ARTAYER, CARLOS ALBERTO
ACECHOS Y ASECHANZAS

Hay un sismo acechándome en tu pubis
y un aguijón de miel en tu saliva,
cela un fuego tu satinado cutis
y un mar de escalofríos tu rodilla.
Felino almíbar, bienamante púgil
que acomete con rosas instintivas;
tu piel retorna sabedora y núbil
para el asedio de la sangre viva,

y yo te espero con la red y el lazo,
o armo trampas sutiles de palabras
para encerrar tu femenil relámpago,
en un juego de acechos y asechanzas
en que el amor que caza es el cazado
y la ingle que busca, la encontrada.

ANTES, AHORA, SIEMPRE

Aquí detengo a solas mi vida
para oírte pulsar sobre mi pulso.
Y de pronto escucho cataclismos,
antiquísimos helechos verdecen
nuevamente y en aire petrificado
esta luz apoya gestos
para ser mi ademán ahora mismo.
Aquí desando mi porción de sueños
y en la mitad que soy caben los otros,
los que empezaron mi sangre alguna vez,
ensayando el futuro que hoy asumo
entre rostros en germen
y glorias demolidas por relojes perfectos.
Anudo mi cordón,
y en cada extremo el antes y el después
vuelan de mano en mano a edades sin ayer ni geografías.
Apronto aquí los labios venideros,
elaboro respuestas presentidas
y un devenir de calles,
de crepúsculos y angustias,
más cierta inconfesada esperanza
de estrenar al fin esa mañana
en que no sea menester matar un pájaro
para entender el mecanismo
de su libertad
y de su canto.

APROPIACIÓN DEL TIEMPO

Robo a tu reloj su inexorable fuga;
tus clepsidras, tus hieráticos nomones
caen devorados por la ardiente arruga
hasta el océano de los perfectos dones.

Te quiebro, tiempo; tus lágrimas enjuga.
Ahora cancelo tus graves erosiones
y transfiguro tu vértigo en oruga:
ya no puedes imponerme condiciones.

Un minuto es siempre, condensa el día
una eternidad y escucho el reclamo
de la piel que de amor se escalofría;

tiempo, inmóvil por fin tu pie de gamo,
te dejo en suspenso más allá del día
y la desnudo de urgencias y la amo�

CONVICCIONES

Mientras tus manos exhalan
pequeñas golondrinas de alma
alrededor de mí,
comprendo que la vida
es una campana azul extravertida.
Ahora, apoyado en tu hombro
de cristal de tiempo
el mundo duerme confiado.
Y nada tiene ya un lugar inamovible:
abres los ojos
y provees de pájaros al cielo,
alineas los árboles, a los peces das su pan de océano
y a mí,
el gozo y el dolor correspondientes
aunque sea habitual
que la noche
reparta su sombra
entre los ciegos.

DÍA POR DÍA

A mi derecha se construye el tiempo
y a mi izquierda, quien lo sufre y gasta;
en el centro, la armazón de viento
en que alza sus poderes la palabra.
Así voy entre sorbos de silencio
hasta que lengua y oido digan basta;
así vengo hacia el polvo sempiterno
que entre mis huesos y mi sombra pasa.
No me pares a preguntarme cuánto
se perdió de vida en ese instante
en que alguien bajo el pan cerró la mano.
Ni el fuego dilapides ni la sangre:
un solo amanecer está esperando pero si ha de amanecer, quién sabe…
Inédito

EL DESPOSEÍDO

(Agua)
Quise el metal, la profunda campana
enarbolada, el ancla vagabunda
y los puñales, con su torva inclinación
de sangre junta;
ansié sonoras monedas
rodadoras, la pulida mansedumbre
de la aguja; amé las viejas brújulas,
la herida oxidación de la manzana
y el fermento enajenante de las uvas
quemándose en la herrumbre de sus jugos;
quise el metal, y desde ocultas napas, de subterráneos surtidores vino,
en lluvia, en humedad, en sal mojada,
instaló sus orines en el hierro
murmurando sus mohosas correntías
de carcoma, el agua, venciéndome
con su fluido instrumento interminable.
(Fuego)
La madera anhelé, la pulpa fresca
de resinas rubias, la brizna aérea
en la región estuosa; pedí las cañas,
los frágiles segmentos de los juncos,
los pabilos incontables del pinar
bajo el crepúsculo premonitor de hogueras,
y tuve en mis dedos el crujiente papel
de los helechos, las panojas sutilísimas
de fibra; quise madera,
y danzaba febril desde la chispa,
ávido de bosque en la centella,
trepidante designio de las simas,
y me lamió con sus ígneas herramientas
reivindicando el origen de la greda,
pavorosamente, el fuego,
en insaciable y rúgida alcoholera.
(Aire)
Después la flor, el vértigo que muelen
las veletas; la palma flexible al paroxismo, las raíces desasidas
debatiéndose, crispadas, los médanos
doblados hacia adentro, dándose
la espalda metamórfica, yéndose, otra vez,
a otro paisaje.
Quise tapiar la rosa de los vientos
con la sola envergadura de mi nombre,
mas el aire en tenaz y puliente ceremonia
tensó en cipreses
largas flechas sin retorno.
(Tierra)
Y por fin el sazonado fruto entre los dientes,
ansié las leves mariposas de la luz,
el ademán de amor que no se gasta,
y me puse a resguardo en mi interior,
prisionero feliz de cada vértebra y
atisbando el grito por los poros;
quise la piel de estivales lozanías,
pero en relojes implacables sucedía
la molienda interminable de los siglos
y el polvo se vengaba de las torres
que tocaban lo alto, creciendo en cadáver
y ceniza, nutriendo la tierra con su tierra,
y también sentí mi barro derivando
indetenibles singladuras de despojo.
(Agua, Fuego, Aire, Tierra: Hombre)

ESTE DOLOR QUE TRAIGO

De árbol que se muere de raíces
cuando suelta sus pájaros al aire, de azules acechados por los grises,
de alba derivando hacia la tarde.
De la rueda de noria que resiste
los límites del eje inexorable,
de ciego, por la luz que no se rinde,
de inocente sabiéndose culpable.
De la críptica dimensión del agua
en la piedra agónica en que ruedan
moribundas matrices de semillas:
de esos dolores viene el que acompaña
las lentas erosiones de mi lengua
y la terca honradez de mis rodillas.
Inédito

ÉXODO

a don Ramón Fernández, escultor
Se hunden las raíces de la angustia
en el torpe movimiento de la marcha;
los gritos de los muertos se entrecruzan
en oscuros surtidores de recuerdos
y una semilla de piel se va agostando
en las cosas cotidianas que se dejan.
Perfiles de metal enmohecido
en las bocas que ignoran la respuesta,
las distancias van colgadas de los hombros,
lámparas de un alba desterrada,
y un pájaro invisible que corona
las vencidas cabezas errabundas.
Todo cabe en el hueco del silencio:
el ríspido rumor de las sandalias, las amargas palabras que se muerden,
el herido ademán de despedirse
�y el pequeño, que no comprende nada�
Salen y retornan de ellos mismos
con los ojos, por la piel, tras la sangre,
interrogando amigos y paisajes;
un remolino de polvo, allá distante,
es signo de pregunta incontestada.
Qué árbol calcinado es el presente,
pero marcha tras de ellos la esperanza.

LA VIEJA TAUMATURGIA

Alguien
vaga con su linterna
milenaria, con la pregunta
simple que encierra
el infinito.

Busca al humano
hacedor de los milagros,
al que saca un nuevo día
de la galera de la angustia
y le besa los párpados
hasta dejarlo soñando
el mediodía.

Anhela conocer
su magia y el secreto
de su fórmula
para aventar el alma
en un poema,
y lo encuentra
solitario y remendando
su tenaz sabiduría:

es quien
trae su alegría de la mano
y la reparte sin pausa
hasta quedarse solo.

LAS MEMORIAS DEL OLVIDO

Pero sé que esta innúmera memoria
que sin esfuerzo hoy toca lo infinito,
por una oscura ley de vanagloria
mañana se partirá en un grito
cuando estrechado en otra carne vuelva
al molde visceral de antiguos ritos,
a que en líneas y círculos la selva
me retenga de nuevo en este sitio.
Qué inflamados vértigos de olvido,
qué recuerdos de imaginadas brumas
entre lo que es sin pausa y lo que ha sido
es la distancia que mis pies abruma
en la linde especular que habito
con mis máscaras de hierros y de espumas.
Inédito

MI MUERTE SUEÑA MI VIDA

Tu ardida luz me llena de extranjeros,
de rostros diluyéndose y de mapas,
se suma en derredor la piel vencida
y cabe la unidad entre mis huesos.

Tu piedra de color de sangre absorta
rodea la oquedad donde me sueño,
la celda circular que me acompaña
cada noche y sus días en derrota.

Y vacilas también ante la puerta
con idéntico pie, cantas conmigo:
te allanas a jugar la misma suerte.

Pues amas lo que yo al mismo tiempo
y te alcanza mi sed para tu copa,
viviré luego en ti, hermana muerte.

NOSTALGIA DE OTRO CIELO

Eso es todo.

A veces,
distraídamente,
un ángel deshoja la memoria
de un hombre
que no ha existido nunca,
y en cada uno de nosotros
un recuerdo imprecisable
llena de lágrimas
las cosas.

REINTEGRACIÓN DEL COSMOS

Y allí está, por fin,
restituyendo el equilibrio del orbe.
El número sideral es la armonía
en sus manos. Sube en espirales,
suavísimo, hasta donde la luz
es una pulpa de galaxias sin recelos,
devuelve la vital dimensión de la llama a su círculo de mito y pervivencia intransferible,
pero sobre todo, rescata del escombro
de antiquísimos silencios
las hélices del vuelo inaugural
de lo que no tiene tasa.
Es el fuego y el agua,
es el principio y el fin,
y sin embargo, su presencia
es la montaña, la semilla y el hombre.
Desde sus ojos se incendian ya las sombras
y una ciudad, gloriosamente traslúcida,
se arquitectura en el éter.
Es el puente, es la arteria seccionada
que se une y la sangre vuelve a ella
como el plasma en el comienzo del mundo:
virgen, pujante,
irreversible.
Las piedras de las calles se hacen manos
con las palmas derramadas hacia arriba.
Ya nadie morirá sino sonriendo.
Decir hermano será como engendrar un astro
y no tener la rosa que no sea compartida.
De Poemas espaciales – Inédito

SIESTA

En la cúspide del monte se retuerce
el violento reverbero del verano,
el metálico horizonte palidece
y hasta el cielo se quitó los pájaros.
El viento se amodorró en las eses
de las ramas encendidas del quebracho
y un prolongado estrídulo se yergue
por tanto grito denegado al árbol. Amarillo y ocre. El aire calcinado
es agua en la mañana y en la siesta
fuego en azul vaharada de cobalto.
Tanta soledad del sol es una queja
que apenas si perturba en los lagartos
su largo soliloquio entre las piedras.
De Tierra macha — en prensa

TRAVESÍA

A tientas voy por mágicas cavernas
donde el silencio dura enmohecido,
la oscuridad tropieza con mis piernas:
ni sé nombrar siquiera mi latido, ni convocar cocuyos o linternas
para saber si sueño o es sonido
de raíz o de mar en las cuadernas
lo que alea en espectros por mi oído.
Cuánta angustia gestando la memoria
del que soy o fui en el más profundo
mutismo antecesor, voz sin historia.
Voy a tientas pronunciando el mundo,
yunque tenaz, obsesión de noria,
hombre o lobo de verbo gemebundo.
Glosa
Vagaba la voz sin ecos,
asediada por larvas de silencio,
premonición de babélicas torres,
pavor gutural
de rupestres insomnios,
mano crispada,
sílice.
Y balbuceó
los primeros nombres
y a su llamado
el orbe se fue poblando
de árboles y de estrellas,
y las bestias fraternales
se quedaron mirando el crepúsculo en espera de un milagro.
Pero una gota de sangre
cayó sobre el labio que nombraba
y la paz
se nos volvió espejismo.
De Travesía de la palabra

Y EL AGUA Y EL FUEGO, LA TIERRA Y EL AIRE

Y el agua y el fuego, la tierra y el aire
recobraban de mi piel sus atributos.
Quise para mí su altura elemental, originaria;
los átomos ardientes por mi cuerpo
desée limitar a los nombres de mis días.
Pero en vano: su génesis astral fue repartida
entre todos los que pueblan los planetas
y aquí estoy, entre los hombres,
con esta chispa de amor
que me recuerda el primitivo incendio,
yo, el desposeído.
Inédito