LOJO, MARÍA ROSA
¿QUÉ PALABRAS SON ÉSAS….

¿Qué palabras son ésas, de qué están hechas?
Pasan las constelaciones, se deshacen como una estela de caracol
/bajo la lluvia,
pasan los soles, gastados como usinas,
pasan los dinosaurios, las sirenas, los dragones, los glaciares,
/los cíclopes:
polvo fantástico, polvo de huesos, igualados en una
/vasta demolición.
Sin embargo esas palabras prometen quedar
cuando las bibliotecas sean sólo ceniza de árboles, sin una huella
/de tintas,
cuando todas las gargantas humanas sean cuerdas oxidadas
bajo la tierra,
cuando los planetas giren en el vacío como teatros helados,
sin voces, sin aplausos, sin memoria de un drama remoto y concluido.
¿Caerán como semillas esos verbos sobre la tierra seca?
¿Crearán otros bosques, otros ríos, otros animales condenados
/al sueño y al exceso?
¿Resucitarán a los muertos, como quien vuelve a arrancar de un
/surco de vinilo
una olvidada melodía? ¿Pasarán en limpio, en letras resplandecientes, el incompleto
/borrador de esta vida,
sucio de tachaduras y recortes?
Sin embargo mis vísceras, mi cuerpo, mi deseo, desobedientes a mí,
siguen obstinados en una imitación minúscula de cristo,
escribiendo palabras para que no pasen, sobre la pantalla que titila.
Como si esas palabras estuviesen destinadas a sobrevivir a los
/mundos,
como si los muertos pudiesen leerlas en bibliotecas inconcebibles,
como si contuviesen la arquitectura oculta de un cosmos destruido
que renace y se multiplica.

BELLEZAS

La belleza es una rosa pálida que alguien te ha obligado
a morder. Separas los pétalos rotos, uno a uno, y los arrojas a
esa sopa de letras que toman todos los niños obedientes. Hay
una forma, un pájaro detrás de la ventana, un alado alud. Sin
vacilación, rompes el vidrio con una furia blanca y lo abrazas a
través de la sangre. Tienes miedo de mirarlo y cuando abres los
ojos no lo ves. Pero las alas crecen en tu mano y se confunden con
tu propio cuerpo. Ya no tienes rostro en los espejos. Alguien te
ha hecho de belleza Otra, clandestina y terrible.

CON PASOS DE CAZADOR NOCTURNO….

Con pasos de cazador nocturno, escuchando el murmullo
de los astros que caen sobre las aguas quietas, con pasos de peregrino y de amante en vela, con los ojos atónitos del que
alcanza la orilla de otro mundo inconcebible durante el sueño,
así te asomas a las aguas donde el mundo se invierte, donde
las formas reales del ser y del amor te miran desde balcones ya
intocables, desde terrazas desamparadas y olvidadas, desde los
cuartos de infancia donde la madre cantó por vez primera en el
abrirse original del día, en el momento del júbilo y el tránsito.

DIOS ES UN CARRO VIEJO

Sentada a la mesa, cuando todos se han ido o no han llegado
todavía, veo venir a Dios. Dios es un carro viejo, roto, que
tambalea por momentos. Tiene una rueda más gastada que las
otras y si la tierra de Buenos Aires no fuera desesperadamente
llana, se habría despedazado en cualquier curva. Llega de todos
modos, facilitado por la llanura, empujado por el viento que
sopla de noche, y se detiene junto a la puerta del jardín del fondo
para que bajen mis muertos.
Bajan cansados, indiferentes, como si no estuvieran aquí,
como si no me viesen. Su castigo es no verme. Mi castigo es
verlos. Les tiendo las manos y es inútil, no me tocan ni me huelen,
sin embargo el cuarto se llena de su perfume ciego, quebradizo.
Esos muertos no hieden.
Son como las hojas que se han puesto a secar entre las
páginas de un libro. Dejan una aureola de color ocre, la huella
de una sombra que fue cuerpo. Las páginas que los contuvieron
no se pueden leer. El sudor y los jugos de la vida trastornaron
las letras, las enloquecieron, desvaídas, transversas, no sirven
para nada, salvo como testigos, secos también, de aquella pulpa
espesa.
Si Dios no fuera un carro viejo, tan viejo, me subiría a él.
Me acostaría en el fondo de ese carro para que me llevase a
ver la tierra donde parpadean las estrellas secretas, como ojos
hundidos.
Pero Dios cruje, y golpea, y se partirá por el eje.
Me dejará en mitad de la pampa, sin rumbo. Nunca fui baqueana, soy torpe, lenta, miope como un animal insuficiente
que cualquier puma liquidaría de un zarpazo. No sé descifrar
otros signos que los escritos en los libros.
El carro cruje, golpea, se partirá por el eje.
Lo abandono en el jardín, arrumbado, que le crezcan
enredaderas, que le trepen hormigas, que le hagan nidos los
pájaros. El viento que sopla de noche se ha llevado los muertos, tan
livianos son, tan inestables. Eran sólo un sueño —diré mañana�
eran un recuerdo en un sueño. Eran mi sueño de terror, para
tenerme miedo. Y si el carro no estuviera aún en el fondo del
jardín, si no fuera una ruina, un camino de hormigas, un racimo
de nidales donde los pájaros despiertan, diría que también fue
un sueño, una equivocación de la memoria, una prueba patética
de la inexistencia divina.

DRAGONES

Noche tras noche se construye en la casa un andamiaje
silencioso. Los habitantes dejan sus ropas de vivir y su torpe
calzado de recorrer ciudades que no miran. Rodean las paredes
con sábanas tejidas por la hilandera de un cuento interrumpido yse cuelgan de los bordes, llameantes como cabezas de dragones.
Por las mañanas la casa apenas conserva alguna marca de
ceniza bajo un alero y quizá la sombra del relámpago cruza al
sesgo los vidrios de los dormitorios. Los habitantes salen por la
puerta del frente vestidos de humanidad, pero en los bolsillos
interiores de un traje, en las costuras de los uniformes, bajo las
calificaciones y los lápices, las escamas del dragón van creciendo,
tenaces y brillantes.

EL GUARDIÁN

¿Qué era, quién fui cuando solo había montañas y la cara de Dios
/parecía dura
como formaciones de piedra?
Me mandaron a volar por un mundo sin hombres. Estaban
/escondidos.
Temerosos de ser, metidos en las cuevas.
Planeaba y veía. Con el grito del águila les anunciaba los peligros.
antes de que las edades innumerables se convirtiesen en tiempo.
Antes de que se encerrase el tiempo en cajas y en clepsidras,
cuando nada tenía medida salvo la anchura de las alas abiertas.
Entonces hice el viaje. Las almas eran pequeñas como brotes. Doradas. El sol las teñía
/suavemente en las mañanitas
rocosas.
Bienvenidas porque casi no había nada que brotara sobre la inmensidad
y Dios decidió cuidarlas como flores de invernadero.
Yo era el enviado. Parecido a un águila pero no rapaz. Pastoreaba
/los brotes de almas,
las protegía en las hendijas para que no las arrancasen los malos vientos.
En la ferocidad de las tormentas las cubría con mis alas veloces
que se volvían lentas y acolchadas como una manta
para que nada muriera.
Temblor de alas en la memoria de Dios que me mandó
/para amparar su creación imperfecta.
Dios dubitativo, irresuelto, temeroso de las consecuencias:
voluntades libradas a su arbitrio.
Ceñidas por la dureza de la vida terrestre, controladas por la
/indigencia de los límites.
Pero temibles.
Qué haría Dios con sus brotecitos finos que contienen el aliento
dentro de las fisuras de la montaña
para no ser arrancados por el huracán.
No pregunté.
Soy el guardián. Planeaba y planeo sobre la redondez de la tierra
donde el Señor posa su mano de cuando en cuando
y me dice que vuelva a Casa, con los míos, porque me extravío
/cuidando lo irremediable.
Pero yo no lo haré. Le digo a Dios que amo las causas perdidas.
Aquí estaré hasta el fin de los tiempos, Señor,
y no florecerán los brotes de esta tierra sin que los veas.
Inéditos

EL POLVO DE LOS VASOS Y LA PESADUMBRE…

El polvo de los vasos y la pesadumbre de sentarse a
contemplar. Vas desciñendo los hilos de las vidas: la delicada
herencia de los mayores se abre como un cofrecito herrumbroso.
El polvo iridiscente no es su fuerza; pero los has visto golpeando
en las ventanas otoñales, humildes como la lluvia, con sus
voces delgadas que aman el cielo acerbo. Ellos quisieran ver sus
cuerpos abandonados en las playas, sepultados por el limpio
viento del mar. Pero les han impuesto la carga de la tierra:
abrumados y oscuros yacen a solas, sin la carcoma purificadora
de la sal. El polvo ya no es el vidrio: el polvo es toda la niebla
de la tarde que se concentra y se acongoja en la intimidad de
los cuartos, en las paredes que contemplan los árboles yermos
de invierno y la estrechez de las ráfagas errátiles como ciervos.
Ciervos helados: bosque del Norte que asedian tradiciones y
caballos de guerra, bendecido por pétreos druidas que levantan
altares: santos antiguos con su cuchillo sacro y su elevada cabeza
rezadora. Bosque del Sur tan nuevo como lo es la muerte para
cada hombre; prístino reflejarse de las murallas verdes sobre
los lagos. Allí ves el fondo: dientes puros las piedras, almas de
indios que miran desde el hielo las cimas duras del amanecer.
Esta mirada no es la ilusión, lo sabes bien. Alerta más que
nunca vas custodiando al sol mientras se enciende la soberbia de
las luces: crepúsculo acerado donde se cifra todo lo que podrías
haber sido y todo lo que puedes ser aún, en otros reinos. El ser se
pone en pie, inmenso, abierto.
De Visiones (Faiga, 1984).
En Bosque de ojos (Buenos Aires: Sudamericana, 2011).

ÉSTE ES EL BOSQUE

Cuando llego, jadeante, mi padre está esperándome sentado
sobre un tronco. El aire se había puesto oscuro y empañado
un instante atrás, pero aquí, bajo los arcos verdes, la luz tiene
un espesor de miel y sólo se respira un oxígeno burbujeante y
diáfano.
Me siento junto a él. Está tan delgado como cuando murió,
pero los ojos vivos contradicen su cuerpo.
�Papá, decíamos ayer que la vida es una herida absurda.
�Ésas son cosas de los tangos, hija. Aquí nadie vive en
vano. Éste es el bosque.
�Pero decíamos que la vida es una pasión inútil. �Ésas son cosas de Sartre. Aquí no hay pasiones, aquí nada
es inútil, aquí cada vida sirve a su función. Éste es el bosque.
Y su brazo —apenas un hueso con las venas tatuadas�
agrupa en un solo gesto los robles y los castañares, los pinos y
los eucaliptos, los musgos y los líquenes, las espinas del toxo.
�Pero nacemos y morimos y es como si no hubiéramos
vivido y somos apenas hojarasca que se pudre bajo los pies que
pasan.
�Aquí nada se pierde y todo se transforma. Aquí nada
muere. Somos la gente de la tierra, las criaturas del árbol, la
semilla que florece sin fin. Éste es el bosque.
De Historias del Cielo (2010).
En Bosque de ojos (Buenos Aires: Sudamericana, 2011)

ESTRUCTURA DE LAS CASAS

Dentro de un dedal había un salón de costura donde la
abuela bordaba rosas cuando era una niña obligada a quedarse
del revés de la luz para que no la distrajesen los ruidos del
mundo.
Dentro de una foto del padre había un joven que regresaba
a las montañas cruzando campos ardidos por la guerra, y había
cuerpos acabados de fusilar pudriéndose en el fondo de las
pupilas.
Detrás de un guante viejo había un hermano desaparecido,
en un pastillero vacío acechaba la locura; sobre los platos cascados
comía una familia sentada en torno de una mesa de roble; dentro
de un cofre la madre guardaba cartas de pretendientes, y con las
cartas esperanza y pobreza y plumas que avanzaban despacio
sobre el papel rugoso de las vidas pasadas.
En tu historia había historias imposibles de limpiar y cuartos
cerrados que no se abrirían nunca porque las estructuras de las
casas son cajas chinas interminables y concéntricas y de la misma
manera misteriosas.

HOMBRE DE LA LUNA

En la luna hay un hombre que te mira todas las noches.
Algún día se desprenderá de su lugar y caerá sobre la palma
de tu mano derecha, empequeñecido y gastado por el vuelo. Ya
no podrás soñar que te ama porque lo desprecias. Y aunque él
verdaderamente sigue amándote y ha entregado las tres cuartas
partes de sí mismo para tu alegría, lo guardarás en el primer
cajón de tu mesa de luz, indiferente al destierro irreversible, al
inútil tesoro de su sacrificio.

LA LUZ ARGENTINA

En esta tierra no había oro ni plata,
no había palacios ni templos ni teatros ni pirámides
ni grandes escaleras ceremoniales que llevaran al encuentro de Dios
ni príncipes enjoyados como aves del Paraíso
ni calendarios de piedra que señalasen la ruta de los planetas.
Los que llegaban del otro lado del mar
buscaron los metales, las ciudades, los templos.
Pero las raíces de la selva bebieron el hierro y el verdín
de sus armaduras
y los caranchos de la pampa devoraron los ojos
de las cabezas muertas
y en los caminos más altos de la montaña
donde no cambia la nieve
quedaron sus cuerpos de congelados centinelas. No había plata en la tierra de la plata.
Pero en los torrentes secretos de la selva,
en las lagunas del llano,
en los cauces tan anchos como un mar
la luna y las estrellas crecen de noche
y tiñen de blanco fulgor el agua verde.
Los cuerpos que se sumergen arden sin fuego
con una luz tranquila que no ciega.
Es la luz de los ríos de la plata,
la luz argentina,
sin peso ni medida,
invulnerable al robo y la codicia.
La luz de todos
que fluye como el tiempo y que permanece.

LA MADRE, LA HIJA

Las madres de las demás protegen a sus hijas desde el Cielo.
La mía no. La mía quizá no está en el Cielo, o se le ha
olvidado la dirección de esta casa, donde vivo en la tierra.
Las hijas de esas madres son mayores, como yo. Ya no van
a la escuela, no calzan mocasines de taco bajo, no se comen las
uñas. Sin embargo creen, como si fueran niñas, que su madre es
una estampita de la Virgen de Luján, colocada bajo la tapa de
vidrio del escritorio de Dios, y que las mira desde allí, ejerciendo
poderes bondadosos y ministeriales, acelerando el trámite de su
felicidad como si se tratase de un expediente burocrático en las
oficinas celestes.
Yo no lo creo. La mía no mira.
La mía estaba ciega y no quería ver luz ninguna.
La luz la desollaba y la desgarraba como una mordedura de
ácido. Mi madre era frágil como un vampiro asustado, temeroso
del dolor de esa luz, Pero también, sobre todo, de la carga de la
vida inmortal.
Por eso no puede estar viva, en ningún cielo.
No puede ser una estampa piadosa la que no tenía piedad,
ni aun de sí misma.
Quizás Otro se habrá apiadado de ella.
Quizá flote sobre una tierra crepuscular, entre dos tornasoles,
cuando ningún rayo hiere.
Quizás el único contacto entre nosotras sea esa ausencia: el
roce de un soplo, de una brisa, de un aliento, Las palabras que no
se dijeron, el hueco de un cuerpo en el aire.
Pero ese hueco es tan resistente y opaco y compacto como
un muro.
Mi madre es un agujero negro detrás del muro, la boca del
vacío, la muerte.
Algún día mi mano traspasará el aire hostil de la pared. El
muro cederá, y tomaré el vacío, el agujero negro, la muerte, lo
daré vuelta del revés, como se da vuelta un guante, o un vestido,
o las letras de un mensaje cifrado.
Me pondré esa nada como quien se pone un vestido de fiesta.
Bailaré en la fiesta.
Dejaré de temer.
Del otro lado mi madre crecerá, como una niña nueva en un
jardín.

MARCHAN POR EL CAMINO INVERTIDO….

Marchan por el camino invertido. Marchan con sus mantos
en derrota y sus largos pies de animales viajeros, con sus báculos
de obispos o de pastores y su mirada insaciable de sabios o
comerciantes. Marchan. Y el campesino los contempla en la
puerta de su choza, el campesino cuyo rostro es como un espejo,
el de sueños perfectos que captan todas las conmociones de la
tierra y los más leves anuncios estelares. Mira, sí, ya ni hombre
ni mujer, con el sexo indeciso de las ánforas sin memoria donde
se entrecruzan los cuernos del toro y los pechos tenues de las
sacerdotisas, ofrecidos y velados bajo las túnicas. Y lo saludan
como a rey o mendigo, y le arrojan limosnas u homenajes en las
manos que no se extienden, en las manos que permanecen sobre
las rodillas, como garras o joyas, con sus dedos de aurífice, con
sus arrugados cartílagos de ave anciana.
Marchan por el camino invertido, como un desfile de tropas
cuyo general es una cabeza cortada, cuyo general es unos ojos
que la muerte o el sueño corrompen con insidias.

MÁSCARAS

Te rodean los danzantes, te aturden. Estás volando sobre el
ritmo a la velocidad de una llama. Dentro de poco tu cabeza caerá
y te nacerá una piel nueva. Te brotan en los nudillos yemas de
árbol y en tu sexo sube un vello de lianas. Serás una selva y una
casa de pájaros, en tu corazón crecerán torres mudas, sueños de
catedral bajo las aguas. Quedarás detenida y habitada mientras
los otros bailan, armados con sus rostros. Ya no podrás ser lo que
fuiste y la felicidad te arrasará los ojos mientras las llamas ciegan
las máscaras que giran.
De Forma oculta del mundo (Último Reino, 1991).
En Bosque de ojos (Buenos Aires: Sudamericana, 2011).

SEMEJANZAS

Como un salto de animales por la rueda de fuego, como una
caminata mortal sobre una cuerda de viento, en equilibrio sobre
una tierra cortada, en puntas de pie sobre un cuchillo de hielo
que se va deshaciendo a cada paso.
Así, el poema.

TRANSPARENCIA

Todos los atardeceres la mujer se sienta en el patio de
la casa. Si alguien la acompañara vería como su cuerpo se
vuelve transparente al compás de la sombra. Primero surge un
mapa encendido de venas y de vísceras, luego, más abajo, una
población de huesos huecos por donde el viento corre como un
golpe de música.
La mujer sonríe y levanta un brazo en la noche incipiente.
Unos minutos más y se apagará el resplandor del hueso
iluminado por canciones remotas y ocultará la piel el color de
la sangre.
Cuando todo concluye, ella guarda la silla bajo el alero y
vuelve a la cocina, llevándose el secreto de la transparencia del
mundo.
De Esperan la mañana verde (Buenos Aires: El Francotirador, 1998).
En Bosque de ojos (Buenos Aires: Sudamericana, 2011).

VENTANAS

El Cielo es un lugar en donde proliferan las ventanas. A
veces ni siquiera hay paredes, ni salas, ni dormitorios. Pero las
ventanas están siempre allí, con un antepecho para recostar los
brazos, o un sillón puesto atrás o adelante, da lo mismo, ya que
el adentro y el afuera tampoco existen.
En el Cielo las ventanas no sirven para cerrar ni para abrir.
Son los marcos donde se encuadra la mirada, el borde donde se
colocan los ojos para que no se pierdan, para que no enloquezcan,
para que no los ciegue la Luz Desconocida.
De Historias del Cielo (2010). En Bosque de ojos (Buenos Aires:
Sudamericana, 2011)