CASTILLA, LEOPOLDO
EL AMANECIDO

a Maximiliano
Witte
¿Qué estaré siendo yo de este lugar
que ha parido la presa de su cacería?
Entenado de mis muertos
llevo una flor a su caridad
para que vuelva en mí esta comarca,
pero es tarde,
el cielo envejeció
y el espacio ha crecido demasiado.
He gozado todos los sonidos,
me he dejado llorar
por ojos difuntos,
he besado a mi época en la lengua
y a esta altura
soy el cielo de mis fornicaciones
y la intemperie donde flameo, inhumano.
Entro a la tormenta de la casa vacía
y lluevo largamente,
con la copa en las raíces,
asfixiado por el aire,
y, enguantado por mi oscuridad,
pudro mi leña,
eyaculo el escenario,
pierdo los papeles, tacho la luz,
lastimo la función.
Los otros no saben que están dentro
de un día que no amaneció, el que me he robado
mientras del suero de mi cerebro
se amamantaba la noche
cuando yo tiraba mis huesos al aire
y ni la muerte los reconocía.
Tengo dentro
un salto de pájaro espantado,
un niño helado en su futuro,
un camino que no deja de ir
y un árbol inmóvil
soltando frutos oscuros.
No hay contemplación: mi limosna es mi cuerpo.
Ya no me sirve el universo
ni le sirvo yo.
Hacia una luz inválida se va el día.
Y no me lleva.
Donde yo duermo, trinan como perras,
mendigas, las palomas.
De El Amanecido

EL OTRO

a Belisario Saravia

Tal vez ya no es mortal. Lo han encendido
la luz de antiguos días, la sequía
de oír mis muertos y la insanía
de verme partir, de quedarse ido.

Absoluto, inviolable, es el olvido.
Lo que entra en él, no cesa, cría
de cada acto, cada hombre, cada día
formas de pavor. Él ha cumplido

amamantó sin tregua mis despojos
y hoy que he vuelto a que mire por mis ojos
es el Teuco, esta vez, quien me destierra.

Él es joven aún. Tiene la suerte
de estar en mi pasado. Ni mi muerte
le podrá nunca devolver la tierra.

LA MESA DE MIS DIOSES

a Pedro González
Bebo con mis dioses,
con Xangó, dios del trueno, protector
del ebrio y del amante,
a quien he visto desimantar a las bahianas
marearlas
como si dentro les copulara una bandera,
que descendió en mí en Santiago de Cuba
por obra y gracia de Orula y de un babalao
cenizo
de cruzar la suerte de los hombres.
Bebo con Vishnú a quien no pude despertar
de su lento absoluto, cuando ascendiendo
una escalera enorme
lo vi yacer, sin mundo,
como una luna esperando el regreso del cielo.
Fue en Bali esa visión. La tierra
desaparecía
devorada por sus delicadezas.
Ofrendo y bebo con la Pachamama, porque le pertenezco
arbolito que yo soy y nunca alcanzo
río que me llamo y nunca vuelvo,
y con el Señor del Milagro,
que brillaba como un fruto
en el terror
en el luto
y el espejismo del alma de mis abuelos.
En la mesa, desnumerando, como suelen,
está el duende, con su mano de lana
y su mano de hierro
cicatrizando sus ojos debajo de la higuera.
Y el diablo, pobre hombre, aparecido en otra dimensión,
tahur,
que sólo como música puede entrar a este mundo.
De pie, a mis espaldas, está mi muerto. Lo desconozco.
Me dijeron �es alto y tiene el pelo blanco. Lo cuida.�
Un extraño condenado a mi suerte,
un plenilunio de mi cuerpo. Y es que otras formas duran
para sostener tu forma
y están vacíos todos los nacimientos.
Y estoy yo, ateo, sin iglesias,
milagroso.
Y en otro rincón, también yo, con siete años,
mirándome mirar
los sentires de mi madre
y a mi padre ardiendo,
maravillado,
herido
entre cantores difuntos.
Unos recién naciendo,
otros, en la muerte,
maldormidos,
nos amanecemos
aunque nunca llegue el día.
Estamos todos ocupando todo. No falta nadie.
Y, sin embargo, la mesa está vacía.

NACIMIENTO DE LA SIMETRÍA

a Osvaldo Torasso
De esas dos mitades sólo una es real.
Hechizada por su aparición
y antes que la luz la disuelva
engendró la otra para verse.
Medio árbol es el que extiende sus ramas para tocarse,
medio hombre el que custodia su propia calavera
y sólo con un ala y un espejo
vuela la mariposa.
Una desesperada volandería de mitades llena de mañanas el
mundo.
Siempre que la muerte, que es tuerta,
con su ojo demasiado solitario
no se atreva a mirar,
lo irreal semillará la tierra.

NUNCA

a Daniel Moyano

Es la misma mosca
bramando
en el mismo verano,
la misma vela temiendo por las habitaciones
y en su horca
el trueno;
el mismo niño ese hombre con el agua al pecho
bajo los cielos asustados.

No hay quietud
la sombra de ese árbol
esta copa de vino
un relincho
esparcen toda eternidad

Tu y yo,
cada crepitación de la vida
y el astro seco
como una máscara
en el vacío
somos infinitos
infinito
cada sollozo
cada paso que das y el que no has dado
y una pluma que cae
y detiene la tierra
y el último estertor
que añade un laberinto.

El hombre
cría un animal, un caballo, un toro,
como quien alimenta a un dios antiguo
hasta que uno de los dos se lleva en los ojos
la extinción del otro
y es lo simultáneo
de la vida y la muerte
lo que tienen de inolvidables.
Cada vez que recuerda
es de nuevo poblaciones
un hombre solo
procreando derrumbes.
Dentro de esos lentos vendavales
resiste
su criatura
emblemática y ácida
como una joya carnívora.

Nada lo contiene
es la misma marea en su antiguo abismo,
la misma inmensidad que expulsan
un hombre ciego
y una mariposa quieta,
la misma lengua
de la piedra haciendo piedra,
del pájaro
llamando al agua,
del trapo que se acobarda
en el cerebro de un loco.

No hay fugacidades
así como el mar día a día
llega, brillante, a su propio funeral
así
no cabes en tu tiempo
tu segundo está lleno de enormes batallas.

En el instante
no hay pérdida ni huida,
de esa breve eternidad
tenemos
la física de la leyenda.

No es el hombre un enigma
es que no hay nadie en él.
Su único don es mundo.

Hay, sin embargo, un sitio que no pertenece al universo
una grieta
que se fuga del mundo
y no retorna nunca:
y es cuando el hombre sabe que se muere.

Le queda grande la luz,
como colgajos
los días que le faltan,
que reptan dificultosamente
entre los amedrentados muebles del salón
y es inútil acudir en su auxilio
porque él, mudo, frente a una ventana
le ha dado
su palabra
a la muerte.
Ya no oye
los nombres de su vida lo han abandonado
son como piedras
ahogadas
en los arenales
de su alrededor.
Mientras el salón se desordena
en una meticulosa desesperación
todo lo que lo rodea intenta un arco
que desciende y no cae
un hueco que sobresalga
una señal que lo ocupe
antes que no le quede nadie
pero él no tiene dónde
es la frontera.

Asilado en su nombre
absoluto en el sillón
discontinuo
fuera de la naturaleza
uno lo llama y gira la cabeza y nos mira
mientras el pasado lo deshora
y torna, último, a la insolación,
a fijar sus ojos
antes de que la ventana se desclave

mientras el mundo se va de su cerebro
como una luna lenta.

El muerto
difunde su instante profundo
desde lejos mueve una hoja, vuelca un vaso,
abre una puerta sin viento
para despedirse,
asola
con desahuciada luz
las poblaciones de sus cinco sentidos
y le devuelve
a la amada una tarde,
la sangre al hijo,
el hueco a la madre,
restituye su nombre al enemigo

toca, todo su deseo toca los desalmados
cabellos
de su mujer dormida,
entonces los objetos
sollozan estériles futuros
y la casa llena de asfixia y tempestad,
de premoniciones.
De pronto
todo cesa.
Y es él, cayendo en otra latitud,
esa gota desorientada en el borde de la mesa,
es él
insepulto
en esa mariposa
diciendo adiós
a su propia forma.
Lo sentirás ensordecer
con su ala de harapo
la levedad del mundo
vagar como un pez
perdido en la luz del espejo
desahogando
su insondables ropas
de finado
sabrás que estuvo
porque el día que adviene
no tendrá presente.

¿Cuál será, ahora, su comarca?
¿La desazón de la luz,
la luna enferma dentro de las habitaciones,
un basural, sin recordar,
huyendo?

Vengo llovido
por sus aguas seniles y brillantes
han ahorcado
con sus inversos
sietemesinos
aires
las hojas del árbol de mi casa
me han soltado
vacas en pena
como muebles amarillos
en el corazón.

Huero y sagrado
soy el cubil
la boca de salida de mis muertos.

SUPERFICIES

El pájaro intenta
alcanzar al pájaro
que vuela con su nombre

el mar
a esa línea
donde pierde el conocimiento

ninguno retiene su superficie

¿De qué no estamos hechos?

La forma existe
hasta que halle la salida

los límites viajan

la Creación no ha comenzado todavía.

TÍTERES DE AGUA

a Eduardo y Héctor Di Mauro
El títere en el agua juega con un búfalo
que se hunde
por el peso del alma del búfalo.
Un cocodrilo avanza el búfalo, que no sabe que es un animal,
sigue empantanando
la inocencia del agua.
El títere, con instinto de títere,
se alarma
sabe que el cocodrilo
tiene un ojo verdadero de madera pintada,
que la forma es hambre de otras formas
y hay dramas donde no pasa nada.
El cocodrilo salta y devora
y se sumerge
como un barco en pena
en el cerebro de un espectador.
El títere, a salvo entre las bambalinas,
no puede pronunciar palabra.
El día es falso y la muerte real.
Y mientras, la música, como un viento,
mueve el arrozal de utilería
el agua juega a que es el agua.
De Bambú

V

a Gonzalo Rojas

De entre todos alabo a Ganesh
el dios de cabeza de elefante.
Tiene la sabiduría
del que conoció con el cuerpo.
Cerró su mutación
(siempre el más increíble
es el más verdadero.)

Los mediodías
se apoyan
en una mariposa
una telaraña puede
sujetar al viento
porque él,
enorme,
danzó sobre un pie.
Desde entonces
lo débil
sostiene el firmamento.

Como él
somos nosotros
esta aleación
de la gravedad y el pánico.

¿Quién puede soportar
sin desfigurarse
el peso de sus sueños?

Alguien se cría en el fondo de uno
—y no es uno—
comiendo tus pedazos.

Sólo quien reconoce su otro animal
resiste lo sagrado.

XIX

a Joaquín Giannuzzi y Libertad Demitrópulos

La brasa de la luz
y la carne
dilatando los hombres, afeminando el barro
hicieron Benarés.

¿Hay un sitio
donde se una lo sagrado y el cuerpo
que no sea en el asombro
de ir desapareciendo?

¿Quién sino el hombre que huye
de su propia distancia,
que se va quedando en lo que ya se ha ido
puede,
sin ver su llaga,
mirar un río?

No hay como su sensación
templo tan profundo
que deshunda el agua,
ni inmensidad
como la de seguir naciendo
para perder futuros.
Como el río.

Aquí viene a morir, en una casa azul espera
que se borren el día, sus hijos, el olfato y el tacto.
Junto a su mujer anciana
secreteándose
comen sus huecos,
intersticios de su historia
pedazos de un pan
que nunca podrá ser dividido.

Ella lo ayuda:
si ocupa todo el recuerdo
le vendrá el olvido. Le deja, eso sí, que tenga,
su jarro, su nombre, su sombrero
(todavía está imantado)
y lo lleva al Ganges
para que alce el agua y la aplauda
y la deje caer en la luz

pues para cruzar el infinito
hace falta una infancia.

Junto a él, otros, van perdiendo su alguien
(también su alguien pierde
el que pide salvarse)
Todos
lámparas
con el agua al pecho
entre la vida y la muerte
perplejos
en un fuego sin instantes
hicieron esta turbulencia, estas lenguas sin gravedad
que unge el río
y tiemblan
de tanto adiós sin salir de la carne.
¿Qué media entre ese adolescente que se zambulle
y el niño
que flota
sin luna, en el fondo?
No es la muerte
sino la forma
en que los abandonó el espacio.

¿Qué abisma al hijo con esas varas encendidas
que, antes de prenderle fuego,
da vueltas alrededor de su madre,
que no sea señalar un sitio
pues no hay sustentación
ni pierde distancia lo que cae?

Y entre la muerta
sin fondo, en su mortaja
y el esposo que se afeitó los cabellos
para despedirla
qué se rompe
sino un relámpago
y cada uno vuelve a su soledad
de no ser ni solo
pues a la muerte la une la asimetría.

Ese cadáver que pasa sobre la corriente
con un pájaro vivo
parado
sobre la profundidad de su cabeza
flor de agua
va como el río
de cuerpo presente
en su ausencia.

¿Dónde está Benarés
sino en todo lo lejos que estamos de nosotros?,
cruzando el día
como apagones, haciendo noche
en la fosforescencia,
buscando camino donde sólo hay señales,
cada uno en su espejo
para que el otro no se vea, llamando dios
a lo inestable
queriendo llenar la velocidad
con una piedra

hasta llegar a Benarés
y hundirse en el río
para acabar en alguna forma
y ser uno la salida
a la que nunca llega.
Y el hombre le dice al dios:
esta es mi carne
la única que te queda.

Desde el río se ve el humo
sólo hay una orilla
donde el muerto comienza.

Esa nube es él. Ahora se ve cómo
se sentía
y cual era la forma que se desorientaba
en la forma que él era.

Ahora no importa dónde arde.
Tampoco en la vida
tuvo dentro ni fuera
ni lo retuvo un sitio.

Lleva una luz que la luz no toca.
No se detiene
porque todo lo atraviesa.

Lo dan al río. Se lleva
el agua sus cenizas.

Agua sin agua sentirán que llueve
cuando nunca vuelva.