WILCOCK, JUAN RODOLFO
8

Casi no sé de quién son estas manos,
las manos que acarician tus mejillas;
¿son las que en otras tardes amarillas
arrancaban la flor de los manzanos,

las que en los mediodías suburbanos
se hundían en las húmedas gramillas,
las de un joven absorto en las orillas
del Tigre ante unos álamos, mis manos?

En este íntimo nimbo que es la espuma
de Venus verde y rosa entre la bruma
sé que estas son las manos de tu amante;

pero no sé cómo uniré este instante
en que me siento agudamente vivo
con las horas de un Wilcock primitivo.

9

En las llamas del sol las mariposas
rutilan sobre el agua iluminada
que fluye de la fuente a la explanada
bajo el ardor del cielo y de las rosas.

De las enredaderas luminosas
desdeñando la sombra delicada,
ves de una nube azul que se traslada
la forma diseñada en las baldosas.

Y entre las ondas del follaje infiero
oh ángel inaccesiblemente rosa
del jardín de la luz del mes de enero

que el laberinto de tus movimientos
y la tarde traslúcida y sinuosa
se esfuman al influjo de los vientos.

(�Sexto�)

A HERINE

¡Cómo resurge el alma gentil de los poetas
al fulgor del crepúsculo que sobre el alto llano
entre sombras oculta mi sombra, y el lejano
resplandor de unas horas antiguas y secretas!

�Si las pequeñas flores supieran mi tristeza
llorarían conmigo�.� Oh Heine que ofrecías
entre mirtos dorados las tiernas poesías
y del ave romántica la irisada belleza,

ya no seremos jóvenes, nunca más, y el instante
de haber amado tanto el crepúsculo vierte
como un último fuego y adorno de la muerte
entre las cumbres de ámbar y el ocaso distante.

A LA TIERRA

Surgidos de la Tierra hace más de mil años,
ya no están más los dioses que otrora desplegaban
sus velos por la tarde y que eran como el fuego
de hermosura y justicia, y de esplendor.

Y yo, que ayer llevara las cuerdas doradas del canto
he perdido sus labios, sus miembros como el agua
alejando la noche entre los sauces.
Oh ya tu polvo inerte
buscan mis brazos que han perdido todo;
quiero girar entre los días y las noches
contigo, tierra, lejos, lejos, muerto.

Junto a mí están llorando
el deseo y la muerte.

Tierra, oh tierra, ya he visto todo lo que se ha ido,
los dioses, y el amor como los últimos reflejos
de las nubes; y ahora escucho en la penumbra
el viento de la noche. Madre, he marcado
mis dientes en la hierba; cuántos otros
han besado su boca menos el vástago tuyo sagrado,
el que antaño elegiste para anunciar la primavera
que se pierde entre el sol y los hilos del aire.

Y tú, desaparece
desvanece en la sombra el recuerdo
del césped junto al lago,
de mis primeros besos.

Cómo se van los años y cómo el pensamiento
huye, tan lejos de mis pobres pasos;
su pelo rubio, el eco de una noche
siempre que apoyo mi cabeza en el pasto,
¡oh niño que yo era, adolescente entre piedras,
adorando a los dioses sin saber que habían muerto!

Tierra, señora, en tus brazos terminará algún día
todo lo que hoy es hermoso, todo el ruido
de las ciudades, los felices amantes;
salvo mi voz, mi tristeza.

(�Los hermosos días�)

DE LA NIEVE

Qué solo estoy detrás de mis ventanas;
y mientras juega el viento con la nieve
pienso en mi juventud, huyendo, breve,
más lejos que las cumbres más lejanas.

Y al extinto fulgor de otras mañanas
pasan mis glorias, y en el aire leve
ya dejo que la nieve se las lleve
donde dispersas van las cosas vanas.

Tranquilo, como un hombre que ha soñado,
y se despierta, y al mirar el día
ve que la muerte espera en otro lado,

estoy de pie, detrás de los cristales,
acariciando la melancolía
y sus alas plegadas y triunfales.

EL FIRMAMENTO

Estoy sentado en medio de la noche
que sube desde el campo hasta el espacio
diáfano del universo.

Y como una asamblea de diamantes
en mí convergen las constelaciones,
como un palacio de mármol
donde su guardan el destino y el tiempo.

Por ellas elegido
debo en la noche abandonar mis miembros
y contestar, oh contestar, sin nada
más que el dolor; y nada más entiendo!

I

Como la luz desciende por un revuelo de hojas
traslúcidas —te quiero- sobre el aire celeste,
sólo en mis manos queda, oh juventud, oh estrellas,
un recuerdo más suave que el árbol más brillante.

Todo es tan claro y mi amor cruza por la primavera
desde las fuentes del día hasta el cielo tan grande,
y caído en el pasto soy feliz y te quiero
y soy el único amante entre miles de flores azules.

Mi espíritu se muere pero alcanza a llevarte
como un pequeño pájaro que dentro de una nube
la llenara de luces y colores diversos,
hasta que de pronto todo fuera como el origen del mundo.

EL HIJO PRÓDIGO

Tan suave era el silencio de las ramas oscuras
en los cedros del parque, y el sol que descendía,
y en los arcos de piedra las últimas figuras,
el hamadríade que huía,
y aquel estanque pálido con un pájaro muerto;
oh recuerdo de voces lejanas, resplandores,
vuelvo a cerrar los ojos en el aire desierto,
mi patria y mis amores!

Y me envuelven palabras en la noche olvidadas,
que suscitan la antigua belleza de las fuentes
donde un niño consuela sus lágrimas calladas
junto a las aguas transparentes.

Dejad, laureles de oro y álamos de la aurora
de mover en un sueño el lejano ramaje,
y en el claro de luna no me llaméis ahora
sobre este pórfido salvaje!

Álamos y laureles al viento florecidos,
allá en el sol cubiertos de augusta lejanía,
y que un día cambiara por los desconocidos
cantos que el aire me ofrecía
de noche entre jazmines desde Tiro en el mar;
hoy exhausta esta arena de vanidad quisiera
recostarme a su sombra y volver a escuchar
su voz tranquila en primavera.

Ya se llevan los años mi juventud distante,
como un río en las peñas que infinito desciende.
Oh, por qué no haber sido como el mar que es constante
que en una misma playa extiende
este siglo y los otros de semejante espuma,
y en los mismos cantiles su queja inmóvil vierte;
ver como el aire mismo donde nací consuma
el gesto vano de mi muerte.

He de tornar mañana hacia el tiempo pasado,
oh Jordán, hacia el valle donde este pueblo extraño
de fantasmas que surgen con los cuadros que he amado,
llenos de imágenes de antaño,
entre neblinas yace en los bordes del río,
y me ofrece el silencio tan suave a los mortales,
y mis viejos jardines cubiertos de rocío,
mis frondas estivales.

Una vez más la tarde con majestuosas telas
volverá a aquellas ondas sombrías su paisaje,
y volverá mi rostro de niño en las estelas
de un bote, envuelto de follaje;
las misteriosas luces verdes y los reflejos,
el agua que los sauces dejaban en mi frente
al pasar, y el destello del deseo a lo lejos
huyendo en fuego hacia el poniente.

Como la breve espuma y la flor de un instante
se llenan de esplendores, mi espíritu en el ruido
profundo de aquel río se adornará fragante,
frente a la muerte y el olvido,
con su primer tristeza, con el cielo nublado
de otros años que un arco de basalto aureola,
este pórtico grave donde estoy reclinado,
mi infancia dulcemente sola.

(�Ensayos de poesía lírica�)

EL INMINENTE

Como la lluvia sobre el agua,
el cielo gris, las nubes,
todo desciende y huye.
Entre las olas cruza un ave oscura.

Oh déjame ver en tus ojos
un dibujo con palacios de cristal, con estanques
donde flotan las plantas!

He muerto ya de amor,
no existo, soy el aire,
estoy en torno tuyo.
¡Oh amante! Un nombre como el viento,
el color de los árboles, una rama
sobre tu frente suspendida; el tiempo,
el tiempo que tú quieras atravesar,
la época de las flores.

EL JARDÍN DEL AUSENTE

Ya descienden mil astros sobre el mar y disuelven
en un brillo distante la última edad del día,
los jardines en hielo y en cristales se vuelven
donde el ausente llora junto a una fuente fría.

El persigue el reflejo de las aguas y quiere
solamente una flores que entre tus labios quedan,
como un rey que ha perdido un diamante y se muere
por las bóvedas vanas donde sus joyas ruedan.

Como un rey desplegando las telas de suerte
y en los espejos viendo sus lágrimas y el viento
que sugiere en las salas sin fuego de la muerte
el destello usurpado, el placer de un momento.

EN EL BOSQUE

Hay una fuente al otro lado del follaje
donde la noche se convierte en este río
sobre algún pájaro mojado. En torno mío
va la sombra salvaje.

Con la neblina habré llegado a los jardines
del caballero de Eichendorff, el dulce herido
de ruiseñores, el amante y retraído
entre mustios violines.

Hay tantos huesos. ¿Quién buscaba entre los muros
muertos del bosque un dios antiguo adolescente
por el crepúsculo, un dios blanco indiferente
de sentidos oscuros?

El caballero acostumbraba en soledades
desesperadas encontrar fuentes calladas,
y repitiendo con silencio las heladas
horas de otras edades;

y respondía al cazador desde las ruinas
de su castillo, donde oscila una doncella
muerta de amor junto a un rosal. Con una estrella
entre sus manos finas,

había un jovencito muerto en las raíces
de un árbol nuevo; sin cesar iba escarbando
el caballero hasta su hijo húmedo y blando,
como en tiempos felices.

¡Freiherr von Eichendorff, señor, así debía
ir yo a encontrarte entre tus sueños, cuando cunden
por la naturaleza verde, se difunden
en la herrumbre del día!

EN EL TIGRE

Mi madre corría en el Tigre junto a los ríos,
ya conmigo grávida en primavera, y apenas
se inclinaba el tiempo en las silenciosas arenas
de un reloj oculto entre los presagios sombríos.

Pero iba cantando alrededor mío entre flores,
y su cuerpo joven me traslucía el paisaje
naciente de América, el resplandor del follaje
con álamos verdes, y los primeros colores.

Y el barco mortal que ella desplegaba ante el viento
flotaba en la pálida luz rosada del día
sobre el horizonte. Y entre sus rayos subía
el dios de aurora y entraba ya hasta mi aliento.

Mi madre aceptaba esa luz y estaba a mi lado,
durmiéndose espléndida como el aire ascendente.
�El después iría por la neblina�. ¡Oh ausente
señora con nubes y con el rostro asombrado!

ESPACIO

En mi habitación no hay nada
excepto el fonógrafo y un lecho;
y en el corazón tampoco hay nada
excepto un hijo de mí diverso.

Así, hay espacio para moverse
tanto en el corazón como en el cuarto;
he arrojado los harapos al fuego,
tirado al mar los sentimientos.

No todos tienen vacío el cuarto,
no todos tienen el corazón vacío,
aún se puede dejar entrar
cada mañana un mundo nuevo.

(�Luoghi Comuni�. Traducido del italiano por Horacio Armani)
En mi habitación no hay nada
excepto el fonógrafo y un lecho;
y en el corazón tampoco hay nada
excepto un hijo de mí diverso.

Así, hay espacio para moverse
tanto en el corazón como en el cuarto;
he arrojado los harapos al fuego,
tirado al mar los sentimientos.

No todos tienen vacío el cuarto,
no todos tienen el corazón vacío,
aún se puede dejar entrar
cada mañana un mundo nuevo.

(�Luoghi Comuni�. Traducido del italiano por Horacio Armani)

LA OFRENDA

Oh viento como un ave que fuera el cielo inmenso,
pasas, y en los alcores las altas hierbas, leves,
en un glauco oleaje de esmeraldas conmueves
que atraviesa las faldas con un temblor extenso.

Y las cigarras de oro cantan al mediodía,
como mi edad primera las escuchara un día.

La majestad de un mundo de piedra y misterioso
hoy exhala en el aire brillante, lentamente
del páramo a los riscos lejanos de un torrente,
esta cálida esencia de mi amor silencioso.

¡Oh princesa, oh constantes perfume en la montaña,
que imploran las calandrias en la enramada extraña!

Quién podrá verte, lejos, junto a los grandes pinos
y los alóes verdes de tus jardines, sola,
y donde el sol te envuelve como en una aureola.

(�Persecución de las musas menores�)

LOS SAUCES

Todo el día ha seguido dentro de mí
una corriente clara como las noches del verano,
el agua es verde y transparente;
todo el día te he recordado.

Ven, somos jóvenes y aquí pasa el amor
flotando entre la luna y el viento,
ven, que el aire concede tus labios a los míos;
oh, los sauces, los sauces pensativos!

MIS PASOS EN LA NOCHE

Mis pasos en la noche de mármol de Venecia
como un eco repiten pasos de otros amantes
sepultos bajo el piso desigual de una iglesia
entre damas adúlteras y duques navegantes.

De sus vastas pasiones no quedó nada, nada,
y quedaron en cambio su escudo y su palacio;
sin embargo, una noche como esta innominada
se creyeron eternos y fuera del espacio,

y creyeron que el fuego y el mármol y el Ticiano
no durarían tanto como eso que sentían
ascender por las ondas marmóreas del verano
hacia un mosaico púrpura de nubes que se abrían.

NOCHE TRANQUILA

El delicado extremo de tus dedos, el finísimo
silencio de mis labios que sobre ellos
encuentra el brillo de las aguas, la luna
surgiendo en un estanque de anchas hojas;
por la altura va el viento, por los árboles
y en el cielo la noche.
Ahora contempla
cómo es dulce la vida, cómo se alejan
las órbitras etéreas abandonando
una luz sobre nuestra frente.
Yo te amo
y las horas ascienden; oye el rumor
desconocido de la noche e infinito.

Lentamente en mis brazos, sin turbar
la eternidad que el aire está formando
con sus círculos inmóviles, contempla
el pálido reflejo oscilando entre las hojas,
el instante que estamos en la tierra
detenido.
Allá arriba por los espacios azules
flotan sonidos suaves, y las estrellas.

PRIMER SONETO

Yo te he cantado, niña, para que antes
de haber pasado el tiempo por tus manos
puedas haber danzado en los lejanos
espacios de mi voz unos instantes.

Y sobre el aire a los ecos distantes
irán en espiral tus pies livianos,
como la luz del sol junto a los vanos
pasos que me llevaron, vacilantes.

Girando, como el viento inesperado
cuando las hojas pálidas levanta
del suelo antiguo donde se han quedado,

mi amor desde hace mucho se adelanta
por la sombra tenaz que me ha tomado
todo el fondo del pecho abierto, y canta.

(“Libros de poemas y canciones”)

SEGUNDA CANCIÓN

Amor me lleva a reclinar la frente
entre su peso y éste del verano,
mientras se van las hojas de mi mano
para subir flotando al cielo ardiente.

Porque esto que me asombra es muy reciente,
tan claro como un árbol meridiano,
y está llegando el tiempo a ser lejano
apenas ha salido del presente.

Y por ese camino iluminado
del horizonte siento ya que asciendo,
sin duda porque estoy enamorado

de la luz que mejor está sonriendo,
de la fuente más clara que he escuchado,
del jardín donde más estoy viviendo.

* Nació en la ciudad de Buenos Aires el 17 de abril de 1919 y falleció en Lubrano, provincia de Viterbo, Italia, el 15 de marzo de 1978.

SEGUNDO SONETO

La música del sol te puso apenas
junto a mi frente, que ya descendía
sobre la tierra, con la luz del día,
como la lluvia en las hojas serenas.

Y yo de pie, cubierto por las penas,
sin moverme, sin voz, dejé la fría
voluntad en el viento que me hería,
y te escuché subiendo por mis venas.

Pero es que vi detrás de tu mirada,
sola y abierta, que no había nada
más que corrientes de agua, sin reflejos.

Ahora canto, por la hierba triste,
que se inclinó una flor cuando te fuiste
y me quedé sonriendo, y siempre lejos.

(“Libro de poemas y canciones”)

SONETO 3

En ti pienso de noche, alma querida:
cierro los ojos en la sombra y siento
el constelado y fabuloso viento
del éter que me arrastra en su caída;

el éter sideral donde impelida
te uniste a mi arbitrario movimiento
alma de tan virtuoso sentimiento,
y en todo instante de piedad vestida.

Pienso: el premio de haberte conocido
es por algo que aún no he cometido
y que un gran dios aguarda con orgullo;

un dios que remunere de antemano
al permitir que sea un mero humano
eternamente, eternamente tuyo.

SONETO 4

¡Cómo tarda en llegar la primavera!
Quisiera descender por un camino
desierto en el silencio vespertino;
ir a un río, sentarme en su ribera.

Convaleciente en un jardín, quisiera
escuchar ese pájaro argentino
que repite su canto clandestino
bajo las sombras de la enredadera.

Reconocer entre los paraísos
palabras de olvidada seducción
que se alejan, aromas imprecisos;

y hundiendo el rostro en una flor dorada
sentir cómo renace la estación,
vacilante, amarilla, apasionada.