GATICA, HÉCTOR DAVID
ALAMBRADOR

Tiene un canto en las virutas que le saca a la madera
el gusano de acero del taladro.

Tenazas callosas
las manos de los Flores
tiranteando las cuerdas del potrero
hasta darle el sonido de una larga guitarra
con trastes de varillas, medias trabas
y recios rodrigones…
Un destino de músico y peón.

II

Encerrando distancias por la Merced de Amaya
desde la Sierra de las Minas
hasta dar con los guadales de La Médula
desenrollas tu vida, alambrador,
y la entierras como un poste de retamo.
Y en las manos
cuando quieres posarlas sobre tu hijo
se te vuelven corteza las caricias.

ALUMBRAMIENTO DESDE EL BARRO

Siento los pies congelados.
El viento sopla afilando la mañana.
Aquí sucede
que hay que quebrar el agua para poder amarla.
Observa mis manos
partidas por la música del barro. Mira como, goteando,
me salen murallas por la punta de los dedos.

CAPÍTULO XLVI – AQUEL CRISTO NEGRO QUE AYER SACARON DE TU CELDA

Conversábamos contigo Toto Guzmán de tu reciente prisión
cuando una de tus hijas te avisó que te buscaban.
Yo me quedé mirando tu café sin probar.
Volviste y alzando los cigarros y la campera
agachándote me susurraste no te muevas
han venido a llevarme.
Tu mujer trata de convencer a las criaturas que volverás
salen a jugar
y recién entonces ella iza las banderas del llanto.
Yo sigo mirando tu café
negro, amargo
y enfriándose como algo que acaba de morir.
Supe que los primeros días estuviste muy mal
que te declaraban con los ojos vendados
las palabras atadas
y la ametralladora contra los pinceles.
Cuando te devolvieron las manos
con diarios dentífrico fósforos fideos
y pedazos de tu imaginación engrillada
comenzaste a despertar criaturas
como ese cristo negro de papel higiénico quemado
que ayer sacaron de tu celda.
Tus hijas se acuestan cada noche sobre el miedo
tu mujer te inventa carta todos los días.
La anciana madre en cambio reza y calla.
Rodeado de estos cuadros que vos pintaste defensores de
tu olvido
cuán larga se hace esta ausencia.
Vuelve aunque más no sea por este café
amargo y solo
que hace cinco años cuido.

CAPÍTULO XLVIII – LOS ESPERÓ OCHO AÑOS

Don Humberto Pereyra
tenía el corazón siempre en las manos
y lo ofrecía a todo el mundo.
Lo vivía repartiendo.
Fue maestro rural mientras permaneció en Corral de Isaac
y cuando se vino a la ciudad
embajador del cariño.
Su hijo Ariel Ferraro debió irse del país con toda su familia.
Ocho años estuvo esperando el regreso
que no es poco tiempo ya para un octogenario.
Prolongó su vida nada más que para verlos antes de morir.
Al fin llegó, Arielito
joven ya. Se fue niño.
Hacía una semana que había muerto el abuelo.
Los esperó ocho años.

CAPÍTULO XXXIII – PÁJAROS EN LIBERTAD

Un hombre vendía pájaros en la calle
le obligaron ponerlos en libertad
qué hermoso gesto de amor a la libertad.
De vez en cuando llegan noticias de la cárcel de Sierra Chica
en cambio de los que están presos acá no se sabe nada.
Los pájaros liberados andarán sembrando en el aire
cantos y colores.
El historiador riojano tiene número ya en Sierra Chica
le corresponde el 933
así que ya no hará falta identificarlo como el autor del libro
Los Coroneles de Mitre
desde hoy bastará con llamarlo el Novecientos Treinta y Tres.
¡Miren allá!
Ahí van los pájaros
tirándole cantos y colores a la libertad!

CAZANDO

Lo más emocionante era la noche
tocándonos apenas la punta de los pies.
Yo alumbraba su puntería con una linterna
y él baleaba los gritos de las vizcachas.
Años después a mi hermano lo llevó su ingeniero a la ciudad,
ése que ya le apuntaba en los tobillos
y que le dio un rostro de dos pisos.
Todo para nosotros fue un acontecer de senderos y de cuevas
entre iguanas y lampalaguas.
Mi hermano tenía la siesta en los cabellos.
Una vez me dijo que él era la siesta
y le creí
pues yo sentía el tiempo al lado de su sombra.
Aquellos atardeceres y su silbido me eran similares
y lo recuerdo tanto así en cuclillas al anochecer
tanto
como a la tierra fina que echaba sobre las trampas.
Una piel de zorro es tan hermosa para mí
que volvería a ser niño por sólo una piel de zorro.

CHÚCARO

Azotes, espuelas y caricias
le frenan la potencia encabritada.

Una ilusión de pérdida lo invade
desde el lomo hacia el suelo sobre churquis
donde se acabaría Alfonso Ibáñez
y todos los que doman
desde esta tierra al norte.

Pero el tiempo es dolor que al fin se aprende.

Doblando sus luciérnagas de espanto
ha de inclinar la sangre en el maíz
baba caída en días de equilibrio.

Y se atará el poniente entre las crines
con claveles de estrellas sangrantes al costado
por la música de las espuelas.

Por último
bajo el rocío de los dedos de Alfonso el domador
todo vendrá a rendirse por las lonjas y el morral
que amansarán el miedo de las grupas.

CONTIGO

Entrábamos a una capilla
yo buscaba tu frente;
la encontré en mis labios.
Los muertos amados
también nos solicitaron desde el cementerio:
�Venid a visitarnos
para que vayáis aprendiendo nuestro oficio.
Con tus manos restantes
abriste la tarde
y como si leyeras La Biblia
tenemos que completar el sufrimiento que le faltó al amor dijiste
luego lloraste un poco
después dormías.
Por la mañana caminábamos
costeando esa chacra que cuidan las lechuzas.
Recíbeme este brazo te pedí
mira que si no
se lo doy al vuelo de ese pájaro
él tiene en su garganta
la misma canción de tu cintura.
¿Ves aquellos árboles? Ya te conocen;
yo los he instruido de ti.
Es hora de que viajes.
Es hora de quedarme muy solo por la senda.
Llévate al menos
la mirada de Dios desde las aves.

DESDE UN SILBIDO

Una mañana tan parecida a ésta
la misma cantidad de cielo
la misma cantidad de otoño
caminábamos con tu madre.
Ya se le notaba tu vida en sus ojos
y eras casi una caricia en su andar.
Una mañana tan parecida a ésta
la misma cantidad de sendas
la misma cantidad de árboles
deshojábamos una brisa con tu madre
tembló una rama en su voz y por llamarme dijo tu nombre.
Hoy no está ella aquí
y es campo y es otoño
una perdiz sale volando al costado del camino
eso me hace recordar cuando aquella viejecita de vestido largo
doña Luisa Cabáñez
me contaba cada vez que venía a nuestra casa
y me encontraba jugando:
�Yo lo encontré a usted
en un nido de perdiz.
Y hoy quiero decir tu nombre, hijo
y tu nombre se me escapa volando.
Vienes desde un silbido de perdiz no lo dudes
a romper el cascarón del próximo verano
para que asome un pichón de sol por tu mirada.

LA ABUELA

Mi abuelita Antonia no fue una mujer
fue una trenza
colocándome palabras desconocidas.
Tal vez si hubiese escuchado sus rezos
tendría más pasado.
Lo más lejano en mí
no es aquella casa encantada de Santa Ana sino el modo de sus trenzas
formadas de nacimientos y despedidas.
Los caminos me llevaban hasta sus días anteriores
con un peso luminoso para mis alegrías
que se iban de paseo
y de zapatos dolorosos
con pantalones que no se podían ensuciar.
Tengo una confusión de lunas, árboles y desplayados
y de otras cosas tan fantásticas como borrosas
aunque no menos dichosas
que el estallido de esas noches enormes.
Mis primos me apuntaban con sus carreras
que venían a estrellarse contra mis pantalones cortos.
Un día vi a mi madre
viajar sin mí a Santa Ana
volver y acostarse.
De esa cama ya se levantó con la cabeza blanca
y el paso de luto.
Dios viste a sus criaturas
y que yo recuerde
mi punto de partida fue aquella incuestionable trenza.

LA COSECHA

Nos íbamos a cosechar el sol en bolsas.
Aturdíamos la algarroba.
Sus vainas largas se parecían a la risa de mis hermanos.
De la algarroba extraíamos la aloja.
La aloja tiene gusto a Dios.
Tiempo del tiempo de las cigarras:
El canto de una cigarra es mi mayor virtud.
Nos desalojan el suelo.
Lo dejan sin algarrobos.
Nosotros pasamos a ser la tierra desolada con un coro sepultado
ése de los coyuyos distantes
que nos castigan la cara
como si los árboles rebotaran en nuestras venas
temerosos de secársenos, también, en el corazón.

LA TUMBA DE PEDRO BERÓN

Lo esperarán “de vicio” los boliches
en las botellas lánguidas y rotas.
Le cargará su muerte a cada taba.
Le apostará su ausencia a cada sota.

Vendrá a correr relinchos un lobuno
sin que le frene nadie las partidas.
A cada cancha faltará esa fusta
que se cayó del lomo de la vida.

II

Trajo unos postes, puso la roldana;
pidió una pala, un noque y una soga
y fue cavando, entrándose en la tierra
donde la tosca es golpe que se ahoga.
Vivió en los pozos, buzo de la arcilla,
buscando el agua de hondas napas frías
y fue poniendo marcos de cansancio
en los costados lerdos de los días.

Le dio a la tierra muda bocas frescas
y le arrancó palabras de agua, breves
para el valido largo de las cabras
que ardientes beben.

¡Tantas sequías! Cuántos que lo ataron
para que baje y busque la corriente
y así aumentar la sed del reumatismo
que en cada hueso duele una vertiente.

Él, y sólo él, su tumba iba a cavarse
con esa hondura propia del pocero.
Se fue enterrando en todas las paladas.
Le llovió tosca el noque, roto el cuero.

La tierra habló con húmeda insistencia
y Pedro vio su llanto de ojos fríos.
Bebió su boca amarga de terrones
y sintió el agua entrarle como un río.

Salió a cuadrar un tiempo de piletas
y cuando estuvo, dijo que lo echaran
con una sola soga. Descuidado.
Lazo del aire largo en que lo ataran.

¡Crujió la muerte justo bajo el nudo,
los echadores dieron un tirón
y fue sentir un golpe húmedo a trueno
en la profunda tumba de Berón!

LA VIEJA GUITARRA

Sus manos me enseñaron a quererla
a ponerle los dedos de tal forma amorosa
que soltara su canto
manos temblonas de tirantear alambre por los campos
de Balde de las Marías
dedos callosos enredándose junto al puente
de la vieja guitarra
madera con cicatrices
una por cada boliche donde el trago
rasguñaba a los hombres su larga mansedumbre
y claro
se despertaba en tajos.

Usted don Alfredo Leyes me enseñó ¿se recuerda?
a caminar por los bellos diapasones
con esas manos suyas grandes como la sombra
de algunos algarrobos
espesas y pesadas.
Venían de sostener la mancera en las aradas
y le tapaban la boca redonda a la guitarra vieja
más vieja por las cosas lejanas que le sacaba a ratos.

Usted mi amigo don Alfredo Leyes
que acababa de trenzar un lazo de ocho tientos
andaba luego con los dedos poderosos por sobre aquellos
trastes acerados
y entonces
le nacían milongas a sus callos
¡pucha digo!

Yo le pedía me enseñara a tocarla
porque sí por eso nada más
o a lo mejor por no olvidarlo nunca
y cuántas veces se bajó de ir arreando a guardamontes un toro
y empezó por dar vuelta a las clavijas
sólo porque sonara como la voz del viento en los retamos.

Yo le pedía don Alfredo Leyes ¿se recuerda?
que me diera a aprender la caricia de la música
y sus manos que alzaron cuando mozo
el rebenque pesado del carrero
un rebenque capaz de echar al suelo a un hombre
esas manos andaban livianitas por las cuerdas
buscándoles el tono del crespín en las breas.
La abrazaba con miedo de romperle la cintura
porque sus músculos sólo sabían luchar con las sequías
desafiándolas a noque y a roldana
y ella, la guitarra vieja,
se le quedaba mansa y atendiéndolo
para que usted le diera ese sonido
que andaba con estribos y al galope por su pecho.

Nunca le di las gracias.
En su sombrero algo me lo decía:
la copa, acaso el ala; la cinta desflecada por los montes.
Jamás le dije que le estaba agradecido
por enseñarme a caminar cerca del canto
despacito y sin ruido como el tranco cazador de un puma.
Por eso este poema
para decirle lo que nunca le dije.
Habrá que ver qué pasa ahora cuando usted lo rastree
en la vieja guitarra
con sombrero
y a solas.

LOS TROMPOS

Pueden preguntárselo a don Pedro Miranda;
él los hacía de sus arrugas.
Justamente porque lo apretó la casa
cambiándolo de rastro en estrella
es que lo recuerda mejor.
Los trompos nos ponían de música
daba espirales el corazón
bailaba la vida.
Al fin se nos partieron
apretándonos la infancia sus astillas
así como lo apretaron los horcones a don Pedro Miranda.

PAÍS DESVELADO

Crecer con una decisión:
Destrozar los candados.
Rescatar el maíz desposeído
por lo que tiene de nuestro y de esta tierra.
Pertenecer al sol de Capricornio
donde un hombre de estaño muere por Bolivia.
Mostrarse heroico en esta latitud chilona del cobre mutilado
o junto al Golfo de Darién
rescatar por lo menos un pan cada mañana.
Preguntarle al país por su esqueleto
o por el ganado ilustre de las pampas.
Hay días en que todo se sostiene
porque uno acaba con el hambre justa
y no quedan ni ganas de silbar.
La carga que una llama alza en Socompa
es la misma que pesa en nuestro abuelo.
Apenas si uno sabe que es hijo de estos chacos
porque nota la ausencia de ser dueño.
Alzando el corazón, que aún nos queda sano,
quizás reconozcamos
nuestra sangre.

PRESENCIA DEL CALLO

Estos callos
que me florecen en el saludo que inventaron los amigos
nacieron en oblicuas jornadas de azadón, amasando barro.
Mirarlos detenidamente
es descubrir el encanto de una lágrima,
tocarlos en su dureza
es sentir las tardes colgadas de mi mano
haciendo peso desde un balde de albañil.
Sucede que se me puso molesto el corazón
porque vio que entraba una luna muy fría
por un sueño sin techo y sin amor.
No me quedó otra solución que conseguirme estos callos;
Los encontré en el cabo de una azada.

PROVERBIO DEL SILENCIO

El amigo ama en todo tiempo; es un hermano
para el día de la desventura.
Prov. 17. 17
No podría convocar la palabra
sin haberla andado antes
pie por pie
porque abrir la boca al viento
para decir cosas
cuando un amigo nos pide con sus puños rotos
que le hagamos silencio
es blasfemia el hablar.
Compartiré esta hora del dolor tuyo hasta sentir mi corazón levantándose en gajos desde tu herida.
Y recién entonces,
con los dedos machucados,
me haré presente en la PALABRA.

SOMBRAS

Luz del alba rumiando en los chiqueros
que mi comadre ordeña.
Sus manos sustanciosas amasan quesos
o golpean la tela el día entero
tejiendo peleros y jergones.

Mientras tanto los brazos de su hombre el hachero
rebotan en el monte
o se abren como leños
para abrazar los árboles tumbados.

Cuando al caer la tarde el horizonte
parta al sol de un hachazo
y llegue la sombra con sombrero al rancho
dos manos rozarán sus asperezas
al pasarle ella un mate junto al fuego
y temblando cansancio entre los puños
sin decirse palabra
dos sombras sabrán que se han hablado.

* Nació en Villa Nidia, San Martín, provincia de La Rioja, en 1935.