CARTOSIO, EMMA DE
ABUELA EN LA QUINTANA DE LOS MUERTOS

A Santiago de Compostela

Tendría que escribírtelo cuando ausente,
ser Buenos Aires en mis ojos con provincia mientras
el hollín insinúa el destino postrero de estas manos
abuela,
que te escriben cuando has muerto para el aire y
el agua
y otros te van reemplazando por una fecha fija.
Tendría que escribírtelo cuando ausente,
que la tarde de un balcón a río adivinado �de la plata�
dijese las palabras sin mí, en esa bruma que trepa
y se inmoviliza en los huesos, en algunas miradas
que ven esto que digo ahora, tan de todos, tan íntimo,
abuela
cuando no soy la ausencia que te mereces para
nombrarte,
cuando la Cruz del Sur no puede firmar lo que dejo
bajo ella, en su hemisferio mientras en éste escribo.
Tendría que escribírtelo mi propia ausencia
y no caminando la pequeña granítica cuydad
que amaste,
siguiendo calles sin aceras, tu calle de las Casas Reales
donde demolidas perduran las habitaciones, la
escalera que subías
o dejabas arriba ya tu abajo, rostro al aire, a la lluvia,
al encuentro con los días de mil ochocientas setenta
y tantos.
Hallalrte en Santiago me enseñó que la ausencia
es el único presente en que el amor tiene futuro
de amor
abuela
y voy por tu espacio deteniéndolo a palabras,
a esta voz ronca
que dice viento con arenas y no siéndolo,
permanece en ti.
Nunca tanto te tuve, rubia joven francesa, como
en ausente
que anda por las piedras azulgrises graníticas
de Santiago
y sé que vuelves a tu pequeña ciudad amada porque
te traigo
como tú a mí, cuando yo estaba en ti sin ser aún ésta,
cuando mi madre tenía su sangre todavía en la tuya.
Llueve en la Quintana de los muertos y te comienza
en el vientre
aquella que fue mi madre, ésta que soy, el hijo que
no tengo;
te comienza la vida, nuevamente ese tierno cansancio
de la ternura
que resucita la anterior, la venidera; y en tu vientre
llueve
esta tardenoche de la Quintana de los muertos.
La granítica tristeza que no me pertenece y asumo
es la lágrima que reíste de muchacha y dejaste
para después
y sobrevino en la extrañeza de un lenguaje que
hablaron tus hijos
y fuiste quedando sola, rubia joven francesa,
con los ojos
en musgos, en soportales, en el hombre que de ti
se enamorara.
Te veo en pantalones y encajes, en caminata de
mujer sola
y junto al hombre que amaste, te veo en esta solitaria
y en ti,
cambio fechas, adelanto historias, retraso nacimientos;
me equivoco.
O tal vez acierto con la lentitud cíclica que nos
predestinara,
abuela de esta nieta, nieta de aquella abuela, y
Santiago dice
la razón que ignoraste, que ignoro, que llueve
despaciosa
sobre lugares y nos cita en éste, pétreo resonante,
callado.
Sé que tus manos sobre mi pelo de chica no tenían
esta fuerza
ingrávida, la ternura de alguien que acaricia
su propia niñez
y que a veces se te escucha la nostalgia de la granítica
azulgris ciudad que recorro en mil novecientos
sesenta y tantos.
Esta gárgola retuvo tu distracción o un ruego
o una esperanza;
estos muros de la Quintana de los muertos te vieron
rodeada de hijos
este color que se repite, medieval y futuro, se echó
sobre tu rostro
y se te hizo mirada con imágenes que veías y ahora veo.
La piedra olvida más lentamente que el aire;
y en Santiago el aire es piedra, la lluvia es piedra,
la piedra es granítica memoria que no olvida su aire,
su lluvia.
Querías, rubia joven francesa, regresar a Santiago.
Te lo oyeron mis pequeños años, desde un pasillo,
un correr
hacia los primos, te oyeron palabras demasiado
grandes para mí,
palabras que ahora se extienden adelante atrás de los
pasos
y atraviesan conmigo la Quintana de los muertos.
Me abandonan y siguen sin mí por sobre piedras
por entre bajo junio graníticas que te imaginan
como yo te invento, exacta a lo que fuiste fuera de ti,
en los objetos que usabas, en las criaturas que amaste.
Por la Quintana de los muertos, joven rubia francesa
anda tu voz y arteria muros, tu mirar claro y es la
lluvia,
mi incertidumbre distinta a la habitual, hecha de
olvidos y recuerdos
tuyos, de alguna carcajada que quizás repito, de este
mi irme hacia el silencio.
No he estado en la Quintana de los muertos,
no estoy diciéndote palabras desde sus piedras en
redondo y suelo,
es Buenos Aires y te escribo como ausente, bajo
cruz, cerca de río
mientras, joven anciana rubia canosa francesa, me
escuchas en Santiago.

(�Criaturas sin muerte�, 1967)

ARENAS

Cuarzo, feldespato, mica.
simple fórmula extendida en playa.
Compleja criatura de ojos diminutos
que versátiles reflejan ya espejismos
del mar, ya espejismos del viento.
Le das las espaldas, no la enfrentas
porque sus ojos buscan los tuyos lentos
para llenarlos de sus imágenes.
Y si ya lo has hecho, cierras párpados
ante ojos humanos porque llevas
iluminamiento en tu mirada.
Y tratas de morir boca a ella,
sediento de su sed,
reverberando.

(�La lenta mirada�, 1964)

BATEAUX-MOUCHE

A Teilhard de Chardin

El enorme insecto de combada caparazón transparente
exhibe, impúdico, su estómago en proceso digestivo.
Asomada al puente d�Alma contemplo las vísceras
multiformes;
hombres mujeres, extraña materia que los ácidos
internos
trasforman ya en risa, ya en brazos, ya en masa confusa.
El enorme insecto de vidrio se desliza sobre el Sena
que duplica su vientre iluminado, colores móviles
repugnantes reacciones de la materia viva.
Sé que estoy viendo lo prohibido, ese más hondo
existente tras la apariencia apacible o tumultuosa;
que en Van Gogh al final de girasoles, fue amarillo
total
que Modigliani atisbara aterrado en cada cuello
que Val�ry escuchase cuando sobrepasó el silencio
que Rimbaud navegara al comienzo de sus viajes
que Bosch conociera en sus días solitarios
que a Rilke le confiase el ángel terrible.
Sobre puente d�Alma enloquezco de lúcida mirada
mientras París continúa impasible jugando
a ser una ciudad, tal vez la más hermosa.
No es París, es el mundo; veo su realidad oculta
la descomposición continua y pavorosa
y, a la vez, aguardo la nueva sangre
que de tantas ha de nacer, y pura.
Asomada al infierno, confío que en éste u otro siglo
será lo nuevo que ha de venir porque cada enorme
insecto
cada ciclo de alegrías y sufrimientos humanos
es una semilla, un intento caótico y oscuro
hacia lo alto y pleno, el brote del tallo
el lanzarse desde la Tierra hacia la Luz definitiva.

(�En la luz de París�, 1967)

COMIENZO DEL VIAJE

Era la época de las grandes coníferas y los dinosaurios
era el viento por arcillas océano y glaciares
cuando ellas aparecieron a traer el color y la gracia.
Ellas, las flores, inauguraron el viaje de los vegetales
que hasta entonces yacían en la luz
que hasta entonces ignoraban el hechizo de lo nómade.
Ellas, las flores, son el femenino rostro de la materia
inundando extensos sombríos pasadizos con matices
y aromas
invadiendo las zonas reservadas a lo masculino estéril.
Llegaron hace cientos de millones de años a la tierra
y el polen fue prisionero libre de pájaros e insectos
voló en el viento hacia las regiones más distantes.
Ellas, las flores, son una bella máscara de lo aparente
rotan color perfume y formas en torno a la criatura
que las ha visto y verá morir entre pétalos y
generaciones.
Pero ellas, las flores, son quienes iniciaron el viaje
que hoy comienza la criatura hacia otros planetas
y quizás algún día nos alejamos como plantas a florecer
en algún desconocido sistema solar que nos espera.

EL CLOCHARD

Se le habían roto todas las botellas
había recorrido varias veces rue de la Huchette
el clochard amigo de años estaba preso
el recuerdo más bonito que tenía se le olvidaba
el perro del ciego había cambiado de calle
la muchacha de trenzas se las cortó de pronto
la mujer del antiguo sombrerito estaba enferma
el abrigo se le había llenado de agujeros
la noche de ardientes pequeños filosos fríos
no le importaba De Gaulle
tampoco el partido comunista o el Papa
la madrugada era su concierge irascible
no conocía países para soñarlos
no podía viajar lejos de sí
se murió.

EL LOCO GRIS

Era viejo.
Más que la pirámide
de la plaza.
Miraba a los chicos.
A veces leía un libro,
de pie, inmóvil., entre
griterío y corridas.
Nadie tropezaba con él.
Miraba, leía, miraba,
Era el �loco gris�.
Su traje era gris.
Sui sombrero era gris.
Pero su sonrisa, no.
Su sonrisa al cielo.
Su sonrisa para nadie.
Su sonrisa era alta.
Tanto como la pirámide.
Como la pirámide ahora
baja de mi pueblo.
De m i pueblo de chica,
que ya no es mi pueblo.

(�Elegías analfabetas�, 1960)

EN EL ÓMNIBUS Y EN EL SIGLO

Juntos.
En el ómnibus y en el siglo.
Lo que importa es que vamos juntos.
Tú y yo, tú y él, él y yo…
¡Cuidado!
Tómate de un hombro, un asiento, una sonrisa…
Tómate de una inútil verdad, una faena, una
esperanza…
No me confieses tu dolor.
Silencio el mío.
Las palabras no usan ómnibus y se burlan de los siglos.
Dame tu mano.
Toma la mía.
Somos dos adultos que desde la infancia no nos
reencontrábamos.
Me detallas tus pequeñas anécdotas de servicial
buey, de honesto agonizante y de hábil equilibrista.
Te narro mis fechas y nombres,
la edad de mis hijos, la enfermedad que me acompaña.
Me recuerdas niña.
Te recuerdo niño.
No tiene importancia.
¡Cuidado!
Tomas mi hombro.
Arrebato un trozo de tu espalda.
Oh! cómo reímos juntos en el ómnibus y en el siglo.
Si te vas no importa.
Despido al adulto, me quedo con el niño.
Tú y yo, tú y él, él y yo… juntos en el ómnibus
y en el siglo.
Cada uno desciende en su esquina,
en su intransferible cruce de nos al milagro.
Cada uno siente que otra esquina le está designada;
tal vez idéntica a la habitual, con sus telas o vajilla
en oferta pero diferente, igual al último apretón
de un tornillo.
La esquina que cierra calles y toda
tentación a una vuelta más en búsqueda de lo
definitivo;
el último atornillar que nos ajusta al hueso de
lo absoluto.
Para él también sube un camarada niño.
Y para este camarada él es un tu recuperado.
Oh! cómo ríen juntos en el ómnibus y en el siglo.

Vamos juntos.
En el ómnibus y en el siglo.
No desciendo en ninguna esquina.
Hago de punta a punta, de ida y vuelta, completo
el recorrido.
Reconozco cada mañana a los que suben, siempre,
con cierta
esquina -y no otra- en la frente, en el pecho,
en la fatiga.
Reconozco a los nuevos que inauguran el adiós
a sí mismos
a aquellos que como yo no descienden porque no
se resignan.
Somos pocos pero nos miramos casi en sonrisa.
Nos ponemos la más triste.
(En sendas perchas cuelgan en la casa, la sonrisa pura…)
Somos los que renunciamos a la floja esquina
porque otra nos lo exije.
Nos sentimos culpables ante los otros porque
siempre es más fácil renunciar que resignarse.
Porque ser sed e incorporarse cotidiana y cíclicamente
a la sed es más fácil que ser sed y aceptar cada día
la pobre agua que el mundo ofrece.
Pero nosotros, los pocos, nacimos para renunciar.
No hay culpa.
Hay acatamiento a los designios.
Pese a ello, a no tener en el rostro,
en el pecho, en el cansancio, una esquina
vamos juntos con los que descienden.
Todos juntos.
¡Cuidado!
Tómate de mi brazo, de mi silencio, de mi dolor…
Son tuyos.
No te los cedo con ternura.
Son realmente tuyos.
Porque vamos juntos, somos juntos.

Con un solo rostro: el de la fatiga,
nos ven pasar la calle, las horas y los años.
Con un solo rostro: el de la indiferencia,
nos asciende y desciende, sacude y equilibra,
golpea y sujeta, un Dios desconocido.

(“El arenal perdido”, 1958)

ENERGÍA

Ella tiene las llaves de todas las cerraduras
aún de las que esperan su exclusiva puerta
y penden en el aire el fuego el agua y la tierra
atentas a los más mínimos movimientos de la materia.
No se fatiga, se renueva sin dejar de ser ella misma
y si en los ojos de la rana es un cristal tallado
a diáfano
en los distantes de las estrellas es mineral secreto.
Yo la veo discurrir entre palabras y silencios humanos
saltar en el vuelo de los caballos de carrera
trepar en el tropismo de las plantas que van al sol
yacer en los árboles petrificados hace siglos
reír en la electricidad de un cable humedecido
jugar en las imágenes de una pantalla televisiva
chillar en los gorriones que la devoran al picotear,
ser blanca en el pan rojo en el vino ser yo en mí
yo la veo la siento en tu piel en todas las expuestas
a esto que nos sucede y denominamos vida.
Pequeña incorregible monstruosa impía
utilizando dictatorialmente la materia que le es dócil
irrigando pasadizos oscuros y llanuras iluminadas
deshaciendo lo que ha hecho hace instantes hace siglos
creando de sí misma lo que destruye en sí misma.
Llave de una Puerta que no ha de abrirse a nosotros
porque quizás no tiene cerradura o la posee y sin llave.

(�Cuando el sol selle las bocas�, 1968)

FASTIDIO

Tengo los dedos sucios
y la intención limpia
la gente desconfía.
Tengo un oso de felpa
y la niñez perdida
la gente desconfía.
Tengo la tarde a solas
sin teléfono ni visitas
la gente desconfía.
Tengo que estar muerta
para volver a estar viva
la gente desconfía.
Grillito
te regalo mi altura
déjame ser petisa
Grillito
ser grande por fuera
me tiene aburrida.

(�Tonticanciones para Grillito�, 1962)

LA ESPERADA

No vengas de domingo
almidonada;
ven de cualquier día
desarreglada.

No vengas con timbres,
educada;
ven de un portazo,
retada.

No vengas nombrándome,
preparada;
ven sigilosa,
agazapada.

No vengas con gente,
rodeada;
ven conmigo sola,
abandonada.

No vengas con adiós,
desolada;
ven con hasta luego,
iluminada.

No vengas creciendo,
humana;
ven en niñez,
mágica.

LA LENTA MIRADA

Hacemos la lenta mirada hecha de diferentes
que parten y regresan a una fija, para ver
lo que veíamos antes de tener ojos abiertos
a lo cotidiano.
Miramos sabiendo que hubo arenas, viento, mar
donde usurpan edificios hacia alto hollín,
repitiendo distintamente lo que fuera
reverbero y aguas.
Adivinar no es un salto brusco ni leer en un rostro
arrasado
que se alisara prolijamente para
desentrañarlo,
porque nadie duda de las leyes que crecen sangre,
savia y mineral.
Estamos recordando al intuir y es fácil hacerlo
como chico que arma otro cuadro con piezas
hechas para un modelo que desdeña desde que
aprendió
a inventar.
Están las casas de departamentos, las avenidas,
la criatura
sentada en el umbral, la lentitud oliendo a madreselva
en torno al barrio y las sirenas desde el puerto
sion mar.
Y es el momento de la magia simple que vuelve
videntes
los ojos, entonces miramos sabiendo que aquí,
hace siglos
había viento, mar; algo inconmensurable
de micas y olas.
Y lo sabemos mirando lenta, lentísimamente
como mano
que reconoce suavidades y asperezas antiguas
que nunca le pertenecieran y sin embargo suyas,
para su piel.
Nada queda como antes aunque la mirada permanezca
y podamos
aún contemplar con los habituales ojos ciegos;
nada retiene
la forma establecida por los espejos y las pupilas
rodeantes.
Todo recupera el rostro definitivo; cae el asignado
por el tiempo,
por su engaño de fechas que nos alejan de las miradas
diferentes y lentas que de súbito llegan a ocuparnos
imperiosas.
Se vacían de imágenes los ojos que fielmente
cruzaban zonas
aprendidas por la sangre, la piel y los desgarramientos
personales, jamás solícitos a los reclamos de esa mirada
fija.
Entonces es fácil la razón de los rechazos y afinidades
bruscas que nos apartan, que nos unen violentamente
de alguien recién llegado, que viene a nosotros con
su niñez
a cuestas.
No puede decidirse previamente como una puerta
que dejara
sus goznes fuera de sitio, en precaución, para detener
al huésped
no deseado, quizás esperanzada en hacer girar
su bienvenida
acertadamente.
No es posible protegerse en la ceguera diaria
si irrumpe
la visitante, sobria como un vaso ya bebido que
lentamente
se colma de trasparencia y recupera vacío
inocente.
Lentísimamente, bárbara en el arriesgarse, llega
la mirada
de centro fijo, y las cosas pierden contornos propios,
se unen con dedos, voces, movimientos como buscando
antigua estructura.
Es la mirada hecha de diferentes que parte para volver
a su partida, en círculo que encierra arenas, viento, mar
que actualmente regresan a los ojos en lenta
mirada fija.

LAS GRANDES PALABRAS

Oh! las grandes palabras y su desdicha: ser
el surtidor únicamente iluminado durante
el día festivo de la adolescencia.
Oh! las grandes palabras y su domingo
de velón, bruscamente apagado por
la semana hábil de los años.
Y luego saber
que el amor ya tiene epitafio, estatua y vituperio.
Y luego saber
que la verdad es una toalla de pensión:
el servicial tiempo la echa al canasto del olvido
y trae otra distinta y nueva en su reemplazo.
Y luego saber
que la desolación es el matutino que
cotidianamente se pregona por la ciudad.
Y luego saber
que estamos solos, solos como
las alfombras con sus arabescos, soportando
la familiar premura que decolora y destrama.
Y luego saber
que somos cómplices de las promesas, de la fe,
de las dudas, de la melancolía y de la nostalgia.
Y luego saber
que somos víctimas de la gravedad y la erosión
aunque desafiemos los sitios y las horas;
que no impunemente la voz dice lo que
la vida y la muerte callan.
Y luego saber
que la eternidad ensobra la inconclusa
carta que cada uno escribe con sangre
en el papel del tiempo y del espacio.

Oh! las grandes palabras que villancican
los insomnios en espera de un nacimiento
divino y nos incitan a creer en el milagro
que perduran los niños y las estampas.
Las grandes palabras y su vigilia
con memoria de ojo, tras el caído
párpado de los cotidiano.
Las grandes palabras y su verdad
de fósforo, ardiente y momentánea.

Oh! las grandes palabras asesinas
que una noche, a traición, nos matan.

LLUVIA

Grillito,
ven al patio
que llega la lluvia
que esperábamos.
Verde en los timbós
gris en el aire,
suena en el mosaico.
Vamos al fondo entre árboles,
alegres y descalzas
a embarrarnos.
¡Oh! qué hermoso
reluce el verano
cuando la lluvia
lo va lavando.
Reverde en los jacarandaes
bulliciosa
en los pájaros
la tarde
que a la siesta
tenía silencio
y mil años
después
de la lluvia
es un amanecer
equivocado.
Tú y yo reímos
chapoteando;
Dios también ríe
en el espacio.

LOS GRANDES

Los grandes, Grillito,
hacen cosas raras
en vez de lágrimas.
Por ejemplo tu tía
limpia su cuarto
y se traga el llanto.
Refregar la casa
puede ser entonces
una pena enorme.
Puede ser un llanto
para adentro
que va escondiendo
entre ropero y sillas
su dolor de payaso
al que nadie hace caso.
Los grandes son tontos,
se averg�enzan
de sus tristezas
cuando las lágrimas
quieren decir
a los demás su sufrir.
Tú aún haces
llanto y haces risa
porque eres chica.
Cuando seas grande…
¡oh! ¿pero qué digo?
si tú eres grillo.

MONEDAS

Con monedas de flor se paga la belleza.
Fragancia.
Con moneda de cuarzo se paga el dolor.
Cristales.
Con moneda de pájaro se paga el cielo.
Alas.
Con moneda de animal se paga la plenitud.
Instinto.
Con moneda de calle se paga la búsqueda.
Tránsito.
Con moneda de calvario se paga la fe.
Cruz.
Con moneda de recuerdo se paga el amor.
Insomnio.
Con moneda de cigarrillo se paga el miedo.
Ceniza.
Con moneda de zaguán se paga la bienvenida.
Abandono.
Con moneda de árbol se paga la angustia.
Fruto.
Con moneda de baldío se paga la pureza.
Soledad.

(“Madura soledad”, 1948)

MUSEO DEL HOMBRE � PARÍS 1965

Está de pie solitario sin mujer ni perro
con un ojo fijo en la luz de la puerta
que da al jardín al muelle al Sena al mundo
y otro a semicerrar a semiolvido a semiceguera.
La gente da vueltas en torno a los cristales
y comenta los bordes de la boca levemente
abiertos en algo que dicen era la sonrisa
y lamentan no tocar esa piel que dicen servía
para ser acariciada por otra piel por las manos
que además de asir coger y dejar eran suaves.
Él ya no observa a la gente la ha contemplado
con exacta curiosidad que ellos a él pero ahora
piensa que alguna vez de algún adónde de algún
cuándo
una fragilidad cruel y dulce llamada mujer tenía
su cuerpo bajo el suyo o enlazado al suyo yacente
y piensa en el postrer perro que ladrase a su voz
y entonces es cuando su ojo se vuelca a las sombras
y abandona el compañero a la casual luz de afuera.
Él es el último hombre la última vez que la ternura
tuvo sitio de objeto duración de lágrima o sonrisa
y la gente da vueltas en torno a ese signo antiquísimo
absolutamente solitario entre vidrios entre miradas
entre narices que se aplanan deseosas de imitar
ese pliegue debilísimo llamado sonrisa esas manos
sin nada entre ellas pero que sostienen el tacto.
Es en París donde puede contemplarse esta maravilla
es en París donde lo conservan entre cristales
es en París y en el invierno de 1965
es en París y el último Hombre.

NIÑA DEL RETRATO

Hay horas de sillones y zaguanes curiosos en los pueblos;
hay diarios que anuncian el nombre de los niños
nacientes;
hay mujeres de balcón y misa recortadas sobre el ayer;
hay una casa con malvones, nietos de los que tú
plantaras,
hay tiempo y espacio para ti, niña rubia del retrato
que busco en mi sangre, en la tierra litoral y la
nostalgia.
Tienes un oso maltrecho junto a tu corazón de hilo
celeste, en el que abejas invisibles anidan y elaboran
salvaje miel de antiguos veranos luminosos.
El flequillo oro sobre las pupilas absortas
en el mediodía de un perdido arenal parpadeante
que te miró de frente y fijo una vez, sólo una vez,
cuando a través de ti posó virgen y desnuda la vida
ante el siempre insomne ojo de su dorada eternidad.
Pero aunque inhallable el arenal fue creciendo
dentro de ti hasta el grito azul que en mirada, inocente
pero inflexible como la de Aquel a cuya memoria
tu olvido la confiara, nombra a la niña que en mi
sangre
resbala por el corredor de las arterias, curioseando
los sombríos rincones de nervios a los que no teme,
bebiendo de vasos capilares y directamente del corazón
el zumo, ya dulce, ya amargo, de la soledad en
primavera.
Pero la niña que infatigablemente renueva mi sangre
busca entre las cosas y los fantasmas la respuesta,
que a la otra, a la pequeña criatura sabia del retrato,
le llegaba como un sueño plácido entre pesadillas.
Recorro descalza el verano litoral y me concentro
en piel bajo el sol de la costa mientras mis párpados
aguardan el santo y seña del reverbero que anuncia,
niña rubia del retrato, tu retorno en bienvenida.
Pasa el ayer con inmóvil rostro de muñeca;
pasan la dicha, el dolor, la verdad y el río;
aprieto más y más los párpados.
Pasan el amor, la angustia y las horas;
aprieto más y más los párpados.
A lágrimas conjura la ceguera que le impongo,
la habitual niña que bebe en mi sangre.
A lágrimas te recupero en nostalgia, criatura,
absorta criatura celeste del retrato.

PÉRE LACHAISE (Toussaint)

Voy a ellos
un día antes de su día, cuando se los visita
pero sin acosarlos si mañana cuando lleguen
las viudas recientes o el hermano o el padre o una
pequeña
como ésta que va pisando a saltos las hojas herrumbe
castaños.
Yo tras ella tras mí misma enloquecida de infancia
tras el indicio de la probabilidad de ser alegre y
verdadero
hasta que ella tuerce hacia una voz una mano un irse
un no estar
y avanzo con mis muertos entre ajenos que acumulan
fechas y signos,
horribles flores de cera de nylon de frescura de nadie;
las tumbas se molestan entre sí los muertos proliferan
invaden nuestro reino que fue suyo que torna a serlo
los muertos alrededor de mis pasos lentísimos y
herrumbres
sobre muelles avenidas que instante a instante
aumentan en silencio
porque caen las hojas caen interminable
levísimamente sobre hojas
antiguas sobre vestigios de aquellas que vieron pasar
este muerto
que ayer endulzaron el gris llovizna que hoy lo
amarillean.
El cementerio es redondo aunque su plano me indique
los célebres lugares donde reposan aquellos que
jamás reposaron
viviendo, aquellos que murieron quizás por rabia de
no vivir
más a lo hondo y ancho más a la manera de sus
sangres, aquellos
que hacen redondo y cíclico el día de Todos los
Santos.
Quiero pensar en mis muertos, en unas manos
quemadas por ácidos
que tomaban mi pequeño rostro hirviente de
travesuras y ceremonias
en una calle que concluía en el campo al que nunca
llegué
porque el domingo era breve y no alcanzaba su final;
en un golpe de viento sobre flores de seda ajustándose
al cuerpo
movedizo, como recuerdos, de mi madre que ahora
llega madura a mí;
en un perro un gato un animal de ésos que
convertían
el cotidiano vivir en ternura tangible, ardua ardiente
ternura.
Pienso en mis muertos y quiero depositarles flores
de cera
de nylon de verdad, quiero decirles que los amo que
sufro
las lejanas tumbas su irse de golpe o suave
pero los muertos ajenos no me lo permiten, están
alertas
son muchos son cómplices y avanzo entre antiguos
grises de piedra
novísimo gris de aire y llovizna leyendo adivinando,
de largo
a veces porque duele la estupidez inmóvil este
desafío
que no acepto porque estar muerto es ganar antes de
la jugada.
Mis muertos tienen discreción se hacen atrás dejan
al tumulto
ajeno sus sitios aunque desespero por decirles que
vengan
que enamorarse del mar es tuyo y mío, padre
y no del poeta aquí enterrado que lo cantase
que mi tierra bárbara te había domado abuela francesa
y tienes más derecho que todas las abuelas aquí
yacentes
a ser en mí, a pedirme razón y caricia esta hoja de
castaño
que alguien ha puesto sobre el mármol de Colette,
pequeño gato
herrumbre que debe maullarle y desperezarse con ella:
que podrías patear hojas amarillentas, levantarlas al
aire
de nuevo, tú que eras en mí, niña de entonces,
y alguien de la mano un domingo tal vez te llevaba al cementerio.
Y tengo que resignarme a habitarte,
para recuperar tu inocente crueldad, aquella forma
de dar la risa
y el llanto al aire, sin que ninguna criatura te los
sosegara
sin que las voces de la gente alta interrumpiese tu
monólogo
sin que esta mujer que ahora te interpela se anunciara
en ti
a no ser en la predilección por los umbrales solitarios
y en el empecinado destrozo de juguetes y obediencia.
Estoy entre mis muertos estoy entre ellos los ajenos
y ninguno se muere de nuevo porque un entierro
entorpece
los demás, porque hay demasiado muerto en una niña
de entonces
hay excesiva gravedad en los pasos levísimos de la
desaparecida.
Los pasos que nuevamente a brincos pisan hojas
herrumbre castaños
delante mío, delante de mi prisa por perseguir la de
esta niña
delante de mi miedo de perderla, de sentirme adulta
entre muertos
sin la certeza de que alguna vez de alguna edad tuve
lo que ella
y caminar un cementerio era una visita al absurdo de
los grandes.

PETRÓLEO

Mil ochocientos millones de años te contemplan
desde sus viscosas pupilas que pesan menos que
una lágrima.
Tal vez Alguien te está observando al rozar tu piel
que retiras creyendo que su mancha es una mancha.
Viene de la tierra y aunque sepas su origen y evolución
no prevees todo el camino que aún tiene hacia
adelante.
Los hombres lo buscan lo explotan lo industrializan
pero él a solas se reúne cada tantos siglos va mutando su
rostro,
va acentuando algo que lo aproxima a lo futuro
desconocido.
No te sorprendas si dentro de mil ochocientos
millones de años
renaces mezclado a restos vegetales y animales y estás
en el petróleo.

SAN ESTRELLERO

Venía con
las madreselvas
a trotecito
suave
como alejado
para siempre
del pueblo.
Era miel
de campo,
de rosetas,
su cuerpo.
Le decían
�estrellero�
por su marca
de cinco
puntas
a cielo.
Venía con
las madreselvas
solamente,
cuando la luz
empezaba
temprano
en el pueblo.
Traía
verduras
manteca
y una mujer
delgaducha
sobre su pelo.
Contra
la apenas luz
doriceleste
tenía santidad
su cabeza.
San Estrellero
le decían
mis seis años
blasfemos.
Se fue
en verano
y del todo
quizás
a un paraíso
con madreselvas,
verduras
y manteca.
Y una virgen
delgaducha,
sin niño,
a solas
sobre su pelo.
A veces
oigo
el trotecito
alejado
de San Estrellero.
Viene
en mi sangre
y con madreselvas
de mi pueblo.
Viene y se va
con la luz
doriceleste,
mi santo
potro
estrellero.

Si la vida es esta calle que me confunde y se

Si la vida es esta calle que me confunde y se
confunde
si debo volver la esquina y recuperarme idéntica,
si nadie toma la mano que alargo contra horizonte
buscando una similar que también se extienda en
búsqueda,
si tu voz desconocida no reconoce en la mía el reposo,
si mi cuerpo se acuesta contra sobre bajo junio otro
y únicamente el sexo debe unirnos vertiginosamente
y vertiginosamente dejarnos a cada uno a solas del
otro,
si debo levantarme de un lecho una sonrisa un dolor
con el olvido arrastrándose como una bata vieja
y apagar la ternura la sonrisa la tristeza contra el
borde
de la ventana que da a un día nuevo anónimo
atemorizante,
si es cerrar los párpados a la luz y abrirlos
para ver deformes figuras que remplacen las imágenes
que de niña inventara contra vidrios del invierno,
que se sentasen al lado de mi pequeñez sobre el
mármol
blanco de aquel umbral de una casona de provincia,
si debo responderte —desconocido- sin mirar tu mirada
sin reconocer en ella la humilde piadosa desprotegida
dulzura que alguna vez tuve que tengo que tendré,
si todo esto es huir de encuentros y crear lenguajes
que nos desentiendan hasta el grito o el mutismo,
si esto es la vida me quedo sin la vida me voy de la
vida
pero no es esto que es, es esto que invento, es esto
que duelo.

TENGO…

Me van demorando algunos niños;
aquel ciprés; una ternura espléndida;
voces lejanas y navíos;
una desolada nave de iglesia;
algún urbano terreno baldío;
esa pura mirada en la muchacha
malograda entre naipes y vestidos.
La calle gerundia a mis participios
aunque melancolicen las ventanas
un pobre interior, tras los vidrios.
Tengo… interior de conventillo;
manchas de humedad, cuartos sin aseo,
alegría y malvones raquíticos;
pocas ambiciones, mucho dolor,
altura, goteras, grillos
aurorando los rincones, ternura
rechazada, hambre, palidez;
libertad para oír, ningún prejuicio;
enemistad con el oro y las cifras;
convivir de diversos inquilinos;
noches magas de criatura, y los seis
de enero: los zapatos vacíos.

Tengo un pasaporte a la soledad
que no uso porque en su aire pervivo
expectante e insomne, sustantivada
como un follaje contra el río.

Tengo una honda certeza de retraso
que aljiba mis respuestas al estío.

Tengo una ternura cruel, distraída,
para los padres, la gente, el vecino.
Tengo una cotidianidad de sauce
convaleciendo su verde en el río.

Tengo por las mañanas, un milagro
que se concreta en ángel de espinillo
o reverbera escenas de mi infancia
enhebrando un collar de paraísos.

Tengo un oso de felpa que recuerda
las noches sin reloj, más que mi olvido.

Tengo una voz oportuna que narra
la niñez de un antes desconocido.

Tengo siempre a la angustia como huésped;
la caja de acuarelas entre libros;
una entrada permanente al estreno
de la luz en múltiples sitios.

Tengo reputación de primavera
bien merecida, entre los míos;
una desmesurada propensión
al otoño me lazarilla a lugares
humildes, donde las mujeres
paren cada nueve meses un hijo.

Tengo la gran pregunta sin respuesta
aunque no importa, si contesta un niño
me salvo de caer en el vacío.

Tengo la pena del adolescente
que aún sueña con entrar a un circo
entre camaradas que cuchichean
experiencias en lo, hasta ayer prohibido.

Tengo en el umbral a las cosas propias
porque para vivir no necesito
más que humana forma, a la emoción
y mi sed esponjera de infinito.

Tengo soledad, árboles, barrancas,
viento en las tardes, horas sin testigos,
un poema en el césped, una manzana,
cielo con barriletes y, ladridos.

* Nació en Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos.

TIERRA PATAGÓNICA

Esta tierra que palpo que levanto disgregándola
entre dedos y reflexión
es más antigua que la pregunta de los hombres.
En ella se acostaron a dormir helechos y árboles
sobre tiempo que lentamente
petrificase sus corazones de savia y corteza.
Por ella se deslizó un dinosaurio hasta morir
entre el viento y el mar
de estas inmensas terrazas que lo silenciaron.
Sobre ella avanzó el océano y más de dos veces
instaló sus mareas
desafiando movimientos geológicos del oeste.
A ella le debo el haber visto la pupila de la Luz
cuando contempla fijamente
una tierra que sabe de destrucción y nacimientos.
Esta tierra que palpo que levanto disgregándola
en conchillas y restos fósiles
es más antigua que la pregunta más antigua
de los hombres.