PILÍA, GUILLERMO EDUARDO
25

Hoy escribo sin apretar la mano,
sin levantar la voz: líneas ligeras,
visibles sólo al tacto de los ciegos:

alegría de luz
y plegarias nocturnas;
alegría de un manojo de menta
olvidado en un patio de cuartel.

37

Un incendio nocturno
ilumina el cielo: como si fuera
el resplandor de una ciudad lejana.

Tristeza de las cosas innombradas
que mueren con nosotros.

49

Se escribe igual que el amor,
entre las sombras y a tientas.

Como el que viaja de noche
y busca tras el vidrio una señal
que le indique que está cerca.

De Caballo de Guernica (2001)

AINADAMAR

Hoy brota del corazón el misterio
y la yerba parásita: ambos surgen
como del muro de una casa en ruinas.
Me ha herido el agua, un olor, la palabra
“Ainadamar”. El vendaje ocultó
esa úlcera por años,
pero sus contornos, bajo el apósito,
destilan todavía ese veneno
que hace turbia la sangre.
Hoy voy llegando hasta Casa Bermeja
tras haber bebido en una fuente de lágrimas:
desmenuzado como el pan que desprecié,
como un jirón de sábana
que un mal viento desgarró del suburbio.

De Ainadamar (2016)

DÍA DE PIEDRA BLANCA

Día mayor, día
hecho para mí, para nosotros,
alto en el gozo, redondo
con la noche que lo cierra
como en aquellas vísperas
de fiestas de la infancia.

Día de navegación, de luz,
de sábanas y peces,
de pájaros y hojas en deriva
hacia las islas, a atolones
en que es dulce perder
la patria y los recuerdos.

Alguien marcará para mí, para nosotros,
con piedra blanca tu paso
efímero, la grieta
en la procesión de los años:
alto en el gozo, en la luz
y en los recuerdos en deriva.

De Visitación a las islas (2000)

EL MILAGRO

Contaba mi padre que mi abuelo tenía
un ojo que siempre le lloraba, producto
de un golpe que le dio -brutal- mi bisabuelo.
Tendría entre ocho y diez años entonces
y con esa marca vivió hasta los setenta.
Nunca supe qué falta nimia le acarreó
un castigo tan dilatado en la distancia
y el recuerdo: ese ojo lisiado que no obstante
no logró hacerlo cruel ni resentido.
Cuando hoy mi vista llora de cansancio
-como esta mañana que tanto se parece
a aquellas en que escuchaba de niño
la historia de mi abuelo- pienso en el milagro
de mi padre que no sufrió la misma suerte,
de mis ojos sanos y de los ojos
más sanos aún de mi hijo; en el milagro
de que esa infancia dolorosa de mi abuelo
se haya quedado allá en su isla, y solamente
trajera aquí sin odio un ojo humedecido
que hoy bien podría estar llorando por piedad.

De Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (2011)

LO QUE A NADIE LE IMPORTA

Ahora que el tiempo va trayendo sosiego
y que hallo cada cosa en su lugar
-cada cuerpo geométrico en su sitio
como en un test de inteligencia-, ahora
que cada sentimiento ocupa su baldosa
y lo que de mí me averg�enza se equilibra
con lo que de mí me enorgullece,
ahora -precisamente- me acuerdo
-ya casi sin dolor- de las miserias
que ayer nomás pensaba que tal vez
no iban nunca a concederme reposo:
el color azul gris de mi uniforme
de soldado, el amigo o la mujer
que traicioné, el amigo o la mujer
que a mí me traicionaron, la sonrisa
que alguna vez le di -por miedo- a un asesino
y la imagen de mi abuela que comía en silencio
la manzana de sus cien años de pobreza.
Sólo lo que a nadie le importa sino a mí,
lo que no he vivido y lo que siempre he callado,
lo que nunca conoceré ni escribiré,
lo que conmigo se muere: sólo esto me acongoja.

De Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (2011)

LO QUE ODIO Y AMO

Tal vez ya es el momento de iniciar
una lista de palabras sin fin:
que esa nómina sea toda mi herencia.

-No dejar obras, no dejar siquiera
un libro; que no queden ni libretas
con líneas inconclusas y con blancos-.

Una lista de voces que agotara
los años de conciencia que me restan
en el sencillo gozo de escribir,

de repetir con mi letra y mi tono:
en la simple alegría de nombrar
-aunque sea una vez- lo que odio y amo.

De Herido por el agua (2005)

LOS MAESTROS

Ocho horas diarias de estudio: era el tiempo
que me recomendaban los maestros, en mis años
de estudiante de griego y latín. Cuántas
mañanas, cuántas noches, cuántas tardes
de sol o de lluvia sobre Píndaro y Virgilio…
Tanta seca gramática para escribir
estas tres palabras, maestros, algunos versos
medianamente venturosos… Qué tristes meses
aguardando un examen, repitiendo
aoristos y declinaciones… Pero también,
qué añoranza siento ahora al recorrer los lomos
de libros que hoy no tengo obligación de leer…
-Si hoy ya no existe el profesor de griego
al que tanto quería, el de latín
que me aterrorizaba, si ambos son
hierba y sonido, igual que lenguas muertas…
Yo soy también vosotros, maestros: soy el hijo
que aprendió a vuestro lado la nostalgia
de la luz antigua, pero no a morir; el hijo
que hoy en Píndaro y Virgilio os recuerda.

De Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (2011)

POR NATURALES

Como de chico jugaba a atraer
despacio una moneda con su imán,
y más contento hallaba cuanto más
lograba tirar de ella sin tocarla,
así también ahora arrastra el paño
de la muleta delante del belfo.
La bamba barre el polvo y se va abriendo
en viaje circular, mientras el torso
se le arquea y con la mano conduce
la embestida lo más atrás posible.
La derecha descansa en su cintura
llevando con un dedo el falso estoque
con la misma blandura y el desmayo
que un príncipe un pañuelo de batista.
Otra vez es el niño que jugaba
con su moneda y su imán, todo sale
tan natural como el pase y su nombre.
El tiempo se demora, se hace eterno
como un día de infancia: puro asombro,
puro juego, ignorancia de la muerte.

Inédito (2013)

RESILENCIA

Una mujer se asoma a la ventana,
sonríe y me despide. Y de repente
el pecho se me ensancha. Yo no sé,
Dios mío, si es sólo una o si son todas
y si ese gesto de mujer es la señal
de aún estar con vida. Con llegadas,
partidas y reencuentros, pasó mi existencia,
a veces sin moverme de mi laja.
Siempre estoy arribando, siempre estoy
de algún modo marchándome de un sitio,
como lo hace un artista trashumante.
Esta mujer que me despide en la ventana
-que no sé si es sólo una o si son todas-
ignora que tal vez estoy llegando.

De Ainadamar (2016)

RIMBAUD EN JAVA

La piel de los javaneses es suave y sin vello y hay algo escultórico
en la forma en que se inclinan para encender sus pipas de opio.
En otra vida me hubiese gustado pertenecer a esa nobleza
vernácula y dormir un sueño de amapolas bajo un dosel de gasa,
en las noches impregnadas de humedad vegetal y de mosquitos.
Sí, aun los príncipes de tez dorada y perfumados cabellos
languidecen en estas islas selváticas, igual que en la Europa de los viejos pontones.
Sucios fumaderos de opio donde no hay rangos ni prosapia:
me recuerdan los sórdidos cafés parisinos, con su atmósfera
sudorosa y grasienta y el vaho del ajenjo que una mano borracha derramó.
Como esta mujer que sirve las pipas encendidas a quien paga
por narcotizarse, así también yo he dejado allá a lo lejos, pero
para quien quiera tomarlo de balde, un veneno perdido.
Muchos lo beberán en madrugadas remotas, cuando yo ya me
haya olvidado por completo del que antes fui, como quien se
olvida con la aurora de los rostros monstruosos de un mal sueño.
La piel de los javaneses es suave y sin vello. Los hombres, en
las aldeas, ofrecen los amores de los efebos para preservar la
virginidad de sus mujeres.
¿Qué hora será en París? ¿Habrá niebla, lluvia, acaso viento?
¿Qué joven colegial incubará sin saberlo el amor malsano por
una nueva poesía, como aquí este nuevo amor, este deseo con el
que los antiguos emponzoñaron gozosamente su sangre?

Inédito (2013)

SIN REGISTRO

Todas las cosas que hoy en mí están vivas
-lo que sé y el dolor de lo que ignoro-
conmigo han de morir:

mañanas de Santa Cruz, esa siesta
de invierno y el cartel en que leía
“Estación Pan Bendito”;

y también los ceibales del Urión
en los que tarde a tarde se perfuma
el viento de las islas.

Quizá lo que he sentido en los instantes
más puros y entrañables de mi vida
se quede fatalmente sin registro.

De Herido por el agua (2005)

SOBREVIVIENTES

Surge en lo alto de la calle el campanario
y el rosetón de la iglesia. Retorna silenciosa
la nueva estación y sus fogatas. Y los cipreses
que van creciendo de las ruinas
como torres mutiladas.

Una lluvia de bellotas cae desde el follaje.
Una lluvia de hojas cubre pudorosa
el rostro de los muertos. Y en los canales
que fluyen hacia el río, una ceniza
de otoño cubre pudorosa los muertos disgregados.

Tristes cruces se elevan en las quintas
y en los senderos del parque.
Cada tierra es un páramo; cada árbol se nutre
de un cuerpo cribado. Al atardecer,
los sobrevivientes encalamos las moradas
como en un antiguo presagio de peste.

De Huesos de la memoria (1996)

UN TREN QUE DE ALEJA EN LA BRUMA

La felicidad, solamente unos instantes:
el cielo azul de un domingo de franco;
el olor de la carne asada que traía
el viento de la tarde; “este es el día
que hizo el Señor” en la mañana de la Pascua;
una música que creíamos perdida;
el sabor del café en la madrugada
de Burdeos, ya partiendo hacia España;
esa liturgia de dos cuerpos en amor;
en Toledo contemplar “El entierro
del Conde de Orgaz”; caminar acompañados
por una calle de Colonia o Buenos Aires.
Uno es feliz y apenas se da cuenta
y entonces ya es un tren que se aleja en la bruma.

De Ainadamar (2016)

UNA FLOR QUE LENTA MORIRÁ

En las mesas de luz de los enfermos
se amontonan sin orden muchas cosas
con tristeza infinita: un vaso de agua
a medio beber, remedios, goteros,
un reloj que ya no entra en la muñeca
-medida de un tiempo entre el dolor y el hastío-,
pulseras y anillos inútiles, papeles
con la letra apretada y sin pena de un médico;
y una flor que lenta morirá -como imagen
en espejo- o tu rostro, Dios mío. Objetos
que hablan de lo mucho o lo poco que le amaron,
del que vela a su vera, del que viene
sólo por compromiso; del ausente,
del incapaz de mentir por amor.

De Ainadamar (2016)