ISAACSON, JOSÉ
A BARUJ SPINOZA

Buenos Aires, 28 de enero de 1976
Cuando enero
derrama hacia febrero
sus últimos aromas,
el verano enloquece.

Si no florecemos ahora,
cuándo,
se preguntan
las demoradas rosas.

Ebrio
de color
y de perfume,
olvido
la brevedad
que a mi día corresponde.

Es el Sur.

Es mi tierra
en el sur extendida,
en medio del verano.

Se instalan en mi sangre
los jilgueros.
Los blanqueados helechos
proclaman la hora intensa
que pulveriza
el olvido y la melancolía.

Ni antes,
ni después.
Sólo ahora
es posible el milagro.

¿Cómo puedo
pretender explicaciones?

Tengo lo dado,
sólo lo dado,
la concedida hora.

Me es posible
dibujar el mundo,
agregarle
una voz a los perfumes
que giran
en este preciso instante.
Pequeña posesión
que el Tiempo me concede
y en mis pulsaciones
cuenta
la vida que me dieron,

¿Cómo puedo
pretender explicaciones?

Sobre lo existente
mi existencia fundo,
y el fluido vuelo
me concede
un transeúnte apoyo.

La concedida hora
me permite
ir trazando los rasgos
de la unidad innumerable.

El sol de la tarde
resplandece
en las altas ramas
de los pinos.
Los gorriones
se acunan en la oscilación
que un aire suave
impulsa.

Aquí
estoy entre las cosas
y mi voz
se agrega a los perfumes
y ordena
con sus enumeraciones
y describe
este celeste único,
el cielo de mi país
en algunos
contados días de enero.
Ni antes,
ni después,
tan sólo ahora
los aromas se congregan.

El pétalo
hacia la luz eleva
el color de su plegaria.

Ebrio
de vuelos y perfumes,
ninguna cosa,
ninguna causa me determina,
y es libre mi rumbo
y soy
el imaginario dueño
de la rosa de los vientos.

¿Cómo
puedo, maestro,
pretender explicaciones?

Mi voz
intenta tu retrato,
esboza tu perfil.

Aquí,
en esta tarde provisoriamente mía,
me recuesto
sobre los últimos días
de enero
y alabo
el milagroso esplendor
de lo existente.

AMOR

Subterráneas flores
desbordándome,
creciendo por mi voz hasta alcanzarte.

Viví esperándote,
esperando
tu llamado en mi puerta.
Ese golpe anunciando,
estoy aquí

contigo, ya para siempre.
Agua escondida
en pétalos purpúreos,
más dulce
que la sombra en el verano,
esperándote.

Yo no sabía
que ya estabas conmigo,
creciendo en mi voz
cada mañana,
extendiéndote en subterráneas flores, esperándome.
Más dulce
que la sombra en el verano,
agua escondida
en purpúreos pétalos.

Sed manantial,
despedida y encuentro,
renovada espera
cada día
renovándome.

Viví esperándote
pero ya estabas conmigo.
Sin embargo
todavía espero
ese golpe
anunciador de tu presencia
y esperándote
voy a tu encuentro
cada día.

Sed manantial
nutriendo las raíces,
agua escondida
desbordándome,
creciendo en mi voz
cada mañana,
extendiéndote en purpúreos pétalos, esperándome.
(“Amor y amar”)

CALLADO CAUCE

Náufrago en el tiempo,
a veces,
las horas me van cubriendo.

¿Quién,
quién escucha
al jinete enamorado
de inalcanzables colinas?

¿Por qué quebrarte
entonces,
escalar tu hondura,
perfumarte
con pálidos claveles?

Detenido,
con los ojos cerrados,
creyendo
que nada transcurre.

Sin embargo,
el agua en el agua golpea
y mientras el estío desciende de los árboles,
la savia acurrucada en las raíces
madura setiembre en lo escondido.

Náufrago en el tiempo,
a veces,
creyendo que nada transcurre.

Cuando las horas me cubren de silencio,
el corazón golpea
y aunque cierre los ojos
demorándome,
el corazón golpea.

¿Cómo alcanzar lo inalcanzable?

Como el corazón,
únicamente.

Latido a latido,
únicamente.

Espíritu de la sombra,
luciérnaga,
¿quién amaría tu pequeña luz
sin la oscuridad que te rodea?

EL TEOREMA Y EL POEMA

Alteramos
el orden de la búsqueda,
anteponemos
lo que debe ser pospuesto.
Ilegítimas conclusiones
nos confunden.

Dime, Baruj,
tú que el orden
antepusiste
a las indecisiones,
y la claridad de tu mirada
ceñiste
al contorno de las cosas
para apresar
el dintorno sustancial
que las define,
Baruj,
hermano lejano,
guía mis tropezantes
pasos,
mis imprecisiones
ilumina.

Tu geometría
ciertamente simplifica
la complejidad evidente,
las múltiples pulsaciones
que denuncian
el ser de las cosas,
los colores, los sonidos,
que nos advierten
las innumerables presencias
de las formas transeúntes.

Algo sucede
en la penumbra.

Pero el orden,
ese que permite
precisar lo anterior,
determinar lo que sigue,
se refiere a lo sucesivo,
y tú mismo, Baruj,
me advertiste la dificultad
de conocer
los singulares modos
pues excede al entendimiento
concebir
el complejo pulso de lo simultáneo.

¿Cuándo, Baruj,
debo
ceñirme
a tus teoremas?

Si tu duda
suele
ser clara y distinta,
como una idea confusa
en su confusión,
clara y distinta
en su ambig�edad,
clara y distinta.

Lo sucesivo,
lo simultáneo,
claro, confuso
y ambiguamente distinto.

El teorema y el poema
se entrelazan,
como la lejanía
de tu pulso
ya inalterable,
con esta breve agitación
que todavía
distingue el hálito
que el Nombre
infundió a mi arcilla.

Si el poema
y si el teorema confundieran
su diferente textura,
tal vez
pudiera mi ambig�edad
ordenarse,
y enderezar sus agobios
con la prolijidad
de tus Escolios y la contundencia
de tus Lemas,
y tal vez tus teoremas
incorporan la duda
como una hipótesis más;
la cierta admisión
carece de sentido
si lo incierto
es
el necesario punto de partida.

Quizá el poema y el teorema
sólo sean
rostros distintos
de la misma indecisión,
formas distintas
de alabar
la misma sustancia
cuya extensión
mínimamente compartimos,
y cuyos pensamientos
parcialmente
podemos pensar.

Alabado sea
el Nombre
que me permite
reconocerme
en el trizado espejo
de un diálogo
que cada día debo
recomenzar.

Mi oración, mi balbuceo,
mi alabanza,
recorre el camino
de mis indecisiones.

Cada día,
en cada nuevo punto de partida,
con estos arbitrarios signos,
estas palabras
engañosas o ciertas,
pero siempre
sólo parcialmente engañosas
o parcialmente ciertas,
compongo
el orden que marca
mis encuentros
simultáneos y sucesivos,
y elevo una construcción,
una torre de palabras
elevo
para alabar tu Nombre.


que permites mi alabanza,
acéptala.

HUMAHUACA

Piedra y silencio,
quebrada de Humahuaca.
Ni el lamento de una quena,
ni el chillido de una flauta.
Nada más que piedra y silencio
en la quebrada.

A veces,
entre las piedras se arrastran
los incansables pasos de los coyas
y el silencio es, entonces,
quena,
tamboril,
flauta
y la silenciosa mirada
de unos ojos antiguos.

Duro,
más duro que la piedra
el silencio te envuelve
como una máscara,
como un gesto.

Látigo,
afrenta,
ternura,
anhelo,
ushutas seculares
acariciando las piedras.

Canción del silencio
devorador, único,
que mi voz, apenas, apenas,
enumera.

¿Quién dirá los nombres
de tu silencio
raído,
innumerable,
agobiante,
Humahuaca?

Como el río en el cauce,
la canción se agita en el silencio
que sólo tú
puedes llenar de luces,
que sólo tú
puedes quebrar ya para siempre.

Sólo tú,
sólo tú
pastor de piedras,
puedes decir
los nombres del silencio

(�El metal y la voz�)

INTENTO

Intento
conectarme contigo,
transmitir un antiguo sistema
de señales.
Mecanismo secreto
que en abstractas palabras
concreta
las cosas del mundo.

Me voy sucediendo
y acumulo
estos versos
que te digo,
perfiles que voy trazando,
esquemas,
posibles trayectorias,
dolorosos vaivenes
en torno a inmóviles equilibrios
imposibles.

Intento
decir: estoy aquí,
óyeme y dime,
conversemos.
El mundo está entre nosotros.
Tal vez puedas explicarme,
muy poco es lo que entiendo.

Sólo nací para estar
como un álamo
cabeceando en el viento.
adivinando
el viaje sin azar
de las nubes.

Mis latidos
me recuerdan que te quiero.
Transeúnte
triste o jocundo, pero
transeúnte.
Óyeme y dime y explícame,
si puedes.
Yo, también, intento.

(“Elogio de la poesía”)

LA TORRE

Mis abuelos construían una torre.
Hilada sobre hilada mis abuelos construían,
hilada sobre hilada construían,
cantando construían,
llorando construían,
construían.
Sin esperar esperando
construían, construían.
Para decir hermano,
para decir hermano, solamente,
hermano,
cada vez más arriba,
para decir hermano
mis abuelos construían.

Cada vez más, más arriba
iba subiendo la torre de mis abuelos
hacían.

Con mortero de sangre
y de ceniza,
cada vez,
cada vez más arriba,
iba subiendo la torre
cada vez más arriba.
Y aunque los vientos golpearan
la torre subía, subía.
Noche a noche,
día a día,
de canto a canto,
de llanto a llanto,
más alto,
más alto la torre
siempre subía, subía.
Para decir hermano,
no lo olvides,
para decir hermano, solamente,
mis abuelos construían,
construían.

Y en esta misma tarde,
ahora mismo,
con nuestra piel y nuestra sangre,
con el recuerdo y la esperanza,
con lo tuyo y lo mío
unidos como los dedos de un puño,
hilada sobre hilada sobre hilada
sigue subiendo,
subiendo
cada vez más arriba.

Y no hay metales que quiebren su estructura,
no hay metales que mellen su cimiento.

Como sube la savia
y el perfume,
como crece el amor
que no te miento,
sigue subiendo,
sigue creciendo,
noche a noche,
día a día,
de canto a canto,
de llanto a llanto,
más alto, más añto, más, más alto.

Para decir hermano
a cada pueblo;
para decir hermano
a cada hombre;
para decir hermano, hermano, hermano,
cada vez más arriba,
de canto a canto
sigue creciendo más alto
más alto, más alto.

LOS RUMBOS DEL AMOR

No es fácil,
en medio de la tormenta,
ignorar
sus ramalazos.

Fingir
la inexistente quietud,
como si fuese posible
eludir
el agobio de tanta Ausencia.

La Escritura
intenta consolarnos,
imaginar
el cierto camino
de la dudosa salvación.

Las leyes
que nos rigen
por sendas no elegidas
nos conducen
y obramos
según inexplicables modos.

La Escritura
intenta consolarnos.
Con palabras fuertes
nos construye un amparo.

La tormenta,
entretanto, destruye
las ramas
del rumor y el vuelo.

No es fácil
fingir
la inexistente quietud
en medio
de temibles embestidas.
Como ciegos espadachines
deslumbrados
por la consistente negrura,
tratamos de esquivarlas.

No es fácil
admitir
que el poder y el derecho
confunden sus dominios.

No es fácil
aceptar mi debilidad
como prueba cierta
de mis errores.

Desde mi ignorancia
alcanzo
los rumbos del amor.

En el claroscuro
donde los vésperos esbozan
el perfil del Padre,
observo mis imprecisiones.

Todos los días,
cada día,
repito
seculares palabras
que me sostienen:
Baruj Ha Shem
Iom Iom.

Bendito sea el Nombre
cada día.

Las viejas palabras
repito;
ellas fortalecen
la debilidad
de mis músculos.
Apuntalan
en la mañana
la posibilidad
de enfrentar
la luz de otro día
rotando
hacia la sombra inevitable.

Dios es mi escudo
¿quién
doblegará mi ánimo?

Dios es mi Capitán.
Sus leyes
rigen
mi obediencia.

Mi tierra,
esta tierra
aquí
en el Sur
es un himno
en su alabanza.
Sólo desde mi tierra
puedo
elevar cánticos
en Su alabanza.

Fuera de sus límites,
Dios
no acepta mi palabra.
Sólo
en mi apartada patria,
aquí en el Sur,
la oración es aceptada.

Aquí,
en el Sur,
como los álamos.

El hijo de David
trazó
los planos del Templo.

Distribuyó
los cantores,
los tañedores de instrumentos,
los guardadores de puertas,
los jueces y pretores.

Un Templo
para entonar
cánticos de alabanza,
aquí,
en el Sur,
mi sed
va construyendo.

Aquí,
al Sur del Sur,
el ombú
dibujando un horizonte,
tal vez sea el Templo
que Salomón construyera.

Los cantores,
los tañedores de instrumentos,
los guardadores de puertas.

Sólo desde el Sur
puedo
elevar Cánticos de Alabanza.

A mi modo
los construyo;
según esta manera mía
de decir,
de contradecir,
continuaré
afirmando y negando.

Aunque nadie quiera
aceptar
la ambig�edad
como único sostén,
continuaré
afirmando y negando.

Aunque nadie las quiera
seguiré enhebrando palabras.

Desde mis palabras
afirmo
mi incertidumbre.

Sobre mis palabras
afirmo
mi modo de ser.

Aquí
al Sur del Sur,
elevo
Cánticos de Alabanza.

MI COTIDIANA CLAUSURA

En mi aposento
me clausuro
y en el estrecho ámbito
de mis cotidianas
paredes,
libres vuelan
mis meditaciones.

Como pájaros
parecen estrellarse
contra las nubes
y reaparecen
en otro azul distante.

La clausura
que me impongo
le agrega
una escondida dimensión
a mis días.

El congelado antes,
el fluido ahora,
el probable después,
todos los tiempos
del hombre
cristalizan su pulso
en mis teoremas
y noche a noche
me enfrento
con las cotidianas preguntas.

Ya sé
que no es fácil.

Uno pregunta
y se pregunta.

Ingenuo fuera
esperar
la definitiva respuesta.

El sí y el no
carecen de sentido.
Todo el sentido
en la pregunta reside.

La posibilidad de preguntar
es mi recinto,
el ámbito
concedido por Aquel
que moldeó
los firmamentos y los abismos.

En mi clausura
añoro
la luz definitiva.

En las diarias alternancias
medito.

En el Señor
que rige
todos los ciclos
y esta irreversible trayectoria
que mi duración
va midiendo.

Esta es
la vida que me dieron.

Percibo
algún destello
del perdurable esplendor.

Incapaz
de eludir el temor,
todos los crepúsculos
me atormentan.

Esta
es la vida
que me dieron.

Mi libertad
reside
en el breve vuelo
que intento
cada día.

En mi clausura
medito
mis teoremas,
construyo
mi posible trayectoria.

Ese es
mi canto de alabanza.

La muerte
no me pertenece.

Carezco
de fúnebres sabidurías
que ofrecerte.

La vida,
sólo la vida
medito en mi clausura.

Desde mi ámbito secreto
construyo
la altura de mis vuelos.
(�Cuaderno Spinoza�)

PARTIDA DE NACIMIENTO

Aquí,
yo,
Isaacson,
asumo
la primera persona.
Si hace falta un por qué,
puedo decir:

1) Quiero nombrarme
porque desde el primer día,
o desde el día sexto
para ser más preciso,
ha sido ésa
la forma de existir.

2) Para fijar
los límites
de un yo
determinado.
Difícil intento.
Para eso debería
conocer el sabor de la nada
que sucederá a mis días.
O mejor,
el sabor de los días
que exceden
mi posibilidad de memoria

3) Además,
debo decir que yo, José,
soy hijo de Isaac.
Por Otro Texto
ustedes recordarán
que José
fue el más querido de los hijos de Jacob.
A la gran confusión de estos tiempos
quizá agrego
otra:
yo soy
el mayor y el menor
de los hijos de Isaac.
Por eso, Ben Iojid
me llamaba mi padre,
y mi nombre es
Josef ben Itsjac ben Jaim Hacohen.
Con esto apunto
que los lejanos servidores del templo
me precedieron
en la adoración del Nombre
que contiene los nombres.
Soy el hijo de Isaac y de Blume,
nombre que está en la primera página de mis libros
para decir:
Este es el jardín de mi hijo.
Entrad en él.
Cuando sólo la sequía
creyó en sus rosales,
yo regué las rosas rojas
y las rosas té,
y los lirios misteriosos
y las pálidas calas
regué.
Entrad en el jardín.
El perfume del azahar,
no es azar en él.

4) Ahora nombro
la ciudad
que conoció el zigzag
de mis pasos,
el crecimiento de la pena,
el fugaz
chisporroteo de mi risa.
Nombro
Buenos Aires
donde nací
un 14 de agosto,
el año 22 del siglo xx,
como un porteño más,
sin pretensiones.

5) Padre, madre,
ciudad y fecha
consignados quedan.
Y aunque nací,
como hacen los hombres,
sin elegir
padre ni madre,
ciudad ni fecha,
hoy,
44 años después,
quiero decir,
aunque no haga falta,
que no hubiese elegido
otra ciudad ni otra sangre
ni otro tiempo.

Y aunque nada me explique
y aunque nadie me explique
y aunque sólo mis dudas me sostengan
estoy seguro:
lo que es, debe ser:
como los astros
que giran en solitarias órbitas
y mutuamente se sostienen.

PEATÓN ENAMORADO

Y te encontré
el día inicial de mi destino
dispuesta a recibirme,
a entregarme lo que es mío y de todos
y de nadie
Desde entonces soy tu ciudadano,
uno más
que se apresura y se detiene
sobre la trama y la urdimbre de tus calles.

Paso a paso
fuiste guardando
la cumplida trayectoria
de mis días: uno mismo
ya construye
su derrumbe final e inevitable:
uno cree que suma y acumula,
y sólo
va restando y va perdiendo:
uno cree que es dueño y que es señor,
y sólo es siervo,
engayolado y triste,
de una esperanza siempre novia y traidora.

Cementerio de pasos
ya pisados,
las veredas acumulan
zigzagueantes recuerdos.

Cuando nosotros ya no estemos,
quizá Alguien ordene
y explique.

Nada importará entonces
a este
peatón enamorado:
un hombre, entre muchos,
recorriéndote,
transitándote,
sumergido en tu aliento
y componiéndolo.

Tropezado peatón, indeciso transeúnte:
yo debía serlo, era mi destino:
desde un campo de linos
mi madre me trajo
para que yo fuera porteño:
y ésta es mi ciudad y yo la quiero
aunque ella no me conozca:
es que todavía…
todavía no hemos sido presentados.

PEQUEÑO SEÑOR ACORRALADO

A un dibujo de Paul Klee

El paisaje, que en un principio
necesitó de tantos árboles
para constituir un bosque,
se fue despojando
de troncos y de ramas
y una solo hoja
te bastó
para mostrar el otoño.

T X C3
fue el único diálogo posible en 1938
y las señales sobre el campo
y la copulación de los puntos
y las condecoraciones nuevas,
no te impidieron recordar
los jubileos matrimoniales,
los seis árboles junto al agua
y la menorá
que querías vertical
iluminó nuevamente sus retoños
entre bifurcaciones y caracoles,
cuando reinaban los reptiles
altivos,
viscosos,
impronunciables.

El pequeño señor acorralado
mira sin ver
los caminos posibles.

Habría que mencionar,
nuevamente,
las bifurcaciones y las encrucijadas.
Habría que mencionar
las paredes,
los muros,
las barreras.
La ley de la gravedad
tampoco
debería ser olvidada.

Las flechas lo apuñalan
con sus indicaciones precisas:
izquierda,
derecha
y un arriba y un abajo
que no tienen sentido.

El pequeño señor
quedó acorralado
en el entrecruce de las señales
que lo arrinconan
y lo inmovilizan.

La rosa de los vientos
perdió todos sus pétalos.

La revertida rosa
le apunta con todas sus espinas
y él,
pobre señor acorralado,
en el centro indeseable de las dudas
que quedaron
fuera de todos los esquemas,
nos mira
desesperado,
y nada podemos hacer por él,
junto a él,
con él.

Nosotros mismos,
ya él mismo,
fuera de los gozosos caminos
caminando
en una sola dirección posible.
Pobre señor acorralado,
desde aquel bosque
y aquella viva luz,
reverberando
como una canción que no declina,
hasta esta sola,
única
despojada hoja
consumiéndose.

(�Poemas del conocer�, libro inédito).

RECUERDO Y PRESENCIA

Buenos Aires:
en tus narices de cemento
un alma alienta:
desde la Boca, chapas de zinc
y Quinquela,
hasta Liniers, calles de tango
y Verbitsky;
desde Palermo,
donde Borges alguna vez
te fundara a su modo,
hasta Villa Ortúzar y Portogalo
entre canillitas y lecheros;
desde el ghetto y César Tiempo
acercando el sábado hacia el domingo,
hasta Luis Emilio Soto,
Boedo y Florida maduros y reflexionando
en su voz porteña, con afecto.

Buenos Aires: entre la pampa
que la sostiene
y el río que calma su sed,
extendiéndose y subiendo,
ahogando
los patios con canarios
y macetas, cada vez más lejos
en el barrio
y en el recuerdo.

Avenida de Mayo
con peluquerías, gallegos,
cafés
y olor a chocolate con zarzuelas;
los tanos
barajando la verdura en el Abasto
-los que hicieron la América,
la van de intermediarios:
los cabecitas los reemplazan
en el sudor y en el esfuerzo-,
y los judíos,
muebleros con Marechal y Tesler,
en Villa Crespo,
y con árabes y turcos y armenios,
infinitos tenderos
en un Once grisáceo
y extenso.

De la dulce
fruta de las pizzerías
todos nos prendemos,
sin distingos de circuncisos
o enterizos.
Las pretensiones intelectuales
se deponen
y en la aceleración de las masticaciones
se forja
la auténtica unidad
de los estómagos populares.

Buenos Aires: escuela y delantal:
mi querida maestra y un ramo de flores.

Desde entonces
fui creciendo en colegios,
universidades,
fábricas, oficinas, redacciones
y en todos los sitios
donde el hombre se instala
fui queriendo tu nombre:
Buenos Aires.

(�Oda a Buenos Aires�)

UN FUEGO NEGRO SOBRE UN FUEGO BLANCO

Mi mano mueve el lápiz
y en las páginas
quedan
antiguos caracteres.
Los releo
y me parece
que desde siempre
han estado
cubriendo las cuartillas.
Ajenos a este mi ser
nutrido
de fugaces entreveros
de luz y sombra
compartida.
Este ser
incapaz de detenerse,
que algún día
lejos de mí,
incorporado al humus
quizá quiera asomarse
otras vez hacia los cielos
en esas florecillas
que matizan la hierba
y que indiferentes jardineros
no titubean
en segar.

Este ser,
este ser que tanto quiere ser,
incapaz de detenerse en el Ser,
demorarse quiere
a toda costa
e inventa extraños modos
de quedarse.
Mi mano mueve el lápiz,
reproduce
antiguos caracteres,
combina
ciertas palabras
que otros usaron tantas veces
e intenta
una luz distinta,
un acento,
algo, en fin,
que las haga peculiares,
que permita
al eventual lector
decir:
ese fue Isaacson,
un hombre como yo,
pero que pudo asomarse
al balcón del tiempo,
decir algunas cosas
y vivir
con esa vida fantasmal
que tienen
las voces
que emergen
de callados textos.

Porque enorme
es el poder de las palabras
fue ordenado
que el Nombre
no se pronuncie en vano.

En ese Texto
que ustedes recuerdan
se dice
que la palabra luz
es anterior a la luz
y a los poderosos astros
que en la noche iluminan
nuestros viejos terrores.

Según enseñan los maestros
de la Cábala,
como un fuego negro
sobre un fuego blanco
son las letras
sobre las páginas del Texto.
Impensable aspiración
de estas palabras
que quieren explicarme:
competir con aquellas
que ordenaron
los dispersos
elementos,
competir con aquellas
que emanan
del Ser que Es.

Mi ser
que apenas comparte un Estar del Ser,
limitada duración,
mínimo descenso
en la infinita clepsidra,
no puede resignarse
y continúa
acumulando palabras,
esperando, aunque sea vano,
que tengan alguna semejanza
con aquellas
que como un fuego negro
sobre un fuego blanco
ordenaron los elementos
y construyeron el mundo.

Antiguos caracteres
iluminan
un Fulgor
parejamente incomprensible
y distante.

(“El pasajero”)