TOMAT-GUIDO, FRANCISCO
BIBLORATOS DE LEPRA

A Nina y Rubén Vela

Partiremos la ausencia, los infiernos
del nacimiento, esa grasienta silla
donde se sienta la muerte.

Partiremos las frustaciones del amante,
la ingenuidad de los solitarios,
también, amigos míos, la precariedad
del último deudo.

Partiremos las encrucijadas del vivir,
la anticuada nervadura que solloza
en los portales la seca luz
de una flor de piedra.
Y la esperanza,
ese ciego testigo de las sombras.

Partiremos la posibilidad de ser posibles
en un barco que se enferma de turbación
repartidos en la ciudad
de la bailarina melancolía.

El texto está escrito.

Arrojémonos.

BITÁCORA SECRETA

Me eligieron en un lecho cuando el desierto
despedía sus últimas grullas, me llenaron de una
estatura cabalística, ungieron con penitentes hiladoras
las valiosas formas de mi conciencia, y entonces,
sólo entonces, confirmaron mi nacimiento.

Nunca te pregunté, madre, por la gratitud de los
enigmas que como una vieja postal encerraba
el taller de tus orígenes. Tallo y fiebre de tu
sangre, mi precio es la lectura de una gratitud,
la honradez de un dócil cuerpo
que se despeina en remotas memorias.

Dotado de tu fragancia, soy la facultad de modelarte
en todo aquello que apenas conozco. Advierto, eso sí,
que me nutres con una ligera plegaria, que cumplo de algún
modo los tercos amores de tu ternura, las vacilaciones
que se fueron quedando en la apariencia
como huéspedes enguantados en un jardín de gladiolos.

Perdona que tu herencia sea una extraña ave que se
confinó en los rincones sin engendrar nunca la recompensa
esperada. Presumo que no tengo opción, que mis vertientes
reflejan sólo un arco iris cuyo mandamiento es buscar en
la luz el voto más pobre de la sumisión y el olvido.

Un ojo para mirar su máscara llena de vengativas peripecias.

CANTO A LA MUCHACHA QUE ESTA EN LA
PIRÁMIDE DE MAYO

Mellándome hasta el grito, acecho como un ladrón que se
apresta a desvalijar una casa en ruinas. Creo advertir
en esta peligrosa herencia la señal de un evangelio
que debo predicar con alucinación cruel.
Demorado en la tarántula de su conciencia,
descubro ese aplanamiento espantoso de los reproches,
los territorios de la miseria, la viscosidad de un
vientre que se aletarga en su mentira con pestilencias
de desollante y sombrío resentimiento.
Apunto que he nacido de una radiante genealogía
que se inscribió en el más alto destino de la
criatura humana. ¿Por qué, entonces, debo aceptar
la tutela de este tiempo condenado a la abominación?
Esta lógica se pudre en mi sangre y mis hermanos me duelen
como una respiración que ha perdido su música.

Oh Patria, te siento como una tierra cuyo pellejo enfría
las pisadas más bondadosas, un camino donde el perdón es un
muerto colgado de una cruz. Tus penumbras familiares traen
brillantes filas de latas siniestras, sacrificadas hostias
constitucionales, una sangre que se incendia de sombríos
y desdichados resentimientos. En tu paternidad
todo me regresa a tu casa como un lino que se seca
en su raíz buscando la aventura más libre, y en el
susurro de esa tristeza sofocante, en esa herida abierta
en la nuca, soy el espesor mítico del relevo.

Llego a ti con los desgreñados años de mi conciencia,
y dentro de tanta oscuridad siseo el alegre despertar de
tu piel. No soy sino un alimento de exaltación, el pródigo
que lame sobre los pantanos de tanta burlona indecencia
el humo de la vela que se agita en la pesadilla.
Levántate. Lustra tus hambrientos ojos. Sobre el altar
de las confusiones tiende a tus hijos la envoltura de una
necesidad vital, una luz que quite el cansancio, una nueva
estrella. Nos duelen tus renunciamientos, tu cadavérica
distancia, la contemplación de una trágica feria que
se abate sobre los límites de tus despojos.

Despierta.

COMARCA DEL ASOMBRO

Sobre la curiosidad que me convierte en un sacramento
profano amontono elementos en la zanja de mi conciencia.
Condecorado por los huesos, transparentes destilaciones
sellan en mis ojos la insolencia de un mundo lleno de
tumbas. Atrás quedaron los días de la mesa familiar,
la sed de la adolescencia, ese brillo de incertidumbres
y espejismos. Ahora, examinando las demencias que
difundo como una rata ciega, hallo que las relaciones
cambian según la memoria, y es entonces la poesía la
caliente trama que me quema con sus secretos azares.

Como un ramaje que se succiona limando su jaula, escucho
a la crispación descarnar los sudarios que me llenan
de secretos halcones. Me pregunto entonces dónde están
la víctima y el victimario, de qué manera la fiebre
se perdió en la llama, cómo tanta energía no tuvo su
propio territorio revelado. En mi oído, una culebra
otoñal clava sus colmillos en la luz
y su fragancia quema mi asombro
con lechosas nervaduras.

Con terror ante el fallo, me castigo sin saber
si la bestia de la imaginería o la cándida luz
que nace de tantos fragmentos son la verdad de
la conjunción o la fronda aislada donde
mis perversos instintos cultivan un alimento
que ayuna en mi piel sin manifestarse nunca.

CONVOCACIÓN DE LAS SOMBRAS

Yo anduve con un talismán entre tus harapos multicolores
gozando sepulcros donde duermen huracanes de savia,
momias arcillosas, descastadas vírgenes,
hipogeos inclinados a las arenas que broncea el río.
No era el sueño la tardía señal de los amuletos,
ni esos salmos crueles donde caen las ramas de la historia
desangrando la belleza. Heredero victorioso, la dulce
antig�edad
disolvía la piedra con vesánica imploración susurrante.

Comprendí las endechas del arpa y el sonido de tus
tambores,
el milagro reverdeciendo con poéticas transparencias
donde la noche es un bello cacique lloviznado de eternidad.
Hueso de miel para esas arañas que tejían rostros
vagabundos.
toqué los trágicos alaridos jadeantes,
hurgué tus vasijas llenas aún de un líquido de guerra,
de una sed donde el río invoca tus cazadores
alucinados de sombra
mirando aún el hechizo de la arcil
Clara Lifsichtz Oa en sus cantos.
A veces el viento besaba la ruina de los templos,
te asediaba castamente en su panal geográfico,
pero los hechiceros no quemaban ya litúrgicos versículos
herbosos,
y el olvidado contra los siglos
sangraba de imploración. Era un minuán
talado en su sed de gloriosas resonancias.

La melopea de un ronco cuerno descamó la oración.
En mi alma, las bestias preñaron ritos tenebrosos.
Anduve acechando.

Llamé puertas con mi voz
fabulosa y martirizada
pero sólo la soledad contestó
mostrando sus entrañas antiguas como el día.

Yo recuerdo los valiosos capullos que vagan por el limo.
Las voces están, tejen la tierra, viven en el recodo
del último bosque junto a la cruz derribada,
y a veces, las fibras de una nubes musicales
las convocan más allá del sueño.

Nacen y mueren.
Un pájaro de sal cuida sus himnos.

(De “Olvido a Olvido”, 1957)
Diamante, Entre Ríos.

CULTIVO DEL ACOSO

A Roberto Páez

Escucho por la noche a los grandes delirios
desgarrar la persistencia del tiempo.

El sudor de la muerte cuando su lanza
desnuda el surtidor de la lengua.

La voz de los armarios donde el vino extrae
la caricia más loca de las ratas.

También la palabra perdida en la hora
en que el profeta desnuda su soledad.

El ojo gemidor del mundo con su navaja
llena de viscosos duelos fraternales.

Y a veces, la tos de la muerte en los cuartos
con una larga paciencia deslumbradora.

Entonces, cuando todo eso ocurre,
como una franja ignorada
por mi propia existencia,
mi corazón brilla gaseosamente
afirmando
la necesidad de vivir.

DANZA DE OTOÑO

Por Diamante el otoño ha bajado,
el cementerio carcome la cintura de las ánimas,
la respiración fantasmal de secretas herrumbres.

Fue entonces cuando supe que las ventanas
persiguen a la luz.

Pecado tantálico, grité la dichosa orquestación del fuego,
el caliente verano con sus plantas de locura,
esa estirpe hundida en la ráfaga del mundo
ciertamente lúbrica como una bestia de oro.

Contraje la obsesión de violar los cinco mandamientos;
me saludaban, tenebrosos y alucinados,
los dioses cubiertos de banderas,
fiebres de varonía agudizaban mi fanatismo,
y una escalera fluía bajo las rocas
hasta mancharme las uñas.

Estrecho y salvaje, no entregué mi guitarra al mercader,
crecí rasgando el milagro y los nacimientos,
mujeres de lluvia herían mis vértebras,
pero mi sangre cantaba, crecía ahogándose en el canto,
en su cuna de piel constelada y misteriosa.

Los grandes poemas murieron con los mártires.

Llamé a los desangrados,
a los que furiosos masticaban su ascua de alcohol,
al eremita loco y al espurio suicida bajo las estrellas
para mostrarles el yesquero de mi humanidad vibrátil,
este pie sin trama filosófica que sube en los desiertos.

Me he burlado y los he burlado.
Oh, si, cerrando el círculo he dicho:

Hay que apurarse.
El viento sube,
y seca, la imploración
cae.
Eso.

Y sé que no tendré más que una brujería para sobrevivir,
un mar revuelto de alcobas humanas
maduras de redención y de exigencias.
Es decir, mi grandeza y mi pobreza respirando eternidad.

Hay que apurarse.
Hay que apurarse.
Hay que apurarse.

�Maldito enamorado�.

EL ACECHANTE

A Susana Teresa y Raúl Osvaldo.

Mendigo de una tierra misteriosa, de un pueblo donde
mis pasos
desbordaron sus calles con estremecida dulzura,
un águila de oro me devuelve al destello de su arena,
al leve humo de sus casas de adobe,
a sus vagabundos pájaros y largas siestas
con alucinante dimensión.

Es entonces la provincia, boscosa de aguas, quien
despide
su relámpago de memorias, los hambrientos fuegos
de sus terrosas criaturas costeras,
el fervor de sus campesinos celebrantes como frutos,
todo ese territorio de amorosas fábulas
cuya vida no quiero perder
entre famélicas flores de asfalto que me empujan
denodadamente.

Allí hubo una vez lo difundido y derramado por mis
sueños.
Una misteriosa fidelidad, unas calientes cepas que
enamoraron
mi carne con ligera belleza; allí, también, en la espuma
de los sortilegios: la sequedad de la muerte,
la fulguración de una historia hacia adentro,
el mordido polvo de mi arenal desnudo.

Con estos sedimentos,
con estas arañas tejedoras del ribazo,
mis huesos roían las duras transparencias con tímidos
golpes,
y no era desflecarse
sino coronar símbolos de luciente amor,
morder migajas de esos durísimos estambres que el cedrón
desvanece en esa alzada
aveluz de la arena,
o mojar el filamento de una calle perdida en la colina
mientras el río que se desmayaba en la costa
por el desfiladero de los sauces
martirizaba al viento.

Todo eso dura en mi, en esta alianza que se come el
llamado
invasor de sus luciérnagas. Arde y dura con su rabiosa
astronomía,
con su copa de agua verde,
con su secreto perfume de muchacha litoral,
mientras la eterna tejedora del ilusorio mundo
se enferma en mis ojos con su tormenta
en cuyo fondo la llave duerme
con iniciales ciclos.

(Los Milagros invasores, 1966)
Buenos Aires

EL ASALTO DEL TIEMPO

A Hamlet Lima Quintana

Todo lo vivido hierve en la pureza
perezosa de los calendarios
y recorta,
como un murciélago que orina el aire,
el sudor de tantas muertes
con una música apoyada
en el corazón del mundo.

Alguien (a quien no reconozco) levanta
la tapiada oquedad de las señales
y por esos conjuros, plegados parpadeos
vienen a decirme que el hombre
es un vidrio matinal,
que Dios está en el encierro de las
frutas y que las almas son
las promesas del día
con su antiguo olor de montaña mojada.

También me dicen que las criaturas
son estrías de la muerte, espacios
de piel destinados a la canalla salobre
de la vejez, y que los mundos que duermen
desnudan su palpitar con una espada
de seda.

Sobre ese río fluyo como un pálido glaciar
entrevisto apenas en mis analogías.
La perfección es una crueldad, una ventana
que el sobreviviente mira con puentes
llenos de insectos.

EL CAZADOR

Con un temblor de lúcidos gemidos
oigo desnudar el semen general
de las islas. Espeso, enloqueciendo,
rompe el azul sus primeras estrellas;
látigo de flores, cuchilladas
de párpados y un penetrante son
de terrestres desbordes descubren
la vida fulgurando en la fáustica
sílaba del tiempo. La fiebre intensa
de las cosas vigila mi pasión, va
vibrando en la laxa caricia de los ojos,
en el filtro de la escarcha, en las largas

dulzuras fantasmales que sacuden
mi fabuloso imperio que descifra
el olor más pesado cuando llega el invierno.
Estoy encerrado entre viejos rastrojos;
no importan los ligeros terrores,
la frágil pobreza y su desdicha,

el pecho gemidor de las luciérnagas.
Un cristal misterioso electrifica
las bestias y los ángeles. Llegan a mí
por un brazo de viento dejándome un
encendido rumor, un muelle en celo.
Es mágica la hora: el odio ha muerto

cerca de una gacela. Desfallece
el aguaribay en la intimidad de sus
raíces, los insectos se buscan
para fecundar; una boca ciega
me reclama desde la lejanía toda
lúbrica entrega… Soy el cazador

solemne de las voces; el litoral
me saluda con humanos días.

Hundiéndome en su tierra le rescato
el corazón y lo entrego a la gloria
del canto, a los pétalos fluviales
de sus barcas, a la dulzura digital

de sus mariposas, a la paz de sus adobes,
al hambre de sus redes, a la huella de
sus pájaros, al hombre y la mujer de sus costas.
Así estamos triturados de follajes
terrestres: la madera, la roca, el desfallecer
de sus frutos nos signan. Entre sus sueños

marejadas de crepúsculos laten
con un señuelo mórbido de luz.
Acaso se detenga el tiempo para morir.
Agredido por tanta geografía voy apretando
sus dulzuras, y comido por su amor
en mis dedos camina un polvo claro;

una provincia más entre guitarras.

(“Verdor en las Redes”, 1950)
Diamante — Entre Ríos

EL DENODADO

Terminaré un día de salir del mezquino infierno lanzándome
a rescatar los antiguos significados, el buzón de las cartas
que se ahogan en los yuyos, el odio por la vida gris que se
cuela en los ojos con un escalofrío susurrante.
Metido en los espacios absolutos, me será revelado un
pueblo
de grandes memorias donde bolsas caminantes llenas de
vinagre
sólido espesan la maloliente atmósfera en reumáticas
articulaciones de búsqueda y terror.
¿Qué tendré, entonces, para testificar mi paso? Mesiánicos,
inalcanzables, los silbadores de la noche devoran su
pestilencia inclinándose sobre mi pecho, y uno sabe que
detrás de la música suena en el zócalo desalmados
sargazos cubren con raras flores los fangosos vientos
que se desnudan en el cráneo del adulón hervido.
Dichas miserias me contienen como una siniestra sociedad
filantrópica, están desnudas con un balde lleno de sol,
ponen secas cenizas en los bolsillos, mezquinos goterones
iracundos en el alcohol, penas capitales en el
cerebro, rostros de pesadillas, casas donde la humedad
mira la cicatriz de tus tobillos, toda clase de cuarteles
sediciosos que van a desayunar en una isla de cangrejos.

En tanta inocente culpa mi identificación es un inventario
cruel y resplandeciente. Perro con cola rasgada
y ojos color de miel, las franjas estranguladoras
se persignan en la heredad con un sermón estrepitoso.

Sucesos, tiempo, olvido, son nudos de una misma madera,
esqueletos llenos de nostalgia que reverberan en el
corazón con su fría salsa de vómito.
Yo destrenzo sus nalgas, mato sus piojos, unjo con
palabras los paraísos quemantes, y en la extraña
ceremonia grandes pájaros lavan el aire
con sarnosos tentáculos.

Esta es mi ciudadanía, la historia de un vaivén incitante
que las cartas del Tarot aún no han podido descifrar.
Levemente borracho, luminosos y perverso, a través de un
cerco de nicotina las revelaciones trabajan con su boca
llena de púas, y a pesar de todo, como una casuarina
indescifrable, el profeta de la gloria canta en mis
sentidos iluminado por garras acariciadoras.

En ese libro universal sobre la vida, fuera de los
odiosos y el resentimiento, trabajo el poema como un
pastor en una casa de sólida profundidad.

Septiembre / diciembre 1971

(Bitácora secreta, 1973)

EL INOCENTE

A Raúl González Tuñón

Al desenterrar el asombro de la revelación
una membranosa violencia resplandece en mi carne.
Construyéndome, destruyéndome, mi vida es un
laberinto cargado de mutaciones, una materia
de repetidos orgasmos, redimible orilla
de seductoras melancolías.

Secretamente iniciado, soy el castigo de mi
sombra, el ayuno del cadáver,
lo que se comprende sin ser creido.
No puedo elegir el verano con su oropéndola,
ni la piedad egoísta, ni el resentimiento.
Derruidas lejanías someten mi historia
a la puerta del pobre.

De tal modo, amigo mío, soy el que junta la fatiga
con el filo de una obstinación precaria,
es decir, el hospital del hombre.
El hechizado para prevalecer en los linchamientos
cotidianos de la eternidad:
ojo, lengua, instinto,
delirante zona de actitudes incorruptibles.

Un fósforo de piel en el mundo sin gobierno.

EL ORÁCULO

Un día el agua tiembla en el ojo del caballo y el luto
de las hierbas manchan el corazón de la noche.
Una lepra dulcemente dormida,
un insaciable y entreabierto desván
de nombrados ausentes
transforman nuestros sueños en remotísimas
alimañas de vejez, y el delirante latido
de sus sedientas flores acompaña las huellas
como rabiosas moscas
bajo la lluvia.

A los amargos tiempos de su creciente oponen los ángeles
de las piedras, los ángeles de las vegetaciones
y el vago terror de los fosfóreos esqueletos,
una canción tañedora que el viento del oeste despedía
con singular belleza. Y ese lento rumor,
ese vaho tremolante que la nostalgia nombra en sus
cántaros
de insectos, esos pasos hundidos en los largos corredores
llorosos de aves, melancólicos de dulces muchachas,
hondísimos
de viajeras oraciones como espadas de miel, crecía
en la órbita de los más dulces deseos. Yo estaba allí,

¡Dios me asista!, como un extraño.
Pero alguien tal vez el oráculo invisible de una
criatura
quebradiza, de una criatura que tocaba mi sangre
con el idioma que sólo el otoño conoce,
enumeró las mutaciones, puso en orden el largo
ladrido de los perros
conjuró el perfume, la leche y el pan.
y madurando las melodiosas y agitadas espigas de la
noche
me llamó serenamente a la luz
con la desnuda raíz de la belleza.

IDIOMA SIN OLVIDO

He nascosto il cuore dentro le vecchie mura, per
restare solo a ricordarti.
S. Quasimodo

En Entre Ríos mi padre descansa sobre la tierra
que juntos hemos amado. Descansa como una hierba más,
y el viento que mueve los árboles me devuelve del silencio
sus misteriosos límites de sosiego y dulzura.

Dormido está. Los caminos escuchan el olor de sus pasos
bajo la ropa de las estaciones como un vello de cielo.

Destinado a su memoria, sobrenado su voz ávidamente,
mientras el polvo invade las sombras y sus deseos
buscan en mis manos su cuota de amor. En Entre Ríos
digo.
Tímpano biennacido para su música.

(Los milagros invasores, 1966)
Buenos Aires.

LA POESÍA

A Carlos Alberto Débole

Ensucia tus labios con la saliva
del extraño pernoctador
y con una mano
que nadie conoce
escribe sobre la puerta prohibida
la palabra
LIBERTAD
Cuando esa hora llegue
somete a los secretos
del perdonado polvo
y con un calendario de humildad
afila la historia
del día
impronunciado.

LAS ORILLAS

Preguntaba desde un oscuro cansancio
qué carabela de espectros, qué encendida
magnitud de corolas, de insomnes fuegos,
vigilaban su fiebre. Amor sobre el viento,
anillo en los ojos, paz en los cedrones,
innominada vigilia su soledad.

Las piedras bebían desnudos verdores
y en el fondo del atardecer alguna
lágrima curtía la tierra. Picaban
las golondrinas el ángelus como nubes
vegetales del río. No era posible
sufrir el silencio: asombrosos saludos

inclinaban nuestra alma a la tierra en gloria.

Y la voz estaba en la carne del grito,
en las leprosas rocas, en las mareas
rebeldes del sol. Estaba madurando
dentro de su propio miedo como un liviano
ser lamido por espumas. Los agrietados
prodigios, las cruces sin historia, todo

caía a su centro: sangre de indios, latitud
de libertad, germinaciones de vientres
en cuya luz hervía el barro sin nombre

de tantos milagros ciertos, saludando.

Nada pedía hasta oír que en cada huella
moraba la aventura, que los abiertos
milagros convocaban una estación
pesada y secreta. Y las campanas
eran collar de agua, cálida corteza
del mundo entre las cosas. Surcos
de amistad me acercaban a los hombres:
el pan triste, las palabras resecas, largos
viajes de fiebre, y acaso el filtro

de visiones no encontradas en la tierra.

Aprendía desde un crujido misterioso
las extrañas leyendas del miedo. (¡Poseer
la eternidad es como una aguja ardiendo
en las entrañas!) Pero el secreto, lo digo,
caminaba en interminables remansos
de flores, líquenes, piedras, luz, colinas.

Un rastrojo de frías sombras tomaron
mi vida sin muerte, mi espesa vertiente
de agonías. Crecí tanto como la sed,

con un rumor de orillas, despeñándome.

LOS DÍAS

Me he perdido entre las hojas que atardecen
con un luminoso polen. Me siento terrestre
raíz, un dios sin ángeles, caído…

La tierra llama sus pétalos densos,
su crecer de minúscula crisálida
que levanta la lluvia perdida.

Quemó ya el gusano su pedazo de estrella,
la linfa abrupta, su multicolor soledad.
El universo me viola… ¡Dadme una plegaria!

Por los años se desbordan inexorables corrientes:
astrales augurios, desnudos espectros
devoran mi paso, llagan mis columnas.

He sido un dios. Dejadme… La alameda madura
y los gigantes secretos del cielo
aún discurren con los sauces del litoral.

Lo anuncio: interiores sombras poblarán mis
profecías. Que el agua refresque esta guitarra,
este surco de aves memoriosas que aún me imploran.

* Nació en 1922 en Udine, Italia, radicándose en el país con sus padres a los dos años.

LOS EXTRAÑOS MATICES

Envejeceré desprendido de mi razón y de sus cloacas
llenas de colores. En la ciudad deformante, las pisadas
serán historias reducidas a la soledad, susurros de
mandíbulas en el combate de la lucidez liberada.
Hundido en la decadencia, el desnivel de la costumbre
resignará cada gesto con una nueva historia,
y en la madera de su radiante rigor los poderes
reducirán el secreto de esta muerte desconocida.

Allí quedarán las alianzas, la escoria de mi energía
contemplando un esqueleto que alguna vez llené
de valiosas humedades. En la lucha dramática, el cortejo
reunirá palabras y pasiones, tabacos que alguna vez fumé,
condenaciones en cuyas charcas se irá quemando mi sombra.
No le es posible volver atrás a quien ya ha sufrido la
prueba del retorno. Lleno de extrañas formas, arrastro
mi ancestro como un lobo que se muerde el grito sin
pedir clemencia. Cebado y zumbante, desecho la violación
del espacio original, y aunque los desperdicios son el
laurel de las horas, persigo el equívoco de la causa
como un dios frontal, refinado y cruel, sobre los
mandamientos de la más binaria medida.
En esta nostalgia permanezco mientras el universo
aplasta la viscosidad de la luz.

LUNA DE VERANO

AR. Campodónico

Toqué sus piernas y un diablo de bronce
me puso en los huesos la temperatura.

Repartí los codiciosos lujos ferozmente.
Un invierno demoledor revelaba la floresta
del tigre, oliendo a candil tormentoso.

Ajado por la sepultura del bosque natural,
mi mandíbula era un hacha de presidio,
un diablo de dura esponja flagelándose.

Poblado por tantos gritos le decía:
acuérdate, mi furor es la puerta de la carne,
el pez del espejismo,
la gran jaula de quebrador hambriento.

Semidesvanecida, se perdió con la marcha de los
pájaros, sofocada de perforaciones,
como una gran rana
en el estuche del sueño.

1971

(Profanación del soborno)
Buenos Aires

MONZON POSESIVO

A Víctor Marchese

Fue su abrazo la carne del esperma insondable,
la maravilla existencial, el fragor de páginas
espesas de linchamientos.

Príncipe de la bestia oculta, repetí
en su cabellera los trazos del monzón posesivo
el desayuno rabioso del victimario,
los grandes templos de amistosa armonía.

Fuimos el espejo del huracán, la cerradura
mágica del sepulcro, la vida disuelta
en el joyero del tiempo.
Teatro de una hermosura consumida
por el depredador invisible
de lo cotidiano.

En un café sellamos el abandono.

Volví al lecho del soñar,
al pavoroso gusto de los años
y en su declive, otra vez extranjero,
oí caer la fidelidad
como un ángel de piedra seco.

1968

OFRENDA DEL CANTO AL HIJO

Lo acumulado se disgrega, hijo, es una jaula
quemante.
Soy aquella esquina rodadora que las lluvias
borran
con otoñal melancolía, una cabeza desmayada en los
restos de tantos derrumbes, leyenda acaso de una
memoria que no saludó ni siquiera a su infancia
llena de pequeñas destrucciones.

No ha sido fácil crecer. Sobre el tiempo, la piel
ha mordido muchas lágrimas, fatigas de locos
e incansables sueños, alimentos alucinantes
que reconozco todavía en los reinos
de la más húmeda ternura.

Descruzo los huesos el pájaro que canta en el
bosque, las secas frutas de una caja de música.
Entonces un almendrado profeta de miel
divide con nadadores espejos las sílabas
de mi antig�edad vesánica.

Tengo, por ventura, el amuleto de tu corazón para
salvarme, donde aún la maravilla es una encantadora
cortejante emparrada de fiebre, de letras que han
llameado en mi conciencia, terciopelos de sol
que la medianoche esconde en mi vida, después
de un viaje sucio de pestañas merodeadoras.
El amor y el dolor son hechos, ríos libres escapados
de la vida con pesado resumen.
Sobre uno y otro he dejado el conjuro de las
más olorosas resinas, la resurrección de tantas
esperanzas, el infierno de la bella violencia
sin tablas geográficas.

Soy quien soy y no me pesa. Cada día despunto un
perfume lleno de los aromas del mundo:
amigos, tabaco, poesía,
mientras ilumino papeles que el tiempo despide
con felposa ternura de pálida muerte.

Ningún secreto más, es decir, acaso este misterio
que me bebe los ojos, repartiendo mi sangre,
mi voz, mi paraíso.

Hijo mío, soy la vigilia que no descansa.

1964/1966

(El Caducco, 1971)
Buenos Aires

OLVIDO TERRENAL

Esta secreta chispa,
el centro de sus calientes harapos,
el temblor, la nostalgia,
el polvo que el aire
desnuda, la sal, la fiebre,
las heridas plantas
que secan su perfume,
el desierto de las lenguas
y la furia del orgullo,
entrelazan a mi grito
su salvaje tierra
alucinante.

Una oscura jaula
encierra lo que pierden
en su adiós mis ojos.

Pero nadie ha partido
de mi corazón:
las preguntas
y las respuestas
duermen,

y todas las criaturas
oficiantes de la sed
cantan en los jugos
más extraños
del sueño.

Allí estoy, amor mío,
con un fúnebre tatuaje
de soledad,
esperándote.

RESUMEN

A Agustín Rímoli, Adolfo Etchenique
y Germinal Concilio

Esta moneda tiene el corazón de la noche.
Ese pájaro el rito del otoño.
Aquella piedra la fija luz del agua.

Este niño tiene a su madre muerta.
Esa jornada el desierto del pan.
Aquellas manos una bandera seca.

Y éstos, ésos y aquellos forman el mundo
donde llueve un agua llena de secretos
relámpagos . Un día han de cansar al olvido,

y desenterrando las fuerzas, el pan
y la memoria, harán la patria de los hombres.

Será, sin duda, el domingo del mundo.

VINO BOREAL

A Cora Bertolé de Cané

¿Qué es eso que desnudan las ciegas cariátides:
el islote que mis palmas imprimen en los huesos,
el bolsillo que hereda la espalda de la fatiga,
el viejo serrin lastimando las bodas que duermen?
Ni un proverbio, ni un microbio encuentra su
miseria
en el bello y profundo espacio irremediable.
Una chalana parte a los viejos archipiélagos
del pan. Todas las llaves han muerto. Barriletes
de color saludan a mi infancia, ese modo precario
que sonríe con su guante de selva fresca.
Vuelve pirata de yeso a subastar las enfermedades,
triunfa en la partida de los vicios secretos,
que la yema solar despierte la inocencia,
porque el día es largo y la mandíbula del vacío
prostituye al viajero con perversas lágrimas.

¿Serán acaso, otra vez, las cuatro de la tarde?