozo profundo,
un agujero colgando de los ojos
que no termina nunca.
O que termina siempre en un portón
detrás del cual ya no importa qué hay.

LOCURA

El cráneo de un loco es semejante a cualquier otro cráneo.
Pero de cuántas locuras está habitado el primero,
y de cuántos imposibles cuerdos los otros.
Los pensamientos a la deriva asaltan el rostro ausente;
debajo del cabello que huye del cráneo a cada soplo de
tiempo,
asoma la calavera.
Estoy emparentado con la muerte desde el alba.
Mi rostro es una calavera viva, cada vez manos viva.
Siento su fría mirada, y su aliento soplando en mi cuello.
La calavera que soy se parece demasiado a mí mismo,
pero es igual a cualquier otra que no es mía.
¿Ya no sabré, después, el rostro que fui?
Pero hay un habitáculo secreto donde se alojan
los gérmenes locos de la vida.
Me reconoceré.
Cuando sólo seamos la locura que fuimos.

(De “Poemas”, 1972)

LOS AMANTES

Con la carne en paz se miran
los amantes;
traen de otros aires la levedad
del tiempo.
Se miran sorprendidos
el perfil
ante el espejo
que envejeció de pronto.

Algo se quiebra ante sus ojos:
ella se cubre,
él inicia la fuga
sin moverse.

LUGAR DESIERTO

¿Quién llama?

(De una esquina a la otra
los perros y sus sombras.)

¿Quién responde?

NOSOTROS

Somos el trazo de un poema,
un dibujo incompleto que no tiene prisa.
Cuatro paredes y una misma voz
custodian nuestro tiempo.
Aquí el llanto y la alegría
celebran ceremonias,
y nacen ríos transparentes a cada instante.
Los ojos son piadosos.
Se adivinan.

SERENIDAD

Amo la serenidad de ciertas horas;
polvo de eternidad,
taciturna belleza que hay en ciertas tardes
que duermen como niño en su cuna.

No hay símbolos,
sólo voces que suben a la ventana
y comentan su oficio de orfebrería,
de tierra removida bajo la semilla del cielo.
Bebo a pequeños sorbos la reiteración de la brisa
y siento pasar por mis dedos el tiempo,
como cuentas de un rosario.
Hasta que la noche
cae a mis pies como pájaro ciego.

SICILIA

Las ruedas de la carreta
rechinando siglos,
en cada giro de esferas en el tiempo.

La voz del carretero
acuna un grito en su canto:
y no es un canto triste:
la melancolía comparte la mesa de mi raza
con mil comensales alegres.

Hasta el asno trajinado de pasado,
distrae su pesada carga
en la corona de cascabeles
que adorna su cabeza;

La callejuela empinada
se enrosca sin límite,
como un caracol que culmina en sí mismo
y recomienza en cada nuevo giro.

Un niño imita el canto del carretero
y su burla extrae
el mismo acento de leyenda.

Las piedras del camino
son sombras vivas de antepasados muertos.

Si aún hoy —desde muy lejos- me espían…
y devuelven el niño a mi boca.

SUMA Y RESTA

Cada día que pasa es un golpe de tiempo,
un tramo de misterio que suma y suma,
resta y resta.
Entre relámpagos y círculos sucede el despojo
y uno forma fila ante la ventanilla
y paga el impuesto con su propia miseria.
Y la cifra se acorta,
se mutila,
parece que detiene al tiempo,
y el tiempo continua su labranza en otro costado,
recoge la limosna.
Y a uno le crecen canas en el alma.

TIEMPO

I

Al niño le gusta mirar
la estatura de los hombres
y los frutos redondos y brillantes
chistando en las ramas.
Y de pronto, un trozo de vida
se le queda jugando en la arena.

II

La ingenua lámpara cree que alberga
toda la luz del universo,
y no es más que un poco de sombra
vuelta del revés.

III

Y todo lo que anhela
es quedarse amarrado a otro cuerpo,
como si ya no pudiera con el suyo.

IV

Son dos gotas en la frente del mundo.
Y entre ambos, los hijos,
como una red que los trae y devuelve.

V

El viejo, sentado en la vereda,
es otro murmullo de la tarde.

UN POSIBLE NOMBRE

Un posible nombre
y una voz que lo retiene;
la voz incorpora al nombre
como una sombra detrás de un largo muro.

El nombre le da cuerpo al silencio.

El silencio se lleva el nombre
y su indefensa piel
sin más palabras.

Por eso el silencio no tiene voz:
sólo tiene rincones,
dedos extraños que imaginan
voces-nombres:
pero no el nombre, la voz del silencio.

URGENCIA

a Diego

Quiero decirte un poema
despacito,
decirlo lentamente
y de memoria,
como si fuera una plegaria
en la penumbra:
de noche —una plegaria-
acerca más al hombre.

Recordarás mi voz
difusa y conmovida,
el rostro que —distante-
se encierra pudoroso.

El tiempo, como un soplo,
me reclama:
un día cualquiera
te ganará el camino.

Quiero decirte un poema
despacito,
como si fuera una plegaria
en la penumbra.

V

Desde mi rincón
-una oscura butaca-
escucho el trepidar de las voces.

Estoy fuera del marco.

Y pronuncio un nombre,
mi nombre…
durante toda la noche.

(Tercera parte)

(De �Tráfico� — 1974)

XI

Yo golpeé las duras noches
de la vigilia
con mis puños de trapo.
A través del llanto
vi
el temblor de los árboles
sobre el borde del camino.

Perdí la aventura de la sangre
mordiendo las pequeñas líneas
del grito.

Las ventanas miran las lejanías.

La palidez de mis manos
se alimenta de muerte:
ellas tocaron todo lo que se iba.

(Primera parte)