CORTI, NORBERTO
A QUEMARROPA

Resulta muy difícil
hablar con uno mismo.
Contarse, sin mentir, todas las cosas.
Tomarse de las venas y empezar a gritar,
a quemarropa,
en la calle,
donde lo personal no es de uno.
Condenarse a sufrir todos los miedos
hasta ser inmortal
sobre los propios huesos.

DISTANT LOVE

No lo pongas en duda
yo te he querido siempre,
antes de la inocencia
y después del quebranto.
Amé tu cabellera negra
junto al mar taciturno
y a tus ojos profundos renegridos y lejos
como una ardiente duda clavada entre silencios.
Yo naufragué en tu alma,
yo recorrí tu cuerpo.
Interminables piernas que rematan en gemas
y alondras en tu espalda,
incombatible furia de la piedra y el agua
metiéndose en la hondura de tu carne callada.
Yo te amé rebasado
sin pausa ni agonía,
bebí tu boca fresca, amoratada y dulce,
de intermitente jugo e inapagable fuego.
Me fui a tu piel morocha con quemazón y trigo
buscando la fragancia de tus pechos invictos
y forjé por tu vientre de semilla y milagro
el sueño de los hijos,
la canción infinita. No lo pongas en duda,
recorriéndote el alma
naufragué por tu cuerpo.
¡Yo te he querido tanto!
Y ahora que te veo con los ojos nublados,
cada vez más lejana,
más ajena que nunca,
con pena y sin agravio,
entregada a otros hombres de placeres malvados,
yo debo decirte algo:
Ellos a ti no te aman.
Te ensucian con sus manos extrañas,
socavando tu nombre
te violan y te matan.
Así
ya no eres mía:
sin pureza y distancia.
Si acaso
un día te acordaras,
¡olvídate de mí
en esta hora…!
Ya no te quiero nunca,
ya no puedo quererte �,
Patria.
(De Prontuario de la sangre, inédito)

E PUR SI MUOVE

Hace toda la ceniza acumulada
de cinco siglos incendiados,
los sabios contaban hasta nueve,
los más inteligentes hasta siete,
los mediocres hasta cinco,
todos los analfabetos hasta tres
y los simios, inevitablemente, hasta uno.
Galileo, entonces,
rompe la cáscara de dios
y descubre el cero.
De allí en más,
y para siempre,
la ecuación es infinita.
(De Prontuario de la sangre, inédito)

EL EXACTO MOMENTO DEL COLOR

Le gusta caminar por la orilla del Arno.
El río lo lleva al corazón del bosque,
al misterio viviente de insectos y animales,
al verdor indescifrable
de su quietud latente y húmeda.
Todo miraba, todo veía.
Él, comenzó el descubrimiento atormentado de mirar.
Vio el espacio
que está más allá del universo y de la gente.
Anduvo haciendo de dios sin darse cuenta.
Le gustaba caminar por la orilla del Arno �,
buscando la hora del color,
la hora ideal, la indescriptible,
la que agoniza en el atardecer
y se confunde con el sublime azul evaporado
de la hora que tiembla, de la hora que late
en la fabulosa mano izquierda iluminada.
Leonardo mira el final y el principio,
el momento justo del color,
cuando el sol comienza a lastimarse entre los abedules,
y la semisombra le ocupa
territorios desangrados a la luz. Entonces, se le inundan los ojos azules
con los tenues ocres de la brisa
y desentierra, como un mago,
la Sombra de Venecia,
la Tierra de Holanda,
anilinas de misterio,
aceites, colores indecibles,
Morel de Sal y Tierra Verde.
Se iluminan los ojos azules del Vinci
para matar la ceguera de los hombres.
El zurdo pintaba milagros
que no pudo dios,
y descubrió y pintó
y descubrió y pintó
y pintó �
pintó para que los humanos,
algún día,
pudieran ver la luz.

ESA GENTE

A Salvador Páez, camarada
Donde la vida se rompe
como un cristal de luz
y los pájaros cruzan
claridades sonoras,
cerca de los peligros,
la belleza y las uvas,
allí están esos hombres
cuidando de lo simple,
cuidando de la Historia,
del mundo, de los hijos.
Se les penetra el cielo por la piel transparente,
se les acumula bruma,
abejas insidiosas,
insólitas ternuras.
Ellos, que llevan cruces,
tienden siempre las manos
como ramas doradas,
derrochan los pulmones,
se juegan la estatura en favor de la vida.
Esa gente,
que suele andar a la intemperie,
perseguida y golpeada,
esa gente prohibida
por defender al viento,
esa gente…,
siempre tiene miguitas de pan
en los bolsillos
y pájaros luminosos
en la frente.
(De Prontuario de la sangre, inédito)

ETERNIDAD

Cuando todo es lejano
como un sol de otra parte
y los días se achican
como algo irremediable,
en la vida de uno
son las dos de la tarde.
(De Prontuario de la sangre, inédito)

ITINERARIO DEL AMOR

El amor que se va es el amor que vuelve.
Desteñidos, oscuros, los amores dispersos,
oblicuos, luminosos, mezquinos o apretados,
son amores que van, son amores que vuelven.
Vuelven en otras pieles enterrando distancias,
en personas ajenas, ausentes, impensadas,
con otros sentimientos, otros ojos y almas.
El amor que se va no alcanza la distancia. Yo te amé en un segundo que pudo ser un siglo,
caminaste senderos que nadie ha caminado
y encendiste poliedros de fuego inclaudicable
que se apagaron luego
como en una cascada de diluvio incesante.
El amor que se va no conoce del tiempo.
No conoce del tiempo ni de las geografías,
vuelve envuelto en misterio
atravesando vidas y penumbras dormidas.
El amor que se va,
aunque se vaya lejos, es el amor cercano.
No importa si me amaste como el agua del río
que pasa entre las manos.
No importa si te amé buscándote y buscando
lo breve de la carne o el milagro inmediato.
El amor siempre va, sin luz,
perdido entre los seres�
y uno vuelve a buscarlo.

ITINERARIO DEL AMOR ATARDECIDO

En esta tarde
te quiero tanto como a un árbol,
como a una golondrina
hecha por las manos de dios
o por el diablo.
Te quiero interminablemente
sin pausas ni cerrojos, a mar abierto
y a dulzura de pampa estremecida.
Fue cuando mis manos
estrujaron las horas de aquel tiempo
que se detuvo la sangre en los relojes
y los huesos del día
quedaron desnudos para siempre.
Te quiero tanto que me duele,
como a la tierra la raíz
que incrusta sus arpones de savia
y nutre, y despedaza
incrementando la vida
con muertes pequeñitas.
Me dueles tanto que te quiero.
Subordinado al viento que arrasara los pájaros
de una pupila seca,
o aquel dolor tan suave
que impide adormecer lo cotidiano
de un siglo irreparable.
En los pequeños compartimentos de la tarde
quedaron ganas abandonadas a destajo.
Impiadosos caballos derrumbados de a dos
en circunstancias,
volando sus cascos por salvajes cuerpos
y anónimas frentes sepultadas.
Te quiero como a un caballo. Fueron polvorosas mejillas de otro entonces
que multiplicaron rostros desiguales
delante de las puertas que cerraron mi pecho.
Así fue que aprendí,
submarinamente,
los mensajes del sueño,
del dolor enterrado con olor a siempre
diciéndome en secreto
la cifra del olvido irrepetible.
Así quedaron despreciables muecas de risas y de llanto,
con perfiles viejamente guardados en arcones oscuros
donde no llega el agua,
ni la luz, ni la calma.
Te quiero como a un rostro,
desprendido del rayo que circunda el insomnio
de calaveras y ojos y orejas que no miran,
desterrado del gesto caído de su altura.
Volcado en el espacio sin número ni edad,
huyendo a las semillas donde se hacen proclamas.
Yo establecí contactos de piedra y alabanzas,
idiomas repetidos sin lengua ni palabras
del aire al aire inconsolable y roto
donde no existe el aura
ni la mueca lejana de tu pie en el abismo.
Te quiero como a nada.
Te quiero evaporada de mares y proyectos, fieramente apaisada
a un hábito de niños
que se quedó tan lejos,
perdido por la casa;
caminando en mi pulso territorios de asombro.
El mundo se movía debajo de nosotros
como animal nervioso
con veranos de sombra que hervían nuestras venas.
Estandartes de fuego viajaban en el pecho
y bestias y planetas giraban incesantes.
También eran del tiempo
tus ojos semiturbios…
Eterna como el viento
la luz iba en nosotros,
y eterna era la tarde.
(De El rumbo de mis manos, inédito)

LABRANZA

Vengo a cumplir una misión de fuego
en tu vientre.
Tengo una espera desbocada en vos,
una paciencia de siglos
acumulada como lunas en hilera
y un tiempo terrible que vengo a desatar.
Detrás de mí, la noche,
el mar,
quizás, vuelto de piedra,
sin rumor ni cabeza ni espuma
donde yace postrada
tu boca de gaviota densa
como un tajo ancestral, silencioso en la arena.
Vengo a cumplir una misión de fuego
y a gastarme en vos con uñas y con dientes,
con toda mi persona en erosión brutal
contra tus cosas;
a surgir de cuestiones y establecerme
compacto y colosal
para que me mutiles el amor
y te lo lleves.
(De El rumbo de mis manos, inédito)

MADRIGAL

Dejame para siempre abandonado
en la madriguera de tu cuerpo,
mujer mía y ajena.
A veces, me vuelco en vos
con un golpe de sombra.
� Que para conocerte
recorrí los flujos y los besos
de todos los poros del camino
como una penitencia de dulzor y de asombro.
Mujer mía y del mundo
que apacigua la furia de los pulsos
enarbolando su mirada en el espacio.
A veces, para escalar tu altura
debí descender hasta mi niño
de espaldas al aire
y abatido en el vuelo de tus ojos.
Mujer mía y de nadie
� que para perfumarte
degradé los colores del sentido
hasta el último tono del aroma.
Dejame abandonado para siempre
en aquel recinto de tu carne.
Mujer mía y de todos.
Con el atroz fulgor de la vida incendiada
y la muerte que viene.

OTOÑAL

Erguida frente a mí, iluminada,
te fuiste trepando por mis venas
como una enredadera.
Quedó desparramada la piel,
abatida y sola,
a la intemperie;
igual que lo apacible y voraz de tu mirada.
Quedaron afuera las costumbres marchitas,
establecidas por designio mortal
caduco,
desgastado;
y todos los seres que me habitan
fueron creciendo en mí,
en manifestación incontenible;
hasta encontrarte.
Te amo suspendida en el aire
que habita el Universo,
como alguien que llegó, sencillamente,
sin augurio preciso,
sin tormento ni espacio;
solamente amarrada al pequeño estallido
del pulso de la sangre,
a esa gota infinita de vida sobre el tiempo,
al viento inabarcable,
al mar desesperado…
a un poco de milagro. Es que yo vengo de lastimar lo que he tocado,
de introducir espinas en un ángel,
de flagelar una caricia con ausencias.
…Y encuentro la vendimia de tu cuerpo
donde corté los últimos esquejes del deseo.
Es en este racimo de tu vientre
donde muerdo las primeras uvas del otoño.
(De El rumbo de mis manos, inédito)