BENARÓS, LEÓN
IAire soy, del aire vivo,
del aire vengo, del humo.
En mi nada me consumo,
resumo lo fugitivo.
De lo eterno soy cautivo,
de una palabra sellada,
de una sentencia olvidada.
Principio no conocí.
Yo tengo comienzo en mí,
yo soy hijo de la nada.

ll

Nada le debo a este mundo
ni a la sangre de las venas.
Tolero nacer apenas
de un pensamiento profundo.
Como una música cundo, en mi sustancia crecido.
No obedezco a ley de olvido.
Mi propio ser tengo en mí.
Me origino y fundo en sí.
De la nada soy nacido.

lll

Soy mi propio caminar,
soy mi único transcurrir,
soy mi exclusivo existir,
soy mi siempre comenzar.
Soy el que puede esperar
la eternidad que le cuadre.
No hay momento que me encuadre
en instante reducido.
Yo soy un soplo, un latido.
No tengo padre ni madre.

IV

Otros son tierra pesada
y la tierra los reclama
y en su momento les clama
por su materia prestada.
Yo, sustancia enamorada del aire soy. El latido
de un universo perdido
en mí refleja, cabal.
No tengo ser terrenal
ni pariente conocido.

(�Décimas encadenadas�, 1962)

¡PARA QUÉ PARISTE, MADRE…!

¡Para qué pariste, madre,
este hijo tan desgraciado,
que en los primeros pañales
se viste de amortajado!

APARATO DIGESTIVO

Sabias con las leyes del Universo.
Devoraos, pues, los unos a los otros.
El importante aparato digestivo
reduce a esencias puras —sin duda, asimilables-
los trabajos pacientes y morosos del sol.
Desintegra, deglute, humilla, pulveriza,
luego de insalivar, con fermento implacable,
lo intocado y perfecto de una fruta redonda,
lo puro y esencial de la papa más rústica,
lo más anaranjado de un zapallo rotundo,
las fibras más carnales de una bestia pacífica.

Abiertas están las puertas del sacrificio,
prontas las planicies molares
para la trituración del cordero.
Lo que rindió la larga paciencia de la tierra,
no poco de la sangre pascual, las criaturas
en las que un rayo último, tal vez, del Paraíso
destella todavía,
pueblan y exceden, múltiples, el escenario del horror,
desventuradas cifras de la muerte sin nombre,
humildísimos números de un destino contrario.

Integran el aparato digestivo
-complicado, pero eficaz-
un extenso alambique de paredes rosáceas,
una elástica bolsa de signo peristáltico, una dura teoría de molares tozudos
y dientes investidos de una pasión verduga;
la más compacta fuente, de faz sanguinolenta,
que destila benéficas esencias verdinosas;
tubos de función grave, rectora y excretora,
en un orden perfecto de planes metabólicos.
Allí llegan a beber, con inocentes vasos,
las finísimas ramas del árbol de la sangre.
No saben cuánta muerte liban día por día.
Cómo, para vivir, multiplican el crimen.

(�Cuerpo extraño�, Inédito)

ARTE DE COMUNICARSE CON LOS MUERTOS
POR MEDIO DE LA MEJILLA

En la mejilla radica la ternura.
En ella se recatan los más densos poderes,
las formas de llegar por comunión purísima,
por amor y dolor, a la ribera
donde los muertos viven, sostenidos por rezos,
alzados por secreta voluntad de la sangre,
en un vivir extremo que no tolera olvidos
y se alimenta sólo de la luz de las lámparas.

Quien arrime la mejilla al desvaído, al ausente,
como el que, sien a sien, sin la menor palabra,
pide acercar latidos de una sangre igualísima,
podrá participar de ese bien infinito:
sentir la comunión con pálidos ayeres,
edificar un hombre que pareció abatido,
ser uno mismo y otra persona simultánea,
dar ser al ser más puro, más evadido y quieto.
A la mejilla confluyen
rayos de naturaleza especial
que ella sabe, solícita, recibir mansamente
y devuelve en mensajes de comunión extrema.

Cerebro y médula son, a los ojos profanos,
antenas previsibles del poder de captar
lo que el mundo de sí quiere, acaso decirnos,
Pero toda la sangre, y la piel, y los nervios,
son grandioso aparato de comunión mayor. En todo somos. Todo nos comunica.
Y la mejilla, por delicadeza especial,
sirve al nocturno rito de llegar a las ánimas,
nos recupera nombres, palabras, actitudes,
puede secar el llanto de los más despojados,
propicia el claro júbilo de todo rencuentro

DECLINACIONES QUERIDAS

Nada como esperar los tránsitos temidos,
como mirar los rostros inclinarse al ocaso
para sentir, herido de penas infinitas,
el corazón maduro de elegías y canto.

Todo transcurre huyendo de su ser al olvido
y hacia las mismas aguas, las cosas y los seres.
Como un espeso manto sobre la tierra antigua
se acumulan los largos siglos indiferentes.

Sobre las construcciones que levanta el cariño,
un viento desolado sopla desde lo eterno.
De nombres abatidos se nos pueblan los días,
ceniza entre los dedos inclementes del tiempo.

Tercamente persisten las pausadas lloviznas.
En sus desgastes lloran tibias pretericiones.
Concurrencias infaustas, casualidades tristes
entrelazan fatales signos anunciadores.

En invariables ciclos rigen las grandes leyes.
Sin cesar nos desangran aconteceres diarios.
Demarcan sus destinos los hombres y las piedras
bajo la serenísima tutela de los astros.

Caravanas de pálidas presencias destruidas,
actuantes realidades que la piedad sostiene,
abrevan sus regresos en lágrimas recónditas,
vienen a acompañarnos en las tardes ausentes.

Congoja desatada por la sangre vertida,
por las frustradas jóvenes muertas en primavera,
por las cabezas grávidas de veranos maduros,
hacia la tierra bruna volcadas como cestas.

Hubo un extraño río poblado de retratos.
Mirábanse en sus aguas los infantiles rostros.
Hoy navegan en salas malheridas, borrosas.
Desdichados, sin pulso, vienen hacia nosotros.

Y son reconocibles, y el invocarlos duele
-temeroso deseo de conjurar sus sombras-,
y no llenan de horrible, amoroso respeto,
náufragos sobre mares de doloridas ondas.

Amargo desapego, sino desamorado
del que habita los ámbitos fríos de lo Innombrable.
Clamarán en desierto sus voces lastimeras
como órganos sonoros entre sus grandes naves.

Librados al agobio de crueles sucederes,
transferidos al hálito de frescor de las hierbas,
respirarán profundos aromas aprendidos
en estrecha amistad de frondas y arboledas.

Ni sus flores marchitas, ni sus apasionados,
trémulos epitafios sostendrán su estatura.
Pero si algo salobre rueda desde los ojos,
se alzarán en las cosas que su historia circunda.

Entre viejos baúles, súbitamente hieren
sus muertas pertenencias sin dueño ni cariño.
Las horas se iluminan de vívidos quereres
y se templan de amor los minutos perdidos.

Anclados en sus hábitos, limitando en perfiles,
en la minucia cruel de sus pequeños hechos,
se estarán en el duro saber del desasido,
mirando regresar sus remotos recuerdos.

Quedarán sus palabras, sus postreros deseos,
su voluntad final marcar su tránsito.
Un gesto, una sabida manera, una sonrisa
para alzar desde el polvo su perdido retrato.

Les sabrán a piedad los vasos y el aceite;
a lástimas oblicuas las consagradas flores.
Sus manos sin amparo buscarán en la sombra
árboles de cariño para grabar sus nombres.

Fieles protagonistas de fugas y regresos,
dadores de sus íntimas materias requeridas,
estarán sus memorias por los grandes ligustros,
temblarán entre dulces corolas fugitivas.

Ya pasarán sin número ni cuidado sus días.
El tiempo, como un bloque, pesará en su recuerdo.
Vanas serán sus preces por unirse a nosotros.
Clausurarán sus bocas las cales del misterio.

Sólo el amor se salva. Su lumbre fervorosa
estalla en carmesíes, iluminando pétalos.
Nos encadena a nombres defendidos. Levanta
sobre la tierra oscura sus rosales violentos.

* Nació en Villa Mercedes, provincia de San Luis, el 6 de febrero de 1915.

EL ESPEJO

Sé del espejo donde el día muere
desfalleciendo en luz caritativa.
Hacia perdidos rostros se deriva
su condoler sin fin, su miserere.

Los constelados cielos que prefiere
los conozco. La amarga perspectiva
de sus biseles, su costumbre viva,
la imagen que a mis cosas se refiere,

en él descansan. Íntimo y perdido,
rescato aquí su mundo conmovido.
Sus serenadas lágrimas son éstas.

Nadie pregunte por la voz ausente.
Mece en un mar de azogue la corriente
sus reflejadas muertes superpuestas.

EL GRAN RESCATADOR

Investido de los poderes que proporciona
un ejercicio cuya lucidez mata,
el Gran Rescatador
obedece a su deber ineludible
de nombrar y nombrar seres deshabitados,
cosas a las cuales
su piel se adhiere con instantáneo amor,
parientes oxidados y personas ausentes.

Se propone el iluso
devolver vida por vida,
desangrarse de sí mismo
en el instante único en que la Poesía
desciende a nutrirlo con alimento infernal,
y, haciendo de lo que se haya separado
de su tallo
y quisiera revertir el curso de los ríos,
edificar otra vez en su carne
el acostado bosque de sus fieles difuntos.

¿Qué se paga por ese don,
qué precio se considera suficiente?
Por lejana tiene la promesa
de mirarse cara a cara,
sombra a sombra,
con sus iguales en alegrías y desdichas,
en el minuto no precisado
en que una Eternidad que el hombre ha concebido
quizá lo espera,
para que se cumplan las Escrituras.

Pero él ansía, terrenal aún,
convocar de una vez, sostener con su aliento,
dar algo para siempre de su sangre más honda,
a favor de un instante, no más, de un fulgor
de quienes lo acompañan, lo arrastran y se han ido.

GLOSA

l

¿Para qué me acunaría
el no fatigado brazo?
El sol de tan corto plazo,
¿para qué me alumbraría?
¿Qué sino me remitía
al alto reino del Padre?
Puede que a tanto albor cuadre
la blancura de mi frente.
A tan temprano sufriente,
¡para qué pariste, madre!

ll

¿No merecí concurrir
al deleite del color?
¿Sólo la postrera flor
se me debía rendir?
Apenas supe de abrir
los ojos a un mundo amado,
cuando los hube cerrado
entre tristes escarmientos.
No tiene merecimientos
este hijo tan desgraciado. lll

¿Qué hielo me requirió?
¿Qué batalla me dio guerra?
Del sustento de la tierra,
¿qué decreto me privó?
¿Qué palabra me llamó
a mansiones eternales
de obedecidas señales?
Cuando la luna me criaba,
menos desvalido estaba
que en los primeros pañales.
lV

De la alegría, desvío.
De los ángeles, escala.
De los serafines, gala.
Pesadumbre del rocío.
Asombro del duro frío
de un tierno fuego apagado.
Albor desacostumbrado:
tal se mira, desasido,
quien apenas es nacido
se viste de amortajado.

GLOSA

I

Ya desluce y se marchita
quien fue su jazmín dorado.
Ya tuvo fin el cuidado
de su ternura infinita.
Ya una voluntad me cita
a un existir más profundo.
Es ya mi último segundo,
ya nada me puede atar.
Ya oscureció al aclarar,
ya me ausento de este mundo.

ll

Madre que mi ser formó
y, con amorosa espera,
en la tierra verdadera,
como otro futuro, me dio:
ya el aire se me negó,
ya el fuego no me acompaña,
ya la sangre me es extraña,
ya se va su hijo querido.
De los llanos me despido
y de toda la campaña. lll

Por lo mucho que lloré,
por lo poco que viví,
por lo inocente que fui,
todo saber alcancé.
Lo que será y lo que fue,
en principio y fin resumo.
Y, con escarmiento sumo,
ya la vida le mostró
que lo que usted más amó
se vuelve ceniza y humo.

IV

Fui lucero señalado,
fui su nardo amanecido
y soy clavel afligido
de su jardín castigado.
Al cielo voy, alejado
del mundo y sus alimañas
Entre músicas extrañas
que mitigan toda sed,
ha de rogar por usted
un hijo de sus entrañas.

(�Versos para el angelito�, 1958)

HOMBRE DE PIE

Ver en sueños a una persona de pie,
es que vendrá a visitarnos.

(Creencia popular)

Habituado a su mundo desmedido,
se apareció de pie. Me sonreía
desde las lluvias muertas del olvido.

Apaciguado en su manera fría,
avanzaba sin señas ni clamores
en su desventurada cortesía.

Lo coronaban las disueltas flores.
La rosa en el ojal. La mano al pecho;
y ya sin desazón ni sinsabores.

Nada más triste, nada más deshecho
que su antigua galera, que sus guantes,
y nada más temible que su helecho,

que las amargas cosas circundantes
en el estar de su fotografía,
en el bromuro sin remedio de antes.

Su corazón apenas ardería
entre un fondo glacial de escalinatas,
con telones que el tiempo desleía.

Ay, las irrescatables horas gratas,
las tibias cenas, el mantel tendido,
el grillo del hogar, sus serenatas.

Por cálidas memorias sostenido,
tímidamente aventurado, apenas
sobreviviendo a perdición y olvido,

reverdecía el mapa de sus venas
en la piedad del sueño, y retornaba
a sus costumbres altas y serenas.

Hasta que, dolorido, despertaba,
herido, cruento, de la luz del día,
donde el conjuro de la noche acaba.

Y a su país sin salvación volvía.

IMPRESIONES DIGITALES

A Fernand Verhesen

Como el sello de Salomón,
como claves establecidas e ineludibles,
definitivamente aposentadas en las yemas de los dedos,
tal las figuras táctiles,
identidad final, genealogía
que muere en sí; testigos
del propio ser; del hombre perdido y olvidado,
veraces, indudables testimonios.

Contemplemos otra vez,
como quien dilucida secretas filigranas,
las yemas de los dedos,
el quizá laberinto inexorable.
Allí se advierten arcos y extraños verticilos,
perdurables deltas, islas solitarias,
tatuajes descendidos con oscuro mandato,
quién sabe para qué dolientes reencuentros.

La verdad es que su número único,
su no repetido diseño,
elude las fatales leyes de lo heredado,
origina su propio, intransferible mapa;
de su ser se alimenta y, como la serpiente,
sobre sí vuelve, circular y eterno.

Donde los dedos, con suavidad de mariposa,
se asientan para el crimen tiernamente decidido,
leves huellas repiten esas islas y deltas,
inscriben su marea de inmóvil oleaje, y sólo el guante, de afelpada estafa,
ciega el gran ojo delator: la lupa;
tuerce el paralelismo razonable
del crimen y el castigo.

Y mientras, agobiados por mínimos quehaceres,
dados a su costumbre de vacua inoperancia,
los dedos —los ausentes, los cegados-,
olvidan ese rastro de lo inmortal, nosotros
indagamos su número verídico,
la celeste, tal vez, naturaleza
de unas líneas que acaso signifiquen destino.

No es el tatuaje del animal, la seña ardiente
del fuego, que levanta su olor a pelo quemado,
lo que entristece al hombre, sino esos quietos signos
esos jeroglíficos de progresión infinita
que jamás, nunca vuelvan a diseñar su impronta.

Millones y millones de seres
nacen y mueren, y a cada minuto,
Alguien, con fiebre de inmemorial persistencia,
imagina el sello nuevo, la variante inconfundible
que nos hace únicos y distintos ante el rostro de Dios,
y es, quizá, su obediente, su oscura contraseña.

(�La mano y los destinos�, 1973)

INVIERNO DE FAMILIAS

Ay, material sin tasa del invierno,
con qué cosas me llegas del olvido:
tu vaho de eucalipto, tu abolido
caliente hogar y comedor fraterno.

De lanas y lloviznas estás hecho;
de portales y niños ateridos.
Alguna vez nos hallarás dormidos
con un escapulario sobre el pecho.

Íntima llama, indefinible herida,
oculta cicatriz, presencia muerta.
Lleves nudillos llaman a la puerta
y sin remedio se nos va la vida.

Te caracterizaban limpia ropa,
fresco estoraque, dulce hierbabuena.
Las ocho campanadas de la cena
y nuestro humilde pan, y nuestra sopa.

Así tu profusión amontonada.
Así de inexplicable como eras,
llegabas desolando primaveras,
derribado laurel y flor cortada.

Con una pesadilla, con un gato,
con un ojo mirándonos, despierto;
con un juguete abandonado, muerto,
con un viejo reloj, con un retrato.

Ronda de atardecer, penar sin cuento.
Venías con tus voces de otra pieza
con ese descansarnos la cabeza
y con tu “agítese el medicamento”.

Devuélveme las hadas de tu historia.
Cielo raso llovido fue tu cielo.
Inquieto dormitar, madre en desvelo
de largo camisón y palmatoria.

Ay, doce de la noche -brujería-,
percha fantasma, comedor crujiente;
ay, vinagre aromático doliente,
callado amanecer y frente fría.

Déjenme con mi mundo condolido,
mínimo suceder, cosas queridas,
herido navegar, aguas dormidas,
rumbo para la rada del olvido.

JUAN LAVALLE SE ARREPIENTE
(1839)

A Ricardo E. Molinari

Trece de diciembre: día
con una estrella funesta.
El general Juan Lavalle
muy bien que se lo recuerda.
Fue en el año veintiocho,
como al promediar la siesta.
El cielo se oscureció
a eso de las dos y media.
Un relámpago de plomo
el aire aclara y atruena.
Ese coronel Dorrego
rueda, finado, por tierra.
Diez años son que a Lavalle
le remuerde la conciencia.
El tiempo le resta días
y le multiplica penas.
La sangre que derramó
se acaudala y prolifera,
colora los secos pastos,
trepa cuchillas y sierras,
asciende por las montañas
como una herida bermeja
y en los valles tienta honduras
de fosca correspondencia.
Año de mil ochocientos
treinta y nueve el año era.
En su cuartel de Corrientes Juan Lavalle se pasea.
En el grave rostro altivo
una sombra se aposenta
que le oscurece la frente
y la mirada le aleja.
Ante la plana mayor
aquel hombre se confiesa:
�Señores —dice de pronto
con voz pausada y entera-,
hoy es trece de diciembre,
día de grande tragedia,
fecha que me muerde el alma
al igual que una culebra,
aniversario de un luto
que me confunde y desvela.
En un semejante día,
en el medio de la siesta, Dorrego perdió la vida,
pues yo perdí la cabeza.
No lo quise recibir,
ahogué piedad y clemencia.
Por mi orden lo fusilaron
con iniquidad tremenda.
Yo era mozo de treinta años,
lleno de fuego y violencia.
Me pintaron la anarquía
como una hidra siniestra.
Vi los campos desolados,
miré la patria deshecha.
Quinientas bravías lanzas
esperaban una seña.
Al frente de tal mozada
se me acabó la paciencia
y, por imponer la ley,
con las leyes di por tierra.
Al gobernador Dorrego
aventamos campo afuera.
Alzamos la paisanada
de la provincia porteña.
Después llegó lo sabido,
cuando, en la estancia de Almería,
escribí el parte orgulloso,
con insensata soberbia.
En Navarro fue, en Navarro
donde comenzó la hoguera.
Llamé sobre mí a la Historia,
asumí toda la afrenta.
¡Maldita sea la hora
en que recibí una letras
que me turbaron el juicio como ponzoña que enerva!
Ahora se encogen de hombros
aquellos �casacas negras�
que me empujaron al crimen
con palabras zalameras.
Balas que a Manuel Dorrego
mataron aquella siesta,
contra mí se están volviendo
para quemarme de penas.
¿Quién permitió entronizar
la tiranía más negra?
Yo abrí las puertas a Rosas,
la patria me pide cuentas.
Conduélase Dios de mi alma,
que yo he de hacer penitencia.
Culpas de un crimen tamaño
soportaré hasta que muera. Andan diciendo que fui
una espada sin cabeza.
Busqué las luces en otros,
me di al brío de la guerra.
Los soles de muchas patrias
me curtieron la entereza
y ahora me tiene vencido
una culpa torva y negra.
Juan Lavalle, desde ahora,
lleva su crimen a cuestas.
Quiero borrar tanta sangre
con la vida que me queda�.

(�Romances de infierno y cielo�, 1971)

LAS BARBAS DE LOS MUERTOS

¿Con qué oscuro designio,
hacia qué inútil término,
con qué vana porfía
de insospechable celo,
prescindibles y tercas,
en amargo destiempo,
crecen, crecen y crecen
las barbas de los muertos?
¿No se resignan ellas
a morir en el cuerpo?
¿De qué musgo de sombra
el rostro van cubriendo,
cuando progresan ya,
sobre el gesto postrero,
los tristísimos verdes
totales del silencio?
No sé. Pero, porfiadas,
tal vez obedeciendo
a esperanzas de vida
en tanto desespero,
haciendo pie en la sombra,
hacia la luz tendiendo,
asomándose, oscuras, rubias o encaneciendo,
crecen, crecen y crecen
las barbas de los muertos.

LOS AÑOS NOS INVADEN …cuando tú llegas, airada,
lo pasas de claro a claro
con tu flecha.
MANRIQUE

Los años nos invaden

LOS REGRESOS

Tiempo que en tiempo nos das
origen y nacimiento:
asegúranos por siempre
los regresos.

Que la Fuente de la vida
no se seque con el tiempo.
Que no nos tenga la tierra
prisioneros.

Si del aire al aire vamos,
que no nos mantenga presos
la sustancia que nos nombra
por el cuerpo.

Y que en experiencias tantas
como aventuras sin término,
vayamos del Todo al Uno,
y del Último al Primero.

(�Devoraciones�, Inédito)

MUERTE DE HERÁCLITO

Oscuro Heráclito: es tal como dices.
Todo está lleno de almas y demonios.
Nada es y todo muda con mil máscaras,
a las instancias de una Rueda única.
Un Fuego original desata y tiende
los arcos de las fuerzas más opuestas.
Todo fluye, y nosotros. Entendemos
tu desdén, tu soberbia, tu amargura.

Un dios te hartó de dolorosos signos,
te alejó del comercio de los hombres,
te alimentó con hierbas y con pasto,
te condenó al saber más melancólico.

Retírate a curar tu hidropesía.
Extirpa tus entrañas, por si acaso.
Quizá el agua tenaz así abandone
su empecinado dilatarte el cuerpo.

Entiérrate hasta el busto en un establo,
lo que tienen por buena medicina.
Aleja las contrarias humedades
que, hasta desesperarte, te dan guerra.

Acuéstate otra vez. Cúbrete ahora
con la bosta inocente de la vaca.
Quizá sus duros ácidos fomenten la sequedaz estricta y decisiva.

Tiéndete luego al sol, ensimismado,
Abandónate al rayo más ardiente.
Expulsa ese maldito humor acuoso
que te puebla de males implacables.

No falta mucho, Heráclito. Reposa.
Un alivio te llega. Disimula
la máscara oprobiosa que a tu cuerpo
diste, con excremento de vacuno.

Ya te veo sin pulso y trascendido.
Una ofensa te espera todavía:
las perras atrevidas han llegado
a devorar tus maceradas carnes.

NOCTURNO

Quizá los duendes estarán despiertos,
espiándonos desde las celosías.
Se doblarán, entre sonrisas frías,
los caballeros de los cuadros, muertos.

Sólo a la luz de irrescatables días
mostrarán sus perfiles descubiertos.
Aguardarán sin esperanza, yertos,
en sus reservas y melancolías.

Oscuramente vagarán las hojas
al capricho de un viento distraído.
En alta noche crujirá un ropero.

Crispado de presagios y congojas,
algo fatal acechará escondido
entre los crisantemos del florero.

(“El rostro inmarcesible”, 1944)

POR EL FILO DEL TIEMPO ME RESBALO…

Por el filo del tiempo me resbalo,
sin barandales y sin asidero,
intentando negarle al vertedero
alma que ausculto, reconozco y calo.

En la mitad del corazón me instalo
con todo el ser, efímero y entero,
indagando hasta el día postrimero
la orilla terrenal en que recalo.

Déjenme ser, llevado por los vientos,
rescatando por altos pensamientos,
llenando con pasión horas vacías.

Andando y viento, aunque fugaz y herido.
Precipitado a lo desconocido
desde los barrancales de los días.

(�Memorias ardientes�, 1970)

PRECAUCIÓN PARA NO ENCOLERIZAR
A UNA MOSCA

Tierno animal es la mosca,
dado a la perdición con avidez impía.

Ella se sabe cifra del mayor equilibrio.
Entonces,
donde ensaya la muerte sus funerarios túmulos,
dicta, en vuelos concéntricos, su obstinada sentencia
y, como el más pequeño de los pájaros negros
de garra y pico, se empecina y vuelve
una vez, y otra, y otra,
sobre el despojo aún sanguinolento,
se instala en la mitad del horror y la sombra,
hace de la carroña su jardín de delicias.

¿Qué sería del mundo sin ella,
sino un intolerable cementerio animal,
un lento pudridero de fermentos impúdicos?

Nadie turbe su afanoso quehacer.
Ninguno desbarate su rito más porfiado. Tal vez acceda —última- a un plan que los mortales,
por perdida inocencia, olvidaron, y quiere,
por designio purísimo que no se nos alcanza,
llevar a sus extremos el esplendor del mundo.

Los mil diamantes negros de sus ojos, crean,
en facetas innúmeras, un paisaje infinito al que estamos negados.
La acercan a un poder terrible y secretísimo,
del que desconocemos los designios ocultos.

A una mosca nunca debe llegarse
con insidia o traición. Ella pide lo frontal.
Restrega, con la cólera de un ídolo viviente,
sus patas delanteras, de índole rencorosa,
donde alguien ordenó los velludos segmentos
de un monstruo reducido a lo mínimo, tal vez
para que nadie advierta el horror de sus formas,
que vemos habituales, por cierta desdeñosa
forma de la costumbre.

Sobre sus alas de mica,
la mosca,
nervada de mensajes que le dan insolencia,
sobrelleva lo exacto de un destino pequeño,
miserable, pero necesario:
conseguir que aparezca tolerable,
a los ojos de un dios,
el rostro de la tierra, que las muertes ofenden.

(�El bello mundo�, Inédito)

RUIDOS NOCTURNOS

Tristes maderas, vidrios o sufrientes herrajes,
anillos, foscas piedras, caracoles marinos,
lamentan en la noche sus contrarios destinos
y buscan sus orígenes, extraños y salvajes.

Entonces suben himnos ocultos, homenajes
donde los mares lloran. Y sollozan los pinos
por humilladas mesas y estantes anodinos,
cruelmente separados de troncos y ramajes.

Y un motín de murmullos eleva sus clamores
de sospechosos y altos, graves aparadores,
y de crujientes cómodas y muebles taciturnos.

Y con el alba tímida, súbitamente callan.
Y de nuevo en las sombras, en su lamento estallan,
y la palabra inician con los ruidos nocturnos.

(�El río de los años�, 1964)

YA ME AUSENTO DE ESTE MUNDO…

Ya me ausento de este mundo
y de toda la campaña.
Se vuelve ceniza y humo
un hijo de sus entrañas.

YO SOY HIJO DE LA NADA…

Yo soy hijo de la nada,
de la nada soy nacido,
no tengo padre ni madre
ni pariente conocido.