LAHITTE, ANA EMILIA
12

Alguien
salva una vida, una muerte.
Me salva.
Alguien muere, yo muero.
Alguien mata, yo mato.

Gozo
la plenitud y la fatiga
de nacer
y haber muerto
en cada hueso de exilio,
en cada lacra,
como si los océanos y el fuego
estuviesen aún por inventarse
y la memoria humana
no supiese que
saber
es el precio más terrible
de la resurrección.

De la esperanza.

13

Los que asumimos muerte,
Los que somos
origen y bestiario,
tránsito, alimento
de un tiempo trashumano
que renace de sí
y nos liberta
y nos permite ser, aniquilamos
y volver a gestar el horizonte,
somos el hombre.
El Hombre.
Uno y solo.
Expuesto en desnudez a la locura
de creerse mortal.

14

Si fuésemos humanos,
-sólo humanos-
breves monstruos
de carne y oraciones,
el alma
intentaría otras raíces.

Pero somos
este no ser
castrado y posesivo.
Esta obsesionante pavana
de universo.
Insensatez documental.
Con alma.
Desertores
del absurdo genial
que nos condena
a no creer jamás que el aire puro
sea creación de Dios.

De su paciencia.

15

Pienso
comprendo,
siento,
me examino
en verdades
de piedra y sudestada.

Y la muerte
es por fin veraz,
perfecta,
desnudamente casta y absoluta,
cuando evade las formas
y su vientre
brota de mi
después de la batalla.

16

A Nelly Alfonso

El país de la casa.

La infancia
desdoblada como un lienzo doméstico.
El hijo,
su llanura de hombría y reciedumbre.
Amigos
que son vértebras de lealtad.
Enemigos
claramente elegidos.

Todo está en su lugar.
He vivido y vivo con nitidez
mis rótulos de propiedad privada.
Pero mi indigencia se llama
raza humana.

No lo olvide
quien halle estrías en mis venas,
cicatrices de alumbre,
grietas jamás cerradas.
Hiroshima
Guernica
Auschwitz
Vietnam
Camboya
fueron también mi nombre,
mi familia,
mi casa.

21

Todo
cabría en las definiciones
-inteligencia ósea-
si el poeta
no inventase el caos necesario
para alucinar el universo.

Entretanto el cuerpo,
a ras de tierra,
nos permite creer impunemente
en los vanos
planetas que nos pueblan.

23

En posición fetal,
hecho un ovillo de luz arrodillada,
pesa el cuerpo.
Tortura.
A veces acorrala.

Pero en cada tejido que se abate,
en cada tramo de la piel
distante
de su propio esplendor;
en el sayal de escaras de aquel gesto
que se nos desdibuja
y nos descarna;
entre las manchas,
que van urdiendo otra geografía
feroz de humanidad;
en las estribaciones de los huesos,
héroes sin luz
guardando el esqueleto;
en cada humillación,
en cada lágrima
subsiste una demanda
de verticalidad justificada.

24

Yo,
carnadura,
médula y abismo,
mandrágora de sal, tiniebla intacta,
selva de la ansiedad, yesca del ángel,
nada soy.
Todo ha sido.

Lo que resta
de mi sombra y de Dios
es mi secreto.

(1980)
(De �Los dioses oscuros�)

AL SUR DE MARZO

Todo es valioso y mínimo.
El tatuaje del ser
nos sobrecoge
transfigurado en un fulgor
desierto.
Y nacemos del aire
o del recuerdo,
mucho después que Dios
nos aniquila
sabiamente,
acaso sin quererlo.
Sin su obstinada, bella
lejanía,
no tendría razón
el universo;
no podríamos ser
lo que no somos,
ni aprender del silencio
a disolvernos
en una bruma lenta
e infinita.

Si Dios
no armara juegos
de horror y encantamiento,
no quemaría el alma
con su sombra;
no seríamos niños
en otoño;
ni la muerte
vendría a proponernos
dejar un ruiseñor
agazapado
en el revés del tiempo.

(De “Al sur de marzo”)
(1969)

* Nació en la ciudad de La Plata.

LOS ABISMOS

20

Los trasfondos humanos.
Sus verdades
temerosas, altivas, expectantes.

Una identidad no revelada
nos rebasa la sangre.
Allí instaura el hombre
su ambición,
su deseo no confeso
de ser involucrado en un festín
de buitres y palomas.

Y Dios
es un trofeo misterioso,
un halcón enjoyado,
un ícono de humo,
hasta que se rebela
y nos masacra
volviéndonos al polvo original.

25

También los gestos
se desgastan,
mueren.
Algunos deterioran la belleza
en sus breves cariátides de trébol.
Otros desaparecen sin saber
que existieron.
Los gestos del amor
se desintegran como peces
ardidos. Los de la infancia
resplandecen de magia
en algún niño
que nos muestra
sus ángeles salvajes.
Otros, los del horror,
los de la pérdida de nuestra identidad,
los que atestiguan
que no supimos ser,
los que ajustician,
son los gestos que nadie recupera
ni intenta rescatar.

Pero allí están, al fondo del silencio,
vigilando el éxodo.
Vigilándonos.

31

Las palabras
se han ido transformando
en fieles, extendidos territorios
salvajes.

No nombro ya el adiós ni la esperanza.
No nombro el amor ni la nostalgia.
Tampoco la amistad.
Tampoco el alba.

Han sido en mí.
Yo soy su idioma, ahora.
Yo soy su libertad
y su palabra.

34

Lo trajeron
los hombres de la sed.

En un principio
me pareció reconocer un pájaro.
Luego se distendió como una fiera.
Creí después morir en un naufragio
de abedules o de ángeles baldados.
Sigo ignorando
qué es lo que hasta ahora
me mantiene así,
desorbitada,
tratando de mirar lo que me ciega,
lo que me abisma,
lo que me destruye.

Sé que jamás sabré.
Y eso me salva.

(1979)
(De “Los abismos”)
Pluma de Plata del PEN Club Internacional

LOS ABISMOS

Después la soledad.
Y el mundo, el mundo,
esa oscura parábola encendida.

2

Muero
desde las células.
Sin tregua.

Muero desde la piel.
Me transfiguro.
Renazco de mi sed y me destruyo.
Me invento, me desnudo.
Me aniquilo.

Cambio de rostro, de dolor,
de exilio.
Sólo Dios y mi sombra
siguen siendo los mismos.

Y aquí estoy, muerta o viva
pero intacta.
Sin embargo agonizo.

3

La piel.
Su dramatismo inadvertido.
Su bella lumbre
en celo.

La piel.
Fulgor de la batalla,
Despojo luego.
Humillación.
Olvido.

Fluye mansa la sangre.
Urge saber si estamos vivos.

8

Aguardo
agazapada entre mis huesos,
amando este tormento demorado,
esta prisión de sed, este alarido
fijo en la lumbre de mi calavera.

Sin embargo,
agradezco mi cuerpo,
su expuesta profecía, su misterio,
su goce, su caída.
Deploro

que la llama adolescente, las guaridas
del sol, la vida entera
no basten para honrarlo, para abrasarlo,
para incinerarlo en una ceremonia
de sándalos y olvido.

12

Siento caer,
quebrarse, abandonarme,
algo que se parece a la corteza
de un árbol primitivo,
al salto de un jaguar,
a la intemperie de un escalofrío.

Es la vida,
otra vida que estalla en las arterias.

Otra constelación.
Otro exorcismo.

17

Tal vez la finitud es lo sagrado.

Quise morir de mí.
quise nacerme.

Y fui yo misma
-soledad radiante-
quien habitó el viento
y el deseo
en remotas edades.

Ahora,
soledad de soledades,
soy mi ausencia,
esperándome.

LOS DIOSES OSCUROS

I

Sangre despavorida.
Sangre adversa.

II

Hay una profecía desollada
en la ferocidad del desconsuelo.

III

Se han cumplido los pactos.
El saqueo.

IV

La dignidad humana
denuncia servidumbres
esgrimiendo
su antigua cruz de huesos.

V

El hombre
es la distancia
entre Dios y el silencio.

VI

Posesión o despojo.
Blasfemia o sacramento.
Todo ha sido arrasado.
Hasta lo eterno.

VII

Perdido el paraíso,
el ángel
es un hombre sin regreso.

2


que descalza he caminado
y muerto a través de milenios.

No camino ahora aislada de la tierra.
Mi piel de piedra eterna
gime y calla.
La tierra está descalza, como yo,
en la entraña, donde los hombres cantan.
Es ella quien camina por mis huesos.
Ella es quien se desangra.

7

¿Qué hemos traicionado?
¿Qué arcángel
de triunfo y de carroña
vela sus armas
junto al gran secreto?

¿Cuántas claudicaciones
se herrumbraron tras el fulgor altivo
y los flagelos?

¿Qué hicimos con la sangre
en sus apostaderos naturales
de fervor y universo?

¿De qué manera hemos trasvasado
la nostalgia de Dios
a su destierro?

Detrás de los aplausos
ofician de anfitriones
los espectros.

11

Clausura de lujuria.

El deseo
procura archipiélagos vivos,
desmesura radiante, verdor,
sangre amazona.

Y sólo encuentra enjaulada furia.
Muslos abandonados,
sin salario de espuma.

MANUSCRITO I

Locura.
Expiación.
Condena.
Cruz.
Furor.
Metamorfosis del delirio.
En la fiel ciudadela del Museo del Prado
la eternidad
pariendo la belleza como un cataclismo.

Mis amados malditos.
Sus dominios.

Por altos tragaluces
el humo en llamarada de los juegos prohibidos.

MANUSCRITO II

Pavor.
Hedor rasante.
Paraísos.

La médula del tiempo
desbordando
éxtasis apocalíptico.

Y mi señor El Bosco,
arrasado y magnífico de bestias y de pájaros,
incendios y cilicios,
dejándose indagar
tras la burbuja feroz de su hermetismo.

Seguro de que nadie lo ha rozado
jamás.
Nadie lo ha visto.

MANUSCRITO III

Quienes
descubran este manuscrito
sólo hallarán
vestigios
de terrible candor.
Crímenes inefables.
Misteriosas
garras de seducción
y desconsuelo.

El hombre,
en su círculo
infinito.

Porque
siempre habrá un niño
en su reemplazo.
Siempre
lo habrá,
nacido
de la arena,
de los halcones,
de los petroglifos.

Siempre
un pequeño dios,
desalojándonos
para reiniciar
el exterminio.

(Apuntes en el Museo de El Prado)
(1975)