CATTANEO, SUSANA
¿QUIÉN ES ESA QUE DICE LA MORDIÓ EL INVIERNO?

¿Quién es esa que dice la mordió el invierno?
Que hace con los perros “do” sostenido
y teje con hojas secas nubes de adoquines.
Esa mujer que le pide a las palomas
no la dejen volver a su morada
y la cobijen en buhardillas y balcones.
Esa extraña de sí que no cesa en su felicidad
entre migas de sol y piedras mudas.
Esa que bebe rayos de pan y dulces pastos.
¿Quién pretende dormir
bajo un brillantísimo cielo
cubierta de plumas y picos de maíz
mientras llama con rostro de locura
a todos los pájaros del mundo, todos?

A LA MUJER QUE FUI

Mi nombre entra a una lágrima

Yo te vi en mediodías ardidos de verano
cobijada en el frescor de sombras y de ramas.
Te vi tejiendo anillos con la felicidad
mientras cerrabas pactos de infinito.
Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.
Danzabas sueños hechos de paisajes.
Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.
Bebías palabras, escribías poemas.
Te nacieron libros —¿recuerdas los años?— .
Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.
Yo te vi sentada junto a la alegría;
correr en grandes círculos jugando al mundo.
Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.
El día te estallaba de luz perfumada de voces.
Ella —la pequeña de pestañas blancas
y mirada como almendras— ,
olisqueaba el aire, la vida, el pasto.
Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.
Te vi rodeada de amor en tardes que partían.
Te vi en invierno, cálida y feliz.
Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.
Te sentías plena con los brotes de septiembre
y con lluvias de octubre bordabas la dicha.
Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.
Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más
que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.
Mucho más que esta tristeza.

AHÍ VA LA YEGUA…

Ahí va la yegua. Tiene el pelo rubio y lo regala al viento. Trae en
su crines todo el sol de Marbella.
Son fuertes sus ancas y su sonrisa irónica tiene el sabor de la
libertad.
Allí viene la yegua sensual, erótica y todo a su paso estalla de
amarillo.
De Musgo en el sol

CAE EN LA PLAYA LA TARDE QUE SOY

…a la pequeña de pestañas blancas
y amor en sus ojos de almendra…

Cae en la playa la tarde que soy
herida de faros y gaviotas nocturnas.
Un follaje de arena pasea mi cuerpo
escanciado por la brisa que lo cubre.
Cómo no recordar las noches en el muelle.
Las carreras invencibles entre luna y agua.
El camino plata sobre ondulaciones perfectas.
Recordar árboles vestidos de milagro.
Sí; cae en la tarde la playa que soy,
mi pequeña de pies blancos.
¿Dónde llevaste tu alegría de calandrias?
Juego acertijos desde aquel aciago día.
Apuesto: tus ojos me besan en este instante azul.
Mira, hay una floración de ángeles
en la mitad del cielo.
En la otra, una dulce jauría de amapolas.
Ya la noche es mayor y danza misterios sobre el mar.
Ha caído en la espuma la playa, la tarde que soy.

CUANDO YA NO ESTÉ…

¿Quién pondrá el pie
sobre la marca que dejó el mío?
¿Quién mirará estos árboles
donde mis ojos dejaron huellas?
Alguien oirá cantar un pájaro
que será otro.
Alguien respirará los mismos pinos
de un verde más cansado.
La vida será un papel en blanco
y no lo podré sellar con mi palabra.

DESPROTEGIDA DE MÍ…

Desprotegida de mí,
endechadora incansable,
transito por las palabras
de un lenguaje
que nace detrás de mi voz.
Cuando arrojen
la red para llevarme
prisionera,
la que se oculta siempre a mi lado
y me ama desde lo oscuro,
en forma ineluctable,
me rescatará.
De La diosa suicidada

DETRÁS DE TI TODAS LAS MUERTES, TODAS

Detrás de ti todas las muertes, todas. Se agazapan, saltan sobre mi hombro.
Hoy llueve la vida; hoy llanto
y en mi dolor se pulveriza tu nombre.

DEVASTADA…

Devastada
esta mujer anida sobre el polvo de una
cueva oscura.
Trae en sus manos
puñados de ripio
para usar de alfombra
y amortiguar soledades.
Esta mujer
ha perdido algo demasiado valioso.
Habló conmigo
y no le bastó el lenguaje
para contar su historia.
Sólo sé
que sembrada su memoria
con corazones y cruces,
un día la encontraron en un hueco,
con la mirada en otro cielo,
acunando con amor una fotografía.
De La mirada en otro cielo

DIME CÓMO SON ALLÁ LOS HABITANTES….

Dime cómo son allá los habitantes de las hojas, los grillos, si los hay.
Cómo las calles. Si de barro o adoquines, o tal vez de estrellas
nacidas de lo más profundo del fuego.
Dime si hay casas con habitaciones donde en cada rincón un
duende tenga su lecho, o si todos duermen a la intemperie. Pero
primero cuéntame si existe el sueño.
Pienso, a veces, que aquel será un país (¿un país?) repleto de
pandorgas, pavos reales y tazas de té colmadas de soles plateados.
Chimeneas con humos rosas, casuarios de plumaje azul.
Alguna noche, por una madrugada con maquillaje de cansancio,
creí verte entre tártagos y hadas que habían olvidado frutos
coronados de piedra. Tú corrías entre pájaros de mimbre que
adornaban el sendero y los otros, los verdaderos, arrojaban
tulipanes a tu paso. El color de sus plumas era infinito.
Dime si el blanco es igual al que conozco o si mis ojos, éstos de
ahora, nunca lo resistirían.
Dime cómo es lo que desde aquí llamamos eternidad.

ELLA SALE DE LAS MANECILLAS DEL TIEMPO…

Ella sale de las manecillas del tiempo. Su herida es un pozo con
profundidad de bosque, de estanque con lágrimas de sombra.
Toda ella, una trampa fugaz, certera, acribillada por presas
moribundas. Deambula por los caminos viejos de su vida y se
adhieren a su cuerpo palabras, libros, dolores olvidados. También
alguna incertidumbre con la densidad del cartón.
Ella es hermosa y corta su cuerpo en trozos. Así multiplica su
belleza.
Ahora hamaca sus ojos mientras sigue y sigue el péndulo gris.
Las manecillas llegan al número infinito. Debe regresar; manos
de hueso la llaman.
Un aroma a lavanda la guía por las habitaciones. Retorna al jardín donde crecen vestidos de encaje y árboles de agosto.

ELLA SE DESHACE DEL SOL….

Ella se deshace del sol; de sus manos-hiedra.
Camina sobre gotas de río
que aún golpean tibiamente la soledad.
Cuando llega a la oscura cintura del miedo,
toma palabras que anidan en sus ojos
y las esparce sobre tierras fecundas
para que germinen en la estación de los pájaros.
De Palomas de la soledad

ENERO 2000: EL DOLOR

Ella, mi
compañera final
¿Quién me tiembla en los ojos
este futuro de miedo?
Quién me angustia,
profundo,
se sienta a la mesa
y me mira?
Ella,
que lleva la soga del exterminio.
Mi compañera de parto,
la que alumbra aguas de sal. Mi compañera de vida.
La que se viste con música de sábados.
Ella tiembla
contagiada de mí
en el terror de enero.
Tiembla hostigada, yerma.
Conmigo.
De La quinta estación

ENIGMA DE LA PLAYA

Que le crean, pidió, rogó;
con llanto escarlata, hirviente, rogó:
que le crean a ella, la que desespera el viento,
la de noche en neblina;
aseguró y aseguró:
vio aquello, sin duda, en el último punto del muelle,
donde la muerte se zambulle
y comienzan las aguas de oscura boca.
Que le crean, pidió, rogó;
no mentía, dijo, no mentía;
que le crean a ella, la loca de la playa,
la amante de los peces en celo;
vio aquello, lo vio
donde los ojos alcanzan a ver pero no miran,
en el lugar donde se zambulle la finitud.
Que le crean, pidió, rogó, con llanto escarlata,
a ella, la despiadada de sí,
la que convive con serpientes debajo de la arena
y grita de espanto, furia;
en el final del muelle, dijo, al final.
Alguien le crea, pidió, rogó la desolada.
Que acepten: sus ojos abarcaron la últimas piedras
y llegaron donde nadie.
Donde se zambulle Dios.

ENTRE ELLA Y YO HAY UN MUERTO…

Entre ella y yo hay un muerto. A veces sonríe —siempre con
tristeza—; otras, su dedo índice señala un corazón. En otro tiempo
llora todos los amaneceres que ya se apagaron.
Entre ella y yo hay un muerto mojado de lluvia. En algunas noches
enciende lámparas para alumbrar el dolor; algunos mediodías
evoca alegres pájaros de abril que ya no cantan. De mano de la
angustia suele caminar por las horas de un domingo.
Entre ella y yo hay un muerto que está solo y espera.

ESCUCHA EL OTOÑO….

Escucha el otoño. Viene de lejos, cansado. Busca refugio en
las habitaciones con floreros mustios y retratos de abuelos
adelgazados por las horas.
Escucha, amor. Está golpeando los dinteles. Se esconde en los
marcos y se filtra por las indiferentes ventanas.
Escucha. Creo que viene con un ejército de ángeles. Ángeles ocres,
helados. Empobrecidos de sol. Creo que llega en busca de hogueras
y leños que no se vuelvan cenizas. Trae promesas de eternidad
que ninguno entiende. Pero llega, inexorable. De muy lejos, del
otro lado de la Tierra, con una carga de peces extraviados, de
ornitorrincos extranjeros, de piedras congeladas.
Escucha. Escucha, amor. No dejes que invada nuestros ojos ni las
noches robadas para nuestra dicha.
No dejes que el otoño entre a esta casa.
De Detrás del relámpago

LA CAZA

No hay excusas que expíen
las culpas de la especie.
Ni renuncias
prodigiosas.
Ni arrepentimientos
dolorosos. Sangra
un trozo de marfil
en el oropel
de tu garganta.
De Poemas de incienso

LA PEQUEÑA MUERTA CAMINA…

La pequeña muerta camina por el pozo de bordes húmedos. La
tierra se desliza en toboganes de viento y ella, la niña de
manos ahorcadas, afirma ser extranjera de la luz.
Enredaderas de lirios crecen en sus labios y escala, jadeante, los
infinitos confines del cansancio.
Muy estrecho aquí, su lecho marrón, donde la acompañan
insectos de cabellos largos que peina con lenguas de fuego y
barro de serpientes. Aprieta con las uñas los leves huesos de
su espalda. Libres de toda mirada, hay noches en que sus ojos deambulan metros más abajo de su soledad.
La oscura sale —a veces—, a la superficie, cuando se ponen de pie
todas las mañanas. Ata entonces el aire alrededor de la corteza
de sus días.
La pequeña muerta adorna su cintura con jueves eternos, como
el jueves que partió a lo imposible.
Hay septiembres en que sonríe a todos los jardines nacidos en las
entrañas del mundo.
Ahora es el mediodía de la noche, tiempo del rito y la plegaria.
Pequeña muerta mía que guarda el sol en la tristeza.
De Niña subterránea

LOS OJOS DE DUNA

Fue en otro existir no recuerdo
en otro reloj de pesadillas sueños dolores
donde sufrían mis pobres huesos incapaces
las dentelladas de las horas
fue antes muy atrás donde la espesura de la tristeza
impedía la luz las sonrisas
y dios jugaba a los suplicios y los dados
fue en otra dimensión enredada en palabras
que destilaban terror frente al pavoroso futuro
en otro lugar fue todo aquello donde la oscuridad
ardía como una maligna princesa de fuego
este nuevo nacer hoy conmigo aquí en lo que soy
en estos ojos que me dicen la dicha
en esta felicidad lo inefable este blanco
amor sin acoso de tiempo hoy ahora
esta vida
quinta estación
siempre
De Bitácora-fotos de vida

PLAZA CHILE

Me siento sobre aquella tarde en que desesperé con las palomas,
Aquí, a los pies de la misma estatua, al lado del mismo dolor.
Sé que me observan �todos los pájaros del mundo, todos� desde la
ausencia de relojes, desde cada hormiguero donde se esconden,
desde cada clavel del aire donde alguna vez tejí manteles de
ceniza.
Aquí, en esta escalinata, en el mismo peldaño, con la misma
piedra rota y el pasto un poco más envejecido, sigo mirando
el mismo cielo, me enfría el mismo sol y un milagro promete su
llegada sobre la luz muerta.

POR CRETA EL CUCHILLO…

Por Creta el cuchillo corta la fina pluma de toro. En la casa de anochecidos colores, tiembla la memoria entre cristales.
Una voz vigila tras fatigados tapices. Almohadones de fuego
crepitan girasoles nocturnos.
Asterión recorre encrucijadas. Se enamora. Los espejos multiplican
diosas y él, centinela embriagado, adora a la mujer que ata su
cabellera con el hilo que marca el oscuro sendero.
Afuera corre el mundo rectos caminos. Adentro, mil recodos.
El hijo de la reina estampa su linaje en cada doblez de las
grutas.
Ante la promesa de redención, como ofrenda de licores, dona su
vida.
—�¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se
defendió�.
De Mensajeros del principio-travesías

QUIÉN ES ESE HOMBRE….

¿Quién es ese hombre
que me observa desde otro país?
Que tiene trincheras detrás de los ojos,
de quien no sé si aún lleva barba
y el pecho a la intemperie.
O tiene despoblado aquel rostro de cenizas.
Él me contempla escondido en el tiempo.
Desde aquellos domingos que lloramos juntos.
Desde el universo de viejos otoños.
¿Quién es ahora, ese hombre
que juntó hace siglos su soledad con la mía?
Que compartió angustias, el dolor, palabras.
¿Dónde está? ¿Dónde con sus huesos?
En algún rincón de su tristeza debe estar buscándome.
A pesar de todo.

SERÉ LA LUZ QUE ESPLENDE

Seré la luz que esplende
por todas las penumbras.
El invierno
de cada enamorado.
La erosión del mar
en las piedras solas.
Las tempestades
que golpearán raíces.
La noche plata
sobre un callado océano.
Aquellas vacaciones. Aquel viaje.
Cada tarde vivida entre la lluvia.
Seré
las huellas de la playa en otros mundos.
La sal de los orientes.
Lejanías de puertos y leyendas.
La extranjera errante.
Aquella que encuentres en tus pasos.
Seré todas las cosas.
Seré el olvido.

TE VEÍA PARTIR…

Te veía partir. Cuando sucedía,
dentro de mí lloraba la tristeza.
La oportunidad se perdió,
pero llevo puesto tus ojos.

TU BALCÓN QUIETO SIN LUZ…

Tu balcón quieto sin luz.
Persianas que clausuran.
Plantas inmóviles.
Tu balcón solo y sin embargo,
las palomas de febrero
despliegan su magia todavía.
De Pájaros de resurrección

VOY A QUEDARME CON LAS RATAS…

Voy a quedarme con las ratas.
¿Dónde fueron los seres queridos?
Voy a quedarme con las ratas.
Que muerdan mi dolor; lo desmenucen. Arrojen sus pedazos a monstruos de la noche
y luego, cuando hayan extinguido la fuente donde nace,
también me iré.
Por corredores inundados de vacío, me iré.
Por caminos de luz; de espaldas al vacío;
lastimada, atravesando la fijeza de los vientos.
Por la hojarasca que empuja mil tardes de belleza.
Sin querer se fueron.
Me iré a buscarlas.
A las que amé, aquellas, todas.
Voy a seguirlas.
Voy a encontrarlas en la estación de las uvas.