DÉBOLE, CARLOS ALBERTO
10

Dejo triviales lujos desgastados:
el sueño contrapuesto a la tristeza,
un noche vivida y olvidada
en Angulema o brujas,
el día memorable en que fui tigre,
los más en que fui oveja, alguna imprecación
que, sin duda hoy, repetiría,
un cedro azul al que vendí la sombra
y que secó de prisa,
y una sangre confusa
que mis hijas, sin pausa, pluralizan.
No enumero mis libros
en que a los grandes plagio,
omito sobre amor los comentarios,
no cito ausencias
para no parecer tan minucioso.
Mi vida repartí, no me censuro,
descarnado desprendo el todavía.
Un final con decoro es lo que aspiro
y una sombra después, la del olvido.

13

Disparó el cazador.
Se alborotaron ángeles y búhos.
Para fijar la noche
trajo la flecha su curare en andas.
Trajo también las moscas.
Tendrán triste trabajo las mujeres.
El acertado
parece atento a llantos y palabras.
Lo exaltan la botánica y el símbolo.
En sus manos la flor resulta extraña.
Allí está el cazador entre esos hombres
que convocara el frío.
Se ha querido quedar, está excusándose,
anda de grupo en grupo.
Espaldas erizadas como muros
lo rechazan.

2

Este rostro,
esta fachada que lacera el tiempo
y atraviesa la tarde; este muro
que cubre con pudor
su atado de memorias,
sus burladas esperas,
sus infusos estíos
esta gárgola
de quebrada garganta y sucios labios;
esta cáscara de canela;
este sueño que zahondo entre mis manos;
esta vieja ternura;
este acecho.

20

Quedó mi sombra en casa.
Mis hijas desnudaron el hollín,
sus cáscaras de otoño.
Ordenaron los sueños,
pusieron el futuro en los relojes,
aventaron los pájaros azules.
No advirtieron que así
borraban a su muerto.

22

En los espejos curvos
las figuras se pliegan.
Deformando divierten.
El tiempo hace lo mismo
y nos agravia.

24

No dejéis en la mesa, al acostaros,
ni pan ni leche; atraen a los muertos.
Rainer María Rilke
Dejadme vino a mano
e higos y avellanas.
Vendré a buscar mi rostro
mis huellas por el alba.
Cada cosa en su sitio,
que no haya mudanza.
No vaya a tropezarme
y os despierte alarmadas,
y os digáis una a otra:
él anda por la casa.

3

Brama el ciervo de las islas
su soledad tan última.
Quebranta la maraña,
hunde las patas en el cieno muerto.
Su fatigada cola
agita la rama viva del aire.
Brama. Brama hasta el final del día.
El ulular del búho
es el único eco que devuelve la noche.

3

Era mi padre un mago. Cirujano celeste.
Iba de la lombriz a la paloma
con el metro y el lápiz.
En cuando yo volvía los ojos de mis juegos
una ventana nueva clausuraba la tarde.

31

Al espejo lo sostiene el marco,
pero más la ventana.

32

Sólo necesita un espacio
para determinar que existe.

35

El tiempo es como un río…
Se adelanta en la bola de cristal,
y lo detiene la fotografía.
Esta lo enmarca misterioso,
y congela el reloj, la risa, la mirada.
En el espejo el tiempo rueda y rueda
en un presente eterno y fugitivo.
Incesante, inmedible,
ese instante minúsculo,
esa insomne partícula,
sumándose y sumándose,
engendra la condena del pasado,
hacinando el amor, los sueños, la muerte,
y el olvido
que es una distracción de la memoria.

4

El ceño adusto de los cipreses
ha crecido en el crepúsculo
y mi barba descolorida
se repite con saña en los espejos.
Sueño mi nombre, distante, al ras de hierbas,
centrando la losa, fatigando el olvido,
allí, donde los vientos me ignoran,
restregándose.
Y miro el fin de todo y mi sombra en cenizas,
y soplo su espesura
y yergo aquellos años usados y salvajes
con sus suertes confiadas y los senos de mármol.
¿Por dónde, en esta noche
de atareadas memorias,
hallaré sin uso una esperanza?
Quizá mañana
alguna palabra
sea aún grata a mis oídos.

4

A la advertencia humana destinado.
Quevedo
Corrobora mi infierno.
Me calca con fijeza
y siempre tiene algo que corregir.

49

Herida la garza
mira fluir su muerte
en el albo reflejo.
Y llora por su prójimo del agua.

5

Aunque en el espejo, zahiriente,
ese extraño me mire.

50

Y vi la garza
acechando el agua
y dije: Nadie.
Y el silencio tenía
una grieta en su centro
tan blanca que cantaba.

63

Y cada vez más alta
la garza se hace cielo.
Del invisible tallo
la raíz se desgarra.

66

Sí, soy estas plumas, estos huesos, este polvo,
pero en la memoria de los que me amaron
guardo la antigua forma.
Tan sólo el olvido es más triste
que este deterioro.

7

Un algo extraño anda por la casa:
un cobrador de olvidos,
la sombra de otra sombra,
un niño crecido.
Que no grite el ave de la noche,
que no les dé el aviso.
Que mañana despierten
inocentes y limpios.

75

La mosca en el espejo
sincroniza sus pasos.
Se camina a sí misma.
Hasta su sombra calca los ritmos,
ávida en la doble unidad.

77

El tigre agazapado
bebe su imagen
mientras avizora
el callado contorno.
Los amarillos ojos
en la hondura entrecierra.
A ese pérfido alarde
de su rostro rayado
le tiemblan los reflejos
en el belfo goteante.
El agua toma el gusto
de su espléndida sombra,
de sus acres de orgullo.
Por la lengua escabrosa
lava el río lo abrupto
de la sangre reciente.
El titánico salto
—rayo de luz, vislumbre—
entre verdes
hurtados al reposo,
y el agobio del ciervo
y su efímero grito.
Esa felpa suntuosa
y aurinegra contiene
la carnicera hazaña.
Ahora lame —y se lame— la levedad del agua,
la luna que se quiebra y se compone,
el bosque riguroso y sumergido,
y esa sed de sí misma
con su imagen de tigre inagotable.

8

Simultáneo espionaje.
Colmado de esta muerte
tan escondida,
nunca ignorada,
de esta extraña alianza duradera
que despertó conmigo,
siento diluirse los embozos.
Siento, también, que entre palabras,
el silencio crece en mi boca,
que el pájaro y el sueño,
y el enredado amor,
serán negados para siempre.
No importa,
me allano a lo incoloro.
Eternidad, ya voy,
ya voy con mi esperanza.

86

Entre las cacerolas
mi madre es otro humo azul.
Los dioses que la asisten
esperan su ración.
Ella esquiva sus sombras
y me sirve primero.
El espejo refleja esos rostros ansiosos,
postergados.

88

Toda la noche ardió una antorcha en mi cabeza.
Hay restos de ceniza
en el hoyo de la almohada.
Mi madre dice haber visto
una extraña luz en el espejo,
y con una cuchara
recoge las cenizas del ángel.

ADOLESCENTE

Adolescente indígena
plantado como un árbol
del lecho legamoso
brota desnudo y alto.
El sol quiebra en espejos
la piel al río impávido
que funde y que desangra
los muslos cercenados
y mece el pez de sueño
del sexo del muchacho,
medusa ensortijada
con un solo tentáculo.

AGUINALDO

Nací y he de morir en primavera.
Mi aguinaldo será en la sepultura
el hueso en paz, la caja de madera.

ALAMBRADO

Campo en hervor intacto y luminoso
inauguró su brillo. Le arisquearon.
Hidrografía intrusa en la que el viento
compaginó su insomne son metálico.
La tarde le brindó melancolía
y el óxido le dio color de campo.
Ululó en sus postes la lechuza,
lo salpicó de azul la flor del cardo,
y en sus márgenes, bestias contenidas
por el zumbón alambre, se desearon
en caliente unidad mutua de espera.
Así dolió tendido el alambrado.
Al clima justo lo llevó el hornero
que redondeó sus cúspides con barro.

AMOR

Alerta esté el amor,
no su memoria.
Que el susurro del verde
crezca en las palabras;
que no entorne los párpados
el moho del recuerdo.
Que cada día, renovados,
nos descubra al acecho.

ARAÑA

Pescadora en acecho
la araña con red pesca
por el vidrio del aire
geometrías de selva.

AVE ARRASADA

Verde plumón bañado en sangre roja.
Ave arrasada en soledad ya vuela
sólo en el grito áspero creado
por su garganta para siempre rota.

BOLA DE CRISTAL

Leo en mi tumba:
Tú,
que miras de tan lejos
no olvides
que aquí yaces.

BUENOS AIRES

Debajo de estas piedras,
entre Saavedras y Álzagas, intruso,
yo, Juan García, un sin linaje, yago.
Fui ordenador de verticales,
el porfiado albañil de este recato
de severa y anclada arquitectura.
Las columnas hervían en mis manos.
Primero desbrocé la pampa chica
de matojos e indios,
luego di forma a la penumbra,
llevé la sombra de la cruz al río,
puse en jaula de plata
los dragones de incienso,
y ayudé a estas torres a encaramar palomas.
Cuando las invasiones
el plomo inglés me dio en el pecho.
Aquí caí.
Mi sangre escribió entonces
esta inscripción apenas descifrable:
Soy parte del olvido,
pueblo puro,
otro anónimo más
creciendo a Buenos Aires.

BUITRE

Ápice del silencio.
En el tallo del vuelo
se mece el buitre.
Abajo, mordazas de piedra,
el rostro del tiempo.

CABALLO VIEJO

Hasta le llora herrumbre
de sus ojos cansados.
Testa en piedra labrada
por un aire estatuario.
Las crines le han crecido
confundidas de pasto
en complacencia fiel
de tierra y de caballo.
Ya sólo tasca tiempo
sin lucha y sin engaño
y espera por instinto
la sombra del carancho
inmóvil cual si fuera
excrecencia del campo.
¡Qué lejos el potrillo
de vivísimos cascos
creando surtidores
en aguas del bañado!
Trasluce su osamenta…
Sus huesos inmediatos
al suelo entre las matas
se vienen resbalando.
La tierra ya le entibia
los remos doblegados.
En sus ollares tiemblan
los postrimeros hálitos
y excrementa la tarde
erizada de cardos.

Lo está velando el aire
entre nubes de tábanos.

CALLADO URUNDEL

Tac, tac, tac… El hacha
con moroso compás
le alumbró el corazón.
Tras el roto silencio
árbol de luz lo suple.
Mece ramas azules
el cielo inesperado
y un viento alto embiste
sueños de hoja y nido.
Verde olor espantado
perdura. Rememora
la dimensión del trino
el ala numerosa.
Ahora, ya nostalgias,
la antigua voz de selva.
El “diablo” le remolca
el labrado futuro.
Su costumbre de pájaros
los bueyes le babean.

CANTO

El olor de la luz. Las humedades.
Cubiles del helecho y de la ortiga,
constelación de monos y de plumas,
capital de tortugas y palmeras.
De esa viva redoma tan recóndita,
de esa vértebra verde, madre agreste,
zarpa el río su hosanna por América.
Se integra a los descalzos de su vera,
los del mismo color reconcentrado
de esa tierra escondida y alfarera.
Los de mano que trenzan el bejuco
y panes de mandioca redondean;
los arqueros de elástico sigilo
que desvelan el sueño del venado
aguzando en la piedra sangre y flecha.
Rompe nudos de lianas y anacondas,
empuja islas, caimanes, camalotes,
prueba en Guayrá su líquida garrocha.
Brasil y Paraguay son sus riberas.
Aún están los desnudos, los descalzos,
los lacios del asombro y de las máscaras,
con sus brujos, payés, sus exorcismos,
entre orquídeas y azules mariposas. Destilando su selva, sus raíces,
derramado de América la oscura,
lancina el Plata de ingle generosa.
Rostros blancos venidos mar allende
se acercan a ese norte lentamente,
ese centro del mapa donde arden,
esquivos sagitarios, los hermanos,
esos puros, descalzos, los América.
Este río es su himno cotidiano.

CARACOL

Oh Diógenes bicorne del tonel y la baba,
tu plateada escritura envisca la maleza.
Luces el esqueleto de la espira y el nácar
por fuera, contra el orden de la naturaleza.

CARDÓN

Ha renunciado a pájaros y ramas
y un azote de espinas lo contorna.
Yergue en vigilia su perfil austero;
la rosa que le brota lo abochorna.

CASTIDAD

Miras la espada,
su pájaro despierto.
Bajas los ojos.
Ante el sol que nos une
ayunas abrasada.

CAZADOR

En la mira del arma
tiembla un flamenco.
Que no quiebre el cazador
este silencio,
esta quietud de vidrio,
el largo sueño.

CHURRINCHE

¿Por qué lanzas o espinas alanceado?
El monte con su sangre se salpica
y su muerte esperada multiplica
este pájaro vivo y degollado.

CIGARRA

Diva de voz solar y monocorde
extrema su estridor y altivo arrobo
y derrama las erres con que roe
esta siesta de luz con algarrobos.

COLIBRÍ

¿Es acaso espejismo, juego, alarde,
esta de pronto magia que nos iza
unicornio de plumas y electriza
el silencio soleado de la tarde?

Todo centra esa brasa, tanto arde,
que el ojo, su afluente, se hipnotiza.
Alrededor el mundo es de ceniza,
que la memoria en pausa lo resguarde.

Esa flor que lo ahonda lo persiste.
La sombra detened pues si lo embiste
con su marea azul le dará muerte.

Todo el aire veréis ensimismarse
y al día sin fulgores instalarse
de nuevo en su costumbre y en su suerte.

CONCLUSIÓN

La garza hiere
en la rosa del alba
el aire virgen.
El recuerdo demora
la sutura del aire.

DE NUEVO AMOR

…Serán ceniza, mas tendrán sentido
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Quevedo
Polvo serán… un fino polvo quedo,
memorias juntas de una lenta espera.
No urgí el relevo de la primavera;
viví y amé y soñando me sucedo.
No claudicó mi fe ni mi denuedo,
y si converjo al fin sin que lo quiera
me acompaña el amor que se enumera
en voces que mitigan tanto miedo.
Me celebro mi siempre enamorado.
El tiempo irreductible no me absuelve
del rictus mineral y demudado.
Y casi sin mañana, en desvarío,
un nuevo amor afronto que devuelve
a este polvo final el gesto mío.

DESAPEGO

Sigues distante
el río azul, la garza.
Por la ribera,
yo mudo, navegándote.
Mas disfruta tu sombra.

EL ESPEJO

Testigo de promiscuidades,
de ridículos gestos,
de elocuencias y humillaciones.
Boca de dientes invisibles
que día a día me desgarra.

EL PARANÁ

Ven de tu ausencia, Padre, que te espero
Ya la estatura de tu muerte olvida;
vuelve a los aires de aturdidos pájaros,
deje la mano ese montón de tierra.
Ven, Padre amigo, a reanudar paisajes
de aquel azar primero,
cuando viví en tus ojos este río
en un noviembre que el recuerdo hostiga.
Escapa a tu armadura gris de niebla.
Méllale el filo a tus azules labios.
Y con la risa franca del retrato
ven, Padre, a nuestro río y naveguemos.

EL PUENTE

(1948)
Hortensias rosas y pinar fragante.
Con un salto de ciervo en desvarío
el puentecillo lanzóse hacia delante.
Con grillos de agua oscura en cada codo
lo engrilló entrambas márgenes el río.
El tiempo luego lo fijó en el lodo.
Y hoy el puente está en la tarde quieta
como el árbol y el zorzal, el sol de estío,
el verde, el gris, el rojo y el violeta.

EL SUEÑO

El sueño
nos hace autómatas.
Somos su raíz
y su inocencia,
también su miedo
y su memoria,
la forma del deseo
y lo negado.
Un invento de Dios
para aplacarnos.

EL TIEMPO SITUADO

Estaban los mochuelos
volando entre los árboles.
Estaban, o quizá creía verlos,
o quizá los soñaba
recordando figuras de algún libro perdido.
¿Dónde irían, sombríos, los minúsculos búhos?
Y yo los miraba desde mi melancolía
en esa tarde que avanzó con ellos.
Y cuando, desprendidos de mis ojos,
se esfumaron,
el aire cobró un frío secreto y corrosivo,
y creció mi soledad de aljibe abandonado,
de cosa destinada a los olvidos.
Y el rumor de las hojas secas, arrebujándose,
fue haciendo la noche.
Esa noche a la que hoy vuelvo el rostro.

EPÍSTOLA DE MANUEL J. FRANCIONI
I

Nacer…, morir…, opuestos aparentes
de un fantástico sueño.
Nada es nada, ni vano, ni imprevisto.
Impuesta la tarea de ser hombre,
al azar de tumultos y sosiegos,
fui en la urdimbre de Dios un elegido,
su portavoz celeste de palabras,
el arqueado galeote de lo oculto.
Empeñoso, fanático, arrojado,
asumidos los dones del Fluyente,
usé los talismanes de la lengua:
metáforas, imágenes y símbolos.
¡Aquel encantamiento:
las maderas crujientes de la noche,
la cal azul del alba!
Buscadme una memoria donde asirme,
me desgasta el olvido lentamente.
Soy ahora el que espera, polvo bíblico,
el germen de otra forma aún incierta,
algo más que esta muerte que me muere.

EPITAFIO A F. GARCÍA LORCA

Dos manos granadinas le descalzaron.
El aire llena ahora
los dos zapatos.

EPITAFIO DE ABEL

Yace aquí la primer melancolía:
De Abel el alarido y el espanto,
de Adán el anatema, de Eva el llanto,
de Caín, para siempre, la alegría.
Como las sombras de viejos pecados
que no encuentran olvido
fosforecen los huesos desvelados.

EPITAFIO DEL AUTOR

El tiempo que ni vuelve ni tropieza.
Quevedo
El tiempo que ni vuelve ni tropieza
dio a mi paso mudanzas y destino.
Vida y muerte sufrí ¿fue vana empresa?
amor y desamor, memoria, olvido.
Aquí llegué. Examinad mi huesa,
más fatigas que ocios esparcidos.
Ya fui. Cuán poco importa lo que resta,
fósil de piedra, imanes carcomidos.

FIN DEL SUEÑO

Fin del sueño.
El tiempo recomienza:
abre puertas, ventanas,
y esa herida en el rostro,
la palabra.

GATO

La lengua,
en aplicada pulcritud,
ha puesto en acción sus esmeriles rosas.
Acicala la vibración salvaje de la noche última,
sus olores;
ordena los caminos de la piel,
los árboles del pelo,
ese bosque negro y misterioso.
Bajo la opulencia de la luz
el cuerpo en abandono
inventa una muerte parcial.
Sólo la cabeza se opone al hondo sueño: los recortados triángulos de las orejas,
el malicioso amarillo del ojo,
el móvil pétalo limando el pasado.
El día refulge y está grávido de noche.
Cuando nazca la sombra,
en despacioso parto,
por el asedio lunado de los techos
un sigiloso deslizarse
inaugurará su forma de animal reciente.
En soledad, alertando terrazas,
izará su gemido de niño torturado.
Y cuando el amor lo encuentre
sopesará su condición de gato,
su contorno empinado,
las lindes del instinto.
Y otra vez,
los esmeriles rosas
borrarán las ajetreadas huellas,
los límites de un día en la noche,
sus sabrosas memorias.

GOLONDRINA

…Y en todos los mortales
yace la vida envuelta en alto
olvido.
Quevedo
Su penumbra de párpado y olvido
en el puerto del nido se confina.
Ya pájaro cerrado, arborecido.
Agolpada de azul fue golondrina.

HACHA DE SÍLEX

La inteligencia sangra con el hacha
un sosiego de pinos y palomas.
Músculo, sílex, vegetal, traspiran.
Piedra de siglos vuela entre la fronda.
Y el verde y el azul y el sol y el nido
en el puño del indio se acomodan.
Alado mineral, hacha primera
(roca piafante, son de prehistoria
para un sueño de fósil y museo)
noche de la resina y de la hoja
en su desvelo de madera vuelve
grupas al cielo las altivas copas.

HUELLA

La huella, lodo vivo,
evoca su flamenco.
Por el aire baldío
la imagen rosa.
Tan pura, tan sin sombra.

HUELLAS

Paso la lengua por la piedra fría,
gusto la eternidad y la profano;
algo del primer fuego saboreo,
aquel hervor ahora ensimismado.
Sombras de bayas, tenues jeroglíficos,
rumbo a lo incierto van, sumando años.
Mi saliva humedece el largo viaje,
tengo el Tiempo en el hueco de la mano.
¿Si lo arrojo confundo sus memorias,
resucito agonías, torno el caos?
Dejo la piedra que es olvido o sueño,
guarde su intimidad mi oscuro paso.

HUEVO

Sonámbulo de azar y de preguntas,
sucesivo de cales, curvo enigma.
Su alcancía de píos y aleluyas,
esa piel, ese hueso, rompe el día.

I

La muerte,
ese alto muro donde tropiezan los recuerdos.
La muerte, ese último logro que alcanza la fatiga.
Esa noción final del mundo
como única patria verdadera.
Y esa flor, como una medalla tardía,
sobre el pecho.
La muerte, fabricándonos.

I

En la noche dramática,
extraña y vehemente,
mi madre se quejaba.
Sabía que daba a luz esta muerte.

II

Puentecillo.
Corazón de la noche,
mal herido.
¿Qué arquero te arroja
la flecha del río?

II

El lagarto es una incrustación,
un sueño,
una derivación de la piedra.
Un orden salvado del caos.
Una intrusa memoria.

II
La muerte del poeta

Preso en un sueño en el que yace y dura,
exprimido limón, nardo remoto,
horadado perfil gélido y roto,
mordaza del pecado, desventura.
Con espinas y púas la cintura
desangra al viejo jabalí el coto,
y el pájaro que fuga en su alboroto
engendra en la jauría mordedura.
De fatiga en fatiga, de azul cierto,
tan marchito su talle y tan helado,
en el polvo incesante se transcribe.
Y aunque inmóvil parece que está muerto,
fuego que libremente se ha soltado1
el lujo de su voz lo sobrevive.
1 Quevedo

JANGADA

Errante bosque flota
sobre su propio llanto.
Quimera y realidad
lo vienen empujando.
¡Qué pugna de gorjeos!:
sus pájaros talados
aleluyan los verdes
retoños desvelados.
Las ramas enumeran
espesuras y cánticos.
El río arrea sueños
y hostiga ese rebaño
de cunas y ataúdes
en inminente tránsito.
Húmeda de luciérnagas
la luna abre los párpados.
Bueyes de agua pasan
los troncos arrastrando
el bosque enlunecido
de pájaros talados.

LA CASA VERDE

Pintó de verde el sábado y la casa,
un verde vertical y misterioso.
Convocó cormoranes y gaviotas
que llegaron con algas en el pico.
Alentó por los muros los delfines
y trazó, inalcanzable, el horizonte.
El tarro de pintura,
con su espasmo continuo,
espumaba la orilla de su brazo.
Y sus ojos miraban con el verde
con que suelen pintarse los recuerdos.
La opaca realidad desordenaba
ese mar empinado en las paredes,
y ese viento del sur amenazando
con líquidas jaurías y el insomnio.
Azorada, la calle se decía:
Si abre una ventana, una avalancha,
un vómito de sal me vendrá encima.
Sólo atento a su propio mar de vidrio,
la pipa entre los dientes,
el hombre trajinaba por el techo,
esquivaba las aves y las redes,
esa ola más alta, el comentario.
Concluyó su labor y complacido,
entre pulpos, medusas y sirenas, se le vio descender de los andamios,
abrir la puerta de su casa verde
y entrar en ese sueño para siempre.

LAGARTO

Hierro y azufre.
Ese frío labrado
apenas si respira.
Máscara de piedra. Ágil.
No hay musgo entre sus grietas.
El tiempo no lo roza.

LETRERO

Se plantaron a un tiempo
letrero y paraíso
“Carpintería de Obra”
tuvo linaje altivo
y gótica constante.
Completaban su letra
los nombres de mi padre
en estilo sin pompa
pero bien destacado.
Desde todos los ángulos
su contorno visible
participó del aire
de esa calle en receso.
Nadie pensó en el árbol que convergió en el tiempo
oxidados
gorriones
y prolijas grafías.
Inmolada al follaje
de aquella lata vieja
perdimos la costumbre.
“Carpintería de Obra”:
leyenda incorporada
a memorias y lluvias.
Dos posibles imágenes
rescato de mi padre:
carpintero del cielo
y un letrero con ángeles.

LLAMA

Carga la sal, la soledad, la prisa,
el yerto azul, el colla y su tristeza,
y al cabo del vellón, en su tibieza,
suplencias de mujer carga sumisa.

MONASTERIO DE SANTA CATALINA

Viamonte y San Martín,
calles de mi costumbre.
Gallos afónicos convergen a su esquina
apagando los focos y la noche.
Un hondo muerto allí se sobrevive
y respira su propio monumento.
Por los rincones
tres siglos de otoños y palabras
se amontonan.
Preside lo remoto
el limón y jazmín de las magnolias,
y el alma del incienso
por las rendijas de la meditación se escurre.
En los muros antiguos va creciendo
un espeso revoque de palomas,
y la campana, límite del sueño,
reverdece su bronce orinecido.
Tras las verjas, el tiempo,
entre olor a humedad y mármoles gastados,
se clausura.
La palmera remonta sus gorriones,
y en los canteros
la flor silvestre inscribe sus azules.
Por el este, cardinal del color,
avanza el día. Buenos Aires despierta y restituye,
ubicada en la luz,
esa suma de ayeres,
esa pétrea custodia en que los siglos
rechazan el oprobio de la muerte.

MUERTE

La palabra muerte sólo tuvo,
al correr de los años, sentido verdadero.
En la escuela fue heroica como verbo:
Cabral murió contento
y Falucho abrazado a la bandera.
Morir ¡qué hermosa cosa parecía!
No era empresa de niños el juzgarla.
Más tarde, en la carpintería de mi padre
se hicieron ataúdes.
Fue una etapa breve y no solemne;
la tomamos a broma probándonos las cajas.
Inmortales, jugamos a la muerte.
Mas cuando, primero la paloma, el perro luego,
abordaron el sueño sin latido,
tuvimos que pensarla con respeto.
Lo del abuelo fue aún más persuasivo;
tan rígido y remoto
detrás de sus bigotes amarillos.
Poco a poco sentimos su dureza.
Comparecía ligera o lentamente
y dejaba vacíos y recuerdos.
Nos ilustró en gramática.
Aprendimos Ausencia con mayúscula
y que Nunca Más es su sinónimo perfecto.

NIÑO DESNUDO

¿Tanta luz guiña su ombligo?
Casi en el agua sentado,
desnudo de sombra y ropa,
un niño inmóvil. Lejano,
no desconcierta su ensueño
la vibración del verano.
Buda inocente prodigia
este río prosternado.
Su sexo, monstruo pequeño,
abreva el belfo confiado.

NOCTURNO

Echada, la ribera
amamanta sus botes.
Por un muro de sombras,
desnudo, vuelve el río.
Se regresa a sí mismo.
¿Más frío? ¿más amargo?
Pesa el silencio.
Lo sostienen los grillos.

ÑACURUTÚ

Imana el aire y en éxtasis otea
este plumoso gato de la altura.
La biselva en sus ojos redondea.
¿Quiebra acaso el amor su tesitura?

ÑANDÚ

(fragmento)
Apura el ñandú la extensión de la pampa.
Su ojo de obsidiana profunda
la somete, la absorbe.
En esa hondura negra se contiene
la ocre infinitud, un agobio de verdes,
la soledad melancólica de un árbol
—posta de pájaros y sombras—
e imprecisa,
una crinuda caballada en desboque,
su polvo lejano.
Se inquieta su zanquear de polluelo insólito.
El tenso cogote en atalaya amplía el horizonte
y el escenario, en ultimada revista, lo enajena.
La polvareda contraría su paz
y el miedo de descalzo escozor
lo convoca al desorden.
El viento pesa sobre el pasto puna,
y esos caballos, de ácida vislumbre,
enjaezados de espuma y alaridos
desbordan la mañana.
Se exalta la fiebre rosa de sus muslos
y sus alones, esa inútil hélice de altura,
equilibran la huida.
Las boleadoras han surcado el aire y enredado el horizonte.
Jubilosa algarabía ha entrado a saco
en este sagitario corredor aborigen.
Su continente yace derramado…
Le han talado el árbol melancólico,
ese ombú probable, amarrador de leguas,
y junto a su pico enhiesto, amenazante,
sobre la oscura obsidiana,
un sigiloso cazador
va ocultándole la pampa.

OCASO

En las orillas
flamencos,
y todo el sol zozobrando
en los esteros.
Es una rosa,
una sola y húmeda rosa,
el universo.

OLVIDO

Vendrá el olvido.
Pero aún estás dentro de mí
como el pájaro dentro de su silbo.

OMBÚ

La pampa tiene el ombú.
Luis L. Domínguez
En el ojo del ave que lo anida
cabe la infinitud que lo sostiene.
Por sus rodillas trepan sus raíces.
La pampa es más cabal porque lo tiene.

OSAMENTA

Rumoreado de viento,
óseo perfil amargo,
renace con las crines
de un pueblo de yerbajos.

Ayer quemaba vida
y vulneraba llano,
oscureciendo el sol
su forma de caballo.

El sesgo de la muerte,
un día del verano,
señaló con sus remos
el cielo entre los cardos.

Y larvas diligentes
y angurria de caranchos,
franqueada su penumbra
los huesos asolearon.

Sus huesos rigurosos
que el aire abalanzados
se integran con el verde
de un pueblo de yerbajos.

OTOÑO

Alto árbol celeste.
Una a una
van cayendo las garzas

PAISAJE

Impasible, la garza.
El estero confina
con el cielo.
Sólo el blanco del ave
por el gris esparcido.
Fisura en la que el Todo
se escurre inagotable.

PALEONTÓLOGO

Rasca la calavera,
monda el hueso amarillo.
No repara en el polvo
que confirma del hombre
la dura penitencia.
Indiferente
acicala ese hueso,
lo desnuda de drama.

PAMPA

Padrillo

Relumbroso caballo
en su dominio tiende,
erguidas las orejas,
los ojos relucientes.

Titilan sus ollares
que el deseo enrojece
y en los surcados belfos
se incendia un iris breve.

Nervioso el casco hurga
en el terrón agreste
y espirales de polvo
entre sus patas hierven.

Vulnera su garganta,
los labios se distienden
y un quebracho relincho
la quieta tarde hiere.

Amarillos y duros
y trágicos los dientes
muerden un aire dulce
que en agrio se convierte.

La yegua, la elegida,
de curvo continente,
su sombra bien ceñida
al mar del campo vierte.

Vegetal mansedumbre
de su actitud trasciende,
equilibrando prisas
del potro que impaciente,
entre amoroso y bravo
la resopla y la muerde.

Ya el sexo estremecido
impone su relieve.
Se desdibuja el campo
ante la suma en cierne.
La cola el macho hunde
entre los pastos verdes,
afirma las dos patas,
sus dos manos yergue,
y manoteando el aire
sólo un momento breve,
alcanza plena el anca
que henchida se le ofrece.

El centro de la tarde
es este bronce ecuestre,
armónico de sombra
bicéfala y urgente.

PAPAGAYOS

En tregua el universo.
Honda concentración
de garzas y flamencos.
De pronto voces agrias
exaltan el estero.
Pájaros subversivos
violan el cielo.
Desorden del color.
Más gris queda el silencio.

PESADILLA

Soñé que me devorabas.
Al despertar
me busqué inútilmente.

PUEBLO LUNAR

Debajo de estas piedras,
de tanta sorprendida levadura,
dentro de este geológico sarcófago,
una cólera antigua está cautiva.
Quedó en letargo el fuego antepasado,
ese animal bermejo
desciñendo los párpados de esfinge,
los compactos encierros de la ausencia,
sus curvas de granada.
Estos ríos de lava,
estas médulas áridas,
son el fósil velado de la ira.
Estos huesos domésticos
han perdido el olor de las hornallas,
su altiva cetrería.
Las lluvias han borrado aquella furia.
Hoy el cielo empinado vela orondo.
En las crestas,
con sus dioses más altos que los nuestros
una aldea lunar se ha recogido. Quejidos del erquencho y de la caja,
largas trenzas y faldas de colores,
un telar incesante como el tiempo
y un humo de marmitas y guisados
donde el uchu es el diablo y lo pregona.
Esa es gente que hombrea los relámpagos,
apacienta las nubes.
Tienen pico de águila,
obsidiana en los ojos,
oxidada la piel.
Nunca miran de frente.
Como estos montes tienen
manso el fuego
y un tigre de cenizas por la sombra.

RAÍZ DEL VUELO

La orilla
exalta su flamenco
De pronto
¡oh lodo mutilado!
tijeras rosas
podan el sueño.
El ojo
cicatriza lo huero.
Procesión de sí misma,
el ave es una flecha
remolcando su arquero.
Y en la huella,
cabal horma del vuelo,
aún tiembla
la raíz de ese rosa,
su desertado peso.

RAZÓN DEL CANTO

Mudo aún de palabras
mi voz olía a bosques,
a desgarrón de sol en la espesura,
a sorprendido pájaro,
a recuerdos de lluvia y barro verde.
Mi padre trabajaba la madera;
empolvaba sus manos
en abedul, en roble y en incienso.
La espiral de la muerte
le enrulaba en virutas la estatura.
Olor de corazón pulverizado
alargaba sus dedos
que sumía en mi pelo transitable.
Ese incierto aroma a crecimiento,
a latidos ocultos por la sombra,
a duro sol de olvido,
a corteza hacia adentro;
ese olor vertical sobrevolado
en exilio de pájaros, acostado en tablones,
me dio la bienvenida.
Un eco sordo, antiguo,
de trinos y bramidos
despertó en mi palabra.
¡Virutas y aserrines de mi infancia!…
¡Y ese olor de mi padre carpintero!
Adiós dijo su mano arborecida
y una aurora de pájaros plateados
enmudeció en su copa.
De su ademán, encima, creció en mí su bosque,
sus maderas rosadas y amarillas.
Por confusos rincones sus garlopas,
sus sierras, sus cepillos.
Y en mi voz esa herencia
delirando sus árboles poblados.

REMO

Antes de la certeza del presente
fuiste en el árbol, remo.
El ojo te instaló
en el rigor del agua y del silencio.
¡Tú, que erguías los pájaros
y el verano en tu centro!
—El hacha era una mano descansada en el suelo—
Remo embozado en rama,
remo futuro hendiendo
el mismo cielo que hoy te refleja perplejo.
¡Tú, que fuiste árbol, pájaro, verano,
remo sin mutación y sin misterio!
—El hacha trajo el agua al levantar el vuelo—

RÍO ENCENDIDO

¿Qué aindiada mano
de elocuente silencio
le da cuerda al asombro
sin cesar de este río?
¡Oh mística afanosa!
¿De qué dedos sufridos,
nervaduras de barro,
sin tregua fluye el agua?
Quehacer obsesivo
de horizontes lejanos
¿sin reloj, sin enigmas?
cabizbajo y despierto
—piel glacial de serpiente—
hacia un mar ignorado.
¿Qué corazón continuo
su sístole de siglos
por la tierra en acecho
apacienta sus lágrimas?
Peregrino de islas
este túnel sin techo
con sus verdes amargos
¿en qué tarde termina?
¿Quién impone a este río
esta terca memoria,
esta insomne tarea
sin cesar empezando?

SAPO

Vieja esfinge de horror yo te he tenido
como un pájaro frío entre mis manos.
Acaricié los verdes de tu cobre
por lustros de intemperie patinado,
el ártico desierto de tu vientre,
tus resortes de luna tan helados.
Yo he gustado que brinques por la noche
como un perro pequeño entre mis pasos.
Sin repulsa de herrumbres ni de orines,
sin dolerme tu faz, rústico engaño,
esta noche de sombras, elegida,
vieja esfinge de horror, tu errata salvo.

TAN CALLANDO

La noche me rodea.
Indago lo posible y nada veo.
¿Nada?
¿Entonces, esos instantes,
colmados de tanta memoria,
eran las vísperas?

TIEMPO DE LA LIJA

Lija en vaivén. Singladura
de mi magia carpintera.
Fui maestro en galanura;
puse al tacto la tersura
de una rosa en la madera.
Cedro primero y barbado
que con esfuerzo rendí.
Por mi puño de obstinado
¡cuánto pájaro emboscado
en aserrín convertí!

TIRO

Un airone morto.
Quasimodo
Vela
la soledad herida
su ángel roto.
Tiesa la garza,
el vuelo;
lo blanco, rojo.
Y gris,
un gris alerta,
el Todo.

TORO DE BARRO

Una larga memoria de violencias.
Rubén Vela
Por estos altos vientos ululantes,
por estas piedras acechando lunas,
por estos arduos páramos azules,
nace el río entre cactos y vicuñas.
Sorbe sombras de pumas y de cóndores,
baja al limo del toro y su bravura;
rueda arenas su fábrica de siglos,
funde en mano aborigen tanta suma.
Brama esa forma que enlazados dedos,
sumisos torso, párpados y astucia,
en protesta ancestral cuecen el barro.
Puno y suburbios. Titicaca en brumas.
De ese silencio crece la metáfora:
sueños de sedición en su figura,
sólida estampa donde impera el cuerno
y el amplio pecho corazón rezuma.
Un relumbre de incas lo hace indómito
y una América tensa lo aleluya.
Toro de pucará, toro sin lidia,
sin pájaro en el lomo ni pradera,
sin latido, sin rumia y sin gramilla,
sin vaca que lo muja y que lo huela. —En su alfarero América agoniza
cuatro siglos de olvidos y cadenas—
¡Cuánto tiempo cerrado! Desafía
esta forma de toro, esta presencia,
esta arcilla de cóndores que un día
asombrara los ocres de la tierra.
Toro del duro amanecer indígena,
duro toro rebelde ¡sueña y sueña!

TORTUGA

¡Qué veloces la noche y la mañana
sobre el verde ajedrez de su armadura!
Su ritmo intemporal la muerte ignora.
Clepsidra, e pur si muove, sin premura.

TUPÁC AMARÚ

La libertad de acumular pobreza.
Alberto Hidalgo
América,
ese polvo de sombras
de pueblos y de Césares.
Luctuosa y extrañísima,
de terrible paciencia.
Yo, el osado, el increíble, el duro,
el urgidor del minucioso miedo,
miro en mi tierra la incesante injuria.
Envejecer no pude,
acaso recién amanecía
cuando me fui sin irme.
Clavé mi lanza fatigada y última
enredada en un grito.
Todavía mi voz sobreviviente
su memoria de pórfido repite,
y el alacrán se alerta
y tiembla la culebra.
A veces tengo dudas
¿esa frustrada empresa, su cruel carnicería,
me condena?
Pero los áureos incas de la estirpe
arrendaron mi insomnio. Ahora que estoy lejos y muelle es el olvido,
y la melancolía, su cerrazón antigua,
me arrebuja los ojos, como si ajenos fueran
recuerdo los sucesos.
Aunque me duele aún la rajadura
que divorció la ingle de mi instinto.
El pavor me buscaba,
un pavor encubierto y a caballo.
En las minas de sombra acantilada,
afrentados y verdes,
los míos escupían los pulmones,
y la gula del oro redoblaba tributos.
La alternativa era caer pero ululando
y un zorrino de pólvora enardeció los túneles.
La eternidad cavaba venenos de amapolas
e hitos de aventados montículos de ausencia.
Las circunstancias fueron más fuertes que yo mismo
y trasudé en un quechua escarlata el desafío.
Unicornio salvaje,
con la lanza homicida devasté poblaciones.
Sangarará y Azángaro y Ayavirí y Lampa,
Tiahuanaco y Puno y Oruro y Cochabamba.
Pero llegó la noche con su memoria cruenta
excitando arcabuces amartillados de odio.
Estaba en mayo Cuzco. Meditaba el otoño.
Y los cuatro jinetes de barbas arrecidas
marcaban en la tierra los puntos cardinales.
La estatura del miedo sobrepasó mi hechura.
Ya nunca más vería
la fisura del águila en el cielo, las pencas y amancayes del verano,
el altanero sueño del imperio.
Repetí los errores necesarios
del viejo Viltipoco y de Atahualpa.
Para mentarme quedo, recelosas,
coplas, erques y cajas se asordaron.
Sin suplicar clemencia
amontoné el espanto a mi costado.
Me preocupaba entonces, desasosiego inútil
¿en cuál de mis pedazos moriría?
Y se dio la señal.
Distraído y severo
el aire trasparente se atragantó de polvo.
Atascó mi raíz su rodrigón oculto,
me refregué erradizo entre yuyales,
asusté a salamancas y pájaros rastreros,
y uno a uno mis huesos sembraron su archipiélago.
Las inocentes bestias gemían aterradas
remolcando mi orgullo por las piedras y arenas.
Sin tumba pero erguido me repartí en distancias.
Nombró las siete letras de América mi grito.
Ahora me pregunto
¿se perdió lo perdido?
Tendido entre caballos me embalsamó la Historia
¡y soy el que regresa!
Este tedio suntuoso como un moho me afelpa.
Que mis huesos reúnan su belicosa urdimbre.
Sus mortajas de cobre que el otoño repita.
De fracaso en fracaso se forja la victoria.

V

Por el corazón del agua.
Puentecillo,
una Eco de lágrimas.
¡Tú en ti mismo, Narciso,
por el corazón del agua!

VI

La memoria, ese sueño,
encuaderna los días.
Desempolva los júbilos y culpas,
desalienta el olvido.
Reabre transparentes
los postigos del tiempo. Anda entre cerraduras.
La memoria, esa contramarcha,
esa espalda mirada en el espejo.

XI

Cuando de los labios adentro
tenga la muerte,
enterradme amigos
bajo este puente.
Un viejo barquero
subirá la corriente
con mi cuerpo habitado
por la muerte.
Y por las orillas,
como garzas que alegres
burlaron al cazador,
vendrán ustedes. Después, dejadme solo
¡y no vengáis a verme!
Yo iré deshabitando
mi cuerpo de la muerte.
Y tendré las dos orillas
como el puente.

XV

Mi esqueleto
No me puede ninguna
gente desalojar ¡Esta es mi casa!
Alberto Hidalgo
Esa es mi casa,
la misma que hoy habito.
A través de este vidrio,
duro aire en que vuela la paloma del ojo,
la contemplo. Radiografía última.
Quebrada la argamasa
sus piedras se esparcieron.
En vano busco el brío,
el corazón, las voces,
su muchacho crecido.
Esa es mi casa,
sin revoques,
rotos todos sus cielos,
sus columnas volcadas.
Esa es mi casa,
mi equilibrio de ahora,
heredera de bosques,
por el amor traspuesta.
Esa es mi casa,
lo que queda,
el desván sin acceso,
el polvo de los días.
No la alcanza ya el hambre
ni la primavera.
Esa es mi casa,
sin una flor, desnuda.
Por sus rendijas
entra y sale el olvido.
Esa es mi casa,
yo soy su gran recuerdo,
su pájaro de sed,
su dios de ocio.
Esa es mi casa…
Un hondo escalofrío —lo registró ese hueso—
me recorre en silencio.

XVI

Los puntos suspensivos de la mano
me señalan el polvo.
Ni vestigios del sexo y sus batallas.
En las cuencas de sombra,
el ojo de hoy, holgaba.
¡Que la sal de esta lágrima
humanice esos huesos!

XVI

Bostezo.
El sueño me dice adiós
¡y corro a mi propio encuentro!
Como la rosa
tengo el sueño lleno de párpados.

XXII

Los tic tacs son constantes.
Pero el sueño se burla del reloj.
Su contienda
hace vano el presente
e ilusoria la medida del tiempo.

XXXIX

¿Cómo soñar el sueño que te sueñe?
Dormir, soñar, volverse de madera,
una sombra cerrada, un vidrio oscuro,
la puerta a la que tú nunca golpeas.

YACARÉ

La mañana se ajusta a la pupila
del yacaré que espía desde el lodo.
De su ojo de vidrio nace el río
con su selva de helechos y de monos.

ZORRO

Ayer guardián y hoy ladrón furtivo.
En la espesura de sus ojos tiembla,
añorante, su perro subjetivo.