BOÉCHAT, SUSANA
¿HAY RAZÓN EN LA RAZÓN?

¿Hay razón en la razón?
La locura es bandera.
Aletea alto.
Hermosa.

BEATRIZ Y EL PARAÍSO

Sólo era un sueño,
Dante,
¿no lo sabes?
Sólo la irrealidad
te devolvió la amada.
Virgilio se había ido
—tu maestro—
Beatriz
—la negada en la vida
y en la muerte—
desvanecía paraísos inventados.
Ausente de ella,
sonrisa perseguida la mirada
fugaz celeste
elevación ajena
la Rosa de los Justos
—cielo prometido—
anidó su imagen
etérea
frágil
esplendente
como tú querías.

DOMESTICAR EL ANSIA

Domesticar el ansia
gato rabioso en acecho
La memoria nos trae sauces y eucaliptus,
un río amarronado que se pierde.
Triste, el círculo aprieta.
No hay tiempo para el grito.

EL DISFRAZ

Me pongo las chalinas
los collares
las pulseras del amor devoto
el perfume
aquí
allí
en todas partes.
A veces soy ella
trashumante
que recita parlamentos
con voz clara
y me apiado de todos
y de todo
con amor en las manos
a raudales
A veces —mascarón de proa de un velero alado—
me disfrazo de mi madre
y así la tengo cerca
en el costado caliente
de los fuegos perennes.
Y a veces, sólo a veces
casi casi
me parezco.

EL LLAMADO

Me llamaba la casa
aquella tarde.
Era un claro enero
de azules y modorras. La abuela descansaba.
Entreveía su sillón
acurrucado,
la cancel de humedades
y de sombras,
el largo laberinto
de los patios.
Enfilé los pasos
transitados.
El corazón me hablaba
del encuentro.
Los paraísos de la calle
entretejían
techumbre de verano.
Fue un golpe fugaz,
visión acaso,
la puerta abierta
y el eco de mi nombre,
el rostro de la abuela
dibujado.

ENTURBIADO AMOR

Enturbiado amor,
espejo roto
donde otro ser.
recompone el paisaje.
Ni Grecia ni Egipto
—insondables memorias—
auguraron los pasos
de mi esfera.
Cilíndrica, indomable,
corre veloz a los pies
del Cíclope.
Desaparecido al laberinto,
las piedras agrisan la playa.

FEDRA

La pasión dilata cavernas.
Rondan ojos de monstruos,
efigies, pedestales.
Perezosa, la luz se aprieta
entre los dioses.
Los hombres juegan a la guerra.
Fedra, mujer al fin,
jadea por su presa.

LA AMANTE

La diseccionan.
Desconocida ausente
no es dueña de su cuerpo.
Las limosnas no han podido con la amante
—andrajo y luto.
Nuevos hechiceros blancos
acuden al convite.
No comparten el lecho.
La observan como luminaria sin luz
—extraña mariposa del pasado—
Exploran su interior —útero sangrante—
y clavan instrumentos sangrantes
en su carne débil.

LA NO REDENTORA

Alejaos
esta mujer no es redentora
hace lo que puede con el mundo
mira
observa
habla
testifica
gesticula la verdad
—si la hay—
tiene un pañuelo colorido
de ciudades entrañables
lleva coronas de espinas
en los pies
agobiados por desiertos de pasos.
Lleva en sus manos
corolas de flores
hojas verdes por cabellos
un cuerpo destruido
en la batalla
con tajos y mutilaciones.
Es la peregrina del perdón
la anunciadora del Fin.

LA OTRA

Yo fui la Helena
que lloró Cartago
y amó a los invasores.
Su delirio
y también la Eva
primigenia
que azorada huyó
del Paraíso
y Penélope tejiendo
y destejiendo,
la Juana de los mártires, hoguera,
la cautiva soñada por los
indios,
esa mujer que huye
del espejo.
Y fui todas
las mujeres:
María, la Francesca y Magdalena.
Y arderé como ellas en el Tiempo.
Mientras otra mujer,
apenas hembra,
nace en el reducto del instante
del Vientre eterno
y de la Vida.

LA PALOMA

De las palomas
me impresionó la blanca
tan distante, tan etérea.
Distinta en la bandada,
absolutamente quieta
entre las otras.
Intenté captar su esencia
deliciosamente arriba.
Mi cámara acompañó
su vuelo de sol
su clara luz iluminada
—objetivo congelado
y desafiante—.
Pero no pude retenerla
con la imagen.
Como a ti madre,
que vuelas en altura.

LA PALOMA SIN NOMBRE

Una paloma sin nombre
posó su gris metálico
—fosforescencias violetas
ojos suspicaces—
en mi ventana.
La hallé al regresar de visitarte
en esa dimensión desconocida
desalada de vientos y de noche.
Por un momento llamaba la paloma
la paloma llamaba perlada de quilates
la paloma estaba quieta, sorprendida.
La paloma. Por un momento tu voz se confundía
en el arrullo monocorde de plumones.

LA ROTA TRISTEZA

La rota tristeza
de la calle
y el ángel callado
aguardando.
Ni el recuerdo abre ventanas.
Sólo una sola soledad
rumiando cansancio.

LOS LEONES DE LA NOCHE, SUELTOS

Los leones de la noche, sueltos.
El ojo avizora.
Detectada, la presa huye en círculos.
En el centro, bestia y hombre se amodorran.

NI EL IMPOSIBLE QUEDA

Ni el imposible queda
—marioneta invisible, deleznable.
Rutinario, el día blanquea sueños.
Tras las ruinas, la felicidad se esconde.

ORILLANDO BUENOS AIRES

Allí, donde Buenos Aires duerme
su sueño de alquitrán y de ajetreo,
cuando se acallan todos los murmullos
y el aire sabe a paz con mil luceros.
Allí, donde los almacenes abren
su asombro de quimeras
y se encuentra uno mismo por las calles,
contando las baldosas de la pena,
cuando la sangre corre más a prisa
y al llegar al corazón se frena.
Es allí donde te encuentro siempre,
vieja soledad de las veredas,
soledad con sabor a tango,
con sabor a milongas orilleras,
con sabor a Riachuelo y a compadres,
con sabor al Sur de las reyertas.
Y Buenos Aires estira su cuerpo
como una amante cálida que entrega,
todo el caudal de sus anchas calles,
todo el verdor de sus plazas quietas. Y se desplaza�
Y se agita�
¡Ya despierta!
Abre sus ojos de coches presurosos,
dilata sus pupilas de luciérnagas,
se propaga en ruidos, en bocinas,
en voces de escolares, en abuelas�
¡Ay Buenos Aires de las noches quietas!
de esas noches que recorro sola
carcomiendo tu cintura abierta.

POSDATAS

En un otoño de Buenos Aires
nos une la nada.
La nada en un otoño
de Buenos Aires.
Buenos Años, otoño y nada. Nada Buenos Aires en otoño.
Un otoño nada en Buenos Aires.
La nada une a Buenos Aires en otoño.

REFUNDAR TU PALABRA

Refundar tu palabra
y abrevar las aves.
Distinguir prefacios
inaugurando el alma.
Salmodiar tus silencios
—estrellas caídas—
y retener tu nombre
—saliva tibia—
siempre, siempre en mi boca.

TRILOGÍA

Humanidad hoy
1
Esta incertidumbre
anudo-desanudo,
persigo crucifijos,
ojos de Alá,
preceptos de Israel,
derrumbes y destinos,
empolvando sandalias
cansadas de desiertos.
Tengo sed.
La humanidad gime.
Enlazo llantos de judíos
de Irán,
de Irak,
de Palestina,
de países yugoeslavos.
Mi canoa es de pieles
humanas
—descarnado siglo—
Las manos no se juntan.
Los dominados crecen.
El ciberspace vence mitos
religiones
hippies
y violentos. La muerte cosecha
palabras sin sentido.
Un silencio mortal
crece en horizontes.
II
Esta luz que se apaga,
este último verdor
huella de humanidad,
desaparecida estrella
en la constelación
del Universo.
Un androide
avanza con voz metálica
—naturaleza devastada—
Ni un pájaro deja oír su canto.
Chacales devoran
trozos demorados.
III
¿Quién tiene la última palabra?
¿Quién la estrella de la tarde?
¿El verbo inmaculado
que no manche?
¿La mano solidaria para todos?
Tal vez un niño negro
blanco
o amarillo,
par de todos los niños del planeta,
¡eleve la voz
ante el desastre!