JUARROZ, ROBERTO
1

Una red de mirada
mantiene unido al mundo,
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo,
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.

10

Cada uno se va como puede,
unos con el pecho entreabierto,
otros con una sola mano,
unos con la cédula de identidad en el bolsillo,
otros en el alma,
unos con la luna atornillada en la sangre
y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos.

Cada uno se va aunque no pueda,
unos con el amor entre dientes,
otros cambiándose la piel,
unos con la vida y la muerte,
otros con la muerte y la vida,
unos con la mano en su hombro
y otros en el hombro de otro.

Cada uno se va porque se va,
unos con alguien trasnochado entre las cejas,
otros sin haberse cruzado con nadie,
unos por la puerta que da o parece dar sobre el camino,
otros por una puerta dibujada en la pared o tal vez
en el aire,
unos sin haber empezado a vivir
y otros sin haber empezado a vivir.

Pero todos se van con los pies atados,
unos por el camino que hicieron,
otros por el que no hicieron
y todos por el que nunca harán.

11

Las formas nacen de la mano abierta.
Pero hay una que nace de la mano cerrada,
de la más íntima concentración de la mano,
de la mano cerrada que no es ni será puño.
El hombre se corporiza en torno a ella
como la fibra última de la noche
al engendrar la luz que coincide con la noche.

Quizá con esa forma sea posible
la conquista del cero,
la irradiación del punto sin residuo,
el mito de la nada en la palabra.

12

Nos quedamos a veces detenidos
en medio de una calle,
de una palabra
o de un beso,
con los ojos inmóviles
como dos largos vasos de agua solitaria,
con la vida inmóvil
y las manos quietas entre un gesto y el que hubiera
seguido,
como si no estuvieran ya en ninguna parte.
Nuestros recuerdos son entonces de otro,
a quien apenas recordamos.

Es como si prestásemos la vida por un rato,
sin la seguridad de que nos va a ser devuelta
y sin que nadie nos la haya pedido,
pero sabiendo que es usada
para algo que nos concierne más que todo.

¿No será también la muerte un préstamo,
en medio de una calle,
de una palabra
o de un beso?

13

Filtrarse en la sustancia más nocturna del árbol
y aprender
la fidelidad de la materia a la materia.

El pensamiento la adivina
cuando sospecha su límite más puro:
el salto de pensamiento mediante el cual se abandona.
Pensar dos cosas ya es no ser fiel,
lo mismo que pensar menos de una.

La materia es un recuerdo único
bajo el tul del invierno.

14

La vida dibuja un árbol
y la muerte dibuja otro.
La vida dibuja un nido
y la muerte lo copia.
La vida dibuja un pájaro
para que habite el nido
y la muerte de inmediato
dibuja otro pájaro.

Una mano que no dibuja nada
se pasea entre todos los dibujos
y cada tanto cambia uno de sitio.
Por ejemplo:
el pájaro de la vida
ocupa el nido de la muerte
sobre el árbol dibujado por la vida.

Otras veces
la mano que no dibuja nada
borra un dibujo de la serie.
Por ejemplo:
el árbol de la muerte
sostiene el nido de la muerte,
pero no lo ocupa ningún pájaro.

Y otras veces
la mano que no dibuja nada
se convierte a sí misma
en imagen sobrante,
con figura de pájaro,
con figura de árbol,
con figura de nido.

Y entonces, sólo entonces,
no falta ni sobra nada.

Por ejemplo:
dos pájaros
ocupan el nido de la vida
sobre el árbol de la muerte.

O el árbol de la vida
sostiene dos nidos
en los que habita un solo pájaro.

O un pájaro único
habita un solo nido
sobre el árbol de la vida
y el árbol de la muerte.

15

Si has perdido tu nombre,
recobraremos la puntada de las calles más solas
para llamarte sin nombrarte.

Si has perdido tu casa,
despistaremos a los guardianes de la cárcel
hasta dejarlos con su sombra y sin sus muros.

Si has perdido el amor,
publicaremos un gran bando de palomas desnudas
para atrasar la vida y darte tiempo.

Si has perdido tus límites de hombre,
recorreremos el cruento laberinto
hasta alzar otra forma desde el fondo.

Si has perdido tus ecos o tu origen,
los buscaremos, pero hacia adelante,
en el templo final de los orígenes.

Solamente si has perdido tu pérdida,
cortaremos el hilo
para empezar de nuevo.

16

Ahora tan sólo,
en este pobre rostro en que te caes,
he visto el rostro de la niña que fuiste
y te he sentido varias veces mi madre.
Me he sentido el hijo de tus juegos,
del mundo que creabas y esperabas
como un tibio regalo de cumpleaños.
Y también de los sueños que nunca confesaste
para que nadie más sufriera por ellos.

Me he sentido el hijo de tus primeros gestos de
mujer,
esos que también hubieras querido ocultar y hasta
ocultarte,
para abreviar en el mundo la irrealidad del asombro.

Me he sentido el hijo
de los movimientos que me preparaban
como a un antepasado de la muerte,
dibujo obsesionado
por la inserción de sus escamas.

Y te he sentido luego
la circunferencia de mi trébol pasmado,
el ángulo del compás que se abría,
el mapa de mis fiebres confundidas con viajes,
la caracola de mis ecos de hombre.

Y te he sentido aún más,
te he sentido llegar a ser dos veces mi madre
para que yo pudiera dejar de sentirte
y saltar hacia tu dios o hacia mis manos,
que tal vez no sean mías ni de nadie.

Y ahora al remontar mi salto,
para saltar de nuevo
o quizá para aprender a andarlo paso a paso,
te reencuentro o te encuentro mi madre,
aunque ya lo seas sólo tuya.

He demorado mucho,
he demorado todas las mujeres
y también todos los hombres,
he demorado el tiempo interminablemente largo
de la vida interminablemente breve,
para llegar a ser varias veces tu hijo.

17

A Laura
Si conociéramos el punto
donde va a romperse algo,
donde se cortará el hilo de los besos,
donde una mirada dejará de encontrarse con otra
mirada,
donde el corazón saltará hacia otro sitio,
podríamos poner otro punto sobre ese punto
o por lo menos acompañarlo al romperse.

Si conociéramos el punto
donde algo va a fundirse con algo,
donde el desierto se encontrará con la lluvia,
donde el abrazo se tocará con la vida,
donde mi muerte se aproximará a la tuya,
podríamos desenvolver ese punto como una serpentina
o por lo menos cantarlo hasta morirnos.

Si conociéramos el punto
donde algo será siempre ese algo,
donde el hueso no olvidará a la carne,
donde la fuente es madre de otra fuente,
donde el pasado nunca será pasado,
podríamos dejar sólo ese punto y borrar todos los otros
o guardarlo por lo menos en un lugar más seguro.

18

A Antonio Porchia

Hemos amado juntos tantas cosas
que es difícil amarlas separados.
Parece que se hubieran alejado de pronto
o que el amor fuera una hormiga
escalando los declives del cielo.

Hemos vivido juntos tanto abismo
que sin ti todo parece superficie,
órbita de simulacros que resbalan,
tensión sin extensiones,
vigilancia de cuerpos sin presencia.

Hemos andado tanto sin movernos
que los viajes ahora se descuelgan
como abrigos inútiles.
Movimiento y quietud se han desunido
como grados de dos temperaturas.

Hemos perdido juntos tanta nada
que el hábito persiste y se da vuelta
y ahora todo es ganancia de la nada.
El tiempo se convierte en antitiempo
porque ya no lo piensas.

Hemos callado y hablado tanto juntos
que hasta callar y hablar son dos traiciones,
dos sustancias sin justificación,
dos sustitutos.

Lo hemos buscado todo,
lo hemos hallado todo,
lo hemos dejado todo.
Únicamente no nos dieron tiempo
para encontrar el ojo de tu muerte,
aunque fuera también para dejarlo.

19

Caer de vacío en vacío,
como un pájaro que cae para morir
y de pronto siente que va a seguir volando.

Caer de lleno en lleno,
como un antipájaro que enrola en su anticaída
los espacios compactos donde no se cae.

Caer de línea en línea,
hasta abandonar el dosel de las líneas
y caer en lo abierto,
desnudo hasta de forma.

Caer de vida en vida,
pero adentro de esta vida,
hasta que nos detenga como un cuerpo plenario
el resumen de ser.

Y entonces dar vuelta la caída
y volver a caer.

2

Hay que caer y no se puede elegir dónde.
Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,
cierta pausa del galope,
cierta esquina del brazo
que podemos torcer mientras caemos.

Es tan sólo el extremo de un signo,
la punta sin pensar de un pensamiento.
Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos
y la miseria azul de un Dios desierto.

Se trata de doblar algo más una coma
en un texto que no podemos corregir.

20

Llega un día
en que la mano percibe los límites de la página
y siente que las sombras de las letras que escribe
saltan del papel.

Detrás de esas sombras,
pasa entonces a escribir en los cuerpos repartidos
por el mundo,
en un brazo extendido,
en una copa vacía,
en los restos de algo.

Pero llega otro día
en que la mano siente que todo cuerpo devora
furtiva y precozmente
el oscuro alimento de los signos.

Ha llegado para ella el momento
de escribir en el aire,
de conformarse casi con su gesto.
Pero el aire también es insaciable
y sus límites son oblicuamente estrechos.

La mano emprende entonces su último cambio:
pasa humildemente
a escribir sobre ella misma.

21

Una vida paralela a la otra,
jugando de nuevo las partidas perdidas,
reviviendo a la inversa cada alternativa,
sosteniendo con los pies lo que antes sostuvimos con
las manos,
reconociendo en las treguas del agua
la solidez que no supimos encontrar.

Una vida paralela a lo que no fue,
al ciervo que no encontró su bosque,
al itinerario descartado de un verano,
a las manos de una mujer interrumpida,
al señuelo de morir en la alta noche
en que todo parecía una torre de reconocimientos.

Una vida paralela al retroceso real o hipotético de la
vida,
para explicarnos la caída que nunca llegó al suelo,
para tocar el punto hacia el cual regresan los abrazos,
para acostumbrarnos a la espalda de las palabras,
para aprender a abrir los ojos sin mirar,
para ubicar el signo del que se cuelgan las llaves
que no entran en ninguna cerradura.

Una vida paralela a la copia de la vida,
al hecho radicalmente autónomo de lo que no vive,
a al imprudente enredadera de los pensamientos
interrumpidos,
a la congestión desconcertada de las ventanas de la
tierra,
al hecho público y lamentable de tener que vivir
junto al largo cansancio de tener que morir.

O ya que no existe nada que no sea paralelo de algo,
una vida simple y sencillamente paralela,
aunque no sepamos de qué.

22

El mundo es el segundo término
de una metáfora incompleta,
una comparación
cuyo primer elemento se ha perdido.

¿Dónde está lo que era como el mundo?
¿Se fugó de la frase
o lo borramos?

¿O acaso la metáfora
estuvo siempre trunca?

23

La densidad de lo que no es,
la fuerza de lo que no se tiene,
arremolina el agua de la vida
y crea un sonido de fondo
para todos los gestos.

Hasta el tejido prieto de la muerte
tiene un pálido hilo
donde la trama cede y se aligera
porque le falta muerte.

Y hasta lo que nunca ha vivido
y no morirá nunca
se remonta en la grieta de una ausencia
que le presta su cuerpo.

La piedra del no ser,
la certera condición negativa,
la presión de la nada,
es el último apoyo que nos queda.

24

Todo salto vuelve a apoyarse.
Pero en algún lugar es posible
un salto como un incendio,
un salto que consuma el espacio
donde debería terminar.

He llegado a mis inseguridades definitivas.
Aquí comienza el territorio
donde es posible quemar todos los finales
y crear el propio abismo,
para desaparecer hacia adentro.

25

¿Cómo amar lo imperfecto,
si escuchamos a través de las cosas
cómo nos llama lo perfecto?

¿Cómo alcanzar a seguir
en la caída o el fracaso de las cosas
la huella de lo que no cae ni fracasa?

Quizá debamos aprender que lo imperfecto
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada.

26

Para Laura

La vida nos acorta la vista
y nos alarga la mirada.

¿Cómo poner otra figura en el paisaje
sin desarticularlo como una feria invadida por la
tristeza,
sin que las nubes o los árboles se despeguen
y salten como muñecos desarmados?

¿Cómo poner una palabra en el paisaje
sin que el silencio se asuste
igual que un animal sorprendido en el bosque
o como una procesión que ha perdido su imagen?

¿Cómo poner una muerte en el paisaje
sin que se vuelva frío
y se sumerja como una flauta
con todos los agujeros tapados?

¿Cómo alargar un sueño
hasta que sea un punto en el paisaje,
una figura, una palabra o la muerte,
sin que el paisaje se desintegre como una burbuja?

Nosotros ya no podemos dejar estar en el paisaje
siguiente,
aunque sea un paisaje en blanco.
Nosotros ya no podemos dejar de estar en la página
siguiente,
aunque la hayan arrancado.

27

Para Roger Munier

Desbautizar el mundo,
sacrificar el nombre de las cosas
para ganar su presencia.

El mundo es un llamado desnudo,
una voz y no un nombre,
una voz con su propio eco a cuestas.
Y la palabra del hombre es una parte de esa voz,
no una señal con el dedo,
ni un rótulo de archivo,
ni un perfil de diccionario,
ni una cédula de identidad sonora,
ni un banderín indicativo
de la topografía del abismo.

El oficio de la palabra,
más allá de la pequeña miseria
y la pequeña ternura de designar esto o aquello,
es un acto de amor: crear presencia.

El oficio de la palabra
es la posibilidad de que el mundo diga al mundo,
la posibilidad de que el mundo diga al hombre.

La palabra: ese cuerpo hacia todo.
La palabra: esos ojos abiertos.

28

Para Manuel Mejía Vallejo

Las prácticas de la vida
nos abomban el pecho,
escriben nuestro nombre
en una carta sin dirección ni remitente
y nos cubren con vestidos excesivamente largos,
con vestidos que un día cualquiera nos hacen tropezar
y encontrarnos de pronto con las prácticas de la muerte.

El pecho cede entonces la atención a la espalda
y ésta comienza el largo aprendizaje
del arte de encorvarse,
pero no bajo el peso y la justicia de un fruto maduro,
sino con el gesto desapasionado de una rama sin fruto.

Simultáneamente, el oído aprende a ensordecer
con la algarabía de los muertos,
con la fiesta de florecer hacia abajo.
El labio, por su parte,
aprende a nombrar a la soledad
como si fuera otra persona.
Y el amor toma la forma de una mano,
porque la tumba toma la forma de una cuna,
una cuna que puede mecerse suavemente,
mientras la eternidad, que también pasa, nos olvida.

Y a pesar de que nunca sabremos
si las prácticas de la muerte
nos enseñan realmente a morir,
sabemos que sólo ellas nos enseñan realmente a vivir,
aunque ya sea demasiado tarde.

29

Para Guillermo Sucre

Sólo nos queda tomar algunos breves apuntes del cielo
y del infierno
y sobre todo de algunos pequeños gestos de la tierra
donde ciertos mensajes perdidos
parecen ensamblar una extraña partida de ajedrez.

Anotar, por ejemplo,
las antípodas de un rostro
los antinombres de las cosas,
las caídas inmóviles,
las suicidas que merecen colaboración,
las pulsaciones del telégrafo del amor,
los libros que gotean letras
como frutos que no pueden contener su madurez,
la pequeña catástrofe o el mínimo crimen
de interrumpir el pensamiento de lo amado.

Y aunque el polígono de la pasión
vuelva a sumar en vano sus ángulos
para ver si el resultado aumenta,
tal vez nosotros consigamos
con este oficio sospechoso
que la suma de los ángulos disminuya
para poder así escapar
por la grieta de la provisoria diferencia.

3

Sí, hay un fondo.

Pero hay también un más allá del fondo,
un lugar hecho con caras al revés.

Y allí hay pisadas,
pisadas o por lo menos su anticipo,
lectura de ciego que ya no necesita puntos
y lee en lo liso
o tal vez lectura de sordo
en los labios de un muerto.

Sí, hay un fondo.

Pero es el lugar donde empieza el otro lado,
simétrico de éste,
tal vez éste repetido,
tal vez éste y su doble,
tal vez éste.

30

Usar la propia mano como almohada.
El cielo lo hace con sus nubes,
la tierra con sus terrones
y el árbol que cae
con su propio follaje.

Sólo así puede escucharse
la canción sin distancia,
la canción que no entra en el oído
porque está en el oído,
la única canción que no se repite.

Todo hombre necesita
una canción intraducible.

31

Llevamos una señal en la frente
y otra señal en la nuca.
A veces nos parece
que adelante está el signo de la vida
y atrás el de la muerte.
Pero hay días en que el orden se invierte.
Y hay todavía otros días
en que llevamos adelante y atrás
la misma señal.

De cualquier modo,
este juego nos prueba
que existimos entre dos señales
o por lo menos dentro de una.

Sin embargo,
queda aún otra posibilidad:
que se trate de ninguna señal
y dos puntos de vista

32

He descubierto un color negro
más negro que el negro,
donde sólo puede escribirse
con un pensamiento blanco,
más blanco que el blanco.
Y surge allí una palabra
con más silencio que el silencio
y que suena lo mismo
en la vida y la muerte.

Así he descubierto la manera
de abrir lo cerrado,
lo más cerrado que lo cerrado.

33

Cada uno tiene
su pedazo de tiempo
y su pedazo de espacio,
su fragmento de muerte.

Pero a veces los pedazos se cambian
y alguien vive con la vida de otro
o alguien muere con la muerte de otro.

Casi nadie está hecho
tan sólo con lo suyo.
Pero hay hombres que son
nada más que fracasos:
están hechos con trozos
totalmente cambiados.

34

Cuando se ha puesto una vez el pie del otro lado
y se puede sin embargo volver,
ya nunca más se pisará como antes
y poco a poco se irá pisando de este lado el otro lado.

Es el aprendizaje
que se convierte en lo aprendido,
el pleno aprendizaje
que después no se resigna
a que todo lo demás,
sobre todo el amor,
no haga lo mismo.

El otro lado es el mayor contagio.
Hasta los mismos ojos cambian de color
y adquieren el tono transparente de las fábulas.

35

Hacer correr un pedazo de oscuridad sobre otro
y deslizar entre ambos
la precaria salud de la ignorancia,
de una ignorancia que repita
como un blanco aforismo vacío
el ser de su no ser,
la eléctrica tensión de las ausencias,
el filamento y la corriente
de una lámpara que se entiende al revés
y se apega al revés.

Porque si bien es cierto
que el mundo termina en cualquier parte
y empieza también en cualquier parte,
concluye y comienza con mayor contundencia
entre dos piedras que se juntan
o entre dos trozos de sombra.

Y sólo allí es posible
iniciar esa nueva ignorancia:
unos ojos tan abiertos como si no existiesen.

O por lo menos,
como si su existencia fuera un simple accidente
de la mirada suelta que nos busca
para abrirnos del todo.

36

En las entrañas del verano,
como una fibra más clara,
repercute la voz del heladero.

No es la infancia que vuelve.
No es algo de Dios que se ha vestido de blanco.
No es una luna en el día.

Es sólo lo posible
que nos demuestra su existencia.

Lo imposible no levanta nunca la voz.

37

Algo frena a la luz:
toda luz debería llegar a todas partes.
Algo atasca a la música:
toda música debería ser oída por todos.
Algo estanca al pensamiento:
todo pensamiento debería pensar todas las cosas.
Algo encarcela a la vida:
toda vida debería ser lo vivo y lo no vivo.

Por estas circunstancias sin remedio,
el hombre es una sustancia derrochada.
Todo amor tiene los brazos excesivamente largos:
para amar hay que acortar los brazos.

38

Los relevos del cielo y del infierno
desajustan los días y las noches
con sus turnos de improviso capricho.
La inconstancia del cielo y del infierno
desacredita todo lo existente.

Nadie sabe qué luz o qué tiniebla,
qué fuego o qué vacío
puede borrar a un hombre en cualquier parte.
Han variado los puntos cardinales
de los últimos límites.

Y mucho más que eso: ha cambiado la historia
secreta de la gracia.
Arriba no es arriba
y abajo no es abajo.
También se agota el orden.

Ya el cielo y el infierno
son dos caos fortuitos.
Quizá por eso el hombre
es también otro cado fortuito.

39

Hay huecos que no pertenecen a este espacio,
brevísimas presencias de lo impresentable,
excepciones del ser,
resplandores de algo que no necesita a la luz,
suficiencias en sí.

Y lo más llamativo
es que eso no prueba ninguna otra cosa:
aparece y desaparece
como la más justa y natural comparencia,
pero ante ningún tribunal
y ante ninguna ley.

Son los relámpagos de lo más simple y más difícil
que le sucede al hombre:
aquello que tan sólo es lo que es.
La avenida por la que no transita
nada más que su espacio.

4

Mientras haces cualquier cosa,
alguien está muriendo.

Mientras te lustras los zapatos,
mientras odias,
mientras le escribes una carta prolija
a tu amor único o no único.

Y aunque pudieras llegar a no hacer nada,
alguien estaría muriendo,
tratando en vano de juntar todos los rincones,
tratando en vano de no mirar fijo a la pared.

Y aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.

Por eso, si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo.

40

A veces las cosas están más despiertas que los hombres
y entonces se produce un insólito diálogo invertido
donde todo parece estar fuera de sitio,
salvo la discreta semántica
que se disimula como una pulpa disponible
detrás de los contornos toscamente cambiados.

Puede ser que las cosas
bajen entonces su tono de vigilia
o los hombres lo suban.
Puede ser que a mitad de camino
se iguale el despertar de unos y otros.
Pero nunca comprenderemos tanto como entonces
que podríamos trocar los lugares que ocupamos
sin que ocurriera ninguna desnivelación catastrófica,
ni siquiera tal vez una variante de mediana importancia
en el ciclo fantasmal de lo poco que existe.

Sólo sabría preguntarnos
qué podría ocurrir si alguna vez
nos durmiésemos todos a la par,
los hombres y las cosas.
O también si lográramos, al revés,
en algún momento desesperadamente inesperado,
despertarnos íntegramente todos juntos.

5

Un salto desde las propias manos,
invirtiéndose uno mismo en su propio tobogán,
inventándolo como un pájaro muerto inventaría el aire
si volviese a su vuelo.
No esperar el trote ciego de la caída.
Crearla como si fuera un horizonte
o quizá el pasto crédulo de un animal invisible,
sabiendo que abajo es cualquier parte,
hasta el antiguo sitio donde un hombre sin nadie,
hasta sin él,
inventó el amor.

Un salto hacia las propias manos.

6

Véase primero el aire y su elemento negro que no cesa,
véase el lomo demasiado suave de las cosas que ha
rozado la muerte,
véase cómo crece la mirada torcida, la mirada del
hombre,
mientras la recta mirada de las cosas yace tirada en
cualquier parte,
véase cómo hay orillas que pasan de ríos que no pasan
y violentas imitaciones del corazón rompiendo astas,
véase el trueno de vejez y gestos sin acabar que muerde
al mundo,
véase el gastado carillón de la muerte,
su dentellada que por morder se muerde hasta a sí
misma,
su lunático hipo de tumbas y borrones,
véase las narices que inventan fragancias sin vacíos
y el lecho que llegará cuando no estemos
y el ronquido que sella los amores.

Y tan sólo después
fírmese y cúmplase.

7

La forma más imprevista y también más real del
retroceso
es la que comienza cuando no hay adelante ningún
obstáculo,
rebote de uno en uno mismo,
corrección del sueño de la propia cercanía,
gestación de uno mismo en lo más lejos.

Un corazón distinto disuelve entonces el aire
y entre las dunas vivas de la costa
se aproxima un mar distinto,
que nunca estuvo enfrente,
que nunca estará enfrente,
aunque uno se dé vuelta.

Pero ese retroceso
no consiste tampoco en darse vuelta.
Es algo así como un contracolor de la sustancia
o una inconciencia repentina del color
o un vuelco del tiempo de mirarlo.

La fábula del movimiento
se arrepiente en un pez que ya no huye
y todas las vísceras, hasta el beso,
se inclinan como tallos demasiado consentidos
que ahora deben agacharse y reaprender humildemente
a alzar juntas las flores y la nada.

8

No es la luz la única suma de los colores.
Hay ciertas dimensiones sueltas
donde los colores se reúnen más estrechamente que
en la luz,
como novísimos peces en un mar aún más joven que
ellos.
A partir de allí
parece posible reconstruir algo
que nunca ha saltado el signo del comienzo,
otra especie de tangencia.
La suma de los colores debe incluir un filamento
donde estén retorcidas en un mismo hilo
la mirada que ve
y la mirada que no ve.

9

Si alguien,
cayendo de sí mismo en sí mismo,
manotea para sostenerse de sí
y encuentra entre él y él
una puerta que lleva a otra parte,
feliz de él y de él,
pues ha encontrado su borrador más antiguo,
la primera copia.