GRANATA, MARÍA
¡OH, TERRÓN DE PALOMA!

A mi hijo

Oh terrón de paloma,
ligadura quemante,
dios inconcluso.
¿En qué clausura aguardas
tu parte de pasión sobre la tierra?
¿Qué imágenes darán fuerza a tus índices?
En tu lengua otra vez serán los nombres
con su dolor, su clave,
y el revuelto calor y el testimonio.
Mis ojos, gota a gota,
han llenado tus órbitas,
y todo lo veré cuando tú veas.
Oh lúcido infinito que en mí vuelca
luminosas historias
en donde el corazón más se entreabre.
Alrededor de ti
se anudarán los días
y en su corona grávida, inmolada
siempre desbordarás las dos imágenes
que cierran tu unidad.Traes la continuidad salvada en sangre.
Traes del aire un impar tallo lechoso,
y del tiempo las vísperas.

¿QUIÉN TRAE MI ADOLESCENCIA?

¿Quién trae mi adolescencia entre los brazos
salvada, sí, salvada,
un hombro exang�e, el otro incandescente,
los ojos derramados, un pie abierto?
¿Quién trae mi adolescencia,
quién la encontró atada a un bosque helado?
Viene envuelta en tormentas de resina,
y en su mano ahuecada
vuelan palomas
con el pico de lava.
Hace girar
un ataúd vacío para siempre,
y el corazón le late descubierto
sobre un plomo extenuado.
Ah, déjala clavada
a un árbol compasivo.
Dormida en la corteza,
sin cesar de inmolarse,
me llamará y sabré que aún está viva.
Que oiga su voz, que desde lejos vea
los ojos derramados, el pie abierto,
la mejilla tirante.
Clava su abrazo y su estupor. Y deja
que las lluvias la laven.

A CARINA
HEROÍNA DE CROMMELYNCK

Nació tu ser y tu fervor nacía
para el amor, no para los amores.
Un llanto lejanísimo caía
en tus ojos abiertos como flores.

Ah, Carina, Carina, eras tan triste
como el último día del verano,
y al mismo tiempo tan dichosa fuiste
cual la primer manzana del manzano.

Suenan cuernos de caza. Un matutino
arrebato animal te desconsuela.
¿En dónde estás ahora? Te imagino
lavándote con sangre de gacela.

Quedó todo tu amor en carne viva.
Tú también parecías desollada.
Luz que recién venía y ya se iba.
Paloma de sus plumas arrancadas.

Ah, Carina, ¿por qué no me llamaste?
Tu perdida congoja yo la gano.
Arrasaron tu alma, te quedaste
como un bosque talado con la mano.

Quisiera haberte conocido, hermana, cubrir tu frente con un sueño mío,
y de la sangre que mi pecho mana
darte un puñado tibio, darte un río.

Imagino tu abrazo de guirnalda,
la pureza silvestre de tu asombro.
¡Qué cascada de flores por la espalda!
¡Qué capullos disueltos en el hombro!

Perdida, sí, perdida y sin encuentro.
Sólo de desazón las manos llenas.
Todo el frío creciéndote por dentro
como un sudario te envolvió las venas.

Suenan cuernos de caza. ¡Corre, corre!
Flechas enlouecidas ya te alcanzan.
Nadie te salva, nadie te socorre.
Distintos fríos por tu cuerpo avanzan.

Tu mirar neblinoso a mí se asoma.
Quisiera darte un tierno nombre hallado
adentro de mí misma. Toma, toma
el que te guste más, de mi costado.

Había en tu rubor, triste Carina,
una cereza verde, otra madura.
Te lastimó la rosa y no la espina,
criatura de pasión y de dulzura.

Yo arrullo tu dolor, tan verdadero,
tan inmenso, sin tiempo y sin orillas.
Me reconozco en ti, contigo muero:
tu llanto es el que moja mis mejillas.

ÁNGELES DE YESO

Con el escalofrío de los tallos
los ángeles de yeso
en el jardín miraban la alta luz
y sentían su peso.

Su blancura volcada en las raíces
en columnas subía.
Hasta su soledad
nunca acababa de llegar el día.

Y ellos abrían grises olvidados
por toda luz en sus pupilas huecas,
y buscaban el cielo
entre las hojas secas.

ANIMAL MUERTO EN LA PRADERA

No conocías, no la primavera.
El pasto que mordías era un sueño.
Estabas vivo y nadie te veía:
tu corazón era un terrón desnudo.
Ahora el aire te anuncia en la pradera.
Tu osamenta por todos en husmeada,
y tus huesos aúllan,
y tu ternura existe todavía.
Ahora eres algo que la tierra muestra
como un paisaje de tangible fuego.
Puedes beber el agua de los ríos:
antes no la bebías, era un sueño.
Puedes pisar las flores entreabiertas
sobre la escarcha, ver el arrayán.
Feliz de ti, feliz de ti, te lleva
en su lengua de frutas el verano.

BELLO ES CANTARTE,
¡OH CONTEMPORÁNEO!

La misma ráfaga de eternidad nos ha golpeado.
Quedan a nuestras espaldas
los mismos días insepultos.
Hemos coincidido en el humus
y cambiamos puñados ardientes
para que el amor se cumpla desde su comienzo.
Caminamos sobre la misma seca sangre terrestre,
atadas nuestras sombras.
No sé cuál es tu paso, cuál el mío;
sólo dejamos una agitada huella,
señal de compartido calor humano.
Vemos al árbol abrirse en cráter vivo
y nos asomamos a su abismo de gracia,
a su torrente.
Juntos pisamos las manos solitarias
de los dioses antiguos
y pisamos las sienes de los muertos.
El pasado ha apisonado bien la tierra.
Bello es cantarte, ¡oh, contemporáneo!
Me veo vivir en ti,
me contemplo en tu carne,
m�dula paradisíaca.
Somos una sola respiración,
un temblor unánime.
Es que del temblor hemos nacido.
Sé que poseo tu cantidad de vida,
sé que despertaré cuando despiertes
sobre toda la tierra,
en la sequedad de las ciudades o junto al río ornado de pisadas humanas.
Sólo seré mortal si tú lo eres.
Atestiguamos los mismos hechos,
caminamos de espaldas al mismo milagro,
sin volvernos,
sin sucumbir en él.
Coincidimos en la luz que nos cubre
como una terrible felicidad
que nos va consumiendo.
Coincidimos en el temor
de vernos desasidos de la carne,
y sólo podemos sostenernos
los unos en los otros.
Somos nuestra propia tierra
y socavamos la sed,
y es éste el interminable trabajo que cumplimos.
La sed es el lugar de nuestro encuentro.

(�Color humano�)

CANCIONCILLA

Despertad del amor
la cara alegre,
y dejad que dormida
la triste quede.

No. Despertad la triste.
Que entre las sienes
socavadas del sueño
quede la alegre.

No. Despertad las dos.
Que me contemplen
con la mirada abierta,
conjuntamente.

No. Dejadlas dormidas.
No se despierten.
Que si llora la triste
lloro yo por la alegre.

CANTO DE INMENSO AMOR

Sin ti dejo de ser, Mi forma cae
sólo en el hueco de tu dulcedumbre.
Me das haces de hogueras, me devuelves
todo el sollozo de la adolescencia.
Me anuncias remolinos
de sueltas y crispadas nervaduras,
y me rescatas de la muchedumbre.
Te hallé primero en mí, luego en ti mismo.
Vi evaporarse el cielo
del paisaje que no te contenía.
Entre espumas de lava
quedó mi ser pasado
en su rosada ciénaga.
Un viejo olor a insomnio
soltaban las pisadas y los muros,
más allá de tu ámbito.
¿En dónde estabas, desbordando amante?
¿Dónde tu mano vivida esperaba
disolverse en la mía?
Desde todo temblor hacia ti voy,
y en tu límite ardiente
llora mi desnudez de árbol sudado.

CAPÍTULO SILVESTRE

El otoño caía
desde los ojos de los animales.
Vi dilatado verde en agonía
y árboles de pronto horizontales.
Me mostraban las hojas
su esqueleto de pez, su seca llama,
inmensamente rojas,
ya destejida de su piel la trama.

Vi el hueco tronco de mirada ardiente
desde hace mil años carcomido,
con pie descalzo andando lentamente
igual que un ciervo herido.

Levantad de la tierra
el cuerpo dividido de las flores.
Ya todo el aire sus ventanas cierra
y sollozando están los cazadores.

Dejad la hierba allí. ¡Cómo me espera
su roedora paciencia! He olvidado
su número enunciado en primavera
y el celeste dictado. Dictad allí el otoño. Se desprenden
secos los ojos de los animales.
Los árboles encienden
en su imaginación flores iguales.

Su séptimo fulgor ya vuelca el día.
Restos de antiguas estaciones junta
mi mano todavía.
El canto por los pájaros pregunta.

CLAVE

Dejad su cuerpo al alma parecido,
su confiado velar sobre mi sueño,
como lo muestra terrenal diseño:
en círculos de gracia contenido.

Adivino su voz en mi gemido
y en mi amorosa voluntad su empeño.
De la pureza guardador y dueño,
siempre en martirio está, y en mi perdido.

Dejadlo con su canto en el estruendo.
No habrá custodia igual a su cuidado
ni vuelo que a su vuelo se suceda.

Dejadlo en mí, conmigo padeciendo,
de hogueras y deg�ellos aún salvado:
es el último ángel que me queda.

CORAZÓN CAVADO

No quiero de la tierra su clausura,
su peso despojándome del mío.
¿Cómo la luz hallar, de frío en frío,
pasando de espesura en espesura?

No me será ropaje la llanura
ni lápida de frutas el estío.
Sólo a mi amor la muerte le confío.
Dadme mi corazón por sepultura.

¿En qué hueco de tierra sentiría
volver el sueño que al amor le dejo?
¿Cómo tener la oscuridad por guía?

Sólo dentro de mí me habré salvado.
Deshaced las guirnaldas y el cortejo:
mirad, mirad mi corazón cavado.

EL ÁNGEL DEVALIDO

Está en la hierba: un ala enrojecida
y húmeda aún. Pregunta por la altura.
Se coagula su voz. La frente ardida
sigue manando lívida dulzura.

Es el ángel de amor que da la vida
o señala verdosa sepultura.
Está en la hierba: un ala desvalida,
y la otra invisible de tan pura.

Ya le quema los hombros la madera
amarga del ramaje. ¡Cómo llora
por verdadera sombra iluminado!

Al alba pueda ser que el ángel muera.
No me busques aquí porque a esa hora
estaré sepultada a su costado.

EL CORDERO

Vi tu lenta quietud y vi tu juego
de animal niño sobre la pradera,
y abierta en una mansedumbre entera
vi tu mirada de estupor y ruego.

Sueltos vellones en el pasto luego
componían tu sombra verdadera.
Entre amapolas tu inocencia era
el agua derramada sobre el fuego.

Te vi venir, guardián de la dulzura,
blando volviendo el suelo que tocabas,
tu candidez de alto candor gemela.

Desamparado en mínima espesura
parecías. Y cuando te acercabas
vi la paloma que en tu sangre vuela.

EL ENAMORADO

Nadie sabe tu nombre,
idioma preso en la inicial del canto.
Han guardado tu nombre
todas las voces que han ardido tanto.

Te llega del recelo
un tumulto de opuestas llamaradas.
Tus pasos en el suelo
suenan como campanas enterradas.

Ya por el río caminando vas.
Ya con llaves el aire en sí te encierra.
Tú siempre volverás
a los cinco sentidos de la tierra.

Te da el tiempo ignoradas estaciones,
otoños sin despojos.
Resbalan sus visiones
por la liviana carne de tus ojos.

Tu corazón guarece
un sueño que le da forma y medida.
¡Ah, tu columna vertebral parece
rama de almendro en sangre sumergida! Escucho tu gemido,
voz, desollada, alondra en cautiverio.
Te tiene toda luz por conocido,
pero tú perteneces al misterio.

Te alcanzan en dichoso sobresalto
de tardía canción voces tempranas.
Como un éxtasis alto
estás inmóvil entre dos mañanas.

¿En qué dulzura pierdas el sentido?
¿Qué amores te enamoran?
Un edénico son busca tu oído.
Los ojos de los árboles te lloran.

Cubierto está tu lagrimal de arena.
Quieres morir y toda vida quieres.
Caen flores en tu pena
y más te salvas cuanto más te hieres.

Llevas sobre tu pecho
como una llaga abierta tu esperanza.
A tu imagen el sueño ha sido hecho,
y todo ser tendrá tu semejanza.

EL ESPANTAPÁJAROS

En su postrer pobreza descubierto,
con la cara hacia las constelaciones,
hoy el espantapájaros ha muerto.
Lo envuelve una mortaja de gorriones.

Su picoteado corazón incierto
ya toma el verde de las plantaciones.
Se cierra, al fin, su abrazo siempre abierto
los picos estrechando y los pulmones.

El humillado cuerpo, leño y paja,
su lápida hallará en un árbol hueco.
La mañana en su piel se resquebraja.

Y quedará tendido todavía,
la córnea de rocío, el pecho seco,
espantando a los ángeles del día.

(�Corazón cavado�)

EL RENACIDO

Tu cuerpo de pasión consecutiva
vuelve a llenar el aire de su talla,
y tu antigua ventura otra vez halla
constelaciones en la tierra viva.

Por tu carne resbalan los colores.
Ya tu cara de nuevo es un tumulto
de desnudado fuego y fuego oculto.
¡Oh renacido en sábanas de flores!

¿Qué has hecho de tu piel y tus sentidos
en aquel cobertor de dulce hierba?

Tu imagen sobre el río se conserva
con un brillo de peces ateridos.

¿Cuánto tiempo tu paso estuvo fijo
en la anudada tierra que señalas?
Itinerario de perdidas alas
reconoce tu pie con regocijo.

Todo hallarás: los árboles enjutos,
el eterno desvelo de la puerta, en su dulzura toda miel abierta,
y la mirada limpia de los frutos.

Yo vi correr tu canto, yo veía
levantarse tus párpados en llamas.
Ahora estás igual: entre las ramas,
cubierto por la piel del mediodía.

Todo hallarás: los ya soñados sueños
guardados en el hunco de la almohada,
las praderas violáceas, las manadas
de recentales y los agrios leños.

En laminada muerte se ha secado
tu mascarilla hecha de hojas verdes.
Déjala allí: no importa si la pierdes,
si queda como un sol pulverizado.

El cuerpo alegre y el semblante triste
con dramático afán cobran sus dones.
Envuelto estás en iluminaciones.
Y en tanta desnudez nunca te viste.

¿Qué estremecido campo tu pie triza
y qué verdor te alcanza la estatura?
Por confines de táctica espesura
arroja tu puñado de ceniza.

Deja que vengan tibios animales
a pastar en tus ojos todavía,
desde cada lugar y cada día,
a tu hora de lágrimas puntuales. Con número de júbilo ahora sumas
otro latido más a tu latido.
¡Líquido vuelve el río detenido
de tus huesos, y suelta sus espumas!

Haz vertical de resplandores rojos,
te veo allí en refugio de amapolas,
bienherido por hierros y corolas,
arrancándote espinas de los ojos.

Te veo allí, doradas las mejillas,
ceñido como una muchedumbre,
libre de cal la voz y de quejumbre.
Tú siempre en pie, tu sombra de rodillas.

EL SITIO

Buscadme en la corona que en la tierra
dejó el día más triste;
en la profundidad de la pradera,
en esa luz que al cielo devolviste.

Lejos de mí, lejos de mí buscadme,
desterrada del día,
bajo un antiguo luto refugiada,
perdida del verano y la alegría.

Recogeré el sollozo
que me sostiene como un esqueleto,
mi sombra hecha pared,
en un aire que es duro de tan quieto. Golpeada por la luz,
yo estaré en tu dolor que guarda amores.
Caerán sobre mi cuerpo
pájaros que se secan como flores.

EL SOLDADO MUERTO

Desde tu mano sube
el fusil como un lirio congelado.
¡Qué diferente de las otras muertes
tu muerte de soldado!

Por tus ojos abiertos
para el aire, y el cielo se detiene.
¿Quién cerrará tus ojos
¡ay! antes que esta hierba te encadene?

Nadie busca tu voz.
Solamente ese viento sin colores
que te seca la sangre,
sobre tu piel violácea arroja flores.

EL TÍTERE

Vives y mueres en la tierra parva
de tu tablado, mundo verdadero,
con su pasto apretado y con su larva
bajo tu inexistente pie ligero.

La mitad de un vellón forma tu barba.
Jamás descubrirá el titiritero
esa ficción de pájaro que escarba
en la miga de pan de tu sombrero.

Tu ropaje es papel, pero te pesa.
Miro el color maduro que te tiñe
y la pirueta que otra vez empieza.

Vete donde no llegue la mirada.
La luz de nuestros ojos ya destiñe
tu cara con su lágrima pintada.

EL VISITANTE

Vienes cuando al día le queda
sólo una hora bella todavía,
con tu carga de veranos ácidos
y un haz verde de lluvia.
No sé de donde llegas.
Quizá de enredaderas y carbones
o de una piedra con forma de ciudad.
Traes aguas profundísimas
y silencios que caen desde un canto.
Vienes con un cobertor de viento oscuro,
y te tiendes en el umbral
hasta volverte un estertor.
No lloraré, no, cuando regreses
a la alegría salvaje de tus terrones.
Ahora lo sé:
el sol sale bajo la tierra y el verano
enciende sus fogatas en tu sombra.

ELECCIÓN DEL AMANTE

Cada día te elijo,
y ésta es mi libertad total y fuerte.
Mi abrazo cumple su elección y fluye
en tu piel que se teje con la mía.
Cada día te veo entre los hombres:
te descubro y prefiero,
hechura de violenta dulcedumbre,
amor abierto sobre los amores.
Se despuebla la tierra si te pierdo;
páramo hundido tórnase los rostros
si no arde el tuyo,
y toda soledad vuelve a agitarse.
Te elijo cada día
dentro la multitud, temblor amante.
En diluvio de brazos y de pechos
huyo talando levantadas voces,
y si llego a tu contorno y a tu fábula.
Sin ti se desvanece
la semejanza humana.
Amante, amante, aguárdame, perdura,
Te elijo siempre a ti.
Y ésta es mi libertad ya descarnada.

ELEGÍA

¿Qué cadena de zarzas
limita la frescura de tu paso?
¿Qué ennegrecida cal te abre el camino?
Oh, tú que vas de espaldas a los frutos
en tanta soledad
que tu sombra comienza a sentir miedo.
Tan lejano de ti que ya no sabes
dónde tu mano encuentra a tu otra mano.
El sol se ha puesto sobre las espinas.
Violeta está el zarzal
y la hierba te sigue dócilmente.
¿No te veremos más
reconocer la hermética
amistad de los árboles,
mirar por la ventana
que se abre en la escarcha,
dar voces y dar voces
al este y al oeste del verano?
¿No te veremos más
salir de ti, quedarte en tus umbrales?
Ya mucha lluvia en tus pupilas crece.
El barro te sonríe
y abre sus alas de infinito peso

ENERO
ENERO

Alto despiertas, impaciente enero,
y transcurres en sol de noche y día,
por dividida eternidad primero,
sin costumbre de tiempo todavía.

No has concluido aún y ya te espero.
Plumas que cuelgan en la luz vacía
de la ficción te dan lo verdadero,
la miel tendida sobre la alegría.

Los ojos del verano por el suelo
vuelven inmensas todas las visiones.
Pinchada mariposa gira en vuelo.

El canto sueltas y la queja inmutas,
y con mano hiperbólica les pones
a las flores su máscara de frutas.

ETERNIDAD

Cuando dejo de ser, cuando comienzo
a morir con mi sombra a mi costado,
tu corazón, en un fulgor inmenso,
transparenta mi párpado apagado.

En él renazco, el júbilo en suspenso,
con paulatina llama a cada lado.
Vuelvo a mis manos otra vez, y pienso
que recorro un país recién creado.

Entre mis venas, como fuerza mía,
tu corazón, en dulce reverbero,
me da la eternidad y la agonía.

Ya no podré morir. A tu presencia
con el fin el origen recupero,
cuerpo el alma, la carne transparencia.

ÉXTASIS

Lienzo embebido en ti
es ahora mi cuerpo,
del todo desasido
y sin otra envoltura que tu imagen.
En mí te llevo como si cargara
sobrecogida sangre.
Sales de ti
hacia el encuentro, génesis reciente,
y yo bebo y respiro
tu exhalación, la rama de tu gozo.
Allí donde se forma
el color de tus brazos enlazados
gira el anillo impar que me contiene.
Nadie me busque, nadie.
Soy tu vigilia,
me disuelvo, pequeña,
en la dulzura que tu pecho mana.
Soy tu sombra y la mía,
soy un desprendimiento de ti mismo.
Allí donde comienza
esa felicidad sufriente y bella,
voy a tu encuentro.
Me despojo de mí
con un sacudimiento
de aterrados manzanos.
Puedo en amor morir que seguiría
recorriendo la tierra con tus pasos,
en tus manos ahogada.

FRÍO

Hora oscura en el bosque.
Hora del leño inmóvil. Abre el frío
claros en el follaje y va creciendo
plateado como un río.

Se hiela cada vuelo
y ya baja en cerradas espirales
una muerte de alondras
endurecidas como minerales.

HOMBRE EN AMOR

¿Quién ordenó tus venas? ¿Con qué lento
celo creciste a toda paz esquivo?
Estás llameante ya de arrobamiento,
en cárceles azules fugitivo.

¿Desde qué gozo y desde qué tormento
te llega ese fervor definitivo?
Sólo el amor con su desgarramiento
te da la certidumbre de estar vivo.

Más allá de las cosas y los nombres
baja tu sangre hasta sentir la tierra.
Hombre en amor, arcángel entre hombres.

Profundo de creación y de hermosura
le das al cielo edad: tu frente encierra
espina y flor, corona de la altura.

HUIDA

Me ves en sombras que el amor rechaza
y en la diafanidad me desconoces.
Quiero ir por tus venas dando voces,
pero un ala de arcángel me amordaza.

Parábola de amor mi llanto traza
sobre tu córnea y no lo reconoces.
Vuelcan en mí su luz cielos veloces,
su luz, fundido hierro coraza.

Toda liberación ya se consume.
¡Ah! ¿Cómo huir de ti? Muro y abismo
son un crecido círculo de fuego.

Dejo que un ala al duro andar se sume,
y huyo, sí, pero dentro de ti mismo,
llena de azules como un ojo ciego.

IMAGEN

Bajo tu pie, ya degollada y leve,
la flor está danzando todavía.

Y no la ves ni sabes la alegría
con que busca tu sangre y la conmueve.

Toma un vellón tu mano; se le atreve
a tu tibieza, y permanece fría.
Otro cielo la tierra te confía,
y tú lo miras con mirada breve.

En la silvestre espera de tu abrazo
despierta el árbol. Su rumor y arena
deja el río a lo largo de tu paso.

Pero tu corazón no advierte nada.
Te vas. La tierra se ha quedado llena
de una felicidad abandonada.

INTERROGANTE

Este paisaje de quebrada tierra
y de leves vellones entre espinos,
¿dentro qué vena cárdena soterra
su agua sin cielo y sus respiraciones?
¡Ay! Aquí no se escuchan los caminos
que retornan espesos de regiones,
ni sobre el avellano en flor se cierra
esa brisa naciente de los linos
que llega abierta en iluminaciones.

Húmeda larva gira entre las gramas
su presagio de alas y se siente
cómo se nutren verdisecas ramas
en el agua rojiza del poniente.
¿Fue mi asombro algún día en esta breña
ojo inmóvil y casi trasluciente
como el ojo sin párpado que sueña?
¿Y aquí mi soledad que en la ribera
de su corriente cálida carcome
duro salitre y piedra verdadera
hasta que el trigo de la aurora asome?

¿Fue aquí mi infancia de temprana herida
sorbiendo este susurro de paloma
que se advierte en el aire palpitando?
Siento en mis ojos revivir la ardida
coloración que sobre aquella loma
la hierba de la tarde está tomando.
¿Cuándo he escuchado madurar las mieses
que el oro del crepúsculo resume?
Me dio un día sus frutos esa planta
y siento que he cruzado ya otras veces
esta brisa de linos y el perfume
que de cada contorno se levanta.
Esta piedra bermeja ya la tuve
malhiriendo mis manos. Y ahora canta
el mismo sol junto a la misma nube.

Ahora como entonces la luz sueña
y muere. Pero sabe el pensamiento
en temeroso asombro desolado
que por la vez primera en esta breña
se quiebra el vidrio oscuro de mi acento.
Que no crucé jamás este paisaje.
Y, sin embargo, siento que he pasado
entreabriendo las sombras del follaje.

* Nació en la ciudad de Buenos Aires el 3 de septiembre de 1920.

LA AGONÍA

He aquí la promesa:
dos leños salpicados de divinidad,
dos leños secos
sin memoria de árbol,
vivificados por la agonía.
Ardiente es la agonía humana
y está hecha de pasión
y de un súbito amor total.
Jamás se ama como en la agonía,
desde donde se ven todos los rostros,
uno por uno
desde donde se es reconocido.
He aquí la promesa:
un hombre
con la sangre clavada a un madero viviente,
en esa soledad de la carne
que deja de agitarse.
¿Y qué otra cosa poseemos sino la agitación?
Coágulos de mansedumbre
resbalan sobre la rebeldía
de que estamos hechos;
brillan en sus flancos,
recorren la llaga sin entrar en ella,
sin arrastrar una sola sustancia de pasión,
un solo ardimiento
de nuestra agonía tumultuosamente humana.
La llaga se ahonda en una oscuridad de negación.
Todo a su alrededor desaparece, y los colores aún vivos del pecho
se alejan de su contorno.
¿Qué haremos con esta desgarradura
en la que se hunde el cielo?
He aquí el hombre:
el cuerpo cubre el leño
como si fuera su verdadera corteza,
un brote espeso
en agolpada terrenalidad.
Y la carne y la sangre quedan solas,
levantadas sobre la resurrección de los frutos,
mientras el tiempo vuelve de sus días.
La carne sin mancilla,
esperanzada y tensa de desesperación,
con siembra de gajos sombríos
y soles extrañamente fijos.
Y la sangre que le hace compañía.
Pero el leño devora su calor,
también lo que queda del calor primigenio
hasta consumir el día del nacimiento.
El leño se alimenta
de ese humus atormentado,
y la divinidad se mezcla a la destrucción. Porque ése es el misterio de la agonía.

LA CIUDAD

Este es el pacto hecho entre nosotros:
formar un haz humano,
una espesura de respiraciones.
Hemos venido desde toda la tierra
pisando espinas
y desiertos furiosamente blancos.
Le hemos arrancado la piel a la desolación
y ahora estamos juntos.
Hemos arrastrado a los moribundos
por los matorrales.
por las orillas de los pantanos,
como a gavillas amadas.
Traemos un temblor de animalidad
pero nuestros dioses elementales
quedaron sumergidos en el légamo,
bellísimos y agonizantes.
Hemos abatido días de piedra,
tiempos de minerales,
y ahora estamos reunidos,
limpios de soledad y de hurañía.
Porque éste es el pacto que hemos hecho.
Es necesario engrandecer el haz humano,
su hoguera de ojos,
mezclar brazos y pechos. Ya nuestra sangre se ha tornado
multitudinaria.
Y esto es hermoso.

LA HERIDA ÚNICA

Siempre la misma herida.
Ya conozco su hondura
y su perduración.
A su tormento siempre iguales himnos
como un anillo en torno.
Y jamás otra herida: sólo ésta
elegida entre todas.
Siempre la misma inmolación y el peso
de algo que ha temblado.
Toda la escarcha de mi sombra junto
y la ofrezco a mi frío.
Tengo la piel lejana
y los ojos sudados.
Oh, qué difícil levantarme ahora;
mi tiempo se deshace
y a caer empiezo dentro de la herida.
Caigo en su correntada,
me pierdo en sus fragmentos de sollozos.
El dolor viene a mí como un amante.
Ya lloran las ventanas
y el aire esparce una visión impía.
¿En dónde está mi parte luminosa
con su vertiente bautismal, su niebla
de cuatro hojas?
¿En dónde te hallaré, oh ser gozoso,
con hombros todavía transparentes?
Estarás desandando
esos días clavados con mis uñas,
sin mirarme quizá,
viendo cómo mi herida es casi hermosa.

LA HOGUERA

No la nutren ni ácida enramada,
ni raíces azules, ni madera
de sostenido tallo. Esta es la hoguera
en tu sangre y mi sangre sustentada.

De tan agudo el fuego ya es mirada,
hoy la mía, que ayer la tuya era.

De tan soñada casi verdadera
esa tiniebla en copo transformada.

¿Qué llama fue la tuya, cuál la mía?
En lo que ya se apaga o resplandece
te reconozco y me reconocía.

Fuego que no reúne y nos separa.
Déjame arder con él aunque regrese
en seca sangre y en ceniza clara.

LA IMAGEN

Abro los párpados cosidos al foso de la pupila
para mirar
el asolado bosque de las puertas.
Siempre es el día de la creación.
Veo nubes herbosas
y atardeceres de rosado yeso.
El resplandor se oxida
con figuras insomnes.
Que la imagen se queme,
que arda hasta la calcinación y se consuma
violada, saqueado su calor,
en mísera divinidad aún levantada.

LA PUERTA

¿Qué compacta muralla se sucede?
Más se levanta, más se aleja el cielo.
Deshecho en blanda piedra acaso ruede
su cuerpo vertical y su recelo.

Giran las cosas pero nada puede
reconocer su forma contra el suelo.
Sólo he de ver la calle cuando quede
en la mitad del sueño y del desvelo.

Para salir aguardo ¿qué señales?
Donde el crecido muro más se cierra
empieza a abrirse la visión del día.

Dadme otro suelo, dadme otros umbrales,
que en este triste límite de tierra
la puerta que me salva me extravía.

LA PUERTA CERRADA

Toco la puerta, su corteza fría,
-límite forestal de la morada-
y porque así la encuentro, ya cerrada,
no de otros me parece sino mía.

¡Ah, ninguno ha secado todavía
sus resinosas aguas! Mi llamada
en ella se sucede: está cerrada
como la luz hermética del día.

Ya su piel de intrincados bosquecillos,
húmeda aún, en desnudez primera,
espinas va oponiendo a mis nudillos.

¿Su llave hacia qué herrumbe se me esconde?
¡Ah! No es vano llamar: en su madera
oigo la voz de un árbol que responde.

LA PUPILA

Ahora debo quitarme
el llanto de los hombres,
quedar a solas con la sal oscura
de mi único llanto,
ayudar a mi sangre
a no extraviarse de su recorrido.
¡Qué sola la pupila,
qué inmensa para hallar sitio en la carne!
Cuanto existe de mí
es sólo esto:
la cavada humedad de la pupila
ávida de tu imagen,
cercada de terror
como un gajo incoloro.
Sólo vivo en la hondura
de su foso brillante
que aguarda tu visión como una clave
de rescatada vida.
He disuelto ya todas las imágenes,
he aglomerado suelos y criaturas
en sus humores empavorecidos.
A los hombres les he restituido
el hálito tangible
que arde en la forma humana.
He devuelto mirada por mirada,
y nada guardo en mí más que este llanto.
Ni siquiera la arena
en nosotros caída.
Veo apenas un cielo cenagoso
con resplandor de víctima
sobre la mansa tierra no vejada.
Cada día me trae
edades abismadas.
Como un ojo insepulto,
abierto en tumultuosa soledad,
desprendo los colores de mi carne.
La oscuridad me lava,
los árboles arrojan su ceniza,
y sólo soy esta tenaz pupila
que por única luz busca tu rostro.

LA SEÑAL

Como el hijo del hombre te rezumas,
y retornas, ya solo,
a tu primera lágrima de sílice.
¿Cuántos días necesitarás
para llegar a tu propio fondo?
Libérate y libéranos.
Sopla la tierra penetrada en tus venas,
haz con tu última sangre
pequeños soles,
antes que vengan desconocidos ríos
y te arrastren igual que a un trono árido.
Quisieras retener tu forma humana
pero te desordenas.
Sorbe de ti el verano,
violácea luz yacente te mutila,
y no puedes formar
el soplo que circunda la mirada.
Como el hijo del hombre te rezumas.
En tu mano se abre un precipicio.

LA SOMBRA

No es mi mano, es la sombra de mi mano
la que alza el panal, la que se atreve
a su cerrada miel y luego mueve
el aire con su flauta de avellano.

No es mi boca, es su sombra la que debe
en los ríos frutales del verano,
y con la imagen de mis ojos gano
el racimo total y el tallo leve.

Tardía aquí mi voz, allí temprana;
allí libre el amor, aquí cautivo.
Sufro en mi sombra si en mi ser me hiero.

Y bajo el lienzo de la luz liviana
me proyecto en el muro y allí vivo
mientras en mí desde las sienes muero.

LA VENTANA

En vano es que me asome a la ventana.
Este aire vacío no es el cielo.
Sólo veo una atmósfera de duelo
que menos triste siento si es temprana.

Mirad, el día tiene forma humana:
nuestra diafanidad es su consuelo.
Rígida veo a la paloma en vuelo,
la noche prefiriendo a la mañana.

Me asomo a la ventana como a un foso.
En ella empieza siempre mi destierro,
mi vacilar en lo maravilloso.

Ante su abierto espacio me acontece
lo mismo cada vez: cuando la cierro
siento que el cielo a mis espaldas crece.

LA VÍCTIMA

Caes. Una campana estalla
en la cerámica de tus ojos.
Recojo las figuras de tu sombra
en la piedad del suelo
y te levanto interminablemente.
¿Podrán cargar mis brazos
tu garganta de álamo vacío,
la espuma que queda de tu grito?
Te vuelves más liviano a cada paso,
y desprendes vapores anochecidos
para formar un cielo sólo tuyo.
Tienes el peso de un madero
talado a mediodía,
y la forma ahuecada
de tu última respiración.
Invoco melancólicas blanduras
para envolverte,
vellones compasivos. ¡Ah, cómo extasía
tu resplandor de víctima!
En el tembladeral de tus ojos
ciegas inmolaciones se suceden,
la crueldad esparcida en la dulzura.
Ahora creces, tus límites deshaces,
y siento que eres tú el que me lleva.

LAS HISTORIAS

En las hondas historias humanas
siempre hay niños perdidos dando voces.
En el escalofrío de su sombra
apoyamos la frente
de pronto acuosa,
sin saber en qué sitio de nuestros días
se han quedado.
Son tantas las historias,
en los pasajes de nuestra carne hay tantos niños
que nunca podremos hacer
el recuento de sus pisadas, translúcidas, lechosas,
como uvas todavía no formadas.
Giran quizás, ordenan laberintos,
y cuando empiezan a desvanecerse
¡ah!, cómo de improviso los ilumina
todo el incendio de que estamos hechos.

MATERIA HUMANA

Traspasados de soles,
revestidos de felicidad,
de una felicidad que nos golpea,
somos hermosos.
Poseemos la violencia de la alegría
sobre el horror plasmada
y nos vemos
cada uno en el llanto escuálido del otro.
Poseemos la resurrección de la piel
y la luz que yace
en el éxtasis del lodazal.
Pero jamás podremos estar solos.
Vivimos
cambiando entre nosotros
precipicios y espumas,
asomados a sangres ajenas,
recogiendo nuestra dispersión.
La unidad es lo único que no poseemos.
Hurtamos hálitos de compartida eternidad,
nos apropiamos del antiguo calor que cada hombre trae
como una ávida llaga,
como la más bella estación
transcurrida en su pecho.

MIEDO TOTAL

No nos deis de beber
el agua sin color que exuda el miedo.
Ah, dejadnos estar
apretados a nuestra geografía
de polvo y río
y de hacinada luminosidad.
No nos hagáis temblar
abrazados al muro de la casa,
a la sal de la puerta.
Vástagos insolados resucitan
sobre piedras lechosas,
piedras que dan su vaho de híspidos panes.
Manada sequedad hermosa fluye
porque todo está vivo,
y nosotros aún más: somos los hombres
sumergidos en pueblos.
Ah, dejad que nos bañe
el afluyente morado de las vides
con sus hojas en vuelo.
Enfriad vuestros cielos radiactivos,
el hongo funerario.
Decapitad el miedo.
¿Quién prepara diluvios de cenizas,
agrios bajorrelieves
de cuerpos calcinados?
Ah, queréis sepultar
toda la vida en una sola fosa
verter la negación, talar la sangre.
¿Quién salvará su exiguo
costal de desvalida forma humana?
Ah, ya somos cada uno un precipicio,
pero el amor nos brota,
nos golpea esta carne afirmativa,
nos convierte en hermosos desollados
mal cubiertos de alas. Aún guardamos olor a recentales,
a jardines viscosos,
a heniles exultantes.
Aún queremos vivir. Somos los hombres.
Decapitad el miedo.

MUERTE DEL ADOLESCENTE

Iba a las densas viñas y volvía
con la sangre dorada.
Su voz en un sollozo no cabía,
ni en un pámpano seco su mirada.
Ni sabían sus manos
ser el lecho piadoso de la frente.
Iba a las aguas, iba a los manzanos,
y retornaba siempre adolescente.

Veía en tardes rojas
estremecerse el árbol absoluto,
y al pájaro nacer entre las hojas
profundo de dulzura como un fruto.

Solamente esperaba
un nuevo paso unir al paso hecho,
y por la herida lateral del pecho
ninguna soledad lo transitaba.

Guardaba de su infancia
como un sabor a plomo de soldado
y casi una fragancia
de llanto hacia las sienes desviado.

Por vez primera desde un agrio puerto
sintió la lejanía
y le dolió todo ese mar desierto
como una llama fría.

Secas están las viñas. Salitrosas
las aguas. Carcomidos los manzanos.
La sombra de las cosas
tiene filos crecientes y cercanos. Junto a un huerto sepulto en una duna
y en el umbral del hombre,
siente el adolescente que una a una
se disuelven las letras de su nombre.

Muerto ya está. Como la arena muerto.
Pero vivas sus manos todavía.
¿Dónde las uvas de un racimo abierto
que aún las sentiría?
¿Y dónde alguna flor, dónde una aguja
de luz para sus ojos?

Antes que advierta el lienzo, antes que cruja
en sus huesos un hierro de cerrojos.

Un hueco mas sobre la tierra, un hueco.
Pero una sombra menos contra el muro.
Y un tallo verdiseco.
Y un fruto desprendido y no maduro.

¡Ah, ya han muerto sus manos
y ya se hiela el aire que lo toca!
Echad su corazón a los manzanos
y a las viñas su boca.

¡Ah, con qué rebeldía
su perfil en el viento se deshace!
Al Oeste la noche, al Este el día.
Limitado ya está. ¿Qué cruz le nace
de pronto entre las manos?
¿Para un alba de cal que lo amordace
ha crecido ferviente de veranos?
¡Qué muerto está! Y ya lo recorría
el amor como una llamarada
cuando iba a las viñas y volvía
con la sangre dorada.

NOCTURNO

Si la tierra también es este olvido,
¿cómo volver a descifrar su clave,
su taciturna luz, su cuerpo grave,
y lo que vuelve a ser desconocido?

Este es sólo un paisaje parecido,
inmensidad que en lo pequeño cabe.
Ya sin memoria mi pasión no sabe
recuperar su ser desvanecido.

¿Cómo tocar la tierra y su sustancia
alrededor de mí si no recuerdo
la pura condición de lo tangible?

Puedo medir tan sólo la distancia,
su más allá sin número. Y me pierdo
en un azul que empieza a ser terrible.

PALABRAS DEL JINETE
A SU CABALLO MUERTO

Te veo en el trigal. Entera muerte
vidria tus flancos, alza tu cabeza.
Ahora puedes llorar: el llanto empieza
cuando el párpado en limo se convierte.

Un antepecho de llanura fuerte
va a ser ahora tu postrer riqueza.
Montura de corolas y maleza,
freno de espigas para contenerte.

Desde qué tierra ves mi desconsuelo?
Aquí frío mortal, ciego desvelo,
no sientes cómo paso por tu lado.

Celeste campo hasta tu cuerpo baja.
Vine contigo y vuelvo amortajado
por el mismo trigal que te amortaja

PARÁBOLA

Su sien izquierda casi reposaba
cerca de un rojo leño.

Alguien lo vio. Lloraba
un llanto que caía desde el sueño.

Era el niño que el huerto
de aroma anaranjado recorría,
con el rostro entreabierto,
planta por planta, un día y otro día.

Le separaba la silvestre piel
un amarillo tajo.
Alguien vio cuando él
cayó en la hierbabuena como un gajo.

Era el niño que abría
el lino de su almohada para ver
si entre ese lino añil se descubría
el sueño por nacer.

Su piel se coagulaba y la primera
luz estuvo a su lado.
Nadie lo vio. Ya era
todo su cuerpo un resplandor morado.

PATER

Deshabitado de temor y espera
partiste sin navíos y sin puerto.
Diez años hace que el aceite vierto
en tu lámpara, y arde, y reverbera.

No segaste la nueva primavera
ni su canción. El suelo estaba abierto
a tu retorno y a tu luz de muerto,
a tu entrega de sueños, y a tu cera.

¿Qué paisaje exterior se desvanece?
¿Qué soplo cierra versos y abre prosas?
Sólo siento que ruedas como un río

que siempre más se profundiza y crece.
Sólo sé que entre hombres y entre cosas
donde muere tu llanto nace el mío.

POEMAS CON CABALLOS ROJOS

Se hunden en la hojarasca
caballos rojos
de una silvestre beatitud bañados.
Las frentes sin pelambre
buscan la madreperla de los troncos.

Mirad las arizadas nervaduras,
contemplad todo el trébol
coagulado en las patas.

Caballos rojos giran
en neblinosos cráteres.

Almácigos de fósforo en los tallos
absorben su agria espuma,
y se dilatan huecos
de terrores y musgo.

Los caballos se mezclan
a la mirada angélica del limo,
y giran todavía
acuosos como hierbas aplastadas.
Sus cabezas desprenden
la ahogada mansedad de la dulzura,
y el bosque los consume,
bebe de ellos, se apropia
de su crispado rojo.Las patas, casi leños exudados
de viscosa llovizna,
dan su corola trágica.
El suelo está despierto como nunca.
¿Qué llamado se alza, qué lamento?
¿Qué coro quejumbroso busca un vínculo
con las voces disueltas?
Caballos rojos giran
en cenicientos cráteres.

POEMAS CON SOLES VIOLETAS

Soles violetas en mis cielos arden.
Siento su polen mísero
sobre la parte triste de mis manos.
Todo su miedo sueltan
tallos violetas junto a mí caídos.
Pero yo huyo. ¿Ves cómo respiro
la hosca arena del aire?
Voy en tu busca, guardo tu temblor,
estrecho contra mí
la lámina liviana de tu sombra.
Si de mi soledad eres el límite,
¿cómo de ti estar lejos?
Cada respiración
es un paso que doy hacia tu hondura.
Soles violetas caen en los bosques
y yo huyo buscándote
por turbulenta luz oscurecida.
Hermoso es el pavor que me circunda,
el pavor que me guía.
Me contemplo en la súbita hojarasca
y corro sin hollar
su amontonada, cálida agonía.
¿Dónde te encontraré? Si te perdiera
largas ramas de párpados
cubrirían mi cuerpo:
girando yacería
en torrencial ceniza, como muerta.
Voy abrazada a ti que estás tan lejos,
y voy en soledad y mi llamado
levanta de mi ser la oculta ráfaga.
¡Ah, qué dulzura! Llevo
en las manos el fondo de tu rostro,
su espesura inmutable.
Tu vida me rodea como un bosque,
y en ti perdida estoy, en ti perdida,
viva tan sólo bajo tu mirada.

PUERTO

Velas de lienzo, velas de neblina.
¿Qué sal de planisferio se rezuma,
y qué gaviota trémula la espuma
naciendo de tus trémula la espuma
naciendo de tus flancos imagina?

Azules muelles en liviana suma
sobre el agua que el áncora ilumina,
y jarcias en la brisa cristalina,
y jarcias en la ola de la bruma.

No lo hicieron los hombres. Es abierto
milagro de la costa marinera.
Pero un día, cansado de ser puerto,

cobrará velas grandes y encendidas,
ancla lunada, mástil y bandera,
y partirá detrás de otras partidas.

RECUPERADO SER

Desangrado en su sal, cada mañana
entre las manos se me seca un río.
Llega sin olas, de tan claro, frío,
con un agua que pesa y es liviana.

¿Nace de quién? Toda pregunta es vana.
Cuando se seca ya lo siento mío.
Evaporado sí, nunca vacío:
mi corazón de su arenilla mana.

Un día lo veré dentro mi llanto,
buscándose en mi huella y en mi pecho,
deshaciendo mis sienes en su canto.

Sal de su agua, espuma sucesiva,
he de quedar, recóndita en su lecho,
y con la sangre para siempre viva.

(�Muerte del adolescente�)

SONETO DE AMOR

Tanta vida tu amor suma a la mía
que toda eternidad parece escasa.
Sólo a mi alrededor el tiempo pasa.
Dentro de mí se ha detenido el día.

De ninguna otra vida viviría.
La luz lava mis huesos y traspasa
toda sustancia que en pasión me abrasa.
A salvo estoy de sombra y agonía.

Anudada a tu paso, a tus heridas,
voy hacia ti en amor, cada mañana,
levantando tus lágrimas caídas.

SONETO DE LA NIÑA INVÁLIDA

Ya se herrumbró tu sombra. El aire baja
clavos azules para su fijeza.
Tú la miras inmóvil, con tristeza,
así como se mira una mortaja.

Imaginas tu danza, cabizbaja,
descalzo andar, fulgente ligereza.
Y no descubres cómo el paso empieza
ni cómo en huella el sueño resquebraja.

La tierra desconoces y sus claves,
pero al cielo lo entiendes y lo sabes.
Su aire te rodea cual guirnalda.

Ojo que ve tu pie de sangre fría,
en su visión ignora todavía
las alas que despuntan en tu espalda.

(�Corazón cavado�)

SOY LA DESGARRADURA

Soy esta espesura
gozosa y sufriente. Soy esta sal unánime.
Ciudad que mi sueño permanezca vivo
porque en él se hace el día.
Ciudad me desnudez:
ha abandonado alegres vestiduras,
de vellones calientes como axilas,
de vástagos silvestres.
Mi desnudez posee la furia
de una exhalación,
y es sólo eso.
Llevo la dimensión de una violenta
ala arrancada.
Soy la desgarradura.
Ciudad el poder de mis diferencias
y mis contradicciones.
Soy la espesura de lo diferente.
He salido del humus
despojando a un ángel,
y he cubierto de frutos la negación.
Mi paso arrasa lo perecedero,mi paso que es siempre la mitad de un paso.
Desde el comienzo supe
que la carne de todos era mi carne,
que mi unidad estaba repartida.
Soy el hombre,
y sólo soy una parte del hombre.
¿Quién posee la otra faz de mis manos?
¿Quién llorará mi última lágrima?

TRANSFIGURACIÓN

¿Es tu clara quietud la que convierte
en cristal la madera del boscaje,
y crece en soledad hasta que baje
un lienzo de penumbras a envolverte?
¿Qué tarde lanta dejará tu muerte
su corola de plata en el ramaje
mientras sobre tus bordes el paisaje
de la hierba no pueda ya beberte?

Lago de bosque, lago de balada.
Ni los musgos habitan tus honduras,
ni te calcina el agua desvelada.

Y con tal claridad te me apareces,
que más que lago son tus aguas puras
líquido cielo que imagina peces.

(�Umbral de tierra�)

VENDAVAL DE PÁJAROS

Ví cómo recubría un apretado
torbellino de pájaros la plaza.
Pero ninguno estaba señalado
por la sangrienta flecha de la caza.

Triste plumón del árbol separado.
Pecho que al aire tiene por coraza.
El suelo era cual cielo improvisado
donde el vuelo las alas despedaza.

Ví montones de plumas, como hojas
arrancadas recién por mano impura.
Sobre su gris las nervaduras rojas.

Otoño, no de secos vegetales.
Quinta estación primera desventura:
era el otoño de los animales.

VIAJE

Deja los mundos fríos; deja el triste
límite de tu cuerpo anochecido;
la tierra indivisible en que creciste,
y la selva cerrada y su sonido.

Deja el húmedo cielo que bebiste;
tu soledad y el álamo abstraído;
lo que acaso serás y los que fuiste,
y lo que has de sufrir y lo sufrido.

Deshecho de tu sangre el agrio gozo,
acrecienta tus pasos en las sendas
que van al infinito luminoso.

Y sigue para siempre aligerado
de penumbras. Y al fin, cuando comprendas
que nunca llegarás, habrás llegado.

YA

Ya me puedo quedar junto a la puerta.
Inmóvil. Con los nervios destrenzados
y con la sangre suelta y desatados
mis humores. La médula despierta.

Apoyada en el muro de la huerta.
O en el muro del mundo. Bien atados
los brazos a la espalda. Sin llamados.
Sin amor. Sin umbrales. Viva y muerta.

Pero irá mi dolor en la nevasca.
Por los campos y por sus lejanías.
Sobre el borde del mar y la hojarasca.

Por la calle de piedra y por la casa.
Mi dolor con las órbitas vacías,
desgarrando la carne del que pasa.