ARÁOZ, GRACIELA
I

Escribo este libro sin escribirlo
porque este libro está escrito bajo el agua.
Pero en mi oído despierta la música del cielo.

Aparezco en la niebla oliendo a ese animal
que me lleve a algún sitio
donde pueda no verme.

Los nombres se parten, los sustantivos
y los verbos se despiden.

No puedo escribir lo escrito.
Mi lengua se tatuó de números
y la palabra es lluvia en la lluvia.
El tacto es arena inaudible.

Este libro no existe, deshielo
en los ojos del tigre,
lluvia bajo el agua,
nube ciega que desconoce la nieve.

Este libro es una efigie de agua,
nada, nada.

II

Una mujer llora en la cocina. Detrás
del olor a locro.
Macera la carne con limón
y con su inefable tristeza.

Las lágrimas caen en la espuma de leche
que se derrama hasta la indolencia.

El aire se vuelve tan oleoso que debería irse
y apagar el día.

En la cocina una mujer se parte viva,
se corta los dedos, desangra.
El dedo va a la boca.

El dolor está detrás
del hilo dormido que se secó en el vientre,
detrás de aquel humo que se llevó el después.
Detrás, siempre y detrás de todo.

Cuando los olores se mezclan
ella destapa las cacerolas.
Es la única que se queda enjuagando el día
hasta que vuelva a ser.

Una mujer en la cocina

III

Estoy dentro de una mujer extraña
que no soy yo.

A veces, cuando nos encontramos
en el espejo veo,
que yo soy otra y que otra es la otra.

Me captura y me desborda
en la impiedad de la ausente.

Soy tantas mujeres y ninguna.
Soy Juana, la que se desnuda la piel,
y es como una uva,
o la niñita aquella que al helicóptero subió
con todas las mariposas.
Y también la suicida ebria que engatilla
el revólver y las rosas se vuelan.

Y también soy Teresa, la que le pide
a la virgencita una esperanza sola.

Y soy Isadora, la que se quita
despacio
la ropa,
oleosa cuando va a la cama.

Extrañas y sonámbulas persiguiendo a su sombra.

Soy esta mujer maldita que se me adueña
entre dinosaurios y amapolas y elefantes en miniatura.
Soy esta mujer que no piensa en toda la miel
que hay en la casa sin tener abejas,
y que a veces piensa que las abejas tienen luceros
estridentes que tocan mi boca más allá de mi cabeza.

La busco,
irremediablemente,
la busco.
Más acá del sabor de las cerezas o de los ojos
niños de mi amor, que me miran
como todas estas que no soy y que soy
y que tampoco entienden.

El que me salva es el amor, dispuesto
a saltar vacío
y encontrarme.

IV

Las mujeres de ese pueblo en el telar
hilan la luz.

Enhebran con su lengua el brillo que en la saliva
queda.
Siempre hay un después que se oculta
en sus enaguas.
Laten
mientran bordan ese atardecer que pasó.

Fue como un viento rojo
que se llevó la luz y sus destinos.

Las mujeres de ese pueblo no esperan,
no hablan,
miran los olores para zurcirlos
quietos en la trama.

El deseo las atraviesa mudas
mientras sus vestidos arrancan;

pero no piden,
no esperan,
no hablan.

IX
AMANTE, AMADA

Un mantra sus dedos que viajan
de un presente a otro.

Mantra inigualable,
silbo en la piel que se oscurece
con la canción y en la canción
se alumbra.

Tacto ciego,
sonámbulo en el cuerpo amante.
Tacto en el tacto y allí,
alondra,
labios escritos,
génesis de una lengua
respirando el nombre dentro de mi boca,
dentro del sexo,
dentro, dentro.

Mantra que desdobla al amante
en amado, y ambos, se deshacen
en la última gota de aquel río.

V

Voy a ir vestida de luto porque estoy loca
y los asesinos no me parecen santos.
Se come de la basura,
mujeres y hombres se vampirizan con los cadáveres.
La belleza se enterró en los cementerios
o está inmóvil adentro de las cabezas.

¿Dónde la infinitud?

Los perros silban la última canción.

Voy a ir vestida de luto porque estoy loca.

Estoy loca,
leo,
sueño mientras el mundo arde.

VI

Desperté esta mañana llovida mi memoria
caminando a una casa
donde había una morera, una damasca, que eran mías.

Ésta era una casa con un patio muy grande
donde mi padre cuidaba de infinitos canarios,
calandrias y zorzales y teros.
Ellos eran el hermano que yo no tenía
y jugaba a inventarles silencios en el viento.
Me sentaba igualmente a escribir en el aire
esa luna que veía entre árboles.

Y en esta ciudad, en que la música se esfuma
en el río inmenso,
ese hombre aún me dice:
“Escuchá, allí está la calandria”.

Tiene los ojos más húmedos que mis ojos han visto,
por su canto de los pájaros sabe
y por el recuerdo vuelve a hacerse mía
la casa
que ya no es mía.

De Diabla, Ed. Último Reino, 3era. Edición, 2016.

VII

Carta oral a su amor de aIdín Zoara
Si el amor nos conoce -aunque no nos veamos-
y hemos hecho esta casa al leer nuestros besos
por el método Braille -es decir, colocando
mis labios en los tuyos hasta oír cómo tiemblas
y tú tocar los míos como el sol a un sembrado.
Y si aquí, sobre el túnel largo de mis pupilas
-las que no pueden verte y te saben de oro
igual que una paloma que se hubiese subido
en la rama más alta de los jacarandaes-,
has tendido tu agosto y el calor de una playa
donde nada es visible sino la transparencia
de tu piel semejante a los tréboles altos
que han crecido de noche.
Y, si aún más, estos ojos
que no han visto tu luna ni el color que respiras
ni saben si tu frente se parece a una nube.
Y no conocen cuánto tarda el tiempo en ponerse
del tamaño del ave que has plantado en mis manos
o cómo crece el agua más allá de Río Quinto.
Mas, de pronto, se explican lo oculto de algún mundo
cuando hueles a locro y a pan que se entretiene
en decir que has venido. Pues toda la ascendencia
de la calle -que habla por tus pasos que suenan
a cascos de un caballo y a un país diferente-
va diciendo que vuelves con una brisa nueva
y un gran parque por dentro; que vendrás a mi boca

de otra forma y no como suelen ver los que tienen
su visión en el iris.
Si toda la familia
de las cosas que cantan no explicara a mi oído
que acudes a traerme de esa luz que es posible
y a hacer que mi cintura se emocione del aire
cuando estás a mi lado…

Si no fueses tan ciego
como soy yo, amor mío -tú, que sabes sin nadie
donde ardió la mañana-, y pidieses no verme
Como yo no te veo. Y me olieses en cada
mejilla de los ceibos, como sabes te huelo
hasta hacerme en tu aroma una sábana joven
que te abraza despacio.
Si todo así es hermoso,
según es y ahora mismo, sin hallar correcciones,
y en el tacto se explican colores y figuras
y ciudades que andan sin tener lazarillos
al dormir nuestros ojos,
¿por qué no así felices,
sin temerlo, amor mío?
¿A qué ver, dime, entonces?

(Publicado por Revista Último Reino, N�24/25, Buenos Aires, 1998)

VIII
CEMENTERIO

(a mi padre)

Quedar adentro de los ojos de mi padre,
leerle la cabeza.

Me he quedado ciega sin el lago
de sus ojos.
Quevedo dice que se pueden leer los ojos
de los muertos.
Toco el azul que cruza la palabra meridional
y entonces abro la intuición que me lleve al infinito.

La muerte se lee con el cuerpo
es una lectura física
la muerte.

En aquellos trenes que llevaban
pájaros
y en esa interminable siesta
bajo el duraznero, está mi padre.
recuerdo que mis ojos cruzaban
desde el río al cielo
la inocencia
de nuestros teros.

Cuando murió mi padre
las palabras crecieron bajo su tumba
y el cementerio se hizo palabra.

Fue la más potente que pronuncié,
que pronuncio
fue del grito al silencio.

Mi padre está muerto y yo leo su palabra
en mi palabra,
y veo en los ojos de mi padre.

Padre estás muerto sin tus zorzales
y tus zorzales me cantan y me silban
canciones de amor
las de tu alegría.

Padre te leo.
Padre te escucho.

X
LA VIOLINISTA DEL QUINTO

Ella se abraza y se queda quieta
aprieta los dientes
va y viene sintiendo el olor del pato
que la vecina descuartizó.

Se abraza cada vez más largo
desde su ventana ve la cabeza sangrante
del pato
cruza y la ceremonia se anuncia
la cocina hierve, las especias tendidas
mientras ella paladea el deseo:
la boca se abre,
se huele la comida, se abraza nuevamente,

abre los ojos, la boca abre,
la abraza, se besan
hasta que el beso muerde
el elixir de los vampiros
y ahí regresa

y vuelve a ser la violinista del quinto piso.

XI
MUJER EN LA VENTANA

Una fotografía de Tina Modotti.

Un adiós lento
entre la acción y la rebelión.

Joan Baez de fondo
mientras la valija se llevaba
los fracasos y el deseo.

Lloramos.
El aire silabeó el dolor y nos vimos.

Un beso volado desde la puerta
y una mujer en la ventana
mirando irse

El hombre mira la ventana.

Joan Baez
y nuevamente la cámara
de Tina
registrando
la última cena.

De El Protegido del Ciervo, Ed. Último Reino, 2012.

XII
MI VECINO

Desde la ventana veo faisanes
proyecto el telescopio para llegar a otra,
la de mi vecino nuevo.

Ese hombre viene y va
miro sus movimientos en la casa.

Me inquieta este vecino
de mirada aviesa.

En su balcón pájaros extraños,
paraguas, rollos de pergamino
y una gata.

Habla por teléfono mientras se desnuda,
es alto, tiene la piel escrita.
entra en un cuarto,
ya no veo.

Me inquieta espiar a este vecino.

Sale del cuarto y se apoya en el vidrio
es

aquel hombre de sombrero gris,
con quien hicimos el amor hasta el amanecer
un par de ocasos, un par de años
y nos fuimos.

Nunca supe quien era
y ahora,
es
fue mi vecino.

De El Protegido del Ciervo, Ed. Último Reino, 2012.