DE LELLIS, MARIO JORGE
CANTO A CHINA

Es tan difícil darte alguna cosa!
Por ejemplo, la sangre y la poesía
o el corazón
o simplemente el labio agradecido.

Porque hay cosas que damos y no bastan
para tu pueblo azul,
para tu pueblo azul,
para tu pueblo loco del verdadero amor del mundo.

Te digo como fue:
domingo por la tarde,
arrozales tendidos boquiabiertos,
sorgo maíz y pájaro
y un gran color de tierra labradora en las primeras caras.
Mis ojos te querían
como en la infancia a un trapo acostumbrado.

Te digo como fue:
sencillamente fue,
nutriéndome tu pueblo,
tocándome la mano del vendedor de grillos,
rozándome la música de tus violines,
sonriéndome tus madres de juventud sonora,
sintiendo obreros puros.

Suelo olvidar detalles.
Olvidarme el idioma del corazón amigo,
de cuántos crisantemos crecían en mis manos,
de qué noches te quise y te busqué en un mapa.
Suelo olvidar, incluso, el día de un lugar,
la cifra, los zapatos, el almanaque entero.
Pero cómo olvidar la buena educación
del aire que te envuelve,
tu gran fuerza de pie,
tu niño liberado.

Cómo olvidar los siglos de belleza que salen de tu vientre
como del fondo de un baúl de magia.
Cómo olvidar tus manos de amistad,
tus nubes, tus mercados.

Es tan difícil darte alguna cosa!
Y tú me diste tantas!
Desde la simple insignia hasta el abrazo,
desde el color del hombre hasta el color del árbol.
Recordaré, mañana, las obreras cantándole a la vida
con sus hijos cantándole al crepúsculo.
Recordaré las calles de Pekín:
el vendedor de peces,
el vendedor de noches y cigarras,
el vendedor de flores de papel.
Recordaré el carbón, la siderurgia,
el acero tocándome la carne.

Es tan difícil darte alguna cosa!
Por ejemplo algún pez, alguna higuera,
algún río flotando camalotes,
algún recado tonto de nuestro trigo inmenso.

Pero yo quiero darte.
Unos dicen que dan el corazón,
otros la uña,
otros la gran bandera de un pueblo,
otros una vasija,
otros un gran olivo,
otros un buen obrero batiéndose en las fábricas,
otros un Dios de cera,
otros un buen embarco,
otros un buey lamiéndose acostado,
otros el padre y el hermano,
otros los buenos días.
Pero yo quiero darte:
un grano de maíz, una paloma,
una estrella del sur que te contemple,
un arrabal, un tango,
una mujer con flores que te diga
que te queremos mucho.
Quiero darte mi sangre.
Mi sangre, a cada rato,
está en nombre pueblo.

Mi sangre se atropella por el pueblo:
sube hasta el pueblo y dice que lo quiere,
le toca los bolsillos,
lo saluda en el pelo y la alpargata,
lo nombra de belleza como ese loto extraño
que he contemplado a veces color sombra.

Quiero darte la piel, las buenas noches,
la nostalgia de amor y la poesía.
Es tan difícil darte alguna cosa,
tan difícil,
que mientras otros dan con la palabra exacta,
te alaban en los lagos,
en el andar a pie,
en la estadística,
yo te digo despacio y comprendiendo
que es pequeño presente darte el alma:
Esta es mi sangre: toma.
Este es mi canto: gracias.

(Cantos humanos, 1956)

CANTO A LOS HOMBRES DEL DÓLAR

Tened cuidado. Vive la América Española:
Hay mil cachorros sueltos del león español
Rubén Darío.

Por suerte están muy lejos.
Por suerte se terminan poco a poco,
declinan sus abyectos cauces,
se anuncian como son —monedas-
escupen chicles, tienen guatemalas.

Porque donde fueron posible intervención,
donde vieron la fruta sazonada
al alcance del brazo que encajona,
no dudaron de hacerlo.

Porque donde se hallaron con guano, con petróleo,
con estaño sudado,
con cajeras bonitas y fábricas textiles,
con sucios pescadores de lampreas,
con terrenos de caucho
o magros buscadores de oro en las riberas,
o pequeños patrones de chatas en los puertos,
o aun con simples piedras del paleolítico;
donde hallaron lo útil,
la clásica ganancia para su impavidez,
lo embarcaron en anchas bodegas transatlánticas,
lo custodiaron mucho
y le dieron destino de usinas o de acciones.

Por suerte están muy lejos.
Por suerte ya no tienen talismanes que los salven
y hacen que otros abran sus ventanas, sus viejas banderolas,
vean de lleno el sol que fecundó las mieses,
vean de lleno obreros, cargadores, muchachos sin comer,
jerárquicos pastores con la biblia al hombro,
católicos creyéndolos
y raspajes de muerte en mujeres queridas de turismo,
y entonces es posible que esos otros
los vean como son
y piensen libertades
y crean en el unto de amor de las familias
y busquen desprenderse,
(Se desprenden)

Porque ellos caen de pronto
-felices capataces de las tierras volcánicas,
de las islas varadas en medio del océano,
de las quintas cargadas de rocío
donde crece el tomate como un coágulo,
de la locomoción de la primera plana y del teléfono-
caen sin que nadie diga qué importancia
tendrá darles, de más, metros de tierra.

Pero al caer transforman, miden, quitan.
Y con la venia dulce de la luna
se instalan mercaderes de los sueños.

Porque acabadamente,
con letreros y avisos y empresarios
y sin quintacolumnas,
se hicieron democracia en el ocaso
y en el duro maíz
y en la sal de los trópicos.

Porque rastreramente,
con la corbata chic del diplomático
intervinieron muelles, jeroglíficos,
lugares donde matan a cuadrúpedos,
tallarines cantados; ejércitos de negros.

Porque impecablemente
vinieron a llevarse bandoneones
y se fueron.

Vinieron a instalar navegaciones,
a solventar la risa,
a fornicar con hijas de industriales
y se fueron.

Porque tardíamente
dieron el oro a cambio del obrero
y con sus duros ganglios de bandidos,
después de comprobarnos el declive
se nos fueron.

Porque pusieron pie y robaron tierra.
Porque nosotros somos
ese ejército limpio de cachorros
con un diente en la lengua y un puño en cada lance
y un amargo sudor donde acabadamente
han de caer los hombres de los dólares,
los cajeros del caucho y del petróleo,
los que nos dieron luz sin alumbrarnos,
los ricos mercaderes que creyeron
que América no es de carne y hueso.

CANTO A LOS HOMBRES DEL VINO TINTO

Yo sé que ellos vendrán, caminarán,
vendrán, caminarán, darán la vuelta,
dirán mi barco ballenero pesca en las Orcadas,
mi vejez es un canto de rayuela
mi velador no caza mariposas,
vendrán, caminarán, dirán cualquiera
tiene un gorro frigio,
cualquiera tiene un tango,
tiene un agua tanino,
vendrán, caminarán
dirán la palabrota que les queda,
vendrán, caminarán, dirán del apio,
vendrán, caminarán, dirán que salga pato o gallareta,
dirán, caminarán, dirán que bárbaro,
dirán imbécil,
dirán yo soy un hombre,
dirán piso la tierra,

Yo sé que ellos vendrán, caminarán.
Dirán, caminarán y cantarán con la violeta
y cantarán el ajo de los guisos
y el ábside, el gorrión, las azoteas.
Vendrán, caminarán, dirán que antepasados
murieron en cadalsos o en hogueras,
murieron sobre camas de hospitales,
sobre catres sin luz o sobre las veredas.

Vendrán, caminarán,
con la antigua zozobra
del alquiler,
con la herramienta húmeda, oxidada;
vendrán , caminarán, vendrán la siesta,
falseadores del sol,
halconeros audaces del de pronto,
viejos amigos míos, cantantes de violetas,
venteando lluvias coloradas,
cayendo, decayendo, diciendo que vendrán, caminarán,
diciendo apenas
que aquí vendrán, caminarán…
Y un chapoteo dulce pica en la piel
y uno sabe que están como los muertos;
acostados y duros y sin pena.

Como los muertos duros.
Los muertos ya no tienen vanagloria. Ni problemas.
Ni decapitación. Ni ley.
Ni llave familiar para el altillo. Ni retratos de abuelas.
Los muertos tienen solamente
un raptado moverse entre las cosas y una cruz oficial
y un pasado rumor de voces vivas en la oreja.
Y están bajo el zapato del que vive,
químicamente amargos, naturalmente pobres y de tierra.
Vendrán, caminarán. Observadores simples,
jugadores de truco, sacrílegos del agua,
bicarbonatos, hígados, confidencias,
lo que yo siempre tuve es poca suerte,
viejos amigos míos, cantantes de violetas.

Vendrán, caminarán.
Tendrán la mano abierta,
un tajo de dolor hundiendo sus infancias,
una hermosura en vino y un vino en la moneda.

Vendrán, caminarán.
La vida es tan correcta,
tan construidas así como esas casas de diez pisos
tan dócilmente puesta
hacia la muerte
que al encontrarlos
uno se sienta afuera.
Vendrán, caminarán. Caña, pescado, pipa.
Pelos en la nariz, buenas noches me voy la tengo enferma,
yo le voy a contar la historia de mi pueblo,
qué has quedado pensando marivelcha.

Yo sé que ellos vendrán, caminarán,
vendrán, caminarán, darán la vuelta.
Tienen cosas acaso que decir,
tienen qué preguntar: cuántas botellas,
cuántos lugares dulces,
cuánta ocupada mesa,
cuánto codo raído
o pantalón gastado en las veredas
o anoche me soñé vinado en un cadáver
o anoche me soñé a mi María muerta.

Vendrán, caminarán.
Visitarán mi tierra.

Vendrán, caminarán
Se los tragó la tierra.

Vendrán, caminarán.
Campanas tocan en las copas. Buenas noches amigos,
buenas noches por catres, bodegones, viento al irse a
dormir,
cantantes de violetas.

EL BUMBA

Se nos murió de golpe en vino duro.

Se enlutaron las cosas con su luto:
la mesa del rincón en una mosca,
la bienaventuranza del aceite,
el adorno del apio en la pimienta,
el canelón, el giratorio trago, la bondiola.

Era incesantemente andar muriendo
en un recuerdo dulce con amigos
y esquinas y caballos y boliches.

La aduana del silencio lo esperaba.
Un ordenanza celestial bebiendo
lo salía a buscar puerta tras puerta.
Y lo llevó por una y otra calle
un terceto de amigos hasta el hueso.
Hubo pésame azul todo el crepúsculo,
llanto global, derrota.
El Bumba, un ataúd, ya no importaba.
Seguía amaneciendo, por si acaso.

Hoy lo miramos como a historia antigua,
como a bibliografía del racimo,
empapelamos de uva las paredes,
sabemos de su nombre.

Al Bumba lo enterraron tiempo tarde.
Lo envinaron estrellas y adoquines.
Recrujía la piel de sus amigos
cuando pasaba invierno su zapato.

Se murieron con él los dos cocheros,
el buen ají, el lento provolone,
el corazón parcial, la parca parca
y hasta el último traje.

A veces hace señas en la lluvia.

Hombre del Vino, del Album y del corazón, 1962

MI MADRE EN OCTUBRE

Si supieras cómo, cuánto, de qué manera,
ahora,
días que están así, tan solos,
tan con ganas de verte:
alborotar la casa abandonada,
pasearte por los patios
como ayer no lo hice,
como no supe nunca que tenía que hacerlo
junto al olor a humo de tu falda.

Porque uno se cansa de que no estés más cerca.
Yo voy, peleo, grito, transo, me explico,
un carrusel de adiós gira en mis tardes,
un sábado a las cinco me enfría el corazón,
me estimo mucho menos cuanto te sé distante.

También a veces digo que no has muerto,
que el tiempo no ha deshecho ni un hilo
de aquellos que tejiste,
que estás aquí mirándome en los días,
diciéndome está bien hasta lo malo.

Tu muerte la trampearon con la lluvia.

Por eso entonces,
cuando salgo a buscarte en el octubre,
cuando me pega el sol, la vida, los caballos,
los pájaros, las flores,
mi escondida manera de quererte,
sé que no sabes cómo, cuánto, de qué manera
duele entender que todo esto
es nada.

MISIÓN DE ENREDADERA

Debo hablar de un árbol que va a morir mañana.
No se ni quien lo trajo,
si vino con la casa,
así, de golpe, único y nacido
como nace un desierto sin hombres y sin aguas
o si una tarde humilde, de esas tardes de siempre
en que no pasa nada,
un abuelo lejano de otros que aquí vivieron,
que fumaba su pipa y sembraba albahacas
le estreno la raíz bajo un sol de noviembre
y se quedo a mirarla.

Pero sé que creció, detrás de calendarios,
detrás de noches negras como hormigas sin cargas,
detrás de gritos simples de niños que nacían,
detrás de todo el mundo que andaba por la casa.

Sus zarcillos buscaban un misterio de estrellas,
un por que de la luna literaria,
una verdad del grito que oía en sus raíces,
una boca que hablara�
Tenia religión de sol y de tormenta.
Con la lluvia sentía lentas voces de flauta
y enroscada, ganando la altura poco a poco,
fue llenando los techos con mil brazos de savia.
Mi memoria esta lejos,
tocándose la infancia,
pero la llamo a gritos:
Debo hablar de este árbol que va a morir mañana.

Se entretuvo escuchando a los gatos que complican
la noche, que renuevan de sonámbulas ansias
las esperas del tiempo y el porque de la vida
y el misterio de siempre en la fauna.
Le cruzaron mil pájaros pobres,
con nidos y pajillas en los picos, como encuentros de hadas
y trepo, como trepa la sangre
desde la vena amarga
hasta la dulce gota del índice
y se fue de la casa visitando otros hombres, de claras
miradas, de miradas oblicuas
y de cualquier mirada.

Lo vio todo. Los niños con tutores,
las madres con sus hijos sufriendo herencias, las matracas
sin carnaval, los perros atados con cadenas,
el obligado vaso de agua
con su píldora al fondo, el vino derramado,
la miga del pan crudo y el pájaro en la jaula
cantándole al olvido de su libertad antigua.
Vio el color de las caras demacradas
de los hombres que gastan su tiempo
porque algo debe hacerse con el tiempo; las armas
escondidas y prontas a la muerte.
Vio la torcaza herida sangrando por sus ramas;
vio hombres que comían vegetales
sin saber que nacían vegetales, casas
imprevistas puliendo amores
y gentes sin angustias en calles solitarias;
vio nostalgias llorando por los parpados;
vio hombres que volvían de puntos cardinales con cucharas
de hambre; vio política hiriéndose en las calles,
uniformes siniestros, propaganda,
y apenas una ronda bulliciosa de niñas
que jugaban
y apenas los gorriones
que le ponían ruido de pájaro en sus ramas
y apenas una luna, instándole a seguir,
sin escuchar a nadie sobre una noche clara.

Pasaron muchos años,
Su corazón, debajo, por raíces amargas,
como un buzo de tierra, probando minerales,
investigando el fondo de los patios, avanzaba.
Sintió que le pisaba el hombre de siempre,
el de la misma cara,
el hombre general, el no determinado,
el hombre que tomaba su café en las tazas,
su sal en el salero,
su voz en la palabra;
el hombre cotidiano, con una ley a cuestas
y una mujer, su esposa, la misma de todas las mañanas.

Entonces se acordó, tal vez, de aquel abuelo
que se quedo a mirarla.
Y supo que tenia en su primera letra,
la primera de todo el alfabeto, blanca,
un varonil acento designándolo.

Se hincharon sus raíces como esponjas llenas de agua,
levantaron baldosas y cimientos,
yacentes cañerías, paredes calcinadas,
arriates florecidos
y alfombras colocadas
para acallar los ruidos imperfectos.

Vio que los hombres iban preocupados con descarnadas
manos con herramientas, disponiendo su muerte,
cortando sus raíces, sacrificando el agua
de sus flores, juzgando su misión de enredadera,
su curiosa misión de taladrar las almas,
de apaciguar las lluvias por agosto,
de penetrar las bocas solitarias,
de gritar la verdad, con la memoria henchida
quebrando las paredes como cañas.

Y sabiendo su muerte artificiosa,
una flor casi azul, inmóvil de dolor y de agonía, en la rama
mas alta, aconsejo lo humano para siempre.

He hablado de un árbol que va a morir mañana.

(Litoral de Angustia, 1949)

MUCHACHA CON PRONOMBRE

Para Isabel Rousset, “Bola de Sebo”

Isabel Rousset, Bola de Sebo, muchacha sin pronombre,
carne de alcoba y llanto:
te gustaban los pinos color nieve,
las pocilgas sin nadie, los caballos
mordiendo en sus pesebres una pizca de luna;
te gustaba el molino, el lirio abandonado
en las manos solteras, la mediana función de las lagunas,
la fe de los riachos.
Te gustaba comer -¡tan familiar!- junto a tu cesta
y beber el borgoña y nublarte con pájaros.
Te gustaba decir algunas cosas.
Te gustaba reir de vez en cuando.

Isabel Rousset, Bola de Sebo, regresas desde el aire,
con un pecado en torno, diluida y casual como la sombra
de algo.

Isabel Rousset, Bola de Sebo… ¿Qué hicieron los
burgueses
con tu corpiño roto? ¿Qué hicieron con tu llanto?
¿Te dieron de almorzar? ¿Te regalaron pinos y pocilgas?
¿Te festejaron toda con lirios y caballos?
¿Te miraron igual que a sus parientes,
te acreditaron sitio, te lloraron?

Por ti, por esa carne tuya -miga o cielo- y entregada sin
rumbo
ellos siguen de pie, mercando
las espinas y traficando lanas en invierno, tanteando el mar
porque es posible el oro más allá de los peces y los
náufragos.
Y están muy bien así, aunque el sol se les cuele en los
roperos,
donde siguen viviendo con un olor de cuerpo bien lavado.

Isabel Rousset, heroica prostituta: te quitaste el vestido,
tu cadera de amor, tu pecho transitado,
tu soledad de sauce sin ribera,
tu orientación de muerte y un poblado
de cosas que nacían de ti bajo la noche
y te diste al prusiano,
ilimitada, toda sin urgencia,
tan plena como un sol que cae sobre un sembrado.

Después, sacrificada fruta, légamo caído, sin pronombre,
fuiste a buscar perdón sencillamente. Y te dolía el tacto
y la mirada ahondada de palomas
y el temeroso pie y el cuenco de la mano.
Y el burgués te miró como se mira un pozo.
Y no te perdonó. Nunca, Isabel Rousset, te perdonaron.
Tu final se lloraba detrás de un vidrio corto.
Tu voz se amordazaba con un pañuelo áspero.
Tu corazón de pinos y pocilgas se ahuecaba por dentro.

Isabel Roussat, Bola de Sebo, toma mi mano;
hace ya un tiempo largo que no estás con nosotros
y no ha cambiado nada: ni el nacer, ni el morir, ni el
sobresalto.
Poblaremos los puños de centeno y de cobre,
caminaremos largo,
desde la cara hueca del vacuno hasta la cara humana,
desde el pienso a la cifra, desde el mugido triste hasta el
vocabulario.
Andaremos con todas las mujeres compradas de la tierra
y tú y yo, Isabel Rousset, diremos algo:

Diremos que algún cuerpo caliente como el tuyo
fue el que pobló hemisferio, que los astros
se aprietan de dolor cuando te escupen,
que no abrigan las colchas y las sábanas si debajo
no hay quien ame y que es fácil
cosechar la comarca de un rey cuando el esclavo
no tiene voz ni pelo. Y diremos, en fin,
que eres una señora y que estamos
esgrimiendo las picas para tumbar la infamia;
que no importa el cochero, ni el peón, ni el soldado
que te besó la piel. (Qué triunfo:
que un soldado besara en pie de guerra, que un soldado
se pusiera a pensar en cosas distraídas;
en tu sonrisa de algo
y en tu pronombre dicho entre paréntesis…)

Les diremos que estás sentada a la derecha de Dios y que el
pecado
procedía de ellos, de sus carnes espesas y aplastantes,
de sus miserias vivas, de sus dientes de lobo, en fila y
apretado

Ven con tu sangre fresca, con tu pelo de niña:
dame la mano.
Tu corazón se mueve con un temblor de Agua
en cuyo fondo hay un plumón ahogado.
Tu cadera de amor rodea el mundo,
tu seno está bien alto,
más allá de las criptas profanadas
con ídolos falsos
y tu pronombre, tú, Isabel Rousset,
tiene que estar vestido con flores y con pájaros.
Isabel Rousset… estos burgueses!
¡Y este trágico estar sin fuerzas para nada!
Dame la mano…

(“Mediodía por dentro”, 1951)

POEMA PARA SER LEÍDO EN UNA ESQUINA

(Corrientes y Medrano)
Para Adolfo Coalova

Acá, más acá de este otoño,
más acá de esto vivo, en el hueso, en las venas,
en el fósforo pobre,
en la copa apretada como última moneda,
naciendo y renaciendo
desde llanto y protesta.
Acá, entre calles, rico, inamovible, perfilado
a las tardes sin sol de par en par abiertas,
nombrando a la que muere de amor por un geranio,
viendo crecer entierros, panaderías, sombras llenas;
acá donde se tuerce un sueño a cada luna,
donde se cae de un árbol toda la noche entera
y los años reclaman la sien y la fatiga,
debe de ser leído este poema.

Este poema se hizo de muchacha a deshora,
de muriente tabaco, de doce menos cinco, de madrugada
abierta;
se hizo de alcohol posible, de sensorial vestido,
de algo más que corbata y que silueta,
de comentada arruga entre los dedos,
de eso así como pena
puesta a secar, tendida en los rincones.
Se hizo todo de fábula esquinera.

Y es para ti mujer adjetivada,
corpiño ya estrenado, ropa suelta.
Para ti que solías rectificar agostos,
doblar grafologías en la mesa.

Y es para ti, gandul, noctambulero,
ladrón de cosas buenas.
Para ti, que te vas como un pañuelo
rumbo a un tiempo cualquiera.
Para ti que te fuiste -tan temprano-
sin demostrar maneras.

Es para todo el mundo que ha nacido
con la noche arropada a su derecha.

Es para todo acá, es para todo:
gandul, noctambulero, corpiño ya estrenado, ropa suelta.

¿Qué había más allá? ¿Qué había tras la tarde sin sol,
tras el sostén de nada, tras la mueca?
¿Qué había tras las doce menos cinco,
tras el áspero roce de fábula esquinera?
Había multitud -¡qué torpe!-
quemando el primer beso en la risa suelta.
Un crepúsculo amargo que nadie conversaba,
mesas recién servidas, corazones de arena,
generación con saldos venideros,
hombres legales tristes como ovejas,
tarea de vivir o no en el fruto,
arcángeles —tal vez arcángeles- y espejos de solteras
que morían de amor por un geranio.

Había apenas eso: mercado, multitudes, polvo y piedra.
Y había más: torpeza, reciedumbre en lo santo,
penumbra ante el dolor y la miseria,
renunciación total frente al vestigio,
sofocamiento de astros y de estrellas,
triunfadora rapiña,
maceración del sol, destierro de la niebla.

Pero acá, más cerca de este otoño,
más cerca de esto vivo, más cerca
de una copa y un trébol,
había este poema.

Un poema que sale de esta esquina
con una cara sola y descubierta
diciendo simplemente;
gandul, noctambulero, corpiño ya estrenado, ropa suelta.

POEMAS PARA LA LIBERTAD QUE CLAMO

Vengo a nombrar, por fin, mi compañera,
esas cosas que corren de acuerdo con el agua;
vengo a nombrar los niños, los gorriones,
las brechas en los muros, las migajas,
la frontera del aire, las leyes de la luna
y el ojal con su flor en la solapa.

Vengo a decirlo todo para estrecharte, amiga,
novia sin cuerpo móvil, mensajera de nada.

Por creerte total, desposeída,
me fui del sortilegio de las patrias,
desvinculé maneras, unifiqué septiembres,
me caminé hasta el norte toda el alma,
tuve sueños de pan, ritmos de sangre,
me puse el corazón de pájaro y campana.

Diré de tantas cosas que me duelen
y que no están de acuerdo con el agua
que tu propio confín, tu propio gesto
me ha de mirar la cara.

Por ejemplo, del hombre.
Quiero decir del hombre su acento y su corbata.
Por ejemplo, del tiempo.
Quiero decir del tiempo su arruga y su comarca.
Por ejemplo, del árbol.
Quiero decir del árbol su ancianidad, su rama.

Quiero decir de muchas muertes vivas,
de invertebrados ángeles, de hormigas y cigarras,
de lozanas edades en los patios
de pizarrones sucios de entrecasa,
de este afán de robar los horizontes,
de esta ternura mía de apadrinar palabras.

De fundar una estrella a mediodía,
de atarse la canción con cuerdas de guitarra,
de invitar la gaviota a nuestra cena,
de perder un domingo, de devolver un ala.

Pero… Dónde estás tú? Tras de qué vidrio?
En qué después incólume, en qué mundo sin traza?
¡Qué verdad te enumera, qué rasgo te produce,
qué almanaque te advierte, qué reloj te desanda?

Tú no estás. Ni siquiera
en esta copa rota que bautizó mi cara.
Ni siquiera en la luz que me apuntala el pecho.
Ni siquiera en la herida que se descubre el alma.

Y pregunto por qué. Tu corres, a menudo,
por otra latitud, sobre otras maneras y otras razas,
con piernas casi siempre a ras del alma

¿Por qué no revivir eso que es tuyo,
no demoler principios, no desbroncear estatuas,
no beber el café, tan así de repente,
no sojuzgar los vientos, no desventrar las lágrimas?

Libertad, libertad, pájaro suelto,
¡cuanta inicial te llama!

Libertad, libertad, pájaro suelto,
¡que renglón prometer, que cosa amarga!

Libertad, libertad, calle en la noche,
vidrio de copa rota sobre el alma.

Libertad, libertad, tabaco puro,
inocencia de niño, dedo puesto en un mapa.

Libertad, libertad, quién lo diría…
Anduvo acá una noche y me estrelló la cara

RADIOGRAFÍA DE ALMAGRO

Fue en una de las tantas tardes
en que pisando tiempo, corazón o acera,
me incliné a tu adoquín y a tus paredes,
a tus camisas amplias de obreros o a tus polleras
tornasoladas de amor;
a tus tacos muy altos de niñas fabriqueras,
a tu heredad de gaita y mandolina,
a tu abecé de bares que te pueblan
t recogí tu gusto, tu palpitar de barrio
y me senté contigo en un umbral, como se sienta
un pobre diablo que ha encontrado
la única moneda.

Cómo rebotan hoy entre mi sangre
tus boicots infantiles en los muros del once,
tus pelotas de trapo, tus tabernas
con cuerpos inclinados a la muerte
o a la congoja; cómo rebota el corcho bacán de las botellas
brindadas a la amante a fin de año
y cómo el protestar del beso
que en Potosí se daba creyéndose la boca con estrellas.

Cómo rebotan, sí, las llantas de tus packards
frenando a medianoche sus aventuras huecas;
la quejumbre moral de las novelas de las radios
tejiendo el melodrama en las solteras;
el vago olor a campo de algunos corralones
que abren su cara fresca en guardavieja;
el tufo a vino o tabaquera del abasto,
el hondo ruido a carros que despejan
el alba con su anuncio de trabajo,
el rango de tu plaza saltado en primavera
y la chafalonía luminosa de corrientes
y el gorrionaje dulce que te altera.

Cómo rebota, sí, tu cara de muchacho,
tu traje personal, tu cabellera
desatada después de haber llovido
y tendida en esquinas como una muerte recta.
Tu ronda de borrachos cordiales como el sol,
tu fábula esquinera.

Quiero cantar, decirte, llenarte hasta mi vaso,
cabecilla lunar de esta ciudad sin tregua,
punto final de chacras o de quintas,
quintaesencia
de costo en buenosaires,
quintaesencia
del ancho muro amargo de la vida, donde uno se para
y se golpea el corazón, el aire y las maneras
y se sabe hasta aquí,
tan mezclado de cielo y tan de tierra.

Quiero pedir, llamarte, comprenderte,
con esta azul sabiduría tierna,
con esta buena intención por tus balcones,
por tus lluvias de amor, por tus abiertas puertas.

Quiero mostrar, gritar o pregonarlo.
Aquí nací y nacieron: los de veras,
los que tienen de oeste el ademán,
de oeste la memoria, de oeste el cigarrillo o la belleza.

Aquí nací y nacieron: los padres, los hermanos,
las muchachas queridas hasta el adiós y los amigos que me
muestran
todo un gran corazón calzado en la solapa
y un estar con la vida alegremente cierta.

Aquí nací y nacieron: los puentes,
los trenes que se van, las noches que se quedan,
los mediodías acabados con vermut,
las tardes que inauguran rincones a sabiendas.

Aquí canté y lloré y anduve tu adoquín
con el alma doblada a tus umbrales y a tus puertas,
y tuve lasitudes de amor
y ganas de fumar y ganas de tristeza.

Tú me quisiste siempre
como a un gorrión que juega.
Y eso de andar, almagro, cobijándome,
es gaje de tu oficio centinela.

Para poder decirte enteramente
habría que beber, por ti, jugo de estrellas,
habría que charlar de cosas inocentes
como hacen tus niños al borde de la siesta.

O habría, acaso, que inventar un himno
más simple que la marcha de una escuela.

ÚLTIMO VIAJE

Sube, muchacha. Es el último viaje de la noche.
Tengo las manos llenas de ciudad callada.

Atrás quedaron tangos, bandoneones,
clientes del amor y copa cara.

Quedó ese ruin motivo de la vida
para gastarla.

Tengo un látigo astroz que a nadie pega.
Sube, muchacha.

Atrás quedaron súplicas, promesas,
historias desveladas,
cigarrillos fumados tango a tango,
recuerdos sin palabras
y rostros amplios de deseos
y manos calentadas.

Quedó la charla inútil con gardeles, con ferreyras,
con leguisamos -¡siempre!- y las caras
infladas de negocios muy redondos
al borde de unas vacas.

Tengo un coche muy pobre y con capota.
Sube muchacha.

Tu cadera se da a los marineros,
a los que juegan a tres bandas,
a los esposos crueles y cristianos,
a los pobres de amor y a los de plata.

Se dan en turbios rincones oportunos,
o en sitios con lámparas de pie y porcelanas,
o en lugares de nadie,
o en una simple plaza.

Tengo un cabello flaco, a lo quijote.
Sube, muchacha.

Pero cuando te diste, diste todo.
Tu cretona, tu sensación de rosa y tu frustrada
sensación de espina.
Diste el reír, el cuerpo y la mirada.

Tengo, también, alguna larga calle con faroles
y el adoquín con luna en esquina pisoteada.

Te vio crecer cierto fondín del barrio
que transpiraba vinos y cebollas. Tu cama
tenía por dosel las culpas de los otros
y llorabas muy bien lo que llorabas.

¿Fue por Dock Sur? ¿O fue en San Telmo?
¿O fue en Boedo, o en la Boca, o en Tablada?
Nadie te puede averiguar la zona.
Se sabe que fue un barrio. Casi nada.

Tengo, además, el pulso firme del auriga
y un viejo amor por todo lo que amarga.

Me duele tu regreso como me duele sorprender a un pájaro
amanecido en una jaula.
Dame esa tristeza propia de los seres
que se acuestan, azules, de mañana
y toma el látigo y las riendas
para el último viaje por la ciudad callada.

Tengo un pequeño corazón de estaño
dispuesto a sollozar. Sube, muchacha.

(CIUDAD SIN TREGUA, 1953)