PEREYRA, NICANDRO
ABEDUL

Niña y mirasol me alumbre
si tu cabello me toca.
Alza fragancia mi boca
en tu lluvia y tu costumbre.
Vienes miel con tu vislumbre
de abeja que se deshace,
tu voz que pequeña nace
entre lejana y herida:
casi lengua indefinida,
casi abedul que llorase.

APENAS NIEBLA DE NADA

Y tu miel se llama nave
hacia la luna delgada:
apenas niebla de nada
entre palisandro cabe.
Mástil de ébano suave
con nocturno són de última:
¡ay guitarra y ay tu estima!
niña en sahumador descalza
que quiebra y duerme y se alza,
que abierta y alma lástima.

BARANDILLA DEL MAR

Para naciente y luz
llama verde, arrayán,
por las escaleritas
y de la libertad:
¡ayayay de la niña
barandilla del mar!

Las gaviotas heladas
grandes ojos de amar
vienen y se despliegan
alumbran y se van:
¡ayayay de la niña
barandilla del mar!

Luz de las insistencias,
muchachita y cristal,
que yo me voy a niebla
por la dificultad:
¡ayayay de la niña
barandilla del mar!

CANTO A MARCO MANUEL AVELLANEDA (I)

Sobre tu cuerpo de guitarra cae
la neblina del niño Nicolás
Ni las flores de octubre se entreabren
ni la carne de flor de Nicolás.
Vamos Narciso de la noche verde
a quebrar los cristales de Metán.
Nosotros entendemos de cristales;
en su lengua se escribe Tucumán.
Oh, palomita de cualquier vidala,
¡cómo te enciendes en la soledad!
Las estrellas de Raco te señalan:
pájaro blanco de la libertad.

Junto al camino se entretiene el tiempo
colectando purezas del yuchán.
En la honda bahía de la noche
un alga-nube dice Nicolás.

Vamos Narciso de la noche verde
a quebrar los cristales de Metán.

CANTO A MARÍA ADELA AGUDO (III)

Nunca he sentido la tristeza a tu lado.
Yo, melancólico a veces, me reía, era dichoso.
Creía en la vida, en la fuerza;
adoraba el vino, el pan, la herramienta.
Escanciaba y servía los copones a los amigos,
buscaba muchachas con quienes acostarme y cubrirlas.

Me fortificaba con las escarchas del país,
con el aire de la naturaleza viva.
Me entregaba al arte sinceramente, con humildad;
cultivaba el coraje, defendía la justicia, la paz.

Me enumeraba entre los indómitos.

CANTO A MARÍA ADELA AGUDO (V)

Vidala delirante, esposa de cristales tímidos,
lluvia esculpida de paciencias,
tu miel poblaba las constelaciones del terruño.
Tu tierna ley de mimbre, niña gozadora:
me herían tus cactos, tus grandes lunas,
algo de tus maneras paisanas, tan sencillas,
que se podía mirar hasta tu última napa celeste.

Por ahí llegaban América, los vocablos
huéspedes de la poesía
(tiritaba lo inmóvil cuando izabas un vocablo)
y Zunco Viejo, querencia, calandria,
gemidor de vihuelas, chozabuelo
desde los montes, entre pumas
sangre a sangre, afluencia de canción
y quizás cóndor o lobezno o quetzal.

CANTO A MARÍA ADELA AGUDO (VII)

Oye mi voz con muchas soledades, oye
deléitame, siembra tus apacibles tormentas,
derrama tu cabellera, cántaro celeste,
cintura fugitiva, origen, vestigio de profundos chacos.
Que el muérdago apenas enlunado muerda
en mi corazón,
mis columnas amarillentas y ávidas,
que tus aguas ausentes o trenzas se desenlacen
y en las nocturnas festividades no me dominen.

Macera mi penitencia, mi cordal, mi arpa efímera.
Acopla tus ráfagas inasibles, tu mar eterno, niña.
Apareja la grana pascual de los quimiles,
señálame cabritillos y corderos,
quebranta el caos, el ataja-caminos, el protervo buho,

Inserta tu desnudez irreal en las arboledas,
que la abeja delire sobre tu hermosura,
sobre los panales que llamean en el fondo terrestre.

Óyeme, diosa del ritmo constelado,
la de las ajorcas labradas por el silencio.
Suéltame y encarcélame en tu medida,
en tu ruedo infinito de escalofríos y dulzuras.
Arrójame, panoja blonda o verde, tu vaho americano;
arrójame, rubia pelambre del choclo, lluvia dulce.
Ay, huso mélico, acepta mi tierna albada,
mi canto que cae en tus besanas fieles e insaciables.
Ya va penetrando los canales,
ya camina mi suavidad sobre tus cactos amanecientes.

Conlleva mi sed, mi danza justiciera;
también soy yo un rítmico paisano,
un macho cabrío que llamea frente a la hembra,
frente al misterio que nos aguijonea y conduce.
Conlleva mi danza frenética:
hiere, Telecita, a los falsos girantes,
trasiega tu transparencia,
invade las picadas de olvido, y danza danza.
Gira entre los girasoles y begonias;
la lozanía que crezca entre las hierbas;
que nazcan piedras de rocío en las ruinas.

Ay polvo cándido, ausencia
duerme también tú entre los arcángeles
como peticionabas para el extranjero Sigfrido.
Hoy te ceñimos con palmas nacionales,
con su balanceo,
en vicuñas machacadas con lunas áureas,
en viento y plumas de nuestra América austral.

Ay polvo del polvo, eternidad,
traemos, para ti, vainas del algarrobo padre;
márgenes matinales, mocedad, guitarras puras,
para encubrir tu destino intacto.

Míranos, Telecita, vela nuestra alegría,
nuestro combate indefinido,
nuestra vieja pasión de amar, amar.

CANTO PARA UN RÍO ARGENTINO (III)

Me dejo llevar por verdes y cañaverales,
entre vapores o neblinas
y en mis propias aguas oigo el rumor inmortal.
Una nación sola,
un amor por un ayer y su rocío,
por sus incas de semisueño y su maíz;
amadores de un sol casi imposible,
benigno y fiel con sus criaturas
que labraban una ley de candor.

Las aguas amanecientes,
una casona y celestiales muchachos
poblados de sueños, de lejanías.
Hombres y mujeres
que entre diafanidades y centellas
construían un orden, una libertad
sobre un pedestal de fragancia,
en medio de huertas que trabajan hombres fuertes,
torsos que se iluminan,
rostros de severidad clásica.

Población de azahares,
estremecimiento, timidez y dulzura,
criaturas que se perfuman para el combate,
para un largo delirio,
para la transfiguración y el banquete.

Mis aguas avanzan en un cielo diurno,
dejan lo que acogen del cielo,
alumbran las grutas humedecidas,
el orden invisible.
Y el hombre edificador reconstruye, poda;
es continuamente un platero criollo,
un ingeniero que viene con la exactitud,
que teje una randa rubia
machacando Andes y vergeles perfectos.

Y se suelta el físico, se desboca el químico,
traban sutiles mecanismos a mis riberas
y una industria dulce,
legendaria, se despliega en la noche
de América con su cañamiel,
con sus ciudades y fantasmas
que vienen y que van.

COPALS CON CAÑAVERAL

No me cortes cuchillito
ni me dejes de cortar:
yo no soy cualquier cañita,
yo no soy cañaveral.

Dejen que venga el amor
que viene de Tucumán,
que hoy está la caña verde,
que canta el cañaveral .

Cuchillito me acompaña
labradito y sin labrar,
manguito de solo poniente,
hojita de madrugar.

Santiagueñito el cantor
vecinito de la luna,
con guitarrita de miel,
con pañuelito de espuma.

Los verdes azucarales
riberitas de aquel río
entrelazan sus varales
de centella y de rocío.

Cuchillito que no corta
el mocito de Belén.
Morirá como ha nacido:
como un triste naranjel.

COPLAS CON COPLA

Para que el canto sea fiel,
para que muerda y alumbre
que sangren mis alegrías
en esta noche de octubre.

Esta coplita que canto
no tiene mano derecha.
En su pobreza la pobre
con la zurda se contenta.

Copla fría soy a veces,
aparcera de la escarcha,
porque a lo impropio le tengo
voluntad de jarro de agua.

Coplita de mocedad,
iluminada y doncella,
enajeno voluntades
y vieran de qué manera.

COPLAS CON EL OBISPO COLOMBRES

En esta casita alumbrada
un varón de tallo fuerte
que de libertad hablaba
cuando era pecado y muerte.

Ay caña, cañita dulce:
cuánto cuesta ser un hombre
cuando hay que ser tan cabal
como el Obispo Colombres.

Caña de la lejanía,
caña de la eternidad:
ya te endulzas en mi sangre,
ya cantas en mi cantar.

Heme las manos tan blancas
en esta pila caudal:
heme el corazón alegre,
caña del cañaveral.

No me llores, la doncella;
cañita, no llores más:
soy el Obispo Colombres
como decir Tucumán.

COPLAS CONMIGO

Yo soy Nicandro Pereyra
que entre naranjales goza
y que entre cañaverales
labra su pena dichosa.

Santiagueñito, señores,
del pago de Guasayán,
ojitos anochecidos,
corazón de soledad.

Lo que uno hereda no hurta
dice aquel dicho sin dueño:
¿por qué seré tucumano
siendo que soy santiagueño?

¡Tan tiernamente me miran
los ojos de Tucumán,
la neblina de Anta Muerta,
la luz del Jacaranda!

Cantemos naranjal
nuestra fragancia:
tú el amanecer,
yo la esperanza.

Yo soy quebracho, madre,
colorado y añejo:
me han canteado con hacha
los paisanos del sueño.

COPLAS DEL CABALLITO BLANCO

Doncellas de azúcar
en el río Salí.
Menhires de plata,
Valle del Taif.
Tucumán y el verde,
Lules y el jazmín:
caballito blanco
suerte para mí.

Guitarra blanca
pena del crespín;
por un hilo verde,
por un piquillín.
Espuela, espuelita,
monte de cebil:
caballito blanco
suerte para mí.

Un cristal se enciende,
llora un tamboril,
pañuelos o nubes,
gotas de rubí.
Un poncho merino
tejen por ahí:
caballito blanco
suerte para mi.

La guitarra suelta
leyendas sin fin;
palomita mía
canto para ti.
En mi casa tengo
ruda y calauchín:
caballito blanco
suerte para mí.

Coplas del cañaveral.

DESPEDIDA

Ya me voy, ya me voy,
con mi guitarra
y con el corazón
de las calandrias.

Madrigal azucena

EL VERDE AMOR

Hay un profundo mar desesperado
en tu gacela de mirada herida,
un mar de espumas de inocente vida
que golpea en el tiempo enamorado.

Y alumbras con fulgor debilitado,
muchacha de paciente luz dormida,
mientras la roja llama consabida
te defiende del luto desdichado.
Ya que el amor es toro redimido
y túnica de luz y verde ubre,
lejos te ama lejos del olvido.
Y lleno de candor, lleno de octubre,
primaveral y puro y complacido:
rosa de gracia y de humedad te encubre.

(Inédito)

ESTHER JUDÍA

CANTO I

Tú, arpa del camino, doncella inmaculada,
difundes por el cerro, por el campo y las noches,
ya tu esbelta palabra, ya tus brazos amigos.
Tú, arpa del camino, doncella inmaculada,
me traes la gracia de los pequeños que partieron.
Me traes en tus ojos recónditos
la vaguedad y el rumor de los caminos húmedos,
aquel delirio de la hierba.

Como esta ínfima flor,
como ese verde huevecillo de la perdiz, Esther Judía,
yo canto el misterio de la vida.

El amor a tu amigo, hembra de jazmín;
el amor que revienta en el quebracho, hembra
de jazmín.
El amor montaña, sugerencia, el amor mar,
Esther Judía, yo canto a través de ti, de mí.
Porque nada tan lejano y tan leve, carnal y mariposa,
auxilio de las nocturnas horas que vuelas por la selva.

Tu imagen desciende por las distancias cálidas,
flotante el lino de tu vida, tus ojos y tus manos.
Luchando con las olas, con las floresta, con el viento;
luchando con la fragancia de la vida,
arrojada en el lecho inmenso del mundo.
Tu carne, Esther Judía,
el oro es de los naranjos invernales
y de estas abejas que llenan de rumor los algarrobos.

* Nació en Santiago del Estero el 21 de octubre de1914.

ESTHER JUDÍA
CANTO II

El rumor de la ciudad lejana,
el tiempo de las sortijas en tu mano pequeña,
el mandarinero de las siestas,
nuestra voz gozosa de pájaros ardientes.

Delicada amiga, cantemos la fecunda noche,
el verde tránsito de las montañas y las aves.
Vengamos a rodear el recuerdo,
nos acompañemos con la dúctil caja
y digamos al porvenir de nuestro júbilo.
Vengamos, delicada amiga, cantemos la fecunda noche.
Las estrellas y la vieja luna nos acompañen.

Sentada, Esther Judía, leve naranjo,
la llovizna se abandonaba en tus lucientes trenzas.
Bruñía la noche sus pañolones implacables,
mis hechizados ojos peregrinaban por el cerro.
Oh, aquel sabor de tus labios y de la voz amor.
Hoy me contemplo para siempre tuyo, Esther Judía.

Nos acompañemos con la dúctil caja
y digamos al porvenir de nuestro júbilo.

CANTO VI

Aquel entonces se nutre de abandonados ríos,
de inocentes peces en las últimas láminas de agua,
casi en las manos, en las sartas de los pescadores,
cuando estalló tu nombre, amiga imperceptible.

Esther Judía por los húmedos algarrobos de setiembre,
Esther Judía por el Jacaranda.

Tu carne blanca, hembra de primavera y camarada;
tu carne de mocedad, de ausencias y finezas,
estalló por la avenida más cándida de los naranjos.
Venías, emblema y sol, con ramones frescos,
con dulces líos de cantos y milagros.
Venías, Esther Judía, a ungir mi cuerpo
resplandeciente.

Tus labios labrados por el sol,
por el viento impalpable, habitante del Polo.
Tus ojos artesanos, más allá y más acá de mi carne,
por los pequeños manantiales, por las riberas claras.
Estallaste del lado de levante
y vagabundeamos como novios, dulces,
tomados de la mano,
por los jardines, por el bosque,
hembra y macho, creyentes, inmensos!

GOLONDRINITA Y VERDE

Viene la hoguera clara,
la gaviota se va:
golondrinita y nada
casi lumbre en la mar.

Golondrinita y verde,
niebla del arrayán.
Ya la hoguera me envuelve:
casi lumbre en la mar.

GUITARRA

Las perfumadas maderas
quiebran la linde sellada;
sus doncellitas de nada
liman penas verdaderas.
¿Quién alumbra en sus caderas,
en su rubio mástil fino,
quién con sus alcoholes vino
desde la tierra cantando:
qué varón está labrando
con sangre y sueño un destino?

GUITARRA DE ROCÍO

Si las muchachitas
danzan en el río
entre las centellas
y entre el pedrerío,
y entre las vidalas
netas de artificio:
mi guitarra tiene
tiempo de rocío.

Si la caña rubia
y su argenterío,
si tu mimbre leve,
ya bagazo níveo,
a la noche me alzan
de su poderío:
mi guitarra tiene
tiempo de rocío.

LA GUITARRA (IV)

Hoy es un día lamentable.
La guitarra abre su rosa popular.
Es una nube de olvido, y una vieja miel
solamente es la alegría.

Es la vihuela de mis padres, de mis abuelos;
es la sangre antigua tejida de verdor.
El recuerdo de mis paisanos con muchos hijos,
mesas de algarrobo que reunían diariamente.

Todo me duele y pesa en este mundo
de hogares solitarios: un hermano que tiene
un solo hermano
y un día serán viejos y abandonados,
tal vez con un solo sobrino tímido y perdido.

Canto y me lamento por las viejas costumbres
abandonadas.
La patria no es la soledad ni el olvido ni la muerte.
Es una gran reunión de hermanos sin desdicha.

LA GUITARRA (V)

Soy una tenue viola,
vihuela de la peregrinación, lejana:
corazón por medida, por madera tiempo,
para mis paisanos una miel de llanto.

En mi clavijero arde una luz celeste, un rizo leve,
casi nieve callada y desde aquí soy testimonio.
Y un día seré de todos pero hoy solamente soy
solamente la sangre y la rosa del pueblo como mi boca.

LA NIÑA DE GARCILAZO

Aquí tiene la vida sangre leve:
una muchacha que se va al olvido
con pura niebla el corazón dolido
entre azucenas de su vida breve.

¿Qué quién alumbra en la callada nieve
sino aquel Garcilazo casi herido
que entre la hierba vive sostenido,
apenas dulce mata que se mueve?

Porque ya viene con la sombra amada
una paloma que desciende y gime
y así a la muerte puebla de alegría.
Garcilazo a la nada la redime:
diafanidad ya es en noche fría
sobre la niña que se quiebra helada.

LA PALOMITA DE LA ZAFRA

Las alitas le han quedado
en lo del azucaral:
¡qué linda la palomita,
la palomita torcaz!

La mima un clavel muy albo,
la envuelve el azucenal:
¡qué linda la palomita,
la palomita torcaz!

LA SERENATA

Y niña verde lumbre,
diurna espiga a miel:
¡ay la guitarra neta,
mi canto y mi clavel!

Nivelada en la lluvia
de los jazmines nítidos:
¡ay la guitarra neta,
mi canto y mi clavel!

La serenata quiebra
desvelos del rocío:
¡ay la guitarra neta,
mi canto y mi clavel!

LOA II (LA ESPOSA)

Tibia de seno amaneciente,
llena de dulzura y quietud:
en ti se enciende el tiempo, gime
gime su desconsolado balanceo
y es, pues, que en los tejidos de la soledad reapareces
lleno el cestillo de humedad y verde,
poblado de manantiales desvanecidos.
Y llegan los abolengos, los sueños,
todo el sostén leve de mi país.

Matrona y niña constelada,
pequeña de caderas fugaces:
nada como la imagen de tu soledad confiada
entre tus corderillos y bulliciosos.
Y va mi canto en humo, espuma, sueño,
una vieja labranza de hombre en sus torrentes.

Duermes a veces y te contemplo:
nacen tus líneas puras y voy por ellas a la vida,
a la melodía de los laboratorios,
al taller rumoroso, a la rueda de amigos,
a tus hijos de cándidas vestiduras, a tus muchachos
que velan sus armas,
que bruñen sus fuerzas como iluminados.

Pequeña madre de lluvias,
mucha sencillez derrama tu calor,
tu ala tenue y antigua,
cuando tus pequeñuelos retozan,
cuando tus corderitos se desbandan y sueñan.

LOADA SEA MI PATRIA

Loa I

He aquí, venturosa, que canto
a tu verdor insondable, a tus delicias.
Te canto y envuelvo y protejo con mi ebriedad.

A ti, ley oculta, que danzas y brillas,
que te pueblas de ánimas inefables
y entrelazas los amplios días americanos
exprimiendo y dulcificando con levedad
la desdicha del hombre.

Para ti mis centellas y delirios,
esta canción cifrada y diurna
que entre atlánticos y cordilleras bruño y ordeno.
Diosa matinal, begonia nítida:
que mi guitarra supla a mis instintos desbordados,
a mis desenfrenos de centauro fugaz.

Para ti, diosa que fulges entre la mies
y la ganadería rumorosa,
entre las panojas del maizal adorado
y la naciente industria.

LOADA SEA MI PATRIA

Loa V

Desde Ptolomeo hemos ascendido hasta Einstein
y la infalibilidad peripatética es un perfume olvidado.
El hombre camina como las aguas,
alquitara sus construcciones y sueña.

Yo entono con sencillez mi canto
para loar esta vigilia incansable.
Por ejemplo, hemos teorizado bastante:
Dios, la libertad, justicia, democracia.
Y lo duro es la praxis, la forma carnal, cálida
del Estado, de la fraternidad,
altos y machacados esquemas.

La metafísica es una pura imagen:
teje los imponderables, ha tejido,
viene tejiendo sus manantiales sumergidos.
Pero no es ello la política,
ni la impaciencia de quienes usan lo ignoto.

Los técnicos que despliegan sus antenas,
su nívea humanidad hasta el fondo de las necesidades,
pueden quizás armar una canción.

El número que se apellida estadística
o el que señala los equilibrios y las probabilidades,
el que alumbra ponderadamente desde la raíz callada
las tonalidades y los pliegues y las quiebras,
puede quizás armar una canción.

La exactitud de la poesía
debe gobernar entre las duras multitudes.
No se ha caminado hacia la vanidad:
ya se puede arg�ir conscientemente en el caos.
Lo que era caos se llama ignorancia
y las antiguas soluciones provisorias
así lo señalan como una lluvia iluminada.

Cada época impregna su lenguaje,
mide lo que no era mensurable y lúcido.
Los negocios políticos ya no son azaroso;
el hombre los ajusta a sus leyes imprescindibles,
navega con su barca en los arenales,
entibia el rigor escueto de los grandes témpanos.

Pequeño danzarín gemidor, arbolillo,
se ha dejado ir con sus mimos bullentes;
ya no se detiene en las nubes,
vagabundo de las divinidades,
hoy inicial mañana ceñidor de lunas
entre las constelaciones desplegadas.

LOS CÓNDORES NOVENA DANZA

Alegría fuerza los grandes sueños

Soy un poco del verde,
un heredero de la América intacta
que resplandece a la orilla de las aguas,
que adiestra sus plumas y sus adentros.

Me gusta y aconsejo el combate y la temeridad
porque, también, �yo no estoy en un lecho de rosas�
y me bañan la humanidad y los laboratorios
y los talleres
donde los muchachos y las muchachas se aman
en medio de los exentos y de la soledad.

Me ciño la túnica y con el rocío y los instrumentos
asciendo hacia las galaxias
entre las ninfas,
entre las madres hermosas y sus pequeños lirios.

Mi alegría es una luz que ama,
y heme aquí de nuevo, en mi ciclo paisano,
con mi alegría, mi fuerza,
con los grandes sueños…

LOS CÓNDORES PRIMERA DANZA

La serenidad de América precolombina

Los muchachos y las muchachas sueñan y labran
y se hieren de amor;
los ancianos alumbran y gobiernan y sonríen.

Estos americanos celestiales viven la soledad
de América;
se han perfeccionado en sus adentros y en su ternuras.
Saben traer el sueño y difundirlo con sencillez,
saben pulir el oro y la piedra Huamanga.

Bajan las llamaradas del sol
y lo aposentan en el seno de las familias:
edifican ciudades rumorosas,
traban sabiamente el destino y la muerte.
Lo exacto, el arte y lo incorruptible
se machacan y se tejen y se transfiguran.

LOS CÓNDORES SEGUDA DANZA

Pólvora, rueda y caballo del Conquistador

Un delirio que viene con el caballo rodador,
un gran caballo griego aderezado con sangre, humo;
con el resplandor y la desdicha de una España
y sola y delirante.
Mucho menos exacta que afectiva,
mucho más humana que matemática.
Caminaba con ocultos sabios en su destino;
niños casi locos, sin pesadumbre
con banderas húmedas
que se fiaban de la intuición, del valor y de la muerte.
Entraba a caballo, con el fuego y la rueda inmortal:
y era un Dios sobre el verdor de América,
sobre Huamanga, sobre Potosí.
Encubría la fina humanidad de Moctezuma,
el joven esplendor de Atahualpa:
y para siempre sobre la hierba y el rocío.

Venían el trigo y la tecnología,
el arrojo y la exactitud y el número dorado.

LOS CÓNDORES TERCERA DANZA

La resistencia de Tupac Amaro

Pero una sangre íntima,
un equilibrio y sueño de lejanías y viracochas,
de criaturas cálidas y sabias
se apretujaban en tantos desvelos de amor.
Sin embargo la pólvora mugiente,
la pobreza y el horror y la tempestad
se apretujaban, también, entre los rubios extranjeros.

Y Tupac Amaro, en verdad, era un Dios,
una América desbaratada y herida.
Vestido y aparejado con la gracia tenue del español,
con su sangre de América pura,
con sus esencias y sahumerios,
oía su propio maíz, su tabaco oloroso,
sus plumas estilizadas
y sus cóndores y sus Andes
rodeado de mucha falsedad, de desdicha,
y caminando se fue hacia los cuatro vientos
en las alas de frágiles semillas y de sus caballos
acriollados y mansos y eternos.

LUZ DIADEMA

Pinar entre jazmines:
con mi abolengo de nube
todo un cristal ya hube
y aun tus claros confines.
Reflejos pulan tus fines
sin desconocer la altura;
se bañe ya tu hermosura
entre plata y luz diadema:
columna y nieve hasta gema,
alba de alba, magia pura.

MONÓLOGO DE SARMIENTO (II)

Lo de jocundo y sabio me viene de la tierra,
de su verdor inextinguible.
Ella me amplía las besanas, hila mi gozo.
Me acaricia con la niebla de su tabaco,
con el furor de su divinidad.
Y yo me dejo crecer sutilmente como un sarmiento
de ternura.

Con fruición busco lo insondable de América.
Porque también en mi abolengo se estiran
dulces arbolillos húmedos,
viñas irreales y lagartos tristísimos que miran desde
el fondo de Dios,
porque príncipes del Angaco se recuestan en
mi linaje
y vacadas de cien millares me coronan.

Yo me dejo crecer, la alegría dionisíaca me sacude.
Retorno a mi raíz.
Aprieto con felicidad lo anónimo del terruño;
lo protejo y me defiendo:
pliego este ponchito de vicuña,
escucho el tiritar de sus flecos nítidos
y deposito sus cristales sobre el túmulo de mis
padres humildes.

Mis destierros son solamente retornos infinitos a
la diafanidad.
Este potro que jineteo, esta diadema, esta polvareda,
este fulgor.
Todo me estremece y me llena de gloria y de alegría,
todo es libertad y entusiasmo,
y de mi voz se levantan ciudades jubilosas.

Y todo se transfigura, porque el tiempo canta
en mi corazón.

PRELUDIO

Señores, voy a decir
cosas requetesabidas,
cosas requetesabidas
como el nacer y el morir.

TANGO 20

Las líneas de un sol
puras y matinales y varoniles
vienen a ser el ideal de una nación.

No se me olvidan ni la nitidez
ni el filo tenue.
Nada debe quedar en la nostalgia:
el Obelisco ha quebrado el tiempo.

Las criaturas de su abolengo
penetran con furor en el caos,
disipan el sufrimiento y concilian.

He aquí las banderas y el entusiasmo:
caminan y sueñan y construyen.

Se saben las simientes
y puras y matinales y varoniles
que vienen a ser
el ideal de una nación en marcha.

TANGO 23

La lejanía es pura ausencia
y solamente solos y desesperados
amasan en la noche la justicia.
Pueblan sus cabezas unidas
con el martirio de edades y sistemas.
Saben fielmente
que marchan al suplicio
y cantan, cantan.

Son los amantes de la noche porteña
que lloran lo efímero.
Labran sus diademas o sueños,
se quejan de nuevo en la soledad
y en el olvido.
Y cantan, cantan.

Ellos se lamentan, sí,
largamente hundidos en la historia,
en el desasosiego.
Humedecen sus cabelleras con el rocío,
juntan sus bocas almibaradas,
se bañan estremecidos en las noches
y, ocultos, se aman, se aman.
Beben sus lágrimas dolidas
y cantan, cantan.

TERNURA EN LA BANDERA

Sube a la bandera, amor,
el martirio de la vida
señalándome la herida
con lengua y miel de dolor.

¡Patria, patria, que me hieres,
pequeña y fría entre luna,
ya me voy relente en una
y entre mil muertes si quieres!

Por mi humanidad de niebla
la diafanidad ya sube
paño de candor y nube
que hasta de sangre me puebla.

TUCUMANA

Con esa flor de nieve
que cubre tus espaldas:
¿quién eres para siempre
corriendo entre las cañas?

Los ojos abrumados,
las trenzas de naranjas:
¿quién eres para siempre
corriendo entre las cañas?

Begonia de mi vida,
paloma de la zafra:
¿quién eres para siempre
corriendo entre las cañas?