BIAGIONI, AMELIA
BALADA DEL CORAZÓN VOLADO

Llevo el corazón volado.
Qué dulce el pecho desierto…
Es igual que si yo fuera
sin mar un puerto.

Aunque me rompo las venas
ningún grito se me asoma.
Voy a morir suavemente,
como esa loma.

O tal vez voy a vivir
del aire, como un sonido,
liviana, como este rastro
casi perdido.

CAZADOR EN TRANSE

Jinete
exhalando
caballo urgente
designio
chaqueta de amaranto entrecortado
rojo verde rojo verde
por el bosque de la persecución
jauría que fue lobo que fue piedra
zigzag oval
ojo de amante ojo de tumba
metal demente sabio estampido estampido,
el cazador
señor furtivo dueño ajeno
surge desmemoriado
de una remota danza.
Mirando bien como lo miro,
este perdido terco bailarín
este cadente este arrojado
este que salta cazador en trance
con su olvidado rojo rol
su interminable verde vértigo
su agudo monosílabo
penetrando en la víctima
apenas es un sueño de la víctima. Desde tótems lo miro
durante un trébol
desde pirámides y cúpulas
desde embudos y túneles
desde lunas inversas:
Repite su pasaje
mientras el orden
el tramador el providente
dorándolo velándolo
con cielos y trompetas
lo ubica en su tapiz.
Durante el pensamiento
repite su pasaje
cruzándose consigo
inmutable mutando
por siempre en mora en hora en anticipo.
Durante la pasión
repite su pasaje
múltiple doble solo
por hélices rayos centro.
Durante agónicos
repite su pasaje
desde lo cruento
retornando
detonación persecución designio.
Durante un alma o álamo
repite su pasaje en ascenso en descenso
detrás y delante del Todo.
Desde mi límite lo miro
con su mira en mi párpado
y advierto
lumbre niebla lumbre
mi presa huyendo fiel por ondas,
y soy y voy
jinete
exhalando
cabellera de hoguera
caballo en apogeo
remolino
fatalidad
opción
zigzag
jauría
chaqueta de amaranto entrecortado
rojo azul rojo azul
por los árboles índigos
yo porfiante
con ojo
metal
estampido estampido
persiguiendo
por danza
bosque
sueño
cielo.

CHACARITA

Helecho
cala rama clavel y dalia
como pórtico de noviembre
ciudadela posada en cielo
con sus generaciones extendidas
bajo el vigor
animación
fragantes calles
señales verdes amarillas amarantos
memento de abejorro
mariposa recién abierta
felicidad de rosa y tumba
féretro raudo
perseguido
por el amor de las coronas
balde rojo
bebido por ardientes margaritas
frente a la puerta de familia.

CINCO CEREMONIAS DE LA TINIEBLA
(Poemas 1 y 4 )

1 — Concéntricos
Ardiendo frío circula en su curva idea
sin pausa el cazador plural
el invisible
—a quien tu nuca en todo sitio ve—
condenado a la esperanza y al éxtasis
de matar.
Lleva en el ojo un cazador que acecha
y este en el ojo un cazador que acecha
y este en el ojo un cazador que acecha
y así hasta las tinieblas.
Piensa sin tregua el ejemplar
su forma peso andanza olor sonido
lo piensa hermoso impar posible
infinito
—en su ciervo todos los ciervos
todos los tigres en su tigre—
lo piensa hasta sentirlo mente afuera
hasta verlo entrar en su mira.
No se prodiga no se agita.
Elabora la oblicua táctica
se ensaya ojo tras ojo, y en el instante
en que su geometría dice ¡Ya!
desde el ojo más hondo
ese que no termina
ese que nunca duerme
ese que ronda inmóvil
desenfunda sus concéntricos cazadores
los despliega
consuman
los pliega
se los hunde.
Y en la continua curva idea
el acecho se inicia.
4 — Grabado en fémur
Llevo sus armas
guardo en mi noche a la de altivo andar
y he comido
según el rito
la voz que conduce y otorga
la mirada solar
el compás de león
el rumbo de rubí
la infinita posteridad
y la final sonrisa
del enemigo,
para poder usar
su sombra coronada.

DE UN PARPADEO

De un parpadeo
surge el incendio azul
la dorada levitación
el suave sol-torre volante
cuya profunda ley es la guitarra,
donde vivo probando para siempre
la ventana que surca cielos
el oro-té que ve lo que veré
y la almohada en su rama
del árbol de la vida.
De un parpadeo desaparece.
Otro mundo
lo negro
que sospecho el fondo de nadie
el revés
la esfera que también es el cubo
me rodea.
Parpadeo.
Pero la trampa sigue.
Parpadeo cada vez con más fe.
Hasta que aprendo que lo negro dura. Entonces
mis ojos
quebrando sus goznes
se vuelven hacia mí
tantean con tiniebla mi tiniebla
me palpan sin memoria
me aferran fijos
me destrozan ajenos
aúllan
buscan en mis restos
comen
luz.

EL AMOR

Solitario a quien palpo,
dios de mi soledad,
ven a tientas,
no hay nadie en la tierra,
nadie más
y no tengo nombre.
Vengo de lo absoluto de tus fábulas,
cuido tu azar y tu silencio,
he visto en tu espalda
el rostro que buscas cruzando visiones
y he contado tus cabellos.
Con todo el amor y la vida
yo te conozco,
solitario, muchedumbre,
y te pregunto
quién eres.
Hombre mío sin bordes,
ven entero,
ven hasta la muerte
y no más, no hasta la tristeza,
ven a tientas,
y desde adentro fórmame
guitarra sin fin, y lo que arranques,
mi hondo sonido de la especie,
arrójalo con júbilo
a la sombra constante,
amor mío, elemento,
a la tiniebla original arrójame,
así, contigo.

EL HUMO

Yo, el humo de la ciudad deshojada,
desde montones de oscuras bocas
escondidas en lo sordo del cielo,
digo:
Estas generaciones y generaciones de muros,
estos rampantes prismas del valle del lucro
de pronto suspiran por dentro
con sopas cálidas, redondas,
que aplacan
un rato el humano jadeo;
amortiguan
el acoso, la feroz adhesión
de las paredes y los cuerpos;
apiadan
el ojo de la muchedumbre
en el fondo del plato;
y hay de pronto y tan verde
una atlántida
que nunca vio las bestias, los zarpazos
del ruido y de la urgencia.
Millones de vaporosas cucharadas
suturan, mezclan
almas sobre el mantel;
restauran el dios circular de la palabra y el silencio;
establecen
una tibia secuencia de ritmo hecho a mano;
sostienen
la creación en los ojos,
la inocencia en la sangre;
reaniman
el dulce virus de la vida,
los simples juegos de la eternidad;
calman
las jaulas
de los impares,
de los partidos,
de los sin párpados,
de los que vomitan el mundo;
en su vaho
el encogido se desdobla
y en instantes sin peso
da y da el salto;
tiernamente
hacen tragar el tedio jubilable;
sobre todo procuran
momentáneos regresos
a los que al fin del día
se sientan
con un cruce de tibias bajo la cara ausente.
Digo:
Estos monobloques sumergidos en el estruendo
de pronto sigilan por dentro convocando hacia ocultas recámaras.
Y ardiendo
acudan
las lenguas bífidas
las rojas sibilas
ardiendo guay
consumen
las sibilas púrpuras
las lenguas miserere
consuman
ardiendo amén
las lenguas encarnadas
las perversas y santas inocentes
ardiendo azules
mentidas hasta el gris
hasta el gris verídicas
ardiendo
igualando
obedecen
las lenguas serviciales,
y velozmente incineran
los indudables,
los insistentes borradores.

EL OTRO

Uno y uno es uno.
Hemingway
Yo soy el otro cazador.
Conexos y escindidos
hemos cazado
según la alianza
siempre juntos:
él relatos y fieras
yo sueños sombras ecos.
Él rodeado de su fiesta dramática
de su glorioso ruido a recios juegos
y a batallas heroicas.
Yo rodeado de orilla suya.
Él siempre ha poseído
recreándolos célebres
mi selva
mi león
mi movimiento de coraje
mi hora de matar.
A veces me ha llevado a cazar
por reflejo en sus cuentos
y siempre a detonar sus frases
atravesando temas
en el duro combate de su perfil contra el vacío.
Él ahora ha rendido su escritura.
Según el pacto
hoy salgo solo
desencadenado.
Es mi último safari
el único
soy el dueño
del enroscado coto y de su ley
ni miedo
ni piedad
el despojado
sin jauría
el que avisa
es la hora.
Mi gran trofeo doloroso
muy cerca está
rodeándome
esperándote
muy dentro
yo mando
cumple
adiós.
Apunto y le disparo entre mis dientes.

EL TODO

Porque un corpúsculo
tiene en pasión y acción
el volumen del cielo
y porque el tiempo avanza retrocediendo
y porque sólo hay pan hambriento vertiginoso
y porque sólo ves con límites
puedes decir simplificando:
El todo es un instante o ascenso
con un amor o víctima primera
de un otro
consumido
por la víctima
de un otro
devorado
por la víctima
de un otro y siempre así
feliz y atroz
y siempre diferente,
hasta un amor o víctima final
que es la primera
dentro de otro universo.

ELEGÍA

Amigo casi niebla
amigo azul de tan remoto,
más alejado que la lejanía,
¿en qué país te pierdo,
en qué país donde tu paso
se va y se va trazando mi agonía?

Quizás en la comarca
donde mi nombre no es mi nombre,
sonando como sueña lo olvidado.
Quizás en la ribera
donde mi llanto sólo ablanda
tu huella, en ola y ola derrotado.

¿Estás donde no puedes
ni recordar que ardió temblando
sobre mi corazón tu voz un día?
Te alcanzaré en otoño,
te besaré con hojas muertas,
amigo casi niebla, lejanía.

ELEGÍA CON LAS ESTRELLAS

Señor, mi tiempo da lobos y hombres
que no comprenden las estrellas.
Son los amos del valle del espanto.
Quiero limar sus duros nombres
con las luces que el eco llama �ellas�
y yo: gacelas de tu llanto.
Tomo de las estrellas la costumbre
de iluminar lejanos dramas.
Que nadie los olvide por mi olvido.
Soy su testigo y certidumbre.
Y allá, en la luz, en sus más altas ramas,
los doy en pájaro gemido.
Muros. Tinieblas. Han talado el viento.
Este es el valle de agonías.
Los vacíos que giran son las huellas
de golondrinas secas. Siento
brotar verdes pecíolos y días,
Señor. Mas sólo en las estrellas.
Hazme un látigo puro con los astros,
para azotar al bosque frío
que elude las palomas sentenciadas;
para fundir hasta los rastros de las probetas donde el tiempo mío
cuida agonías cultivadas.
Alárgame la sangre con estrellas,
para gritar el alambrado
campo donde se pudre el inocente;
para quemarme dando aquellas
voces que ya son coágulo tumbado
con agujeros en la frente.
Este es el negro valle de la guerra.
Sólo de muertos en su crónica.
De sus violentos huesos no me arranques.
Tus jueces siguen en la tierra.
Abro un lienzo de estrellas. Soy Verónica
sobre las huellas de los tanques.

ENCUENTRO

Fue en Corrientes y San Martín
y en un rato de otoño,
después que el prodigioso atardecer
borró murallas de cotizaciones
cerró el tiempo
y extendió un bosque lila.
Allí supe
que hay lugares sin hora
en donde el agua y el aceite
o Bach y Villa Lobos
o los pasos de los diversos
comparten aura.
En aquel bosque lila
vi a dos hombres distintos y perennes
en sus páginas y en sí mismos,
dos de las varias escrituras
de Buenos Aires.
Inesperadamente
los singulares, encendidos
por los dos mundos del crepúsculo
se divisaron en un claro,
con ademán volando se saludaron en el oro,
al lila refluyeron
y caminaron
alejados y acercados
por hojarascas paralelas.
Uno extraviaba entre los árboles
su agonía quemante
y el otro dispersaba entre los pájaros
su agonía funámbula.
Pero atendiendo.
Cada uno en su letra
y oyendo la diversa,
Roberto y Macedonio desandaban
maravillados de escucharse.
Hasta que se atraparon.
Hasta que cada cual se oyó en el otro.
Hasta que hubo
una sola escritura
o pasión
o senda,
y por ella los dos se fueron.

GESTALT

De mi boca brota el bramido de los soles.
Orión recién despedazado
sopla el cuerno de caza
halalí
que reverbera en astronaves y galaxias.
En flecha en selva y en turbina
con ansia blanca y negra
las estirpes
del polvo al ángel
devorándose comulgándose
persiguen la persecución
halcón azor amor neblí radar
para alcanzarme límpidas a Mí
que soy el Cazador.

GUARDA EN ANÁFORA

En su eje de sol de rey de único
viene girando
es él
y me manda sus ojos
y subo y soy el sueño y mano luna
es él
girando
y derramo su nombre
es él es él
y me persigue y no me alcanza
es él
y lo persigo y no lo alcanzo
es él es él y en esta supliciada
delicada persecución
es él
ascendemos a santos
qué gloria qué lastima
es él es él
y creamos el viento.

JUEGO

El niño quiere que algo suba
y abra un cielo que nadie sepa.
Mezcla la tierra con el agua
y va buscándome en el barro,
dice “paloma” eternamente,
me da la forma voladora
y espera en mí con tanto espíritu
que subo y bajo y voy y vuelvo
por un azul que no controlan.
De pronto el niño me abandona
siguiendo a una nube perdida.
Aprovecho y miro la tierra
y compruebo que no mejora.
Entre dialécticas y mitos
sube la antigua dura jungla,
o tal vez ya sólo el hedor,
mientras la máquina vigila
con su idea fija creciendo.
Ya ni siquiera queda el cielo,
donde los ojos se entregaban.
Es el cómplice: disimula
trampolines del estallido
y aconseja la seducción
de los planetas inocentes. Veo pasar un torso, un ansia,
miembros, nombre, facciones, vísceras,
uñas, angustias, pelos, grito,
llorando sueltos dando tumbos,
se están buscando en las tinieblas,
se procuran y no se encuentran.
Es difícil reunir a un hombre:
faltan piezas irreemplazables.
El niño vuelve de la nube
con un rayo de sol al hombro
y la sombra llena de lluvia.
Persigue algo que está cerca,
pero siempre sobre otra loma.
Es una simple flor de luz.
Se enciende, se apaga, se enciende.
Diferente a la flor del Láser,
diferente a la flor del Hongo.
Se apaga, se enciende, se apaga.
El niño no quiere perderla.
Busco la palabra “mañana”,
la pronuncia dentro de mí,
pone en mi pico una ramita
de un verde que todo lo salva,
da el silbidito sin temblor
con que pide silencio al mundo,
y me espera con tanto espíritu,
que soy futura, y subo y giro
y resplandezco el primer día
sobre el jardín final del tiempo. Hasta que el niño alza una mano
de infinitas generaciones,
con el peso del universo
la deja caer y me borra.

LA ALFOMBRA

Mientras el conductor de la luz y la sombra
dictaba con cifrada melopea el diseño,
un tejedor —no sé si era el traidor o el dueño
de la trama— me ató de perfil en la alfombra.
Nudos. Arriba, manos sincrónicas viajaron
en la urdimbre, extendiendo el jardín fabuloso,
su desorden simétrico, su girante reposo.
Nadie me vio. Y el mundo, con dos nudos cerraron.
Hierba púrpura, límites de obedientes colores,
repetidos follajes, idénticas serpientes,
odio disciplinado de zarpas, cuernos, dientes,
y yo, apócrifa, impar, condenada entre flores.
Después la pesadumbre humana, vertical,
su horizontalidad desde el ocio a la muerte
rodando, el leve roce del dado de la suerte,
todo pesé, con juicio de balanza final.
Vi al tapiz en su boca feroz cuando bebió
el coágulo del crimen, vi el sabor tenebroso.
Vi el instante, la ola del nudo voluptuoso
que en el celestinazgo de la felpa se ató.
Vi al lúcido, venido desde el aro de mimbre
con cielo, a un crecimiento con el hambre del fruto guardado entre los números del jardín absoluto.
Lo vi jadear, perderse, tragado por la urdimbre.
En mi ojo seco caen gotas de ojo doliente
y de vino, en mi ojo que nunca el sueño cierra.
Con manos sucias de oro se reparten la tierra
sobre mí: las monedas me desgastan la frente.
Mientras vienen y van la comedia y el drama,
yo cómplice sin culpa, yo sin nadie y sin ruidos,
comienzo a sospechar que yacen escondidos
otros perfiles solos para siempre en la trama.
No puedo más. Vislumbro la mutabilidad
del verídico espacio que las nubes conducen;
las vorágines sueltas del aire me seducen
y la duda, que mecen el error, la verdad.
Quiero integrar la ronda, el zigzag, el clamor,
antes de que me nieguen la furia y la dulzura,
salir de esta perfecta, inmutable espesura,
entre las mariposas del inseguro amor.
El corazón tal vez inicie el movimiento
si alguien, en el estruendo de esta orquesta sin voz,
me oye, me ve y me arranca del laberinto atroz
antes de que me hundan por desear el viento.
Cambiaré por un poco de trance con violín
el silencio bifronte, el orden inhumano. Ah, sentir que una mano profunda alza mi mano,
dar un salto, burlar la trampa del jardín…
¿Cuánto hará que así duro, de soslayo, mitad
de mi alma, apresada, secreta? Paso a paso
mi única mejilla se apaga; pero acaso
al dorso de los nudos fulgure sin edad.

LA DESARRAIGADA

Yo era silbo de una tierra
verde, sin fin, sin quizás.
Porque el verde era tan quieto,
lo dejé atrás.
El campo se fue a la luna,
y al aire está mi raíz.
Soy, sobre ruido y cemento,
leve perdiz.
¿Dónde nos apoyaremos,
silbo mío, soledad?
No es blanda como los surcos
esta ciudad.
Cuando el asfalto sea verde
engañaré a mi raíz;
ahora es del color del hombre,
y el hombre es gris.
Allá el tiempo era desnudo
como un paisaje de sal;
lo dejé porque era largo
y elemental. Aquí no hay reloj que marque
calma, ni para sufrir.
Sólo el domingo a la tarde
puedo morir.
Puedo morir caminando,
caída en sombra de bar,
o junto al labio del río
que dice: Mar…
Miro y giro, nada pruebo
desde que tomé aquel tren.
Giro viva y gira muerta,
ni mal, ni bien.
Giro en la espuma del vértigo
de cifras, motores, cal.
Me miro en una paloma
municipal.
Soy, con mi raíz al ruido,
inútilmente mujer.
Yo soy la desarraigada,
sin hoy ni ayer.

LA FUGITIVA

Dónde
en qué noche y maleza
estoy corriendo
pelo rojo despavorido
ojos y nuca desbandados
gritando rojamente.
Soy la fugitiva
por qué
me persiguen sin tregua
quiénes
y huyo desnuda rota
atravieso cruentas palabras
pierdo los ojos
no puedo más
tropiezo
me derrumbo
pelo gris
grito
gris.
No huiste lo bastante
dice mi espalda
y me levanta.
Y huyo otra vez manando
pelo rojo aterrado
huella roja
pájaro fijo.
Sabiendo solamente
de profundis
que debo huir
que vienen acortando distancia
no
no
no
que se acercan
desde una noche
venidera.

LA LLAVE

Silencio mío, mídete en la llave,
intensidad que vive cuando gira,
toca su sí, su no, su dura clave,
su diminuta omnipotencia mira.
Hay, en el frío de su espera grave,
llama que en el aire intemporal delira,
y hay la verdad, porque la llave sabe
amar, que es entregarse sin mentira.
Dice que el mundo es flor honda y oscura,
y su contacto, densa mordedura,
en danza del encuentro y del adiós.
Dice que el tiempo es sólo la aventura
de andar y andar por una cerradura
y en remolino descifrar a Dios.

LA LLOVIZNA

Yo, con la vaga frente en la balada
y el talón en el musgo de los siglos,
yo, que inventé el otoño lentamente,
y gris y lentamente soy su vino,
yo, que ya agonizaba cuando el hombre
me amó para nombrarme “La llovizna”,
yo, que cruzando su durar lo nublo
de eternidad y de melancolía,
yo, que debo medir la soledad
entera, y desandar todo el recuerdo
y más, y gris y lentamente el día
señalado asperjar el fin del tiempo,
yo, a veces, mientras limo tristes mármoles
y herrumbro amantes, pienso que en la tierra
no existo, que tan sólo voy cayendo,
así, de la nostalgia de un poema.

LA PARTIQUINA

Gira la acción, dura mordiendo
como un ácido como un óxido.
Avanza por ese infinito
que dentro del ojo se angustia,
y la persigue, eternamente
cazando, un segundo de arena
de oscuridad.
El argumento es fascinante y sobre todo tan confuso.
Hay un nudo su ruido enorme,
nadie sabe las peripecias
que lo atan y lo desatan
nadie llega del primer acto
nadie vuelve del acto último
muchos jadean explicándolos
y a veces mueren sofocados
por su versión.
Lo primero que entiendo duele:
mi sollozo en el escenario
de esta función interminable.
Así empezamos, ya en el trance,
desprevenidos, ya en el drama,
me aseguran los veteranos,
porque si algún actor se vuela
otro debe calzar su sombra
y obedecerla.
Protagonista o partiquino
cada uno dura un monólogo.
Lo conoce cuando lo dice
y lo dice mientras respira.
Unos pocos logran el bis,
después de muertos.
Las figuras los figurantes
los dramáticos los bufones,
en apartes o en contrapuntos todos recitan sin sosiego,
al unísono solitarios.
Con la lengua la uña el ojo
la amaestrada comisura
el pie la frente la cadera
la espalda murmurando sombra,
todos recitan razonando
las tantas especies del éxtasis:
la preferida es la traición.
Cada actor emplea dos voces
cuando no más al mismo tiempo.
Así este arguye entre los ángeles
y es refutado por su borra,
y aquel con éxito estrangula
silbando un tema.
Qué bien recitan los perplejos
en su nube sobre el clamor.
Y mejor los que se equivocan.
Y mejor los que nadie escucha.
Y mucho mejor los sonámbulos
y los ausentes.
Todos cumpliendo. Y yo también.
Ondulando en el ojo absorto
me recito desde las branquias
de alguna que soy. Además
me gasto una cara tras otra
llorando de trece maneras. Consigo a veces esa lágrima
que se larga a rodar cantando.
Mi papel es alternativo:
Mujer rosada o mujer gris.
Cuando presento mi aire rosa,
en el espejo del camarín
sigo llorando.
El llanto rige. Es mandamiento
general aunque desigual,
que hasta los sepultados cumplen;
un elemento ineludible
que se presenta aún en los actos
del placer o de la inocencia.
En el que ahora finaliza,
donde el amor no es el amor
y donde el crimen no es el crimen,
sobre la escena ya vacía
lloran las cosas. Y en el fondo
cae un llanto desconocido.
Y el llanto aplaude.
El llanto aplaude. Y yo de pronto
me veo negando y borrando
mis mutis y entradas rosados
y grises, mi ajena palabra.
Olvido con todo mi cuerpo
olvido con toda mi música
me bailo mi llanto al revés
entre telones.El gran párpado se levanta
otra vez y el tablado guiña
saludando a la oscuridad.
El ahora el aquí y el ruido
vuelven, nublando el argumento.
Yo, escarlata amarilla azul
fuera de turno rol y límites,
aunque llevo por siempre mío
mi personaje impersonal,
entro al ojo lo sobresalto
lo cruzo le quiebro la escena
le enciendo su pupila verde;
abucheada por la farándula
lo exploro lo cavo lo vuelco.
En improbables bambalinas
y perdidos escotillones,
en los actores invisibles
y en la palabra del que muere
para decirla, yo persigo
el escondite de la ardiente
metamorfosis.

LA SOTERRADA

Oye tú, silbador, a tantos palmos,
sobre la astuta esfera,
di a los que saben, que la soterrada
sin novedad cumpliendo va su huelga.
Que olviden mi aureola de llovizna,
mi túnica de lágrimas.
Ya no las uso: Incómoda es la pena
convertida en escarcha.
Fría estoy, entre fríos picotazos
que amor no son, ni guerra
ni tiempo. Dios está, más bien su doble;
duerma con mascarilla; es el que sueña.
De vez en cuando baja mi alma a darme
cucharadas de fuego.
Me encuentra con los dientes apretados,
fija, blanca, sin miedo.
Desde los arrabales del silencio,
por temblores y cráteres furtivos
podría regresar, por sigilosas
graderías, al ámbito del ruido. Que los que saben me preparen
circunstancia de hierba, por si vuelvo,
lugar con las razones del rocío,
sin las colinas de los muertos.
Un tiempo, aire donde no me obliguen
a usar mi antigua llaga,
donde no me condenen a beber
el final de mi alma.

LA TÚNICA

Desnuda ya de los vestidos
convencionales, apagados,
uso una ardiente túnica. Me ciño
la mirada de los enamorados.
Aunque en sus pliegues misteriosos
crecen las lianas de la fiebre,
también la siento como si pasaran
picaflores, relámpagos de liebre.
Suelta en el aire una lavanda
de estremecido sentimiento
y un sonido de hierbas y de mundos,
si me convierto en hondo movimiento.
Quien la toca siente en su piel
la pasión de un vino lejano,
y en su calor se quema suavemente,
como si imaginara algún verano.
Tiene un color de ventana abierta
a los vientos de la hermosura
y a los profundos pájaros que saben
el rumbo de la única aventura. Tiene tu forma, beso mío,
largo mundo, nostalgia mía,
la forma de un violento y dulce viaje
hacia un país donde mi sangre es día.
Me la gané con este oficio
de hallar el ángel de las cosas,
este oficio de ser, y de morirme
a pedazos de luz, como las rosas.
Tuve que andar, para encontrarla,
por agonía de raíces;
hacerme un alma donde sucedieran
todos los hombres, todos los países.
Hasta volverme una caricia
giradora _en la tierra única_,
maravillosamente inútil. Y al fin voy
de eternidad flameando, con la túnica.
La que buscan como un aceite
los quemados y desollados.
La que desciende al lirio campesino
cuando se miran los enamorados.
(La llave)

LA VENTANA

Una ventana y nada más quisiera,
un fervoroso prólogo del vuelo,
que me instara a subir, con el modelo
de lo que se remonta en primavera.

Me bastaría sólo esa ligera
interrupción de muro, techo y suelo,
para desvanecerme por el cielo
como una golondrina verdadera.

De tanto que la sueño, una mañana
encontraré en mi cuarto a la ventana
llamándome con luminoso grito.

Desde que se abra, viviré de suerte
que me sorprenda el plomo de la muerte
volando en mi retazo de infinito.

(“Sonata de Soledad”)

LEÓN

No importa si la pálida mujer
que en su torre escribe
amontona palabras tibias.
Cuando duerme
de un rojo salto
la arrebato y enciendo
la llevo a su selva
le infundo mi dinastía
y la obligo a reinar,
a avanzar segura y espléndida
a apresar bravamente
las palabras amantes o guerreras
y a desdeñar las otras.

ME PROPUSE SER ALGUIEN

Me propuse ser alguien,
tener y dar
horizonte propio
y persona.
Mendigué hasta alcanzar un cuarto vivo.
Firmé el aire, las sábanas
y la escritura.
Organicé la luz, las horas,
dicté las jerarquías,
moví los sitios, las orillas,
los elementos quietos,
los movimientos y los ruidos.
Abrí la puerta
y entraron ceremonias
y el coro
y el azar
y me rodearon.
Y entró el solista,
me enhebró con un hilo azul,
me dio una oculta condición de fábula
y un oficio visible y errabundo
de hierba recorriendo las criaturas.
Y la fiesta brilló sobre su música
a lo largo del día. Pero llegó la noche
y floté sola entre penumbras y enemigos.
Maderas, grifos,
alfombras, rincones, cristales,
todas las cosas
levantaron sus leyes,
sus dinastías,
sus personas,
devoraron
mi argumento de vida,
mi sonido,
mi calor,
y me echaron.
Detrás de mí se acerrojó la puerta.
Camino oscura un viento, un laberinto.
Hileras de altos búhos de piedra
atestiguan inmóviles.
Algunos de sus ojos amarillos
se abren, me miran fijamente,
saben, se cierran.
Camino la noche y los años
hacia un último umbral.
Desde nadie
miro la puerta
y tañe y se aparta,
y entro a una paz que no respira, En el cuarto, en el eco,
enciendo unas cenizas, un frío.
Pan olvidado, cómeme,…
vino perdido, bébeme,
descansa, duerme, lecho muerto.
No me ven, no me oyen;
me parece que los amaba,
que en otra raza eran mi cuerpo.
Una canción antigua surge,
sonrío, la acompaño,
no me ve, no me oye,
pasa muda con su túnica blanca,
desaparece.
Todas las cosas están solas,
y están sordas y ciegas
escuchando y mirando,
y aguardan
a la otra
que llegará hace tiempo
a desplegar aquella fiesta.
En tanto, en su cuaderno,
con su letra
y con la extraña mano del retrato,
escribo.

MENSAJE DEL LUNAUTA

Girasol detonante
Tierra perdida en tus razones encorvadas
y en tu cólera:
Me muestro navegando en la clemencia
de estos blancos mares sin mar,
para que mi ambulante realidad
en la ilusoria singladura
mi centelleo musical
junto a la vela oronda de vacío
y mi indecible dimensión
alcen a mi barco los garfios
de tus ojos atormentados,
y creciendo y menguando
ellos escuchen
a esta cara de nadie
que grita cráteres cuencas polvo
y ellos oigan
con qué alaridos cavarás tu calavera.
Oh Tierra
oh pasión arrollándose:
Aún es tiempo
despéjate
sálvate de tus dientes
desentierra tu clave y coro apacienta tus átomos
emprende el arco iris
desde el aire al espíritu.
Sé la flor de fuego cantábile
la asombrada
la abierta
la perdida
en un amor inabarcable.

OH CIELO

Oh cielo,
te he buscado sin tregua, sin miedo,
te he perseguido sin piedad,
universo tras universo,
hasta en la piedra virgen,
en el feliz cuchillo
y en el cuervo azul,
y al fin te hallé,
aquí, en el pecho del vacío:
Eres la palabra asombrosa,
la que sólo yo escucho
y nada más me deja oír
la que suena y suena y suena
y no fue ni será pronunciada.
(“El humo”)

OH TENEBROSA FULGURANTE

Oh tenebrosa fulgurante, impía
que reinas entre cábala y quimera,
oh dura poesía
que hiciste mi imprevista calavera.
Por qué me diste huesos,
si yo era, entre lenguas, “la que nombra
muriendo transparente”, y entre besos,
“llovizna”, desde el beso hasta la sombra;
si yo era la pálida costumbre
de cruzar el otoño trashumante,
mientras tú, suavemente ave de lumbre,
alta volabas y constante.
Por qué bajaste oscura. Mis despojos
creas, desencadenas mi esqueleto.
Devoraste mis párpados, mis ojos,
mi corazón secreto.
Oh sacrílega maga, que ceñiste
la gracia en hambre, alazo, pico y garra,
por qué en tu salamandra convertiste
a mi tristísima cigarra. Por qué. Pero me ofrezco, y apaciento
mis huesos, y mi cara se acostumbra
a ser tan sólo profecía y viento.
Come, cuerva. Y relumbra.

OTOÑO

Un día vi que el año regresaba
conmovido hacia el hueso de las cosas
borrando golondrinas, besos, rosas…
El otoño llegaba.

Desde entonces el viento desenvuelve
el recogido vals de mi tristeza.
Por mí a este pueblo, cuando mi alma pesa,
el hondo otoño vuelve.

Con su íntima luz doliente y rubia.
O con su gris, dejando ante las puertas
un niño amarillento, de hojas muertas.
Hoy tal vez con su lluvia.

Esa muchacha lila en su ventana
es mi crepuscular melancolía.
Siento un pájaro vivo todavía:
No cantará mañana.

Ese hombre oxidándose que existe
para no tener rumbo, amor ni casa,
de mi herrumbre nació y en mí fracasa.
Por mí el otoño es triste.

Por mí hoy aquí la soledad se nombra
mujer de niebla, casa resignada,
torre mustia, musgosa campanada,
plaza de nadie y sombra.

Me falta solamente un lento río,
un amansado llanto bajo un puente,
para decirle adiós, inútilmente,
con un poco de frío.

El eco de mis lágrimas me moja.
Honda llovizna. Ya no queda cielo,
queda este ceniciento desconsuelo.
Mi nombre se deshoja.

Roza lo que no fue, lo que jamás
será otra vez vivido, mi lamento.
Y todo el pueblo, por mi sentimiento,
es nostalgia, no más.

POEMA DE JUNIO

Yo tenía una vez el aire, su impaciencia
gloriosa, sus palomas. Mío todo el país
de silbos y tormentas. Ahora que he perdido
la tierra, la certeza de que el mundo era un nido,
estoy, arañando con dolor de raíz
cuatro muros y un cielo de cal e indiferencia.
Si me prestaran una lejanía, una rada
de luz, una ventana en flor, su levedad,
en un remoto piso donde el olvido empieza
y a ser celeste el tiempo, oh mi lenta y espesa
mirada, volarías por toda la ciudad…
Qué alivio si tu hondura doliera derramada.
Pero aquí te consumes, en un cuarto de hotel,
abierto hacia un gusano de sombra, hacia mis huesos
y hacia quienes dejaron su rastro aquí. ¡Infinito
es el viento, besando; mis dos sombríos presos:
esqueleto sin cielo, insomne sangre cruel!

SUMERGIDA

Dejo atrás el delirio y las raíces
de las olas y vuelo gris, perdida,
al fondo de lo amargo, entre países
de coral, cual gaviota sumergida.

Se reparten mi historia los delfines.
Nadie me reconoce ni me ayuda.
Y una noche sin grillos ni violines
con monstruoso lamido me desnuda.

Ya no recuerdo bien si andaba un cielo
más allá de los barcos y del viento.
Sólo sé que es el mar un desconsuelo
incesante, o tal vez mi sentimiento.