SOLA GONZÁLEZ, ALFONSO
EL AMIGO
(Fragmento)

Je ne vería tres probablement jamais
ni la mer ni les tombes de Lofoten…

O. V. de L. Milosz

El amigo habla de los crepúsculos muertos sobre
Lochem.
Yo nunca veré sus murallas de olvido por que no es
una ciudad de este mundo.
¡Cómo es de bella nuestra casa entre el fuego riente
de la estación que viene abriendo rosas!
¡Cómo es de bello el corazón de los días queridos!

El amigo se irá cuando llegue el buen tiempo
y el buen tiempo ha llegado.

Ya canta el pájaro bello del buen tiempo.
¡Oh, locas mujeres entre los trigos!
¡Resplandor vegetal, luz dichosa de los seres
recientes!
El amigo sonríe en la felicidad del buen tiempo.
Su mano donde el adiós anida, nos enseña la fiesta
iniciada.

Yo nunca veré los crepúsculos que envejecieron sobre
Lochem,
ni sus oscuros templos flotando sobre la voz de los
muertos.
Cuando se vaya el amigo nadie nombrará a Lochem
en la casa
y nuestro corazón se llenará con sus tumbas lejanas.

Queremos cercarlo de amor, ceñirlo de paz, retenerlo
pero de pronto comprendemos cruelmente que ya
nunca estará entre nosotros el amigo
porque ese amigo de nuestro corazón no es de este
mundo.

El nuevo canto dora de estío la arboleda.
La soledad es fiel, lento el destierro.

ELEGÍA
(Fragmento)

Así me gusta verte oscura llama
con cielo gris sobre la despedida;
con lluvia lenta y desgajada rama.

Así me gusta verte ¡oh luz perdida!
una flor en lo alto y caminando
sobre los grises ramos de la vida.

Y así me gusta verte abandonando
la rubia rosa a la paloma inerte,
la rosa ardiente al caminar llorando.

Lágrima. Otoño. Así me gusta verte
pasando lenta sobre los helados
y profundos caminos de la muerte.

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¡Oh cercada de lluvias y azucenas!
¡Soledad de ángel triste y piano lento!
No me abandones en la luz serena.

Entregado a tus cielos cenicientos
déjame atravesar tu sueño triste
con rama gris y retorcido viento.

Con esta voz que alguna vez quisiste
déjame que me pierda y que te llame,
con esta voz iluminada y triste.

Donde se olvida, el quieto sueño aclame
en silenciosas aguas sin orillas.
Donde se olvida duerma y no te llame.

Pero entre viento y llamas amarillas
déjame destruirme iluminado
ante tu flor oscura de rodillas.

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(De “La casa muerta”)

MARÍA DE LO ALTO

Por las selvas azules, cazadora;
con tus armas lucientes, ya volando,
libre de sombra; suave triunfadora,
por luminosos ríos, por riberas
celestes y tranquilas, inventando
la luz sobre las altas primaveras.

Ya libre por lo claro, tú, gozosa;
sueño de blanca tierra enamorada
sobre la estrella pura y silenciosa.
Tú por la eternidad, tú sonriente,
desnuda cazadora iluminada
por espléndido cielo reluciente.

Ya has pasado la muerte, ya has vencido
profunda reina, ya de claridades;
perfecta luz y tiempo florecido.
Aquí donde vivías aún nos queda
el gris pasar, las pobres soledades,
y el corazón bajo las arboledas.

Por tu claro recuerdo iluminamos
nuestra voz entre el viento rumoroso
de alas oscuras y azorados ramos…
Donde no estás crecían los jazmines,
duraba un suave tiempo venturoso
en quieta hondura de horas de jardines.

De sombra de paloma te rodeabas
ganando tardes con palabras quietas.
Para el olvido solamente ansiabas
vivir en un silencio de sencillas
estampas de colores, con violetas
y con pequeñas tardes amarillas.

Nada sabías de la muerte, nada.
Tu libertad luciente no sabías,
tu pura soledad enamorada,
y mientras que llorábamos el suelo
donde en rota azucena te ofrecías
tu blanco pie ya iba pisando el cielo.

* (1917-1975)

POEMA

Y yo no podría decir que aquello fuera así
o tal vez como un sueño,
como una vieja melodía junto al fuego apagado
que alguien recuerda antes de partir.
Pero vi que mi mano caía sobre el rostro de los hombres
y ya no relucía su rubí codicioso
ni era mi mano aquella, sino el miedo
de otros dedos manchados que no eran los míos
y me acercaban otras manos que tampoco
conocían las gracias de la vida.
Y todo se movía o creía estar en un camino hacia
los ángeles
y con temor amoroso de las jerarquías, ascendían
todos, despacio.

Sí, ellos también. Todos, todo se movía dichosamente.
Todo quiso decir: el hermano
y el amigo con su viejo sombrero de tiempo
y la casa con el pequeño llamador de hierro,
dulce para el perdido en la noche
entre las estrellas del jardín.

Y era saber cómo se enciende el fuego,
cómo se abre la puerta para el que sólo trae
lentas arcas de olvido.
Y era decir: Tú y yo, caminando por los viejos
mercados,
junto a las bestias sacrificadas y los frutos que arden
entre los pobres y los ricos
y la hermosa moneda de impiedad que los separa.

Y todo quería decir ofrecerme a esta vida
que me ha dado estos ojos con que muero y te miro,
y herirte sin descanso
con la resplandeciente mordedura del hombre
perdido, repartido bajo nubes feroces.

Y sin embargo ascendía entre infiernos, cantando.

(“Cantos a la noche”)

SOLEDADES EN LAS TARDES DE OTOÑO

Yo te buscaba en la belleza de los días antiguos,
ya cantara en la luz el celeste verano
o el invierno apacible nos reuniera en la casa.
Te preguntaba de qué era la esperanza,
qué prodigiosa mano la gobernaba,
qué fuego valeroso la sustentaba en esos días de otro
tiempo.

Cruzábamos el mundo como si una fiesta nos llamara
y esperábamos la llegada de la felicidad y de las
rosas.
Los nuestros florecían en el tiempo dichoso
y un lejano fulgor nos protegía el cielo.
¡Amor, amor, los días de recordar han llegado!
Mayo venía entonces con su hermosa tristeza
noble sobre la frente de los nuestros.
¡Qué distinto el otoño de los días muertos!
El tiempo del amor había llegado
y un ordenado mundo nos venía del fuego.

¡Amor, amor, está lloviendo en las tardes de otro
tiempo!

Y septiembre también, apoyado por las rosas…
cuando el buen tiempo vino de los campos alegres
y la esperanza quiso tener nombres sin derrotas.
Entonces mi alma se parecía a esa esperanza
y en el fuego de todos mi corazón ardía.
Mira ahora, amor mío, la fuente rota y ese rey
deshojado.
¿Sabes quién soy, amor, en tu viejo jardín?
La flor del otoño se duerme en tu mirada
y hablan las lluvias, ya, de tu antigua belleza.

Amor, amor, ¿qué buscas por el jardín vencido?
Los días mayores han llegado
y hay que saber morir cuando las hojas lo anuncien.
¿Dónde buscarás su voz en el reino venidero del
llanto?
¿Dónde buscarás su gracia que los espejos abolieron?

Amor, amor, los últimos ángeles cantan en la luz de
las ruinas
y los muertos de mi corazón te llaman en el otoño.