CASNATI, LUIS RICARDO
10

Llueve. Podría estar entre tus brazos.
Podría navegar extensamente
a través de las aguas de tu cuerpo.
Podría hallar en la hospitalidad
de tu ser los caminos que he perdido,
los que me señalaban la ventura,
el oro de los dioses, la esperanza
de llegar de una vez hasta mi mismo.
Golfo de abril, bandera por quien clama
el viento que me sopla entre los huesos,
tú eres de sol, de uva, de alegría.
Yo soy la búsqueda de las nostalgias
la apetencia de lo que no se dice.
Toda la luz que baja de tus hombros,
la salud que te encarna, el remolino
de vida sin naufragios que es tu nombre,
podrían defenderme en su ternura
y en la fragilidad de su apariencia
como hierro o granito o piedra o rayo.
Podría estar, podrían defenderme,
pero tu dimensión es la distancia.
Se interponen los humos y las olas
entre las dársenas que nos marcaron.
Llueve. Y el agua cae sobre el mundo.
Y cae y cae sobre mí la pena.
Podría estar ahora entre tus brazos
y saberme y perderme y olvidarme.
Y giro alrededor de mi vacío,
todo en la sangre y en las manos nada
porque sé que es en vano que te llame:
todavía no existes.

(De �Amo, luego existo�, 1984)

23

De mis viejos fervores no queda casi nada.
Los he ido enterrando como a pájaros
sin alas y sin aire.
Sólo veo montículos de arena
en lugar de lo que antes me exaltaba la vida.
A mi alta edad, ya sé que todo se parece
y que no hay demasiada distancia entre las cosas.

Aquel índice heroico que solía
arrebatarme en su espiral de oro
hoy está reducido a cifras llanas:
cierto jardín con sol de otoño,
ciertas maderas,
ciertas flores silvestres,
determinado libro en el silencio,
determinadas voces,
han suplantado para siempre
heráldicas,
esfinges,
ciudadelas de muros en las nubes,
baladas desprendidas del tiempo,
velámenes de púrpura,
praderas dulces,
espadas de feroz inocencia.

Ay, pero no es que caiga la mirada
ni que se empequeñezca mi medida del mundo:
tengo un vaso de esencias
que preserva lo válido.

Y en esa validez que me describe,
que me aprieta en un haz la descarnada
síntesis de mi ser,
están tú y tu fulgor,
amor, amante, amada,
tú y tu fulgor que recuperan
para mí las antiguas monedas de mi sangre.

Porque ahora eres tú la heráldica que amo,
la esfinge que amo,
la ciudadela que amo,
la balada que amo,
el velamen que amo,
la pradera que amo
y la espada que amo.

(De �Amo, luego existo�, 1984)

32

En el aire te hueles. Ya tu pecho
es lo más deslumbrante de la tierra,
y a tu ser mitológico se aferra
mi corazón insomne y al acecho.

Por tu costumbre de incendiarme el lecho
y de exaltar cuanto mi sangre encierra,
dejo mi paz y entro a tu alegre guerra,
que para tal ventura he sido hecho.

Luna nueva, gozosa sembradura,
me pierdo en lo nupcial de tu cintura
y entre tus brazos vuelvo a ser quien era.

Mientras tu boca mi esperanza muerde,
a mi salud bebo tu vino verde
y me acuesto contigo, primavera.

(De �La batalla de oro�, 1975)

38

Tanto correr la dulceamarga senda
que guarda allá a lo lejos mi terruño
(aquel rincón que no me dio un rasguño
porque era de flor y aire la contienda),

seguro de hallar viva la leyenda
trabajaba por mi con áureo cuño,
y que en mi fondo todavía bruño
para que en las tristezas me defienda;

tanto buscar mi primavera verde,
y sólo ver la sombra que se pierde
de una corona muerta y enterrada;

y tanto dar a la esperanza rienda
buscando siempre por la misma senda,
sabiendo que ya nunca hallaré nada.

(De �La batalla de oro�, 1975)

47

Tristán, Maximiliano, Federico,
Julieta: vigas en que apoyo el alma.
Calles de sol donde la sangre empalma
lo que me dieron con lo que edifico.

En mi pobreza lo que me hace rico.
Entre relámpagos lo que me calma.

Alada carne cuyo fuego ensalma
la sed con que me explico y me rubrico.

Los cuatro miembros reales de mi torso
revelándome el mundo en el escorzo
que descubre la cátedra escondida.

¡Hijos por quienes me partí en pedazos
y a los que mi ilusión tiende los brazos
desde los desconsuelos de m vida!

(De �La batalla de oro�, 1975)

48

He mirado las manos de mis hijos
en la fresca inocencia de sus vidas.
Aletean, recién amanecidas,
sólo en las nubes de los regocijos.

Hilando transparentes acertijos
por su llanura verde y sin heridas,
tras las rituales lágrimas floridas
tornan a sus leyendas y a sus guijos.

Manos que van y vienen de países
que no conocen penas ni raíces
y donde todo gozo es plenitud.

Yo las contemplo con melancolía
porque sé que son ellas las que un día
llevarán mi ataúd.

(De �La batalla de oro�,1975)

54

Poner el alma en una sola cosa
y que esta cosa oscile como el viento,
y la locura de su movimiento
no te dé paz para elevar tu rosa,

(que el claro nacimiento de la rosa
no quiere cuna bajo ley de viento),
es permitir que en ese movimiento
ruede tu vida como pobre cosa

y se convierta en el estéril viento
que no deja tras sí la menor cosa,
mientras quebrado por el movimiento,

tú que soñaste con ser otra cosa,
serás sólo el fantasma de una rosa
que quiso ser y se perdió en el viento.

(De �La batalla de oro�, 1975)

59

Incierto es mi camino de montaña,
alto de cuestas y de caracoles,
bajo lunas de hielo y bajo soles
que me han tatuado un espinel de saña.

Miro sin ver la mundanal maraña
huérfano de profetas y faroles,
y empalidezco ante los arreboles
de un cielo que me engaña y desengaña.

Superpongo las cosas con el humo
de las cosas; no sé si es nieve o lumbre
lo que en el trópico me muestra el polo.

Y en medio de lo incierto, me consumo
en la devastadora certidumbre
de que estoy absolutamente solo.

(De �La batalla de oro�, 1975)

6

Yo estaba de violeta, de nostalgia, de otoño,
los vientos traspasaban mis palabras, mi carne,
me dolía el cabello, mi nombre me dolía,
la luz me parecía oscura y dura,
el sol lejano y enemigo,
la luna torva y triste.
Todo era idéntico a otra cosa:
la tristeza al azufre
el azufre a la lluvia,
la lluvia a las avispas.
Los días comenzaban
llorando,
se abrían los crepúsculos
como una herida,
todo era gris y quieto,
todo se resolvía de manera
pesadamente melancólica,
pastosa, indiferente.
Las máquinas gemían,
los tenedores, los cuchillos
amenazaban desde los trinchantes,
las espinas volaban por el aire de luto,
los caballos corrían por campos de ceniza,
las agujas clavaban lentamente los ojos.

Pero entonces llegaste.

(De �Amo, luego existo�, 1984)

66

Poder estar aquí, bajo la tarde,
a la verde amistad de un viejo tilo,
acechando en sigilo el dulce asilo
del verso de mi entraña que me guarde;

poder mirar ese poniente que arde
como mi corazón, de filo a filo,
soñando con amar a todo estilo
antes de que la sangre se acobarde;

apacentar las vidas que he creado,
llevar a mis poetas al costado,
sorprenderme ante el sol de cada día;

y sobre todo bien, fácil o esquivo,
poder seguir diciéndome: �¡Estoy vivo!
¡Nadie cerró mis ojos todavía!

(De �La batalla de oro�, 1975)

AMOR Y DESAMOR

¿Lo dijiste o lo soñé?
Ya no lo sé.

Sólo sé que hicimos juntos
un hilito del querer.
Tú pusiste toda el agua.
Yo puse toda la sed.

Y nos fuimos vida arriba
a morir o a florecer.
Eras de damasco y luna;
Yo, sólo lo que se ve.

¡Cuánto besó nuestro beso
la luz del amanecer!
Que atestig�e el sol naciente,
ese hidalgo moscatel.

Pero el amor se fue hondo
y no pudiste hacer pie.
Yo y mi amor de mar adentro.
Tú y tu barco de papel.

Luego de tu sí redondo,
fuiste de quizá y tal vez.
Mi corazón quedó ciego
cuando me dijiste que…

¿Lo dijiste o lo soñé?
Ya no lo sé.

(De “De avena o pájaros”, 1965)

ANOCHECE EN MENDOZA

Anochece. A lo lejos, contra el cielo,
está el monte, y sobre él está la estrella.
Decidme, hombres del llano, si vosotros
tenéis cosa más bella.

Anochece. Ya el sol es una fábula
en el último rayo que destella.
Decidme, hombres del río, si vosotros
tenéis cosa más bella.

Anochece. El recuerdo de la tarde
cuelga del pico de la sierra aquella.
Decidme, hombres del mar, si allá vosotros
tenéis cosa más bella.

(De “De avena o pájaros”, 1965)

* Nació en la ciudad de San Rafael, provincia de Mendoza, el 21 de junio de 1926.

BARCALA 153

(Fragmento final)

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Antes que seamos como dos extraños,
trato de entrar, paredes de mi casa,
en vuestra cáscara de años,
en vuestra íntima argamasa.

Como los rabdomantes,
apoyo en vuestra piel mi hambriento oído.
Busco aunque sea un único sonido
de las voces amantes.
Busco las voces de antes,
aunque todo me diga que se ha ido.

Golpeo vuestra sorda
campana de silencio.
Me colma, me desborda,
y me castiga lo que reverencio.

Aquellas voces que sonaron
como música pura,
y en mi raíz lejana se elevaron
con la azarosa levadura
que fundaba, cantando, mi estatura,
¿dónde tienen refugio?
¿Qué subterfugio
han empuñado en contra de la oreja
del corazón en sombra?
¿Por qué nadie me nombra
desde los muros de la casa vieja?

Tantas palabras pronunciadas,
tanta risa sonora,
¿no tendrán ya jamás su aquí y ahora
y soterradas
definitivamente y totalmente
me morderán la frente
con el recuerdo de un furor de espadas?

Yo lo sé, y no lo creo,
y por tu sombra, casa mía, cruzo
buscando un íntimo tuteo,
un perdido correo
que a tu fondo me lleve como un buzo.
Desde siempre me aguzo,
pero mi corazón no tiene empleo.

¡Oh desgracias en serie!
¡Oh penas en cadena por mi oído!
¡Oh la sola intemperie,
doloroso vestido
que el tiempo en retirada me ha infringido!

Yo sé que nada puedes,
casona de antigua fragancia
donde enterrada está mi infancia
entre cuatro paredes.

Sé que tus piernas se callaron,
y que se silenciaron
ya del todo los días de tu vida:
si tengo que encontrarte es dentro mío,
como un nostálgico rocío,
como una lágrima perdida.

Casa, leche primera.
Casa, mi aire de respirar.
Sin medida visible, como el mar,
y sin dolor, como la primavera.
Edificado prisma de ternura,
volatinero de mi corazón
donde aun veo, como una quemadura,
mi madre y su costura,
mi padre y su bastón.

Casa, mástil donde mis horas
ondearon sus dulzuras provinciales.

Fortín contra los miedos y los males.
Aire de mis abejas zumbadoras.
Ingenuidad de una palanca
desde la cual el mundo se movía.
Árbol de una alegría
honda, remota, blanca.
Raíz que mi sangre no arranca
ni arrancaría.
Ciudadela del sueño desvelado.
Costilla impar de mi costado.
Colmena sin confines.
Patria de los románticos jazmines
de un amor heredado.
Arroyo transparente
en cuyo móvil y dichoso credo
podía hundir sin miedo,
adolescentemente,
el fuego de las manos y la frente.
Caparazón de luna
que lustrara mi cara.
Muelle donde atracara y amarrara
desde la misma cuna
en la hospitalidad de su agua clara.
Piedra azul encendida.
Baluarte
del cual extraje ¡oh vida!
todas las fuerzas para amarte.
Muro de luz. Abrigo
que todavía va conmigo.
Signo de anclar el mundo
que me puso en mi vértice una estrella
bailarina y doncella
y un sueño vagabundo.

Valle del verdor tierno,
que, aunque muerto, es eterno.
Fuego inicial de mi aventura.
Nidal de mi cantar.
Fuente de una frescura
que en mi sangre aún murmura.
Paloma y palomar.

Casa, mi canario de barro.
Casa, piernas de estar
y de partir.
Casa, memoria fiel donde desgarro
el vivir y el morir.

(De �Aquel San Rafael de los álamos�, 1976)

BARRO

La lluvia había pasado con su nombre
de fleco gris de capitán invierno.
La fantasmagoría de la tierra
Traficaba nostálgicos espectros.

Lo que en razón y sol se maniataba
se levantaba entonces de su sueño
y en la sangre encendida y sin confines
le afirmaba la música de un eco.

Yo venía de atrás, alma empapada
en las nieblas del raro privilegio
de ver espadas que volaban solas
en las grupas de un aire mosquetero.

Y las torres mojadas que afilaban
la cabeza puntual y el gesto pétreo,
largamente paseaban por mi sangre
su compañía y su ademán fraterno.

Hora de alba. El domingo. Los caballos.
Las barbas y las capas en el viento.
Yo, bajo un cielo de óxido de cobre
me sumergía entero en mil seiscientos.

Orzas de fantasía desusada.
Raíces y destinos del misterio.
Y fijándose bien, sólo era el barro
de la calle Barcala de mi pueblo.

(De �Aquel San Rafael de los álamos�, 1976)

BODA

El día de tus bodas
tú te llenarás de luz,
yo me llenaré de sombra.

El día de tus bodas.

Tendré un cielo cegado
y de heridas palomas
donde será imposible
el alma de la rosa.

Tu ensayarás la tierra
de la alondra,
golpeando hasta que nazca
la aurora,
golpeando hasta quemarte
toda.

El día de tus bodas.

Yo me iré,
solo con mi sombra sola.
Y me iré de ceniza,
sin hojas, sin horas,
helándome en el resplandor
adivinado de tu alcoba.

El día de tus bodas.

(De “De avena o pájaros”, 1965)

BUEY SAGRADO

(Fragmento final del poema)

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No obstante, por sobre su crepuscular almizcle,
las lentas galerías de su siesta
o su partido rucio,
suele vestirse como el otoño oficial
con un arreo gris de animal triste
y sumergirse entero debajo de la tierra.
Su mirada cerrada se ciega de ceniza
opacándose en sombras y desgracias.
Y se decae y cae como almanaque viejo,
como pálida alquimia de un memorial de llanto
en que se mueve y salta esta carga, este luto
esta víscera oscura donde caduca el gozo.

Se me parece ahí a puertos de resaca,
a malecones donde sólo fantasmas llegan,
a un pañuelo de muerto,
a una inacabable lluvia de pobres.

Son días sin escape ni ventana,
días de doble llave,
días de noria negra,
de hongos y plomos y pasillos lúgubres.

Hay veces que resbalan
a humedades nocturnas,
a veredas mojadas
con golpeada insistencia.
Los plátanos acusan la esponja de la niebla
pero siempre hay alguna luz,
algún auxilio,
algún fuego interior donde se salva
por el espesor de una hoja
el hilo de la dicha.

Entonces pasan heroínas
y apuestos montecristos
y el licor de la sangre o la amistad
apuntala hombro a hombro en esta almendra,
en este aprisco de palomo,
el sentido lustral de compañía
que en el aire fracasa.

Sólo así la campana en que, sordo, repica,
y a maderas y estopas su badajo se emplea.
Dual otoño cebraico, Jano de dos racimos,
bifronte como todas las cosas de la vida.

DE: LA BATALLA DE ORO

16

Te miro. Miro el sol. Miro la luna.
Los cuatro hermosos rostros. La mañana
que todavía ante nuestra ventana
viene con su inocencia y su fortuna.

La acostada ternura de la cuna.
El corazón que aún suena su campana
y junto al fuego del amor desgrana
promesas e ilusiones una a una.

El bien ganado pan de cada día,
harinero sostén de una alegría
que se da al mundo en la bondad del gesto.

Y el duro y obligado contrapunto:
desde el fondo del fondo me pregunto
lo que me tocará pagar por esto.

19

Sucede que ando a veces en lo oscuro
de los días, el alma un peso muerto
que contempla en silencio y desconcierto
las telarañas de un dolor maduro;

sucede que me pego contra el muro
de lo gris, de lo triste, de lo yerto,
(fatalidades donde soy experto,
donde me muevo con el pie seguro),

cuando hallo tu sonrisa transparente
como un agua caída de repente
para lavar la carga de mi herrumbre.

Y ante el amor que se desencapricha
me cuesta verme dentro de la dicha
simplemente, por falta de costumbre.

(De “La batalla de oro”, 1975)

ESCUCHA, GRAN EXUMADOR

Escucha, gran exhumador,
telar de la feliz melancolía,
titiritero blondo:
yo no sé si es tu zueco o tu trapiche,
tu polaina de pana española,
tu pescuezo de anís,
tu granate empañado
tu oso que pasa blando como un oso,
tu orza de pimentón o tu estameña;
yo no sé si es todo eso o algo de eso
o eso y nosotros y algo más,
pero sé que te vienes con dedos especiales,
con llamadas profundas, con pisadas
cuyo registro no es solamente resina
o humo o tarde azul o plátano o palomo.
Te vienes en lo grueso y en lo fino
levantando, auscultando, revolviendo
como con un palito las membranas del alma.
Vienes de polizón entre las hojas,
oh cósmico arlequín, oh cónsul de oro,
para cercarnos, para alzarnos,
para multiplicarnos en el sueño,
para abrirnos costales
de nostalgias, nostalgias y nostalgias,
para callarnos con tus silenciosas fortunas superpuestas.

Queremos demorarnos cuando pasas,
queremos sujetarnos el corazón cuando estableces
tu carne de ámbar sobre el mundo.

Y entonces,
qué bueno
mirarte lento como a un buey sagrado,
casi inmóvil, rampante,
tu lomo azul
desflecado y radioso contra el cielo,
los tibios remos en la tierra,
dorándola, endulzándola, barriéndola
con tu cola de cometa amarillo,
y nosotros abajo
ganados al recuerdo,
cubiertos por tu fábula,
perdidos en tu miel y en tu hermosura.

(De �De balanzas, cabras y gemelos�, 1984)

LARGAS BÓVEDAS DE ÁRBOLES

Era como un gran pliegue
de los árboles verdes,
o un extenso y ramoso contrafuerte,
o una gruta de duendes,
o la oquedad alegre
de un cilindro con hojas en el vientre.

Pero es inútil que yo enhebre
lo que el rigor en su vigor desteje.
No hay imagen ecuestre,
ni lengua con abejas suficientes
para heredar lo que sucede
con esta fiesta aérea y leve,
este calado albergue,
esta curvada y lúcida intemperie.

Árboles que se trenzan largamente
encerrando al aire silvestre
en los cruzados peines
donde asciende y desciende
la sombra con lunares de noviembre.
Plátanos u olmos persiguiéndose
encadenándose, volviéndose
un ñanduty mayor, un fino trueque
de geometrías blandas y esplendentes.

Túnel de ágiles peltres.
Botánica de trenes.
Guardia de milicianos reverentes.
Ataduras de nieve.
Reiteración de líricos palenques.

Alguna vez seré un jinete
caído y transparente.
Quiero pasar bajo este palio verde
cuando me lleven para siempre.

(De �Aquel San Rafael de los álamos�, 1976)

LUEGO, DE TUMBO EN TUMBO, VINO UN LLANO

Luego, de tumbo en tumbo, vino un llano,
algo que se caía despacioso
a un áspero menguante,
una fatalidad de limbo, un vano
viento hueco de lápidas, un pozo
disonante, asfixiante.

Años tristes del mundo, que en mi padre
puntualmente cumplieron con su araña
y sus trajes funestos;
qué diré que a su férula le cuadre,
o a su ademán oscuro, o a su saña
de carnívoros gestos.

Yo bien supe esa náusea, esa dureza,
ese golpe de arena en la mirada
a filo y contrafilo:
era ese niño que a vivir empieza
y absorbe todo en cada poro, en cada
hueso de su sigilo.
Lo veía a mi padre prisionero
de fuerzas encontradas, maniobrando
en la seca intemperie
como en la arista de un desfiladero
donde se practicara un contrabando
de desdichas en serie.

Y se multiplicaba, sin embargo,
su paso corto, que hizo los caminos
de la suerte vacía
sin ver ninguno demasiado largo,
y haciendo de sus días peregrinos
una heroica alegría.

Así le fue otorgada cierta calma,
cierta serenidad, cierto reposo
en el último adentro,
en el repliegue último de su alma,
que flameó sobre el cuerpo otrora hermoso
como sabio reencuentro.

Pudo alargar sus años sobre el mundo,
llegar a sonreír con displicencia
por la espalda ilusoria
en que se transformó su ayer jocundo,
y con sangre adquirir la dura ciencia
de reubicar su historia;

hallar conformidad con el paisaje
mezquino al que debió habituar sus ojos
en humildad creciente;
estoicismo del diario aprendizaje
de ver tan sólo abrojos y cerrojos
y poder ser paciente;

mirar sereno cómo decaía
su nombre, y en su entorno grueso y leso,
cómo quedaba solo;
encontrar natural la lejanía
de oro y porte, él que había sido Creso
y había sido Apolo;

descubrir en la miel de la ternura
y en el sol chico del hogar honrado,
cómo se compensaba
con creces la perdida galanura,
y cómo puede hallarse en lo sembrado
el bien que no se acaba.
Y se sobrevivió: años y años
cayeron sobre él uno por uno
lenta y porfiadamente;
extraño al gozo y a los desengaños,
nada quedaba ya de aquel tribuno,
de aquel hombre esplendente.

Con su universo desaparecido
lleno de nunca más su tiempo en ruinas
y la sangre desierta,
rumbeaba hacia el silencio y el olvido
con la espuela fantasma en las neblinas
de la última puerta.

La muerte incómoda y alucinada
llegó sucia de pus y de gangrena
a establecer sus reales;
se colmó con la ausencia de la nada,
vidrió sus ojos y dejó la pena
sentada en los umbrales.

Murió mirando al Sur, un día de invierno,
arreglando su frío al de la tierra
en ajustado encuadre.
Y así fue este señor, que no era eterno,
ni nada de eso que la gloria encierra,
pero que era mi padre.

(De �Aquel San Rafael de los álamos�, 1976)

MARZO

No era el cobre gitano de las pailas
ni era el dulce de oro;
no era la húmeda cosmogonía
morena y virginal de los carozos;
no era la danza repentina
que alumbraba, frutal, nuestro contorno
con la movible luz de las cucharas
y los dedos melosos;
era un rumor de siesta en que la vida
tocaba el hondo fondo
de lo azul, de lo claro
de la vaina del gozo;
era el día tan grande,
era el fuego redondo;
era la tarde, cuya eternidad
se medía con números sonoros,
con cielos altos, con pisadas hojas
de plátanos vencidos, con tricornios;
eran las hiedras, eran las violetas
bajo el aire incorpóreo;
era el camino de membrillos;
era la felpa al sol y el libro rojo
con la historia que sueño y que me sueña
de nubes de vellón y un sol cachorro;
era un tiempo que hacía remanso en nuestra sangre,
como el mar en un golfo;
era cierta cancel, ciertas perdices,
cierto matiz absorto;
era un batir de estrellas de herrería
bajo la paz del equinoccio;
era oler en el aire
que todo se venía de otro modo;
era un mundo especial
que se bebía a lentos sorbos;
era cuando en los huecos de las manos
no cabía el asombro;
era una adivinada plenitud:
era el descubrimiento del otoño.

(De �Aquel San Rafael de los álamos�, 1976)

PADRE

(Fragmento)

Yo quiero remontarme y escalarme,
subir el triángulo de mis peldaños
como quien va a la luna,
para juntar adarme sobre adarme
y traer desde el pozo de los años
la perdida fortuna.

Recorrerme hacia atrás, con el sentido
dado vuelta de horario y minutero
para llegar al fondo,
para transparentarme en el latido,
para recomenzar mi derrotero
en un viaje redondo.

¿Dónde está que no está, dónde ha quedado
el esplendor viril de su estatura,
su esqueleto rotundo,
su gesto por el viento esculturado,
su relámpago impar, su arboladura
para afrontar el mundo?

¿En qué sombra, en qué nudo, en qué caverna
se esconden su perfil de minotauro,
sus sanguíneas gestiones?
¿Dónde habrá ido con su sola pierna,
con el espectro seco de su lauro
y sus flacos bastones?

¿Dónde que no es posible ya alcanzarlo
ni afirmarlo en mi brazo de hijo pródigo
que regresa a su padre?
¿Dónde que sólo pueda recordarlo
y ceñirme a la ley de un viejo código
de amor que me taladre?

Yo sé que aprieto un humo, que alzo un aire,
que inflo un sacón vacío, que doy cuerda
a un reloj que no existe.

Y preciso vengar ese desaire
crepuscular para que se me pierda
todo resabio triste.

Pero está para siempre en el silencio,
trabajando el olvido de la tierra
a martillo celeste;
en su rico recuerdo me aquerencio,
hilo sutil al que mi voz se aferra
para que me conteste.

Un correo de sangre nos amarra
por encima o debajo del planeta
a través de la vida;
sigue sonando al aire su guitarra,
y su canción granada se enhorqueta
en mi boca encendida.

Por eso vivo y muero su aventura,
su color especial, su flecha roja,
lo airoso de su signo;
y tengo, coronando mi estatura,
una montura donde no se afloja
su nombre fidedigno.

En barco de papel llevo su historia
bogando desde siempre por mis venas
como por una ruta
donde lo claro de su trayectoria
me quiere aun defender de las sirenas
y su música astuta.

Porque es mi camarada y mi vigía,
y aunque es verdad que lo llevó la muerte
en su engañoso viaje,
encuentro dentro de la sombra mía,
como un cono de luz vívido y fuerte,
el paterno linaje.

Entonces, ¿qué es la muerte? Yo lo escucho,
me acompaña, lo veo, está conmigo;
lujo de mi costado
su legítima voz me nombra: �Lucho�,
y en ese acento está todo el abrigo
que por él me fue dado.

Su neto continente, su mirada
que tanto había visto por el mundo,
su equipaje concreto,
todo sigue mi rumbo y mi pisada
y está en mi entorno como un bien fecundo
o como un amuleto.

De mis cinco sentidos uso cuatro
para transfigurarlo en pertenencia,
sólo que no lo toco;
es la excepción y la abstracción del teatro,
mas lo que tengo asume su presencia
y yo sé que no es poco.

De donde muerte y vida, ¿qué frontera
genuina reconocen para uno?
¿Hay un límite cierto?
Al que un bien entrañable se le muera
no se prejuzgue en miserable ayuno,
que en su vida está el muerto

y en sí lo lleva mientras tenga vida
y su vida a su vez en él no acaba
con su muerte aparente,
sino que rueda larga y sostenida
como una aldaba que no tiene traba
mientras haya simiente.

PIEL

Tu piel es tierra de suspiros.
Tierra de antigua miel
y trazo limpio
donde se envuelve el duro
aire que soy yo mismo.

Tierra de sol
altísimo,
que lleva a la raíz
de tu vida y mi vida a ser rocío,
a fundirse en el mundo legendario
donde el grito es un lirio herido
y donde es suelo firme
el vacío.

Potro blanco en la noche.
Savia que es casi río.
Detrás de nuestros ojos,
un camino de agua y un navío.

(De “De avena o pájaros”, 1965)

PORFIADO BUSCADOR DE CIERTOS TONOS

Porfiado buscador de ciertos oros,
de cierta médula, de ciertas aguas,
aquí anclo el canto.
Aquí dejo mi cántaro aquilino,
mi artillería nupcial,
mi borbollón seráfico,
mi cerbatana, mi bocina.
Viva aquí y aquí muera
mi programa de río sin orillas,
de ruiseñor corsario,
de código juncal,
de torrencial correo de delfines,
de romántico foro.

Aquí anclo el canto:
establezco la sal de su divisa
su diapasón y su diluvio,
junto a la patria invertebrada y candeal de los pechos,
entre sus islas sagitarias,
bajo su aprisco y su tribuna undosa,
ante su potestad y sus racimos,
desde su pulpa montaraz y su arco,
según su litoral y su parábola,
contra su pabellón,
ante su pórtico,
sobre su poderío y su repique.
Es mi asalto a su clima:
quiero en mi sangre su espadaña,
sus catapultas, sus linternas.
Quiero beber sus crónicas de voces subterráneas.
Mirar desde sus párpados y desde sus menhires.
Registrar su batalla y su escritura.
Empuñar su carámbano volcánico.
Asir la vida desde su palanca.
Segar toda la mies de su zodíaco.
Alzar su cábala y su contraseña.

Señor de corazón y de balsón en ascuas,
asumo el dístico piafante de los pechos cantores
y escalo sus peldaños. Es mi empresa.
Siento que blando sus cariátides
tal como si yo mismo me blandiera
en eléctrico ritmo, o vino u ola o cimitarra.
Debo decir, porque me quema el cómputo
de su verdor y de su levadura,
su firmamento efebo,
sus especias, su dádiva.
Y nombrarlos balcón,
iris gallardo,
número de dispendio,
alta atalaya,
pagana batería,
nudo atávico,
persistencia auroral,
pómulo de uva,
eje de subversión,
llave encontrada,
salmo de rompeolas,
miel de ímpetu,
prédica de naranja,
catarata
donde a compás de incendio y desacato
las jarcias yerguen su capitanía.
Veo venir su sembradura,
su investidura de saeta y salva,
sus romeros rituales,
sus riscos de canela.
Y las tildes morenas de sus terrones blancos,
y su desmán celeste,
y la proclama de sus miradores,
y la perenne lluvia de sus dardos.

Árbitros de mi voz y de mis venas,
violento sus umbrales más secretos
para desmalezar, clamar sus nombres.

Respiro entonces en sus cauces
la redonda merced, las finas cédulas,
los temblores de ciervas enrejadas,
las cámaras de dígitos misterios,
los sillares de sueño, los retoños
donde la primavera amarra día y noche,
los cuencos en que el sol domestica sus rayos.

Arcas triunfales, pedrerías
de nunca y siempre y cuándo y dónde y cielo
de complexión terrestre,
mirad sus bergatines de escolleras lunadas,
sus encantadas orzas, sus rabeles,
las calladas espuelas para cruzar la vida,
el suspirado grial para enfrentar la muerte.

Perro a la luna,
para cantar el canto de los pechos
subo sobre mí mismo por la escala
de Jacob de mi lengua.
En mi carcaj no falta nada:
estoy lleno de ojos y de manos
y mi aldaba resuena poseída y sin término.

Me alumbro desde el fondo de mis días.
Yo soy mi propio capitel,
mi más allá sonoro.
Fui abismado, me abismo, y seguiré abismándome
ante esta música infinita,
esta sólida lumbre,
esta tierna escultura,
esta historia, esta magia.
Imposible dejar de su crédito:
o en la dulzura de su crédito:
su perpetuo circuito es el aval de la alegría del mundo,
y su panal bifronte.

Hembra solar,
mujer de oro,
ilimitada criatura,
encrucijada y meollo de la vida,
miré su cuerpo y dije esa vanguardia
donde la primavera se desboca.
Y feliz rabdomante,
busqué y cavé, golpeando
en el aire, en la tierra y en el fuego
como brújula viva,
para saber y penetrar su núcleo,
su verídica savia, su aparejo,
sus implicancias cósmicas,
su entretejida red con mis provincias
de sanguíneo varón.

Es un decir, no sé, nunca se sabe,
pero cuando las aguas de la vida
rueden su tiempo en quiebra
sobre mis últimas estribaciones,
quizá esta zarza ardiente,
este son de mis huesos,
esta caja, este remolino,
sostengan mi armadura y mis caídas cejas
ante los calendarios sin medida
del paraíso o del infierno.

(De �Cantata a dos voces�, 1975.
Fragmento final del único poema que
constituye el libro)

TIEMPO DE AHONDARSE

Tiempo de ahondarse,
de darse en miel al caracol del sueño,
de hallar la despaciosa medida de las horas,
de acompañarse con la soledad,
de despenar la pena para siempre,
de andar al sol para desempañarse,
de verterse en el cántico del mundo,
de arg�ir como una hoja entre las hojas,
de abarcar la ternura del planeta,
de vindicar la obra de los días
de retornar a todos los retornos,
de heñir la vida como un pan moreno,
de licenciar la lágrima traidora,
de transmutarse fatalmente en oro,
de recaudarse, urdirse y aceptarse,
de sangrar dulcemente.