FEDERIK, MIGUEL ÁNGEL
ACUÉRDENSE DE FORCLAZ

-Al fin San José, iustisima tellus.
Canaan sin ajenjos ni gamuzas para los hijos del Valais.
Tributaria de Urquiza, ese lejano general,
señor de saladeros y palacios, afecto a las mujeres
y a los oropéndolas de los carnavales venecianos.
Al fin la tierra, estas colinas brunas, mansas, moras,
con los lamparones del cobre pobre de sus pedregales
y este río que desciende de canteras de nubes y cristales
y no de esa caverna de leyenda y sin auroras,
que habitan espejismos, pájaros, caracoles.
Aquí levantaré mi molino: en esta altura casi azul de la
campiña. Yo he soñado, tal vez, con estas arboledas.-
-Notre fr�re, pardon, nuestro hermano Forclaz , q.e.p.d.,
es un enviado del infinito y su misericordia.
Él ha venido a convertirse en un mártir ignoto
Y destinado a hacerse sombra en estas pampas insólitas.
Al arrojarse desde la atalaya
de su sueño de piedras con velámenes,
se ha hundido para siempre en el infierno,
pero quizás amó las sementeras, que ustedes sólo labran.
Su tumba le pertenece. Yace en paz
en medio de lo que le fue adverso.-
Cuando sople el último viento, el viento capaz
de mover estas ingenierías inconclusas,
estas aspas remisas al poder de la trigonometría,
acuérdense de Forclaz�
sus inmensos ojos puestos en la bóveda
como un gozante periscopio ensimismado,
sólo vieron el logaritmo de los amaneceres en Capricornio,
y una bonanza de golondrinas con su duelo sin labores.
Un día, levantó sus manos de las cremalleras
y las escuadras y las espigas, sobretodo las espigas
que lo herían con el oro de sus agujas derrumbado
y se preguntó: -¿Por qué el viento, Dios mío, por qué el viento?
La respuesta duerme entre estos cirios sin bendecir.
Ha muerto de espanto ante la magia.
Va cesante de ángeles por el aire quieto. Cuando escuchen la pavura de los antiguos
sobre esta Terra incógnita, acuérdense de Forclaz.
Mackandal y sus tambores, acuérdense de Forclaz.
Alfinger y su flecha, acuérdense de Forclaz.
El águila y los cedros, acuérdense de Forclaz.
San Brandan y la ballena, acuérdense de Forclaz,
el abismo y la serpiente, acuérdense de Forclaz.

ATARDECER EN SAN IGNACIO

¡Oh alturas de Teyú Cuaré!
guirnalda y lámpara de lapachos encendidos
y este río que huele a luz de atardecer entre las islas.
Desde tus piedras, un hombre de afilada soledad
miró el edén, la despiadada lujuria de las resolanas
y regresó a plantar su palmera, amurar el dintel,
abrir con nafta y pala un sendero con pausa de duda
hasta las aguas que arrastran limos,
aparecidos, leyendas y jangadas.
Trajo su mujer y su silla,
y entre libros y lanchas, azadas, fonógrafos,
brazaletes, orquídeas y proyectos,
aquel hombre soñó una densa víbora
que cercaba su casa.
Asustó con tigres y tapires a una niña,
Alfonsina de alcanfor, puntillas y palomas.Cepilló moldura y alféizar. Clavó su cama.
Esbozó mapas estelares, cinturas de galaxia
Y modeló arcilla, senos y palabras.
Hizo el inventario del jesuita:
lis, tijera, escapulario, crucifijo,
goznes, chirimíes, candados y violines
Y compartió mandubíes, lecturas y suicidios con Lugones.
Tomo apuntes del cansancio, la locura,
los venenos y amó las ramas del guavirabí,
las siete cabritas a media asta
entre su boca y las tinieblas.
Se bañó en el Yabevirí de su cuento.
Le demostró a Payró la fidedigna estatura
de su temple. Fue cónsul, juez de paz,
ceramista y navegante, navegante de las azules
y terribles correderas de la desesperación
y de la inteligencia.
Un día Teyú Cuaré, ese hombre,
desayunó con la muerte en Buenos Aires.
Nosotros le llamamos Horacio Quiroga.
Sabe Dios qué nombre de panambí o anaconda,
le darán estos ángeles que me muestran
San Ignacio y su casa esta lúcida tarde,
que se demora en el aire de su propia transparencia.
(Fuegos de bien amar, 1985)

CUANDO BAJE EL GUALEGUAY

Cuando baje el Gualeguay,
cuando deje de cortejar nidales ateridos
y regrese entre balsas de hojitas a su caja de greda;
cuando baje el Gualeguay,
cuando vuelva del aguaribay y las lagunas,
la boca llena de pimientas y de oros del celaje;
cuando vuelva el azul al ojo de las vacas
y el moscardón verifique con el sonar de sus bajos
el sepia lento de sus barrancas curvas,
cuando baje el Gualeguay;
cuando recobren su sintaxis las urdimbres del sauce
las palabras serán piedritas de colores en la orilla.
Cuando música y eco de palas de remos
de canoas invisibles reverberen entre vapores y colinas,
cuando baje el Gualeguay.
Cuando baje el Gualeguay
y las garzas impriman en arcilla morada
las notas de la canción que termina
donde comienza el vuelo; cuando el sarandí abanique las faldas de las hadas fluviales
y ensayen sus letanías la madre biguá,
la madre crespín, la madre iguana
y todas las madrecitas de la ribera aparecida,
cuando baje el Gualeguay;
cuando la capibara sacuda el barro de sus tetas
y el río huela a pisingallos y azufre
con la orquesta en su punto, con el agua en su flecha;
cuando baje el Gualeguay
y yeguas de cobre bañadas en rocío
retocen entre perros de luz y palmares de hondura;
cuando baje el Gualeguay,
cuando olvide de su condición de hijo único
y por leguas de niebla levite
ante el piadoso bisbiseo de los desamparos;
cuando todo huela a leche de tases,
a piel de guazuncho, a lana mojada, a boga con luna,
a jabones del aire, a leña verde de trapos colgados �
Cuando baje el Gualeguay,
veré el volcán con palitos de la hormiga,
las ruinas del mandala de las arañas del monte,
el ay de las criaturas ahogadas en la luz y en el aire.
Cuando baje el Gualeguay,
iré a leer los ideogramas de las garzas, la canción que termina donde comienza el vuelo
y las garzas son garzas para siempre;
cuando baje.

DESPEDIDA

Pronto serás del alba y del silencio.
Olerás a ceniza y a buen tiempo.

ELEGÍA POR ALLEGRA

“En memoria de Allegra Byron, hija de G. G. Lord Byron,
que murió en Bagnacavallo, Italia, el 20 de Abril de 1822,
a la edad cinco años y tres meses”.
(De la lápida escrita por su padre)
Huelgan los embalsamadores a tu lado
con un lívido saldo de ung�entos y tijeras
y sollozan los urgentes monaguillos del claustro
suspendidos del levísimo perfume de tu muerte.
Y lejos cae la tarde turbia por un fanal de gárgolas celestes.
Pero ¿dónde dormirás ahora
con tu ángel en cuclillas velándote los bucles,
travesura del error, pompa de tinieblas?
¿Dónde, dónde Allegra mía,
escándalo de Dios, impericia de las hadas,
esguince y avería de las primaveras?
Hace rondas mi mano y no te encuentra
en los retablos de nubes de la historia y sus días,
ni en las rayuelas de la memoria y su escalera,
sevicia de la sombra, Allegra, Allegra mía;
caracola que no se abrió sino a los improbables
querubines del infinito, lujuria de eternidad,
brasita de incensario, inasistencia del perdón,
temor de la nieve y los almendros,
sorprendida en la inmensa soledad del universo. Rehusarán los señores de Harrow
a guardar tu cajita de música nevada,
a tocar tu cofre de asombrado alabastro:
nardo, nácar, lumbre, arcangélica sed de la seda,
desnudez del infortunio, traspié de la mañana.
Sólo en ti fue posible la venganza:
pujanza a solas, azor de azúcar, brote en su cuna,
luna quebrada, espuma sola, melodía,
descarne del contraluz, avaricia de la suerte,
gacelita sonámbula, flauta en el país de los colores,
extravío y esplendor de las torpezas.
Y huérfana en la muerte, como todos.

IMAGINARIO DE SANTA ANA

3
Salvaje en la infancia llevo
como una tatuada ojera del infierno
la sombra aquella grande del ombú,
donde aún con la mirada
yo también deg�ello los corderos.
Manta sanguinolenta en los corrales
secándose al sol como un consejo.
Eso han sido los sueños.
5
El molino, como un antiguo reloj del deseo,
levantaba el salobre émbolo de un beso
y la tierra boca arriba iba en socorros del viento.
Las casuarinas afinaban un coro de calandrias.
Las muchachas y las garzas se retocan el pecho.
Y era un vaso de agua apenas pura,
mi corazón, a cielo abierto.
7
La mecedora de mimbre y el corredor colorado. A las tres de la tarde la mesa aún servida
y el vuelo blanco del mantel
como un sudario campesino moviéndose a destajo.
Las patinadas piñas de los relojes de Scharzwald
caían como uvas reincidentes al peltre de la casa.
Los perros, echados y faraones, miraban indolentes
el natatorio de moscas, que era el aire.
Alucinado en secas, el campo se venía
como un perdón reptil a las tranqueras.
(De Imaginario de Santa Ana, 2004)

IMAGINARIO DE SANTA ANA

13
Soledad miraba
sus arcángeles de fuego a campo abierto.
Viento norte caballero acariciaba palmas,
terrón, trigal, niña en breteles
y en tajamares de mercurio refrescaba
la yema de sus dedos satisfechos.
De luz infante en el cuerpo recibía
con doctrinas de lujuria,
su testamento de incendios.
30
Al arenero ataron los últimos tiroleses bayos
y un arrugado crespón violeta a sus costados.
Una hilera de nudos como puños,
descansaba en la bordona del alambrado y sostenía en la otra punta del columpio,
la incomprensible tristeza de los caballos.
Lo sacaron como a las tres,
seis con el sombrero cayendo de la mano.
¡Y se abrieron de repente las sombrillas
como efímeras antorchas de trapo!
Lejos, bajo el alero embaldosado,
recibimos la señal de persignarnos.
Creo que nunca volvieron a la tierra,
los seis aquellos que se lo llevaron.

NIÑA DEL DESIERTO

“-Si no hay para ti un lugar en el mundo,
yo te llevaré en mis ojos.”-
(Proverbio Árabe)
Cuanta materia de realidad futura -me dije- habrá en los ojos de
/esta niña que no pude ver bien, parada en la arena del desierto
o parada en el fondo naranja de la pantalla de CNN en español
al borde de la carretera que sube desde Az Zubayr a Basora,
o que baja a los infiernos de Bagdad, que ahora es un infierno,
y hago aquí unos puntos suspensivos porque una vez hubo
/jardines en Bagdad
y esta niña parada entre mujeres vestidas de negro, tiene la edad
/de aquellos jardines
y ve pasar tropas camino de Bagdad como si viera por primera vez
otro mundo,
ya que es el otro mundo el que ahora está pasando frente a ella
parada en el resplandor dorado de las arenas de este día de la
/primavera boreal,
mientras voy al mapa del diario de hoy: 23 de Marzo de 2003 para
/fijar exactamente,
con precisión poética y felina el sitio exacto en que la ampara la
/sombra de mi dedo
que ya sabe que una vez en Bagdad, hubo jardines verdes y dorados
y leones de mosaico, celestes y dorados, protectores de templos o
/de tumbas
y es imposible vivir en un desierto ignorando que los leones
/verdaderos
son celestes y dorados y esta niña en el camino de Az Zubayr a
/Basora,
guarda en su pupila el ojo de la aguja y ve pasar camellos solamente
como quien hiciera de su mirada la otra puerta de la historia.
Los leones son celestes y dorados porque cuando eran celestes y
/dorados
en el mundo real había leones de azafrán y de canela y una niña real no puede vivir en un mundo de leones reales
ni con la imagen de ejércitos pasando eternamente por su mirada,
porque los leones reales nunca fueron de azafrán o de canela
sino celestes y dorados y una niña tiene la mirada de una niña
y una niña parada en el desierto es una niña parada en el desierto
cuya mirada quiero que se conserve en este poema
puesto que si esa mirada hubiese desaparecido antes de este poema
nunca hubiese habido leones celestes y dorados
y tampoco nunca hubiese visto yo a esta niña de oro parada en el
/desierto.
Cuanta materia de realidad, futura como toda realidad,
está mirando esta niña -me dije- porque de esos ojos cegados
por la luminosidad enemiga que cargan estos carros de guerra,
saldrán canciones, novelas o biografías que harán del mundo este
/mundo
y que me gustaría leer otro domingo de mañana y en la paz de mi
provincia
y que sin embargo ignoraré -por una cuestión de edad- para siempre;
pero sabiendo contra todo pronóstico o gnoseología
que los leones son celestes y dorados porque son celestes y dorados
y no hay poder real que pueda derrotar la ultra realidad que pasa
de tal modo en los ojos de esta niña parada en el desierto,
entre mujeres de negro de la cabeza a los pies paradas en el desierto,
porque la poesía ha sido siempre una niña parada en el desierto,
y una niña parada en el desierto es suficiente testigo de su mirada.
(De Niña del desierto y otros poemas, 2010)

TESTAMENTO OLÓGRAFO

No es pan la luz, sino frescura que se agota
con su último cansancio,
como esta ráfaga ligera en la penumbra de la casa,
donde somos arcilla, peones y pesadumbre
de los astros, y donde hemos aprendido, mujer,
a costa de nuestros muertos,
que todo tiene un terminarse en paz como esta tarde,
una súbita conciencia de órbita salada,
que ya mira desde lejos y para siempre
la perfecta lisura del horizonte y sus árboles.
Y será un día la hora de partirlo todo.
Pujarán contra el silencio
para hacerme más tenue y más liviano,
como potrillos que ateridos se fugaran
ante las incesantes cenizas de la luna. Disputarán las ganadas razones de mi peso
y me devolverán, devotamente las raciones de olvido,
que sin duda yo también sin quererlo, les he dado;
porque todo tiene un terminarse en paz
como esta tarde,
un equilibrio sagaz para el último instante,
una lucidez animal que halla estrellas
desprendidas y volantes por el aire.
Dejo a Lucía de los Ángeles las campanas de Singapur
y la exacta mitad de mis poemas.
A Juan Pablo mi silla, mis perfumes y las llaves,
las del cielo, las del infierno y la que abre la decisión de
elegirlas
que siempre estuvo en mis actos.
Y a María Victoria, mis bufandas y mis ojos
para que alumbren de mí, mi cesantía
del gozo que les queda por delante.
Y a vos nada. Prefiero
seguir debiéndote lo que me llevo:
el botín de tu caricia y tu condición de lámpara.
Y a los cuatro, el corazón que fue mío en condominio,
como un trébol feliz, fecundo y calmo.
(de Fuegos de bien amar)