BOSSERO, ENRIQUE ROBERTO
10

(a los 75)

Los días
largos como espadas
se contradicen con
los años
veloces que
parecen de luz
días con profusión de lagañas
matutinas
huesos malheridos
horizonte en bamboleo
agobio de
soles más que amarillos
incoloros
por lo profundo
puntualmente oscurecidos
de minuto en minuto
en respuesta a un calendario
ronco
disciplinado
que nos domina desde el
inicio. En cambio
los años
no se ven
casi
ni se recuerdan
casi
ni casi se dejan comprender
mientras pasan
como relámpagos
frente al dibujo de una
ventana
en arrugas
no posible ya de abrir.
Sin embargo
la suma de días y
años propios
que algunos llaman
vida
permanece en lo oscuro
siempre
del tiempo.
Una suma de resultado
incierto
peligroso
en la que tiemblan los
cálculos previstos
cero más cero puede ser
igualmente nada o
infinito o
signo no posible de descifrar.
Alguna vez
sabremos algo de todo esto.
Nunca.

18

Venecia.
Estoy tomando un café en el
Florian.
Cerca de mi mesa imagino a
Borges
que imagina a
Proust
quien a su vez imagina a
Dickens.
Tiemblo.
Todos
sin saberlo
en este mismo momento
estamos tomando
el mismo
café.

ADIÓS

Adiós.
No hay nada más triste.
Porque hasta nunca es
hasta nunca
pero adiós es
¿hasta qué?
De 22 poemas casi tristes

ALGÚN DÍA VOY A RECIBIR UNA CARTA DE AMOR

Algún día voy a recibir una carta de amor.
Allí donde se amontonan los diarios estridentes,
las cuentas a pagar indescifrables,
los recordatorios depresivos,
allí,
un día voy a encontrar una carta de amor.
No importará el nombre de la mujer amante,
la antig�edad de su piel,
la fidelidad de su mano,
la música de su cintura,
ni siquiera sus errores ortográficos.
Porque algún día quiero ver una carta de amor
en medio de tanta papelería inútil.
Me quedaré solo para mejor gozarla
y la abriré con las yemas de los dedos para mejor
no herirla.
Me pondré levemente colorado,
me tironeará la nuca,
y mientras recorra sus líneas
tal vez la presión me suba a 19
ó 20. Tampoco importa.Algún día voy a recibir esa carta de amor.
Después,
silbaré el Himno de la Alegría del Gran Sordo
-distraídamente-,
le haré un guiño al gato marrón que siempre está
sobre la chimenea,
y esperaré que pase mi tortuga,
si aún existe,
para correr junto a ella y encadenar al tiempo.

CATORCE

No debiéramos morir en la cama,
allí donde sólo tendríamos que amar,
y volver a amar
y volver a amar.
Morir sobre la alfombra, blandamente,
debajo de la enredadera abichada,
tocando el Carnaval de Schumann
o Para Elisa que es más fácil,
hay tantas maneras de morir:
después de una cena pantagruélica,
en medio de un tiroteo televisado,
orando en una peregrinación,
pero en la cama
no;
en la cama donde fabricamos el amor, donde los niños se interponían graciosamente
no;
en la cama de los chirridos en la noche
y a la hora de la siesta
no;
en la cama de las fantasías pecadoras
y los falsos escalones
y los abismos irrespirables
y los andares desnudos donde nadie, nadie,
increíblemente nos miraba
no.
Y nunca entre los brazos de la ramera mugrienta,
escofiada hasta los pies y ennegrecida,
única sobreviviente de todos los diluvios,
que tanto le da acostarse con un viejo, un niño, una muchacha
no.
No debiéramos morir en la cama allí donde sólo tendríamos
que amar.
No debiéramos morir en la cama.
No debiéramos morir.
De Continuidad de la Inocencia

DESCANSO SOBRE TU CUERPO

Descanso sobre tu cuerpo.
Yo sé que te has ido a acostar sobre la playa,
y mi cuerpo es un sol que se apropia de tus soles,
y mi mano el horizonte que se apropia de tus horizontes casi sagrados;
te has ido después del sueño de siempre,
lejos de mis brazos que todavía no te saben alejada,
mansamente,
con el corazón latiendo sobre la boca y las rodillas aún
temblando
/por el último beso.
¡Cómo es cierto mi amor, pequeño cuerpo abandonado entre las
/nubes y el mar!
Te escalo con mis manos castigadas por la última piedra,
con mis sogas secas y retorcidas,
con los picos de mis brazos ansiosos por llegar al límite de tu
/espalda,
humea mi boca,
salpican los botones el alto valle,
yo sé que te has ido lejos de aquí,
donde el ojo de los peces no se cierra
por no dejar de contemplar tu rostro de medalla humedecida.
Esto de amarte después de haberte amado,
de treparte después de la cabalgata intensa por los azules del
/campo,
mueve el corazón como un blando péndulo amarillo
golpeando entre el barniz de las maderas apretadas por las
agujas
/y el tiempo.
Esto de olvidar el olvido, de retomar los senderos, de endurecer
/el polvo,
de iluminar tu nombre,
me clava una espina de plumas en mitad del pecho todavía ansioso,
y dibuja un canto de alegrías tan sonoro como tu grito recién
/partido entre la oscuridad y mi grito.
Así,
besando el ancho cielo de tu boca,
me contagio de la vida y me olvido que la noche es un espejo
/de la muerte anticipada.
De El amor total

IV

Tocar un vals de Chopin
después de
tantos años de tocar los valses de Chopin
ahora que diluvia
niebla
frente a un mar que no es mar porque es
cielo
tocarlo en el piano de siempre
el Pleyel ya centenario
hoy quizá un poco ronco por la humedad
que lo atormenta
(allá donde está ¿también diluvia?)
tocar un vals de Chopin
ahora
no mañana ni dentro de un rato
ahora
burlando la distancia el desasosiego la
inútil soledad
la intemperie
sería como
nacer otra vez
nacer de vida reiterada
con sueños en desmesura
sin fatiga de bostezo
sin trueque de inocencia
reconstruidos.
Tocar un vals de Chopin
ya.
Ya.
Y no vayan a creer que digo todo esto porque estoy
un poco triste.

PEQUEÑO POEMA CASI DE AMOR

Amaré la tarde
la luz
la espiga rubia
el fruto de tus manos amaré
también tus ojos
amaré todo lo que hay que amar
y un poco más
por si no alcanza.

POEMA CONFESIONAL

He olvidado el rostro de una mujer casi niña, que me esperaba
ansiosa algunas mañanas, con un guardapolvo tableado y
una cartera marrón próxima a estallar.
He olvidado el perfume de una exposición de flores en un
subsuelo oscuro y misterioso —primer recuerdo de mi
infancia—, tan pequeño yo que creo verme y casi no estar.
He olvidado el sonido de un piano inmenso y negro en un
teatro con butacas rojas y redondeadas, que yo veía con Luis
desde un paraíso que no era otra cosa que un paraíso.
He olvidado la alegría de aquel invierno en Los Menucos,
cuando de improviso empezó a nevar y todos nos bajamos
del tren y comenzamos a hacer muñecos, a tirarnos la nieve,
y reíamos, reíamos, reíamos, ¿cuántas veces más pudimos
reír como aquel día?
He olvidado el terror que sentimos cuando despiadadamente
nos tiraron los caballos encima porque queríamos llegar a
Plaza Francia para celebrar, ¡por fin!, el fin de la segunda
guerra.
He olvidado el olor de las mañanas en Mercedes, cuando el tío
nos llevaba al pueblo y yo no alcanzaba a comprender cómo
podía saludar a cuanta persona encontrábamos en el camino.
He olvidado la voz adormecida de un sacerdote, que con un
extraño aparato en su mano, salpicaba, sin convicción, a mi
madre dormida entre maderas.
He olvidado todas las fórmulas de química, el desarrollo de los
binomios, las fechas de las batallas, las reglas gramaticales,
los accidentes geográficos, la fonética de los idiomas, pero
nunca el madrigal aquél que comenzaba: �Ojos claros,
serenos…�
He olvidado la verg�enza que sentí el día que de las
cárceles salieron los indeseables, y yo pensaba que podía
encontrármelos en alguna esquina, en algún parque, detrás
de alguna ventana, ¡Dios mío, qué espanto!
He olvidado el color de una película que transcurría en Venecia,
en la que un joven más bello que un ángel seducía a un
cuarentón sin quererlo, mientras éste se dejaba seducir,
queriéndolo.
He olvidado el frío de aquella tarde de junio, cuando yo
corregía unos poemas que acababa de escribir y el locutor
de la radio interrumpió la transmisión para decirnos que se
había muerto Borges.
He olvidado querer un poco más a mi mujer, acariciar un
poco más a mis hijos, escribir mejores poemas de los que
he escrito, tocar con mayor pulcritud las mazurcas de
aquel gran polaco, y lo que es peor, he olvidado la ingenua
sabiduría de ser feliz nada más que con poco de sol y los
ojos abiertos, todavía.
De todas estas cosas olvidadas, sólo recuerdo aquello que por piedad no he dicho.

URGENCIA

Algo habrá que poner debajo de la almohada
para intentar dormir:
un pentagrama vivo,
una pastilla risueña,
un poema de amor entrañable. Algo habrá que poner debajo de la almohada
para poder soñar:
una pajarita de papel,
un alfil prestado,
una caracola en la que aún respire el mar.
Algo habrá que poner debajo de la almohada
para saber morir:
una linterna mágica,
un pasaporte azul,
un pequeño corazón para el milagro.
Algo hay que poner,
urgentemente,
esta noche,
debajo de la almohada.
De Perplejidad en dos tiempos

VI

Mamá murió sin hacer ruido
pensando cuándo podría levantarse para
regar las plantas
también
diciendo que si existía otra vida
lo único que pedía a Dios era
la gracia de volver a tenerme como
hijo.
Lloré un poco
aun sabiendo anticipadamente
el fin perverso de sus huesos
pulverizados
que todo era preferible
antes que la resignación de
verla agotada en
días y más días innecesarios
de
siempre noches.
Nunca pronunció remanidas frases
qué desgracia
por qué a mí
no se vayan tan pronto
nunca. A la distancia
después de tantos hechos
comunes
nada perdurables y
de los otros
se me ocurre pensar
a veces
que
nos estuvo engañando
todo el tiempo en
represalia a nuestros continuos
la semana que viene vas a poder levantarte.
Después
no hubo
curas
sicólogos
advertencia de portarnos bien porque
nos está mirando desde una estrella

convencimiento de que
aunque nos parezca inculto
seguiremos jugando a
escondernos
engañarnos
inocentemente
todas las vidas.

XI

(poema imaginario en pequeño formato para un grande amor también imaginario)

Te llevo hasta en las uñas.

XIII

Ventana de mar y luna
de enfados en cielos turbulentos
miradora de brillos y artificio
en una falla tardía.
Inmutable
corazón encendido
todo cabe en ella
en su balcón apresurado sobre
el mostrar de muchachas fingidas
ruidosos carruseles
indecisos perros y
lo demás
geométrica cuadratura
acopio de estrellas
de espumas salvajes colgando
desde la playa
todo
todo
casi la vida
pavoneándose en pequeñas glorias
no pequeñas.
Caen bombas sobre Bagdad
imagino el sufrimiento de Borges si viviera
¿será lícito ufanarse de mar y luna
espiadoras
tras el marco de
una mínima ventana?
Ventana de mar y luna una más en el paisaje de hoy otoño
cinta gris
huyente de luz también de fastidio
ventana de mar y luna
había que echarle una ausencia
al descuido
para saber que existía.
De Ventana de mar y luna