MARTÍNEZ, DAVID
ABISMOS DEL SER

La irisada libélula; el felino
vuelto acero de zarpas;
el jilguero, confundido a verdores…
semejan
el destino del ser:
claridad que resaltan las sombras.

Heráclito
que hizo del río el signo de lo mudable,
vio en la vida perpetuarse la imagen de ese río
visible sólo al alma.
Pero el tiempo,
sucesión idéntica al agua
que engendró aquella visión,
siega también la hierba y escarnece
la rauda promisión de las horas.
De este modo
e infinitamente,
somos los devorados
por el peso crepuscular de la piedra.

(“El exilio en el mundo”)

ALGUNAS FLORES QUE AMABAS

A Nélida, que siempre estuvo con ella

He aquí la casa donde la eternidad comienza
y nada pide a la vanidad del mundo;
la posada
donde sólo golpea el cansado corazón del hombre.
Quieta, allí en tu cerrada penumbra
transcurres. No cuentas como nosotros
la incertidumbre del tiempo,
esa amarga grandeza que es preciso vencer
mientras el amor, que también pasará,
nos envuelve en su ilusorio delirio.

Necesario es todavía cumplir
la insepulta condena,
el abismo de sentirse vivo
como el sol que sale y el sol que se pone.
¿Por qué entonces buscarte oh Dios,
en este pantano del desengaño y la fatiga,
como aullantes chacales
en medio de la noche que tu nombre oculta,
si todo ha de ser pasto de la hambrienta Nada
o ceniza, que ni siquiera el viento
desvanecerá en su tormento de luz?
En polvo volado
yace, madre, tu corazón
y la larga esperanza que sustentó tu pecho
caído ahora
cual fruta devastada.
Pero los oídos que en su ignorancia
modeló y adoró el humano,
miran aún desde el mármol
que les dio presencia;
no así el hombre,
limitado y fugaz
como zarza
que rompe el viento a su paso.

Y tú, madre mía,
nunca más volverás a enseñarme
la felicidad de los justos
ni sabrás disuadirme del error
y la culpa
como durante más de cuarenta años
hiciste.
En cenizas descansas. Duermes ya
el sueño sin aflicción ni términos,
en tanto, inútilmente
vengo a dejar en tu reposo
algunas flores que amabas…

Solamente unas flores,
Señora y Recuerdo de mis horas vacías,
hasta que el bien de nuestra Madre Única
-la tierra-
nos vuelva a reunir
en el seno de su escondido misterio.

Para siempre.

(�El exilio en el mundo�)

ALLÁ, DONDE QUIERO APAGARME

Lejos,
lejos vuelvo los ojos.
Oh Caá Catí de mi infancia,
con sus jilgueros y su manso sol
todavía dorando mi memoria.
Derramado estará sobre mi casa,
junto al huerto perdido de mis ocios;
allí, las violetas que mi madre cuidaba
en medio de aquel patio, en otro tiempo mío.

Lejos
vuelvo los ojos,
como quien todo ha perdido y sólo tiene
el resplandor de una felicidad
que hace más compasivos sus momentos.

Era
una campiña a solas
con niños silenciosos
bronceados por el fuego del estío,
y mujeres sufridas,
despaciosas mujeres
con olor a tierra, oraciones y arboledas.
Los animales andaban en esa libertad
que hoy no conoce el hombre;
dócil, la vida acariciaba
habitada por el soplo de dioses
que aún velaban
el desamparo inmenso de los seres.

En esa heredad nací,
jugué con mis hermanos:
flautas de mis días
que una Eternidad sin horas, alegraba.
Ya lejos quedó todo.
Lejos, como placer que olvida.
que alguna vez nosotros
fuimos la fuerza amante de sus dones, tan breves.

Ahora,
la mitad de mi vida estoy contando
-mitad o menos, sólo sabe Dios-;
y qué vacío mi contar, qué oscuro
aquel dorado abrazo de ser niño,
mi juventud, los cánticos radiantes.
La mentira apagada de los sueños.

Oh mi heredad perdida:
tardes,
tierras tranquilas —verdes-;
vivientes dichas mías que el tiempo se llevó
como estelas de nieblas hacia mares remotos.

¿Dónde esconder mi grito;
en qué extraña oración buscar mi nombre,
la aurora del amor en luz que hacía
más bello el aire? ¿Dónde volver mi sombra,
si me recorro sombra y sólo encuentro
un ser que alienta en su final designio,
tal la rama pequeña, rota casi,
que un breve soplo más le pide al viento,
un leve instante más para vivir?

Lejos,
lejos lloran mis ojos,
madre que estarás cuidando tus violetas,
allá
donde Dios te hace joven
para ampararme siempre,
mientras la tierra canta
y me reclama
a su amarga corona victoriosa.

(�Resplandor del olvido�)

ARDE UN ROSTRO, DESDE LO SOMBRÍO

Anudado al latir que enciende la palabra,
como una gran cima donde la luz empieza su triunfo,
todavía me llaman las manos de la tierra en su temblor
de raíces,
junto a las quietas sílabas de las nubes
que desandan lo inmenso.
La fruta del mundo
penetra mi corazón, y canto.
Canto el fuego cercano de los árboles de oro
mojado por la luz de la mañana
en el lejano regocijo de su horizonte de antorchas.

Oh Dios, me diste un gran día para mirar tus
maravillas.
Más allá de las máscaras que enceguecen al hombre,
despierto en mi edad de soles, de pájaros
que son párpados, semillas,
toca la piedra que no cambia, me pierdo
sobrevivido en la larga sumisión de la distancia
para buscar la libertad que incendia tu mano hacedora.
Ahora que voy a cesar
y sé como llamarte:
La Mirada que no cierra
y me recoge.

BLANCO DE ETERNIDAD

Ciega en tu espejo
mis pasos oyes
toda la tarde en lluvia
en sol
que traigo a tu descanso.
Y miras, oh mi indolida
mi todajunta
ahora que toca esta mojada mano
la caja de tu mudez,
la sombra de tu hijo
regresado al espacio que te cuida
naciendo cada día.

(�Soles y laderas�)

CÁNTICO FINAL

Como el náufrago asido a su madero,
que mira en su agonía hacia la altura
donde brillan las luces que no mueren,
y llama a su Hacedor,
heme de nuevo aquí:
vaharadas de tinieblas, mordeduras
y diademas de cárceles y herrumbres:
voluntad todavía de esperar
junto al pozo vacío de mi nada.

Ahora tengo cincuenta años;
pesadamente la vida me protege,
y acaso lo demás será vejez
sobre espacios de polvo en grises máscaras
que el paso de los días destruirá.
Porque el hombre
-carne de lágrimas y sobresaltos-,
reclama salvación para su vida
y eternidad también
que sólo alcanza
mientras olvida y fluye confundido
al claro abismo que el amor le entrega.
¿A quién agradecer, si mutilado
vivo el sueño del niño
o la aflicción sin peso del demente?

Estoy como aquel hombre
que en el umbral sentado de su casa
mira rodar las hojas de los árboles,
mientras el sol un poco le reanima;
el otoñado sol, casi ocultándose.
Igual a ese hombre,
inútilmente miro…
Oigo tan sólo
el caer de las lenguas y los años
en un confín de sombras.

Está seco el aroma de la presencia amada
y perdidas las horas que ciñeron
las quemantes promesas de los cuerpos
bajo la noche latidora de estrellas.
Inútilmente espero, porque no cae en vano
la arena que socava,
ni es inmutable la inmortalidad
por la que muere el hombre.

Las nubes, blancamente moviéndose,
eternas nos parecen
porque otras nubes vienen
a ocupar el vacío que recorren;
y el rumor de los pájaros
en cada nueva aurora late
porque otros pájaros cantan
cuando aquéllos callaron.
Lo mismo el mar,
continuándose siempre, sucediéndose
en aguas que alzan aguas y abren aguas;
el vasto mar
que nuestros ojos miran.

Como aquel hombre ahora convertido
en un fantasma más de aquel umbral,
puedo decir que ya quedaron lejos
las horas que envolvían los perfumes,
las melodías y las flautas…

E igual que al crepúsculo del mundo
la remota tiniebla le confiere
un fugitivo instante más
para alumbrar el reino de la luz,

concedida me sea una vez sola,
la fuerza de morir por la palabra
que infundida me fue para vivir.

Sopla el otoño ya su miedo de vacío,
los huesos de la noche
se acercan a mis huesos.

(�Penúltima estación�)

CANTO IX

Vuelvan a ti las maravillas todas,
a tu sabia y divina perfección;
vuelvan a ti la soledad de un hombre,
los recuerdos, el oro del amor.

Vuelvan a ti los gestos de los sueños,
la luz del pájaro y la luz hormiga;
la polvorienta tierra de mis pasos,
las espadas vacías de la muerte.

Vuelvan a ti la música en los ecos
de los vividos días, el latir
de dos almas creciendo derramadas
sobre el lejano reino de la vida.

Vuelvan a ti los ríos florecidos;
las mañanas radiantes y las noches
alumbradas de brillos y caricias;
tus noches que encendían una mano
sobre el tormento puro de las sílabas.

Vuelvan a ti el hermano y las hermanas,
la casa escombrecida ya de sombras;
las calles de entreocultos herbazales;
el lento campanario, las arenas…

Vuélvanse a ti los nombres que hice míos;
los sonidos, el patio y las alcobas;
queda el rezo de un niño que te llama…

Recibe lo que un día le otorgaste:
en mí, cumplido está.

CASI UN RUMOR, COMO NACIENDO…

De pronto
se secaron las hojas del árbol
y el fruto cayó ruidoso sobre el suelo.

El pájaro voló a la nube
donde no alcanzan a mirar los ojos.
Golpea el viento,
golpea
y cierra la última ventana.
Después de esta noche
asomará otra noche
y los rezos
andarán por los caminos junto a los niños.
Toca ese lecho cruzado de ramas y cabellos,
tu mano sobre la blanca ceniza del papel.

Llueve
la piedra brilla
y empiezas a descender,
desciendes sin nadie.

(�Soles y laderas�)

CONSUMACIÓN DE INDIGENTES

Llegamos a la puerta última
con nuestra carga de cuarenta años
y el vacío del mundo en las venas.
La puerta no se abrió
ni fuimos escuchados.
(Oh silencio de Job,
oh destruida hermosura de Nefertitis).

Este es el nuevo día
y estamos
ante la gran claridad de los solos.

Mira la puerta,
la prevaleciente.
Ora pro nobis Mater Dei
y ayúdanos.

Ayúdanos a llamar:
He aquí nuestra indigencia de hombres.

(�El exilio en el mundo�)

CUERPO DEL TIEMPO

Lejos quedó la hoguera que entibiaba
el camino de todos.
Sólo
sopla este helado frío del descenso;
esta larga o ya corta
ladera que conduce a lo ignorado.
En tanto, junto a la arena que ama
y calcinada ardió todo el verano,
mira esconderse el sol,
hundir su fuego
tras el silencio atento de la tierra.
Y descansa, desanda
por la memoria oculta y el latido
que al ser sostienen mientras goza y vive
y latido y memoria son sus fuerzas,
como antes fueron mundo o fueron bocas
el callado paraíso de los días.

Lejos,
donde quedaron cuerpos prometidos
y levísimas frases olvidadas,
las estrellas destejen misteriosas
su planetario arder,
y extrañamente
cesa de ser la tierra ya memoria
y el hombre ver crecer, inconsumida,
la hermosura de Dios entre sus huesos.

Caá Catí. Julio, 1972.

(�Penúltima estación�)

DESIERTO DE LOS AÑOS

Miro pasar los años
como el niño en la playa
las olas de la mar que lo atemora.

Los años,
esa espera
del porvenir velado,
que atravieso en un sueño:
ni sol ni luna,
aólo
difuso resplandor hecho de tedio,
de cansada costumbre y abandono.

Comprendo entonces que esa casi muerte
también anega el cuerpo, lo penetra
de otro oscuro poder que no es amor
sino hueco sediento que despacio
me ciega en su ceniza hasta apagarme.
En mi visión
ahora
la eternidad prolonga la espesura
de otro sueño sin tiempo. En ese sueño
la remota violencia de los años
que en su frío de sombras me devuelve
al abismo indiviso de la nada.

(�El exilio en el mundo�)

EL OTRO FONDO

Somos humor y huesos,
lento fuego y escarcha
que nos une y dispersa;
somos
el insomne crujido
de un vaivén,
y en nosotros,
la pesantez del mundo:
fatiga del origen.
Por eso
nuestra piel
-contención amorosa
de tanto sobresalto-,
diariamente declina
su brillo y su frescor
hasta que un día,
vacía ya la sangre
que se niega a surgir,
cede
-también nosotros-,
y volvemos al fondo de otra piel,

librados de aquel peso
que llamamos materia.

(�Penúltima estación�)

EL REINO Y LA PREGUNTA

En el agitado universo, sobre días
de apareadas sombras y temores,
tu pregunta resuena agrandándose
en ecos de repetidas sílabas;
y no hay respuesta a tu pregunta.

La oyes cada vez más crecida
y alumbrada de urgencias:

en tu pregunta que nadie entiende,
mutilada innacida,
lo mismo que semillas secas
tiradas a un yermo pedregoso.
¿Quién canta todavía? ¿Qué voz es ésa junto a tu oído, que inubicable escapa?
Extraño se ha vuelto todo. No está el pájaro. Sólo su balanceo perdiéndose en el viento, como un temblor de huesos contra el tiempo, mientras cruzas el bello fuego de la mañana.
(“Penúltima estación”)

ELEGIA 1975

(Durísima Patria, que me dueles)

I
Las hojas y el caer de las hojas, vienen con mis pasos.
Dios o el cielo, renuevan el color de las cenizas que
esparce el viento,
y el amor duerme en un lecho tan silencioso,
que el temor va delante y a espaldas de los sueños.
Andamos por entre calvas sombras, por entre noches,
tocando inmóviles sienes, inmutables casi,
sumidos en el agotamiento de la desesperación,
igual que el náufrago desposeído de la costa.

Cerramos las puertas al espanto, o a la oscuridad
invasora; pero la oscuridad es lo único que vemos:
un gran regazo de vacío sobre la tiniebla que lapida
el torpe escarabajo, entre el cesar de las piedras.

Mi música se ha secado en el cegor de un pozo
adonde no puedo descender: miren su resplandor
cruzado de amenazas, su eco extinguiéndose
confundido al tiempo del estertor que no se agota.

Que vengan a decirme ahora dónde está la belleza
que enterró el hombre, cuando en sus ojos nacia la luz;
que vengan a decirme ahora dónde empiezan las
despedidas
o dónde el pájaro equivocó su canto de lamento,
que vengan a enseñarme ahora,
y volveremos a subir,
a descender desesperanzados, o aún vivientes.

(�Soles y laderas�)

EN UNA PIEDRA DEL CAMINO

Antes
escribí en la arena el dulcísimo nombre de la Esposa;
ahora lo difundo en el espacio que baña cuerpo
y alma.

… Que estas piedras musiten
en la mudez de su descanso:
El amor de una mujer y un hombre
también pasó por esta luz:
La alabanza feliz de dos enamorados.

(�El exilio en el mundo�)

ESCRITO PARA MEMORAR UN REINO

�…portusque require velinos�.
Virgilio. Eneida (Libro, VI)

Esta,
mi cuna fue
y también mi heredad;
única luz donde brilló mi reino:
gestos, eternizados ámbitos
que alumbraban el mundo.

Desde El Puente reseco,
inquirí por mi infancia,
desanduve sus calles,
sus suburbios de arenas,
solo yo, peregrino,
y el ciego sol de marzo que extendía
la rondadora sombra de mi sombra.

Conocí entonces
la verdad de Heráclito:
no se entra dos veces en el mismo río…
Y pensé:
la tierra del nacer,
igual que el agua,
nos busca y abandona,
se aproxima y aleja.
Así,
nada nos pertenece,
ni la durez del mármol
que el tiempo también criba
sin que perciba el hombre.
(La vida
siempre será igual, y los sueños,
la ciega luz del amor:
nombres no más, creados
por el oscuro instinto del ser).
Mas si un día volví adonde en vano
ansié elevar, de niño, un círculo
de músicas vivientes
y todo fue cimiento de agua sobre agua,
digo adiós
al libre sosiego de mis campos
y al terso ondular de sus lagunas.
Adiós aracarán,
pacaá melancólico
que lloraste con tu queja
mi adiós;
triste aguapeazó solitaria,
maripositas caídas
por el ardor sin tregua de las siestas
adiós,
cambiantes nubes,
segado huerto de mi padre,
zorzal de atardecidas,
que aún me mojas el alma…

Adiós,
pueblo sagrado
de hermosuras viudas:
un quemar de magnolias
entrecierra mis ojos
hasta apagar la noche.

(�Penúltima estación�)

FEKIE

Idéntica al misterio
irradias
la emanación tranquila
que esparce la arboleda.
En tu mirada
comienza el tiempo:
nacen los pájaros de la edad feliz,
toco flores que alumbraron mis manos
junto al reino de la fábula reidora.
Cuando los dos cesamos,
recupero tu vida
en ese mutuo abandono que nos une
como el mar a su hondura.
Y la muerte no existe;
la muerte
es el recuerdo de una colina que huyó con el día,
con las piedras que roen los desiertos
recorridos por sombras.

Quédate… Quédate…
Víboras de odio
muerden el vacío del mundo.

(Semejas la hierba apenas ondulada
por los cuerpos que buscan esconder
la imagen de su dicha).
Nace aquí
la originaria tristeza.
Pero la noche no me ocultará tu rostro
ni el sueño que a sosiego mueve
la consumada esperanza de los vivos.

(�Soles y laderas�)

INDESTRUCTIBLES

Nunca lo dije ni lo sabe nadie
porque el fuego y el agua no se dicen;
son claridad y quemadura ardiendo
por esa sombra que llamamos cuerpo
y esa agonía que es también el hombre.
Pero agua y fuego,
viva hacia mí vienes
por contener en mí tu gran designio:
sangre, tú, vaso, yo —cobijo espera-
donde no ceso nunca y donde acaso,
tan juntos nos miremos algún día,
sabedores al fin, los dos ya ciertos
de aquel hondo latido que es quererse,
como quiere la tierra para siempre
el secreto del tiempo y de las tumbas.

LA INFINITA

No es que vaya buscándote por donde voy.
Me basta el eterno asombro en que amaneces,
la evidencia de tu luz,
el amor sin preguntas.

No es que vaya buscándote.
Dentro mío estás,
vives
lo mismo que el sueño
o el impulso
que clarifica tus actos.
Pero si llamo; si digo tu nombre
o un recuerdo; si imagino un gesto tuyo,
es porque ya está en mí esa luz de tu ser,
esa alegría con que el hombre crea su esperanza
para no estar solo con su miedo.

Y no te busco.
El sol se derrama por la tierra
y la nutre gozoso, enamorado,
mientras te creas siempre
viniéndome de lejos,
de otra oscura memoria que nos une,
y vives; me vives sin buscarte,
ya sin buscarme,
en ese oculto nacer en que te escondes
como la flor, la sombra o el morir.

LA OTRA MANO

Voy a tocar tus manos,
y otra mano sin peso la detiene:
gota o viento o cadena que golpea
y la derriba, al fin.
Miro mi mano entonces
-la mano que te busca-
y sólo siento
la opresión de esa mano que no veo
pero queda en la mía y la doblega
como terroso alud que va dejando
la piedra de la muerte sobre un cuerpo.

(�Soles y laderas�)

LAMENTATIO AMANTIS

El sol se repite. Torna la luna periódica
a frecuentar la noche y la quieta llanura de los muertos.
Pero este minuto no será más.
Ni siquiera el perfume de las carnes alegres
que se incendiaba en dientes por cerrar cada beso…
Y no esperemos ya el día.
No queda un solo día en la tierra
ni una paz que nos vuelva este minuto
que terminó en nosotros.

Qué importa el llamado del zorzal
y de los otros pájaros
que renuevan vehemencias,
cañadas verdes por donde anduvimos
en tantos amaneceres de caballos felices;
ni esta lluvia que ciega mis ojos
y ya estará llevando desde el Río Bermejo
los peces que platea el Paraná.

Canta. Canta, si quieres;
llora que mañana volverá libre el zorzal,
la lluvia, un nuevo día
-como todos los días-;
el mundo entero.
Y este minuto, no será más.
Aunque juntemos el odio y la piedad de los vivos,
este minuto
terminó con nosotros.

(�El exilio en el mundo�)

LAS CERTIDUMBRES

1

No sé qué quedará de ti ni de mí, cuando la noche
nos apaciente en el metro cuadrado de su victoria.
No sé si habré sido dueño de una sola palabra digna
de prolongar tu nombre; pero el recuerdo será idéntico
a la paz de la belleza, igual a la verdad que fuiste
dejando en las horas de mis días. Y habrás salvado
mi tránsito: toda la inútil hermosura por la que quise
elevarme, sin saber que fue Amor la Única Hermosura;
más que mis deseos, mi afán y mis sueños.
Por eso no estaremos separados, entonces; y el
crecer de la hierba no será tan oscuro, tan silencioso,
sobre nosotros.

3

Señora de la Perpetua Ceniza, qué claro era tu
nombre… Llegaba a mí como el brillo de un río
desde una lenta catarata de luz que me mojaba el alma
de adolescencia y veranos. Semejabas el pájaro que
canta llamándome en una espesura desconocida, y la
lejanía de su eco descansaba en mis ojos…
Cómo sabía tu nombre. Era el mar, el mar
que llegaba herido y deslumbrado de islas y plumas
a una orilla verde, donde jugaba el sol por las
costas. Sí, el mar felino como el relámpago y la agonía
hermosa de las merejadas,
era tu nombre, entonces…

5

¿Qué se salvará de lo que quisimos?
¿Dónde estarás
cuando el último nombre que pronuncie se enfríe en
mi boca? ¿Quién dirá por mí, lo que no dije; lo que
alcancé a decirte y olvidaste? ¿Qué viento, qué calles
quedarán para recordar mis pasos, la triste medida de
mi vida sin nadie?
Pero todavía siento el otoño, las
lágrimas y la orfandad de los hombres.
Todavía sé que
gusto tiene la tierra. Y el resplandor durísimo del
amor.

(�Resplandor del olvido�)

LEGADO

A Adela Tarraf

El tiempo que en su abismo borra
la frágil hermosura de la tierra,
reciba en su orgullo
la edad de mi alegría
y me conceda en cambio,
la gloria siempre joven
del ser amado que en su esplendor me anima.

Así, digo:
la frustración o el infortunio,
la confusión final de la materia,
no podrán con el fuego
ni el poder de un dios cierto
que nos unió a un amor
que seguirá alentando
la ronca inmensidad del mar,
el resonante abrazo de otros cuerpos.

(�El exilio en el mundo�)

LOS DESASIDOS

I

Vamos a fundar la proximidad o el espanto,
sin el enterramiento de los vivos.

Descúbreme el fuego,
canta,
porque el espacio vuelve a agitar sus grandes ramos
de demencia, sus sombras
que buscan dividirnos.

la única riqueza que ahora tengo
y aún brilla entre mis manos.

II

Aquí estamos
sin preguntar, ya solos
acunados de mundo
de tierra que enloquece
como sol que se quema en su manar,
aquí
donde todo otra vez vuelve a su origen,
a la unidad dorada que ahora somos:
dación de dos despiertos
comenzados
desde esta consumada cercanía,
cristalinos
mirándonos, llamándonos,
mudamente
viviéndonos los dos.

LOS ROSTROS DEL ALEJAMIENTO

No dejes que tus sílabas se pierdan
entre el eco discorde que al barrancal fatiga.
Tuyas son,
lo mismo que el mundo
donde brilló la dicha
y tú la ungiste con tu mismo ser.
Aunque ahora otro sea el reclamo
y otra la luz por donde vas,
no dejes que tus sílabas se pierdan
ni te arrepientas de ellas.

El amor no cambia, ni el odio;
tampoco el canto que estremece al pájaro,
ni cambia el sitio final
cuando partimos.
El sol que asoma como nuncio del día,
nunca dura un minuto más su nacer
e inmutable, baja; y el mar
sólo muda su moviente zafiro
por el sosiego, su esplendor
por la estrellada soledad del espacio.
Tú diste todos los pasos, conoces ya
el sabor de todas las aguas
y la fugaz duración de la belleza.
¿Qué reconocimiento te queda; qué alabanza?
Vida y espera
no te humillaron menos cruelmente
que incomprensión o mundo.

El tiempo floreció sobre sus actos,
sobre el único fruto mudable, que es tu vida.
Recoge lo que queda, entonces,
y dónalo sin tristezas
al funeral del polvo de los hombres.

MIENTRAS ELLOS RETORNAN A SUS PIEDRAS

A mi hermano Agustín

Desandan el silencio de los años,
vienen a mí, me llaman —inaudibles
casi-, con gestos que tan sólo yo
tiernamente penetro, y en mí abisman
sus traspasados ojos y sus manos
que en las mías descansan y otra vez
preguntan por las horas de este mundo;
por los entrecerrados corredores
que dan a las alcobas de la casa
donde la luz también es una ausencia.

Vuelven por ellos a gorjear los pájaros
-por ellos que no saben ya de trinos-,
y siento en mí sus ateridas voces
que huyen poco a poco, me abandonan,
de mí se van,
y torno a ser el triste
mendigo de sus nombres apagados,
mientras ellos retornan a sus piedras,
a su térrea morada donde mecen
sombras de Dios, mis pobrecitos muertos.

(�El exilio en el mundo�)

MIRADA SOBRE UNAS PIEDRAS

A mis hermanos

Pasan los meses y los años
y con los años también nosotros,
sombras de muchas viejas ruinas:
cuencos vacíos de lo umbroso.

Piedras no más y jaramagos
y humo y piedras y seco otoño,
mientras tú callas para siempre;
el siempre inmóvil de los solos.

Apenas queda en la memoria
la dispersión de este rescoldo,
que aún apagado se reanima
hasta encenderse en un sollozo.

Apenas ya una hundida y turbia
visión perdiéndose entre escombros;
apenas, madre, esta mirada:
tú te llevaste de mí, todo.

Peso de medio siglo ahueca
su cicatriz sobre mis hombros;
qué vano fue lo poco que hice;
lo poco que hice ¡y para el polvo!

¿Dónde encontrar tu voz ahora,
tu mano abierta a los socorros;
tu fe que siempre disipaba
la confusión de mi abandono?

Todo cerrado y mi pregunta
se volvió hondor de un muerto pozo,
eco escondido —ya inaudible-
para que llegue a tu reposo.

Igual a un niño que desanda
la inmensidad de un bosque solo,
camino el páramo del hombre,
su lento abismo cenagoso.

Igual a sueño que de lejos
-de lo lejano que no conozco-,
viene a mi espera, así tú vienes
pero no ves ni te ven mis ojos.

Y sin embargo, madre y Señora,
no sé si estas en ese polvo
ni te concibo limo o terrones,
bordeando un gran seno remoto;
ni puedo creer que es insalvable
la eterna cerca de ese foso
que te impide volver a mí
el blanco frío de tu rostro.

Como la estéril piedra hundida
que el tiempo gasta poco a poco,
en piedra el llanto me cambiaste;
desde ella soy tu testimonio.

Y ya sin duda, no vendrás.
A qué, si en sombras yace todo:
sombras el mundo,
y el amor
sombras también, como nosotros.

(�Penúltima estación�)

NO HACEN RUIDO

La noche no hace ruido;
serena resplandece
su constelada altura.
El verso no hace ruido:
desciende en hondos brillos
su música. Y alumbra.

El amor no hace ruido…

¿hacen ruido, acaso,
dos luces que se juntan?

(�Penúltima estación�)

OFICIO DEL MUNDO

La noche
que finje una pluma
donde apoyar el cuerpo;
el paso vacilante del mendigo;
la tristeza, la duda
que nunca llegan a la labor del escarabajo
sobre el espeso sueño de la tierra;
tus lágrimas,
el beso con que me despides cada mañana;
la vocación de los amantes en las desiertas alcobas;
aquel espacio por donde vemos pasar
el gastado desfile de la vida,

todo me dice
que soy parte del mundo
y que la eternidad
sólo es
costumbre de un presentimiento
solitario y vacío.

ORACIÓN

Tierra, sé leve con ella:
pesa menos que un pájaro.

(�Ausente infinita�)

OSCURO CANTO DE AMOR

Apenas esto. Apenas esta vaga certidumbre
del día terminado, del juicio de la ausencia.
Apenas esto. No forcemos la noche
que canta todavía su desprendimiento valiente.

Más adentro, donde el corazón suelta su enigma,
allí podemos prevenir nuestra salvación
nuestra eternidad graciosa de compadecerse
como un gran pájaro que olvidó el vuelo del sueño.

No hables del mar. Su gran está regando una ceniza
demasiado cruel para que adviertan tus ojos.

Apenas esto, oh amor, y saber cuán delicadamente
la primavera fecundiza en sus luces
la imagen de nuestros deseos
contra la rosa del mundo.

PREGUNTA

Realumbra el día:
manantiales de luz…

El mundo se reparte
de hermosuras tranquilas.

Ebrios verdes,
los bosques…

Juntos,
en otra lejanía,
¿volveremos a oir
los pájaros que amaste?
(�Ausente infinita�)

RECORDANDO UNA SIERPE

Nacías en los ojos,
con brillo silencioso de veneno
o de garra, posándose
sobre animal inerme.
Avanzabas,
te extendías cual fuego hasta quemar
donde el hueso se abisma en sus junturas
y se adolora más la carne sola.

Limbo riente, al nacer,
rugosa oscuridad, al extinguirte;
infierno, furia, sed
de volcánico grito que anegaba
cuerpo y voz en la hondura de la noche.

Oh cegor del deseo,
bello y cruel,
aunque no menos cruel ni menos triste
que el vacío
o la muerte que queda
cuando cesa el amor.

(�Penúltima estación�)

REMOTENESS

Fekie

2

En tu distancia
me uno.

4

Ese canto lejano que fuimos
esos pájaros
esas luces

Nadie devuelve
lo que en el mundo muere.

5

Bellos soles que ayudé a subir
para alumbrar mis amaneceres
bellos
ritos manos
que abrían un descanso
junto a las nubes de la eternidad.

Amor
di
dónde nace el aliento de la salvación,
mi yacencia
sobre tanto cuerpo
que aún espera.

7

Tengo que buscar
-espacio o sueño-
las hojas que puedas tocar, la bruma
o el jazmín que no caen en el mar de la muerte;
tengo que buscar tu mano abriéndose
naciente,
tu vagido espirado,
para el minuto
de mi última orilla —blanco sobre blanco-
donde habremos de unirnos sin entregas.

8

Cierro los ojos para ver
la imagen que yo quise
no la que saja el mundo:
la que da
el espejo
o estos ojos que miran

La imagen que yo quise
y no ven mis ojos
abiertos.

(�Soles y laderas�, libro inédito�)

UN SOL, UN CLAMOR

Ligeras, dóciles palabras que amé
en brillos de besos incendiados,
mientras abren noches profundas, soles,
mi corazón, mi frente, que despiertan

junto a una sombra inclinado,
igual a un mar que sorbe
las congojas de un pecho,
la dura obstinación de una memoria,
más allá de una rama tendida como cuerpo
que doliente mano acaricia,
alma sola en su incendio,
insensible mejilla rendida a un viento oscuro;
me vuelvo a su destello
como un grito de amor, como una lágrima.

Pero cae destino, soledad
donde yace entreabierta una carne,
y aplaca este abismo de clamor socorrido.
Oh eterna hermosura no entregada,
cae
termina ya
a este irrenunciable sufridor de tu nombre.

Y abre un perfume, una piedra.

UNIVERSO VIVIENTE

El silencio de los bosques
semejante al sueño de la piedra,
halla la perdida concordia del origen
junto al rumor del pájaro que canta.
En el fragor de los mares, vasto
como el suceder de las edades
y los ciclos,
también retiembla
la silente tristeza que ahonda el infinito.

Paralelos al tiempo
cuya acción doblega y consuma
la fugacidad del humano;
bosques, piedras, mares,
buscan permanecer
idénticos al alma en cuyo centro
-resplandecida-
la soledad del Universo
perdura.

VERDAD DEL HOMBRE

Los cuerpos tibios, vivos,
como las sombras son,
y en este suelo sufren su descanso.
Cuerpos que mojan ardorosas lágrimas
y se reclaman, sorben la luz,
levantan
las muertes de la tierra, entre sus lluvias,
clamorosos de sentirse tan huérfanos y hallarse
sólo en el hueco triste, en la apertura
de un silencio final que al liberarlos
les da sosiego y justa pertenencia.

En tanto se reclaman, palpan, gritan
y son alturas,
llameantes vértigos que se arrebatan
giran
-celestes, únicos, llorados-
uno en el otro ya llamando siempre
por días y por noches; por las noches
en que livianos cantan y se abrazan
amadísimos, solos,
subidos a otro azul de menos peso,
a otra victoria
donde mirarse sea consumirse
bocas en ojos, lágrimas en labios,
y sed en besos sórdidos, ahitos,
sin tiempo,
desesperadamente uno
y libres,
sin designio
de encontrarse un minuto en esta tierra
para unirse, muriendo.

Arriba, sí,
lejos
se juntan
para vivir esa verdad hermosa
de no ser más que Ellos y sentirse
en juventud de Dios: Inmortales
como el haber nacido alguna vez
en un valle de culpas, en un mundo
donde nunca supieron sino el aire
de una dicha hecha llantos.

Así,
carne, vida
destinos tristes son, y es en el cuerpo
donde está la condena de ser hombre
y buscar,
buscar siempre su sombra.

(�Órbita del amor�)

VUELVO AL CORAZÓN POR LA ARENA QUE SUBE

Antes que al polvo baje
o a la noche,
lleguen de nuevo al ser que les dio imperio,
hermosuras del fuego, que hace mucho
fueron luz de una piel y urdieron soles
de celestes deseos… Vengan todos.

Tiempo tenemos, redención o lágrimas
-tiempo de examen, lágrimas radiosas-,
redención de la vida que miramos
como cansada majestad de sueños
que una vez nos besara niño, joven,
y hoy en sombras durables nos abisman.
(Palabras que me nacen. No, no existen.
Declina nuestra paz, somos los solos,
los remotos de un mundo que oscurece).

Ahora no pregunto por los años.
¿Quién podrá devolverme la gracia de mi oriente,
la luz en que fundé y ardió mi dicha,
como funda el arroyo entre las piedras
la frágil cavadura de su paso?
¿Dónde quedó el rocío de aquel niño
que de su tierna mano me llevaba?
Pero aún viene conmigo su mirada
y aún recuerdo el purísimo manar
de mi infantil silencio hacia la altura:
Corría, azul de Dios
-niño de arena y lágrimas-,
y en mi almohada su imagen
entreabría no sé qué amparo tibio,
qué manantial eterno.
Oh derramado Niño
que me guardaba en un umbral de músicas,
Mi tristeza, recién nacida —abriéndose-,
la volvía luciente como estrellas
que miraba quedito, temeroso…
Entonces Dios velaba mis juguetes
con sus ojos felices, los luceros,
para que se durmiesen junto a mí.
(Siga en mi mansa espera; aún le debo
la alegría que hasta hoy no pude darle).

Hermosuras del fuego, hélas aquí.
Aquí junto a mi sangre que levanta
tempestades selvosas, furias lentas,
abrasando blancores de una luna
de estío que pregunta por los muertos.
Oh redondos, sorbidos labios
ciegos, sin un dolor
a mí venían y en mi piel morían
igual que largo viento atardeciente
sobre el descanso inmóvil de las hierbas.
A mí venían, a mi sed, cual brillos
de una inmensa belleza solitaria
que nunca alcanza el hombre a poseer
sino en la rota luz de la memoria.
Pero Amor es verdad que vence al tiempo.
Oh incomparable fuego, muerte casi;
huyente eternidad inexorable
donde el ser aposenta su delirio.
Por eso
tal vez ahora reconozca
tantos dones perdidos o enterrados,
tanta piel apagada en su tormento.

Digo que solo estoy. No hablo del Amor.
Mas
alegre o moribundo en él,
la luz se me hace débil, los amigos,
la gratitud nunca cumplida
y el generoso afán de todos.

Sólo mi sueño tiene nombre. Y vive.

(“Resplandor del olvido”)