GUIBERT, FERNANDO
I

En borrada orilla y olvidada,
en larguísima orilla de paisaje de río,
a orilla que borraron que borran los ahogantes
aguas, que se mueven las aguas continuándose,
lentos siglos antes
y siglos silenciosos de aguas eternamente casi
movedizas,
limos conducidos conduciendo, limos decantándose,
ciegos navegando camalotes y tallos, flores, troncos,
putrefactos,
encías de costas arrancadas, cadáveres, anónimos
cascajos.
Aquí,
a los flecos, a las espumas, a las babas terrosas
del Río de la Plata,
nombre señor, de españoles heredado, sin acierto
nombrado,
por alto delirio de la fiebre, designado plata;
metal tirano plata, escama fabulosa inexistente,
filosa hoja de sueño, son sueños los soñaron
desearon plata y oro y plata desbordada labrada
refulgente,
en palmas, palas recogida, repleta a los montones,
lo que más tarde vino, después, los siglos,
dinero sumado acumulándose.
Aquí
desde los años un mil quinientos treinta y seis,
se halla
asentada,
enormemente,
extendida aplastada mecánica, gigante,
ojos millones y lenguas y brazos y gargantas,
Buenos Aires,
fundada y destruida y otra vez fundada Buenos Aires.
El don Pedro de Mendoza adelantado
fundóla gozoso enfermo y apenado, llegado
en su cámara tumba Magdalena y trece naves
de cortejo negro.
Fundóla al pie del silencio inconmovido
y a la orilla del arrastrándose Río de la Plata;
agua río como los ríos todos. aguas despacio desfilando,
por costas relamidas
éste, grandemente relamido.
¡Oh! borrado paisaje ribereño, tendida carne tierra,
fauce blanda de barro de fabuloso imperio no existe
inexistente.
Sólo espinillos talas algarrobos y negros coronillos
la flor de seda entre la arena, incienso en las quebradas,
la baja brava en pajonales;
pequeño y pueblo de flora y fauna áspera esperando,
asombrados ojos españoles febriles, extenuados
de sueños y deseos, los cabellos mesándose las barbas,
buscadores de imperios y de plata,
encabritados ojos y los dedos.

Aquí se extiende,
abrir la puerta,
desde los años
un mil quinientos treinta y seis,
ésta
pavimentada ciudad de Buenos Aires, delirante.
Quizás,
la actual; la calle Humberto 1� debajo hoy,
los miserables barros amasaron
juntaron pajas miserables,
la brisa los barros los secaba, las pajas crujientes
se aventaban
y frente al inmenso aire salvaje, brutales nubes
trasladando,
junto al inmenso líquido sobrante, descenso majestuoso
de entre ríos, en medio de los ruidos necesarios,
chirrido de los hierros y madera y voces y suspiros,
puñado de corazones golpeando temblorosos
y ocultos pensamientos atrevidos
entre signos persignos y conjuros
quedó fundada toda Buenos Aires.
Aquí se extiende hoy la gran ciudad de Buenos Aires.

Llegaron en labrados barcos rumorosos
con continuos miedos y esperanza
y cuántos cálculos hicieron
y viboreantes letras de capitulaciones.
Los que vinieron vienen, los mandadores mandan,
el Portugal rival, Sierra del Plata,
de plata
la risa inexistente del Rey Blanco.
Batidos cascos combatidos,
olas batiendo lomos en manadas,
crujiendo rechinando de incansables sonando
cuchilladas,
de las salobres aguas sin dominio
entre salobres aguas a las aguas
y los perros de mar fueron catorce
con espumosas babas en los dientes
surcaron rechinan hamacándose
el mar antiguo, siempre, indiferente el mar mitad
del mundo.
Eran catorce trece los brazos navegando,
costillas de maderas cáscaras de maderas
y vagabundos oceánicos católicos
temblando arrojo, sobando su codicia
dentro de seda algunos, cochinos pantalones.
Días noches días en flotantes cajas españolas de
maderas
y la urca,
la procesión marítima de ciegos.
Su Majestad Católica les manda
descubrir fundar y conquistado a tientas,
indias tierras enormes inseguras,
a Portugal su palmo de narices,
el oro sobre, del Rey los bajos mostradores.
Y convertir herejes taparrabos
y encadenar los montes y los llanos al hinchado pie
de la Corona,
libres como los pájaros y el aire
los aullando montes y los llanos
y azotar sin descanso escamosas espaldas de los ríos
enloqueciendo el ojo de los peces
y esquilmar los oros y las platas arrancadas
con sangre, piel y ayes
de los propios, son los dueños perdiéndose en el suelo.
Indios convertir no convirtieron tantos
un mil y más quinientos españoles.
Eran salvajes eran mansos,
indios pampas, isleños guaraníes y otras razas,
enormemente desnudos, sorprendidos
y feroces seres enojados ante intrusos los
desembarcados.
Se enojaron.
Primero la amistad de quince días servida de carnes
y pescado
y harina salada de pescado y manteca salada de pescado
y comiendo de flechas y alfileres
y Juan Pabón que fue corrido y Gonzalo de Acosta
fue corrido
y un bando se asentó en el Riachuelo.
Y fue el primer asedio,
heroísmo y venganza naciendo a Buenos Aires
los indios y las fieras y los males.
Les fue creciendo hambre
y coces yeguarizas en las bocas.
Les fue creciendo hambre y el Infierno,
arrastrándose, víboras, desnudos,
royendo roedores, lloraron, se comieron relamiendo
martillos carpinteros, zapatos zapateros
y bacía vacua los barberos,
velas, los jabones, marineros,
apretando frailes los rosarios, conmovidos,
mordiéndose los delgados labios capitanes, capitanes.
¡Ay!, del hambre hambre, día interminable noche
interminable
hambre y hambre y hambre, día y noche hambre,
ojo abierto y hambre.
¡Ay!, retorcijones, furia de calambres furia de
escorpiones
y los muslos colgados compañeros son hermosos
y macabros ocultos los festines, y sabrosos
las valientes mujeres roedoras, la María Dávila elegida,
Diego González Baytos si comiera
la silenciosa carne del hermano.
Todo fue hambre tierra, río y aire,
ni tenazas ni cáncer, peor que amores contrariados
peor que odio inextinguible sin saciarse.
Hieden y pudren,
las lenguas hinchadas hieden corrompidas
ojos de vidrios, ojeras de cenizas
el buitre vuela y el carancho vuela,
vuela la risa fantasmal de Osorio.
Entonces el asalto,
flechas y hambre, flechas y estómago vacíos.
Se cruzaron bandadas de sangrantes plumas y
picos gavilanes
y horribles gritos combatientes despedazaron hierro
y arcabuces.
Eran furiosas fieras convertidos, indios mansos y
convertidores,
quedaron bocas retorcidas y crispadas manos
entreabiertas,
los ojos, lágrimas al cielo, la tierra blanda y tristes
pastizales,
la plata, maldición y maldecida, parecidos brillos
de la plata
en los reflejos
del corriente río ensimismado.

Con hambre y sangre empieza Buenos Aires
ante aguas corrientes y neutrales,
años pasaron y esperanzas, error engaños y trabajos,
idas fluviales y venidas, incendio total y la ceniza
y luego aguas y años transcurrieron y conquistadores
enterrados.
Fue tareas pronta de gusanos,
color de vela las mejillas, color de trapos apagados,
al hondo de la greda descendieron rapiñosos mendigos
españoles
y pobres indios sorprendidos ante intrusos los
desembarcados.
Osamenta mezclada, redondas semejantes calaveras,
hermanas calabazas calaveras y huesos con quebranto
es el primer cimiento humano en Buenos Aires,
actualmente debajo de unas calles, golpeado consolado
sin descanso por los ruidos.
A espadas junto, a cruces, a arcabuces, taparrabos
mugrosos,
lineales flechas sin ofensa, sin vuelo voladoras
boleadoras
quebrados dientes quebrada alfarería,
quedó sembrada la aventura
odio y amor, largueza y la codicia.
Así nació probada Buenos Aires.
hambrienta, amarga y amargada,
pero
estaba destinada Buenos Aires
a puerto abierto, grande y la alegría.
Quedó sembrada la aventura, dejaron herederos
pequeños herederos perseguidores de dinero,
los cuatrocientos años, quedaron se mezclaron
pequeños herederos perseguidores de dinero,
sin espadas,
cubiertos de doblados taparrabos, también febriles
y tranquilos
también ofuscados y constantes perseguidores de dinero,
en la grande
la gran ciudad de Buenos Aires.

* Nació en la ciudad de Buenos Aires el 19 de mayo de 1912.

II

Extendiéndose lenta lentamente rápida ya rápidamente
en los años vivos nuestros vivientes y despiertos
hoy igual que otros tantos hormigueros,
engaños son, esperanza también y trabajos simultáneos
en la orgullosa presente,
ciudad de Buenos Aires un poco miserable.
Se extiende
en enormes kilómetros cuadrados
son ciento ochenta kilómetros cuadrados
son más de ciento ochenta kilómetros cuadrados
ciento ochenta pares andando los zapatos andadores,
más ligero ligero a grandes saltos, extraviadas
langostas saltadoras
ni volosas moscas zumbadoras ni de rodillas sangradas
promesantes
ni en juncos, palanquines, mandarines,
ni sastres persiguiendo sus cobranzas
ni voceando pálidos diarieros
ni arrastrado polvo de gitanos ni rajando sustos
los ladrones
la laberíntica ciudad de Buenos Aires
Espacio inmenso heterogéneo de intermitentes treguas
y combates,
todo, casi todo en movimiento,
sueño y vigilia repetidos en distintos tamaños
subsistiendo
y hombres entre hombres sobre hombres sordamente
ruidosos
y casas entre casas sobre casas locamente pobladas,
familias cada una solitarias juntamente cosiendo
sus vidas diferentes iguales descosiendo
desde junto al río casi nadie, más lejos y lejos y
más lejos
entre casas golpeándonos de casas.
Ciudad violenta es, concierto y desconcierto
puerto y puerta de diques y de muelles,
y millones de ruidos de millones de fuelles humanos,
inhumanos,
sonoras bocas y bocinas y suelas y rodados y ruedas
y motores
sonando atropellados y callado ruido de los patios.
Crece creciendo Buenos Aires vidas, vienen vidas vidas
y vidas desaparecen terminales,
vida dolor y muerte en la ciudad de grandes
proporciones
y en los únicos espacios terrenales, principio y fin
únicamente,
vida y muerte sucesivos
crece de nuevos hombres y niños y mujeres
aumentándose de incontenibles partos de mujeres.
Ciudad de piedras reemplazables
y arrancados cimientos elevados
desde los mil quinientos treinta y seis sobre sí
construyendo,
creciendo día y noche, y noche y día sin silencio:
piedras molidas una a una y albañiles manchados
en andamios
cales arcillas y ladrillos huecos, techos horizontales
y techumbres.
escamadas cúpulas orgullo y falsas torrecillas y tejados
hierros bulones hilos tensos, cruzados, tubos y tuberías,
venas cloacales, roñosos malolientes sumideros,
oscuros gases y sobras reventando, chimeneas,
azoteas cuadradas, patios, pasillos zaguanes y rincones,
basureros baldíos e hirvientes pozos finales de basuras
y rieles y puentes pintados y oxidados,
adoquines soldados a adoquines
y letreros y paredes y enfilados postes y faroles
luces y los braseros
árboles que mueren entre baldosas cada trecho,
en cada esquina vigilantes,
buzones colorados.

Aquí vivimos densamente, herido suelo edificado
su centímetro,
aquí vivimorimos de nucas preocupadas verticales,
crecemos, sostenemos cada uno nuestros huesos
y horizontales nucas chacaritas
hay huesos queridos terminados.
Cambiamos cada cual cada uno ropas y sombreros
lápices y pañuelos,
deshilachamos trapos que vestimos también uñas
y dedos
y el animal que somos, secundariamente
alimentamos come
dilatados campos de redondos panes
cocidas rojas carnes y frutales
que la república nos trae, entre los mugidos los
mercados.
Aquí lamemos diariamente sales y azúcar y mostazas
y polvos invisibles e irritantes
de construcciones y demoliciones,
polvos incansables se descienden
de una inmensa escoba y estropajo
y cepillos presurosos van barriendo
los instantáneos crecientes desperdicios.
Aquí principalmente nuestro sueño desesperadamente
vanamente,
el sueño querido que soñamos, tenso intenso cada rato
el sueño
toda nuestra vida que soñamos
lo persiguen agobian y desgarran acosan y mutilan
invisibles perros y perras y ladridos,
temeroso a conejos, cegado a topos y lacerado
de piojos
y a embalsamados cisnes boquiabierto,
espejos múltiples espejos,
vidrieras transparentes y fatales horarios de relojes
final de mes y los caseros, traicionado de fáciles
traiciones,
siestas, mates y conversaciones
y paso inmoderado de mujeres ceñidas ajenas
callejeras
moviendo removiendo las caderas.
Aquí se calienta calentamos fervorosamente con odio
sin saberlo
las grises calles de pisadas, grises las frenéticas patadas
gentes persiguen horario sin horario papeles los peleles,
papeles azules verdes amarillos y violados
ocultos shylocks arco iris, en billeteras apilados
los papeles
y papeles pegados a paredes y toda clase de papeles
y papeles de tiendas de papeles
y entre ruedas y tacos arrastrados doliéndonos las
sienes,
recogen en grandes manotones, absortos los traperos,
mendigos papeleros
los papeles sucios olvidados, a montones.
Aquí
girando registrando como en ciudades otras el barómetro
sudan sudamos el verano y en el invierno tiritamos,
y ropas desiguales cada cual uno nos defienden
de doscientos climas, caprichosos bailarines
de los cuatro rincones, aire de viento trae nubarrones,
gruesas barrigas de algodones,
lluvia llueve pertinaz en las aceras,
raros huevos de granizo en los balcones.
Si el sol nos suda, fermenta las espaldas y nucas
nos agobia
el frío, manos y narices muerde, peores horas
de la madrugada.
Millares mientras tanto de durmientes tibios
indiferentes
en un inmenso hotel de transitorias camas
descansan sueño y pesadilla todas las posiciones.
Aquí y en ciudades grandes estrujadas,
distintas puertas de rigurosos cierres personales,
el tú y yo todos iguales,
cerramos con propiedad en el ruido terminante,
tintineamos las llaves los llaveros,
cada cual cada uno su cencerro
y se cierran postigos y herméticas ventanas
y se recoge el canario flor de la ventana.
Aquí en interminables qué aburridas, alegres calles
cortas, largas, muchas desconocemos,
tropezamos idiotamente o no, corremos y caemos
nos caemos.
En sillas pequeñas trasegadas nos sentamos bares fondas
y confiterías y las churrasquerías, pizzerías
y sebosos naipes crujen blandamente
y dados ruedan ruidosas calaveras generales.
En la vereda en ochavas esquinas plantados
permanentes,
invisibles divanes nos recuestan y envidiamos
parejas en su ardoroso coloquio en los zaguanes.
Aquí desde la cola hablamos reclamamos
y dentro de vehículos chirriantes a veces descompuestos
atestadamente transportados, a veces olvidados
maltratados,
racimos, queremos llegar a alguna parte,
cada cual cada uno ciegamente quizás inútilmente,
principio fin de interminable recorrido.
Aquí llenamos jarras botellones, las vaciamos,
tachos y quebradizas palanganas, baldeos suenan
en los patios
mujeres tantas entre tanto enjabonan
castillos de trapillos de trapones
y los chiquillos, pibes, los empujones,
juegos gritos y las canciones.
Y millones trabajan la semana y millares descansan
la semana
el alma que se rompen hasta el hueso
y quijadas se rompen a bostezos.
Y se sacuden alfombras pantalones hilos hebras
y polvos
y los pelos
en el aire quedan, las cornisas, los hombros
y el ala del sombrero.
Hojeamos diarios y revistas; se avisa no se avisa
es ofrece, se busca, no se busca se pierde y gratifica,
solicitan ventas y remate y sucesión de sepelios
participan.
Beben se bebe vinos aguas cervezas y aguardientes
y vuelven a mingitorios diligentes, líquidos cervezas y
aguardientes.
Humo vacío inútilmente de casi millón de cigarrillos
cada instante hondamente, humos en el aire
y el aire lleva como velas, como gansos azules
navegando,
casi millón de abiertas bocanadas
millones de centavos en bandadas
humo de cigarrillos y cigarros,
humo de plumas plumadas y plumeros
humos inmateriales de apellidos, títulos doctorales
vanidades.
Y aquí reverenciadas pelotas, científicas patadas
de partidos
aquí neuróticos caballos de carreras
y juegos y geométricos desfiles
miramos remiramos, a través de compactas filas
de perfiles,
todos los pescuezos estirando, curiosos avestruces
presenciales.
Tribus los frenéticos, de hinchas hinchando e
insultando,
sus pulmones escupen y enloquecen
y en cortas emociones terremotos vuelan botellas
y naranjas
puños arrojan puñetazos.
Aquí desde la turbia caliente cavidad del útero
desde el primer instante que se amasa y día a día
identifican nuestra forma, desde lo días continuos
forrados o raídos: dinero y la escasez y la limosna,
fáciles días o difíciles,
estamos cerrados encerrados entre paredes cúbicas
cada cual cada uno juntamente, todos conocidos
e ignorados
unos van enmudecidos sordos insolentes, los tacos
arrancándose los tacos,
otros vienen igualmente enmudecidos
cada cual cada uno vacunamente vamos nos empujan,
apretujan suspiran y transpiran,
cumpliendo citas citaciones, horario y oficina,
dolorosas horas de dentista y discutiendo en tribunales.
En la ciudad de hermanos populosos
millonario ejército intranquilo
mínimos argonautas
mínimos odiseos, automovilistas exploradores
y cocheros
y rodantes huevos cansados de colones
cada cual cada uno siguen y regresan por avenidas
calles y callejas
cada uno de su estricto agujero a su agujero
cada cual a su casa, de su casa,
de su mesa a su mesa,
de arrugada cama a su blanda dura cama,
jergón camastro u otomana, veloces caracoles.
Y de los curvos retorcidos zapatos insulares oscuros
y desiertos
desde dentro de secretos húmedos zapatos
cada cual almirante y delirante y naúfrago
almirante se hunde naufragante, por altas olas,
los ambulantes cuerpos semejantes y s.o.s reprimido y
no escuchado.
Y en la noche y noches repitiendo
idéntica la entrada y la salida,
iguales calles y asfaltos y adoquines
y vecinos seres y las cosas, en cansadoras dolorosas
calesitas
e igualmente silbamos desafinada música pegada
y la preocupación vuelve a su sitio,
frente al farol de siempre y la ventana.
Aquí
pese a la llave y apellido y baja alta medianera y el
orgullo,
la existencia es un ovillo enovillado
aunque la voluntad no nos concierte reunidos
ni afiliados.
Aquí cada habitante separado, hombre atormentado
mucho poco nada,
todos enredan clavos y cuchillos
cortan tijeras y muerden las constantes herramientas
y todo está enredado y se enreda cada cual a cada uno.
Y nada
nadie vive y ríe y llora y muere solo solamente
sin testigo
aunque sus narices de elefante, enormes lleve
levantadas
y los ojos ciegos, cerraduras, de los demás al aire
los ignore,
y luzca presuntuoso una flor seca
de cordón umbilical petrificado.
Que Buenos Aires es una inmensa casa de piezas
donde se mezclan hunden y se cruzan y se encastran
patios pequeños y pasillos, escaleras se unen en peldaños
y se casan turbulentas camas y tranquilas como tablas
suman manteles en alambres y banderas en astas
y humos negros urgentes de cocinas los aires manchan.
Que una tabla recorre en carros, a mano y espaldas
los talleres
y un paño, costureras costuran y sentados sastres
abotonan
y un billete crujiente circula hasta la mugre blanda
y los centavos
y un fósforo recorre las esquinas, de cajones a cajas
y a bolsillos
hasta el cigarro y el incendio.
Que Buenos Aires es una inmensa madre de habitantes
empollando,
geométrica gallina cacareante de piedras y ladrillos
y de piedras.
Es una madre
de piedras y ladrillos y de brazos de hierros y de
piedras
con un multiplicado regazo de pequeñas piedras
y de piedras
de pedradas y verde-raso pastos,
de manzanas y pequeñas pampas hediondas solitarias,

Ubre estancada alimenticia manando incontinente
incontenible,
leches y sales, venenos y perfumes, sudores agrios
y excremento,
muerde y mordida, hiere y herida, explotadora
y explotada,
es una madre de cuadrados úteros de piedras
y carnes que se aumentan
de risas colectivas y de lágrimas y tiernos semejantes
papanatas
y un enorme agujereado esqueleto de alcahueta gris
atormentada,
llena de trampa cruel y cementerio, muerta sin
paños mínimos
que cubran su espantable miseria
y una enorme nodriza sin salario de tantos
inmigrantes,
la boca abierta y dulce trenza derramada,
deletreando idiomas lenguas en el puerto.

¡Oh, Buenos Aires!, mi cuna nuestra cuna, descanso
buena tumba,
lengua de miel y amarga, pan nuestro cada día y
nuestra sombra.
¡Oh, buena perra kilométrica lamiéndonos
las cansadas manos y las plantas!
¡Oh, garganta! cantándonos los días tardes noches
guitarra y timbre, puerta a puerta!
¡Oh, tierno, inolvidable, querido y exclusivo a
nuestros vidas,
caníbal Buenos Aires!

NIVEL DE FURIA, EXTENSO….

Nivel de furia, extenso,
del alma penitente,
oculto en el tapujo con las vueltas
de su mando bailando de la hombría.

Tango parido de vacío,
llegó de falta grave, de una ausencia,
de un castigo sin árbol y sin jueces.
Pecado de silencio, de agujero,
destierro de orfandad sin madre muerta,
y sí, osamentas muertas de caballos,
ostracismo largo de una pampa.
Llegó de boca, con los pies,
su respiro de macho prepotente,
espejo andante terco en la resaca
de la carne diaria con los pasos
y las lujosas noches de indigencias,
antros del cuerpo, las zanjas sin remedio,
malones de los sexos insurgentes.

Simulacro absorto y zafarrancho,
el continuo crimen de su baile,
de llevar a la rastra la fantasma,
de la mujer que llevan condenada,
de la mujer que arrastran su renuncia.
Y también del alma reincidente,
por sus ropas perdidas, los regalos,
que busca por el suelo los remiendos
los ojos sin el fiel y la venganza.
De la vejada desnudez violada,
de ángel sin las alas para el cielo,
las juntadas penas rebeldes en el cuerpo,
tango que pide al tiempo sus clemencias
que le tira todos los agravios,
libre, febril, que baila de su despecho,
vitalicia su noche de la Tierra.
Desahucio de finales indulgencias.

Salen los pies en sus lustrosos,
gatos y gatas bajan hasta el suelo a bailar,
de los sellados bailarines.
Bajan de la cabeza nocturna de los techos,
de las cabezas acostadas de las latas del zinc,
lunáticos altillos, lunáticas baldosas
hasta el suelo del pie y sus secretos hormigueros.
Todo y está, bajo la sombra honda de la luz,
sombra de los rencores, los clamores,
sombra de los faroles de las lunas suspendidas
de su cielo callado y corazón enmudecido
a la herrumbre
a la muerte del sol
y sus trabajos, son penados,
de la muerte del ruido,
del yugo y sus condenas
a espaldas de las calles que han sufrido.

Bajan de la azotea y sus castillos turbios, sus casillas,
cabeza y los tejados de los sueños y delirios
telar de lo que fue,
de lo pasado y ya lo sucedido
que es hoy lo que fue ayer, se lo han creído.
De los altos bajan, enredados, confundidos
y de la niebla de pensar y su humareda,
espesas aguas de su lento riachuelo,
por los puentes duros de crueldades
por los hierros crueles que marcan el deseo.
Y bajan
hacia el vacío de estar solos y más,
de estar solos y desearlo como el pan,
a la caída,
por los oscuros negros caracoles
por las errantes escaleras de caer
por los muros de cal, descascarados
y los ladrillos de las enredaderas
y las ásperas ropas de colgar
son ropas muertas, las fantasmas
que las agita el viento, noche nuestra extensa
noche de miradas y diamantes ajenos extranjeros,
los vidrios tan ausente, tan brillantes
para el ardido corazón de los fantoches.

Gatos, culebras o rápidos relámpagos,
en los suelos eléctricos del pie desesperado,
las suelas de fósforos de arder,
chispas de más, de chispas de volar,
encendedores de los fuegos
afiladores de centellas con los pies de bailar.
El mundo y su querella y discusiones,
su ovillo tonto, taciturno,
de querer y sus contiendas
y la deseada hora del enlace mortal,
tango de su abrazo mortal,
de sus palabras de derrotas con los pies,
coloquio solitario y diálogo monólogo
de las airadas almas separadas, aferradas,
que se las lleva el diablo
y debajo del suelo, geometría,
cicatrices de sus penas de los días,
marcas de sus sueños en la arena.

Y alegres como las velas de la luz,
parpadeantes y amarillas,
verticales y amarillas para el sonoro rito del compás
así de dominados en el instante de saltar a bailar
frenos, un instante, se contienen el aliento y el aire.
Erizado brillo
El, de las pelambres de su estampa, su pómulo de
muerte
su zarpa y sus violencias, contenidas por los dientes
de su hombría de ser y de sus miedos clandestinos.
Ella, de sus pupilas anegadas,
sus garras y su talle a caer
y su racimo de las flores
las frutas ya caídas en el suelo,
rehén del hombre, consentido,
por el ojo ardiente de su cuerpo
y su pecado eréctil, todo florecido,
jarrón cansado está gastado hasta los vidrios
de llorar de gozar,
de la noche, juega con las presas.

Y por un instante sólo y la arrogancia
se detienen,
sus sudores
sus estatuas de sal
sus odios juntos del amor
sus sombras sujetas, las cadenas
dobles caras absortas y bicéfalas
ebrios del alcohol de saber para las piernas
y la hoguera se enciende
en las negruras, grietas de su tango,
ciegos que ven el resplandor por dentro,
su orgulloso fuego herido de miserias,
helado remolino,
altar sobre cenizas de su fango.

Puntera y punta, el hilo y su comienzo
salen y ya la procesión en marcha
camino a su desierto
y van los pies hilando el terciopelo
despojo amargo
de un vestido roto para el duelo.
Van y van enfermos
con el juego incógnito trampeado,
sin salida, sin puertas,
cerrado en el misterio de su juego
sin reglas y sin ley su laberinto.
Y del enlace
las blandas lagartijas
arrastradas a tango
y enemigas
se dejan empuñar de escobas falsas.
Barridas, retroceden a compases de amor,
mordidas en el brazo acanallado.
Qué venganzas frías le ocultan lentamente,
pasivas de sus cuerpos descompuestos,
al violento imprudente asombrerado,
al confiado rufián de los arrestos,
lunfardo por la boca de los actos.

Los rodetes de fuerza, nauseabundos,
las miradas bajas ensañadas
los senos ardorosos
los muslos,
las airadas cabelleras de culebras
flagelan alevosos el costado del rey
con los pavores.

El adivina en lo oscuro de la esclava
el futuro mortuorio, los trabajos,
los fierros que acompañan a las rejas,
desgracias las que vienen de las perras.
Y lo peor de todo, a su decreto,
ella con su odio de sí misma
de odio siempre virgen inviolable.
De mutuos carceleros confinados,
delitos de su tango de la vida.

La ciudad se vive de sonidos y ruidosa joven
barahunda
la ciudad se muere de silencios
ausencias y de siestas y de pausas.
Y los hombres confusos, ignorantes,
componen de barato su concierto
cerrado y egoísta entre sus casas
de murmullos de hablar y de gritar sobre los techos
debajo de los techos, por los pisos.

Y las carnales voces del mercado abierto,
contrabandos voraces de su tráfico
claman los violentos ejercicios, las cruentas acrobacias
y el derecho de pasar sus amuletos
sus bultos y piolines y bolsillos
matracas de su orgullo y los vehículos.
Y del desorden permitido y aprobado
sin tiempo en el ensayo
sin ningún preámbulo de coro
por sus devotos actos de la tierra,
sacrílegos enojos y apetitos, no pueden detenerse,
febriles de sus ansias en los pactos, los insultos
y los constantes rojos juramentos.

Y las cosas, los trastos desplazan y levantan
maderas férreas a pedazos
y los codos se afanan en lo alto
de estruendosas latas de su fuerza
de estúpidos encierros de sus cajas
y crecen los ensayos, erecciones y derrumbes
inútiles grandezas de sus cáscaras.
Y las nubes de los aires sueltos,
igual el río lento de sus capas
con sus manadas surcan soberanos
ausentes y lejanos de los hombres,
los dedos por las alas de las arpas
y los violines aves ambulantes,
guitarras acostadas como barcos
que entierran sus nostalgias de la pampa.

Y los sonidos traen su nombre, gritería y melodías
inmenso circo de calles y aposentos
son todos buhoneros, mercachifles,
y compradores todos mercachifles.
Y traen los silencios y los rictus
las flores o marchitas de sus sueños
ramos y coronas de vigilias
y la agonía enferma de tristeza
con sus muertos duros en sus puertas,
mudos rostros escondidos de la muerte
y su lenguaje pétreo y envidioso
golpean las astillas vanamente.
Y todo, su delirio y consunciones
sus señales preguntas y respuestas
tan sabidas todas engañosas
se conocen todas las caretas.
Y los héroes pocos y rufianes
víctimas y tartufos a su turno
que rompen y rubrican los contratos
incendian y dispersan las alianzas
se gritan bobos sus coléricas polémicas
se enlazan en la furia de sus fiestas,
se empujan en los dientes de las rejas.

Entonces Buenos Aires cada día
levanta por sus manos instrumentos,
carillón echado de campanas
para que suene todo de arrebato
y a rebato fiel de las iglesias
y estalla la batuta, su tormenta necia de los músicos
su concierto necio de la vida
con ruidos necesarios y gratuitos,
sonora máquina de puertas
estadio y los atletas de trabajo
y celdas invisibles de su cárcel.
Su tango universal desafinado
con discursos sordos tartamudos y estentórea
habladuría,
los pies de su estropeada sinfonía
informe y barcarolas descompuestas.

Cuánto le crece tango
de la hoguera densa y humos que se aumentan
de su vida sin dueño y pantalones
de sus arcas vacías y saqueadas,
hueco estéril de nadie
de su enorme estatua danzada tan terrestre,
los pies sobre torcidos adoquines
la puja de su marcha tan pedestre.
Cuánto le crece
de las vidas cantantes y gemelas
por el día y los felices días pordioseros
entre las piedras locas, desgastadas medianeras
y paredes grises que se elevan imprudentes
más altas que los panes de las mesas
más altas que los huesos de las muertes.

Y se baila la fiebre, lunática veleta
con el techo casi siempre roto de verg�enza
aplastando muchas las cabezas
y cabezas herrumbradas de ambiciones en los hornos
y los ojos de vacas inmoladas con las brasas
cabezas arrancadas por los choques
testuces quebrantadas por los golpes.

Y los barrios largan tangos como besos
como olores y vidas de los hombres
y sus menudos pasos por el tiempo,
de los patios chillones y cantores
de las vecinas puertas por los codos
de los menudos pies de los umbrales
y el cuadrúpedo apoyo
de las sillas, catres y trinchantes,
tranquilos animales y domésticos
egipcios gatos rondan con sus bronces
de su monito enjaulado de los sueños en barbecho,
el loro verde sucio de su parla cotidiana
con latas por las voces de los techos.

La gran pierna, batida removida
de punta a punta va
a grandes pasos va y el tiempo que la bate,
se queda detenida
hamacada queda y continúa,
a grandes aspavientos sofocada
las almas sin descansos por los bailes.
Pata de la ciudad, frenética insolente
tan ancha, tan metida
desde el desgraciado corazón
que nace por su sangre solitario.
Pata en la fiebre y en los hervideros
de mayor a menor
en los enjuagues
en los malditos ruidos de los tachos
en los buscados platos del dinero,
en la verg�enza
modestia pobre del silencio de los barrios
con sus orejas largas aburridas.

Y en la furia de calles cada metro
Y en la furia de hombres cada acto
de peor a mejor
de andarse en la gran pata enajenados,
abuso y su desgaste
sus piernas miserables en la pierna
de antes y después
volados siete lunes miserables
trotados siete sábados bailables.
La gran pierna interminable coja
que renguean todos como perros
que la siguen todos como rabos.
La gran pierna, muleta inseparable
de ansiedad, soborno inseparable
de paso de joroba
de lejano palo agusanado
de pluma negra y cresta
sangre qué de infiel y coagulada.

Como ciudad te suena tango
de cada día que comienza,
primeras voces, primeros los compases
cuando dormidas todas las paredes
la noche cierra turbia boliche de botellas,
estrellas pálidas regresan,
tiritan encorvadas
llevadas de bracete de las fiestas
y ambula gata de la madrugada.
Y lentas vagas humaredas de suicidio
revuelven los cigarros de la niebla,
vahos que vagan de los descampados
y el blancuzco aliento de las aguas
que sube por el río, chimeneas
y el horizonte pega su relincho.

El ruido está y se acerca
de nácar se desata sobre piedras
y el rosa, las banderas levanta de las camas
el amarillo abre los portones
del sol y su brasero allí se planta
en el tango macho, mástiles del puerto
en el tango hembra, rama de la pampa.

Y la ciudad despierta bailarines como moscas
desenfundados ya los instrumentos
y la ciudad comienza su milonga
de ir y disputar y darse vuelta
subir y de bajar por las escalas
corcheas y las fusas semifusas.

Tocan los días su tango de los tangos
de un bandoneón tan largo por su fuelle
se acortan y se alargan recuerdos, los gemidos
las horas a lo angosto de su paso
las penas a lo ancho del rosario.
Al corazón lo arrastran a los golpes
al corazón lo llevan de la mano
y hermano corazón, cállate un poco.

Y un arco de violín hasta los ángeles
hace cantar y giran las veletas
y las guitarras dicen graves
los bajos fondos broncos por los bajos
las voces por las cuerdas de las voces
los tacos por los bajos de los tacos.
Y pianos descolados de los patios,
amarillo alegran de retamas
concierto de las plumas del canario
concierto del aljibe del jilguero
ahogado por las lágrimas del balde.

Y el día suena entre los ruidos de los brazos
que mueven el molino de los carros
al sudor del sol, oro redondo,
abiertas sus dos piernas entre ejes
dos puertas tan abiertas a las manos.
Y la siesta suena sorda,
paredes abultadas de ronquidos
contrabajos roncos, que se sientan y se acuestan
debajo de las uvas de las parras.
Suena la tarde en las orejas pálidas y blandas
nostalgias del azul hacia el violeta,
sedosas telas del turco de la tarde
sonidos de las siete hacia las ocho,
las sombras hacia el frío de las sombras.
La música en las ramas de la noche
se junta despacito en un tañido
elevada iglesia en sus estrellas
elevadas cúpulas del alma.

Al borde de las fachas de las casas
la vereda suena unas pisadas
temblor en flor de una pebeta
que va hasta las horquillas asustada.
Su andar levanta tango de la misa
del polvo estremecido de su cuerpo
espesa y polvareda de su carne.

Y un color dispara como un perro
lobo de miedo húmedo erizado
por el fuelle hondo de la calle
y suena gris su aullido
por un embudo lívido de flauta.
Y el negro suena de un sombrero
subido a lo más alto de la espalda
que va hamacando sus compases ciego
del paso que lo lleva al otro paso
silbando a cada paso su apellido.
Y se lo traga el vano de la puerta
y se lo traga el hueso de un boliche,
y se lo traga un ojo en la guitarra.

Horas del día su paso están tocando,
el día de una calle está tangueando.

Y botellas chocan con botellas
sillas con compadres se atornillan
y una silla suena en la cabeza
y suena en la cabeza una botella,
que patas contra patas de la silla
que uñas contra cantan las guitarras.

Tango con compadre con coraje,
mina con su morro concubina
de meta y ponga y meta y ponga,
chamuyo que le filtra con el cuerpo
milonga que le filtra por la oreja
y se cierran todos los sombreros.

(�Tango�)

XIX

¿Adónde vamos?
¿Qué pan nos dan a nuestros dientes
del hambre que tenemos insaciable?
¿Qué pan de pan que compartimos?
Qué nos quita que sí que merecemos.
Y nuestro derecho inalienable y la obligación
inalienable
de vivir que vivimos y vivamos
todos los días de la vida
y la cerrada muerte para siempre de la muerte.
¿Quiénes y quién arriba abajo justifica?
¿Y adónde va lo que se pierde y qué se pierde?
¿Y adónde va lo que se pierde y no se gana?
¿Adónde van nuestros dineros entre los centavos
naufragando
en el confuso naufragio de los trastos y los ridículos
enseres,
con los dientes juntados con las manos,
oros sin freno y aserrín sin freno?
¿Adónde vamos debajo de las ropas?
¿Adónde va nuestro tesoro de jóvenes ladrones,
anticuarios de hoy y su bazar,
nuestro vanidoso cementerio de juntar y juntar y
de lucirnos
tan oneroso e inútil en el tiempo?
Tan oneroso e inútil en los otros.
¿La quebradiza vajilla, los huesos y las lozas
y las abolladas cacerolas y la confusión de los cubiertos?
¿Adónde van olvidos y recuerdos?
¿Adónde van tarjetas, su arista gris de boca en boca,
los saludos, parientes, los amigos de ayer y hoy
en su cerrada órbita se alejan?
¿Adónde de los forros de los trajes se destilan
deshilachados codos y los puños, de las mesas,
las fundas, los papeles de envolver y los atados?
¿Cadena incumplida de traiciones?
Nada más nada más.
¿Y en dónde está
el gran amor inolvidable que no debimos olvidar
que fue mi flor su flor?
¿Se ha deshojado?
¿Y el entusiasmo ebrio o sujetado atropellado entre
las calles?
Que la ciudad atropella y nos defrauda sin malicia,
promete y no nos cumple y que no puede.
¿Dónde están las banderas?
Todas en su tope inalcanzable y bailarinas
que al viento brindan, al viento tan flameantes,
que a la hermosa alegría de la vida
danzándoles a la vida y adorándola,
de cada uno que adoramos,
que un instante comprendemos
y que se va y a todos nos engaña.
¿Dónde
el sueño se quede en nuestras manos, rebaño de
dos manos?
¿Dónde las copas y el vino en los labios propios
que bebemos?
¿Los terribles besos del amor besar amar dejamos y
nos deja?
¿Dónde la sangre de la sangre,
el pequeño corazón de los latidos
sus hormigas, que la ciudad aplasta y encabritan?
¿Y la cabeza nuestra de su idea llena y luminosa,
pastor y oveja hermanos
que la ciudad descarría a golpearse y desorienta?
¿Dónde nos lleva vamos y nos vamos?
¿Quién nos apela y nos absuelve?
Del tan injusto juicio está juzgado.

Venid ángeles, los ángeles de las hermosas religiones.
Venid
de inmensas alas de plumas y de aire y de grandeza.
Venid desde lo alto le caigan majestuosos verticales,
a la ciudad nazcan milagros y tutelares cuiden,
almohadas de los ángeles, velados con el sueño de
los ángeles.
Venid los todos, los grandes lo más grandes
y los menores grandes, todos necesarios e importantes.
Venid demonios buenos y buenos vigilantes,
venid los buenos guardias, los bastones, venid
estibadores
venid coches lavados los cocheros venid los taxis.
Venid verg�enza, venid los tintoreros letristas
saineteros,
venid paciencia y repartido caridad con las dos manos
con la más grande ingenuidad
con la limpieza en las dos manos
con la más grande voluntad
todas las manos firmes al volante.
Soplad silbad con el silbato y con los labios
sus pétalos calientes,
reíd cantad el corazón, se abre el corazón es una mano
que nos late.
Soltad los pájaros, caballos, hagan rugir a los motores,
alégrense las fábricas del trabajo manual
que brillen las brillantes espadas de los ángeles
por los ladrones malos, son impunes y los difamadores,
se salven se preserven así los inocentes.
Basta la burla, estafa, los engaños
basta de enojos, peleas los cansancios
basta los aullidos de los rieles
el choque de los choques
basta
el fogonazo de las armas
basta la explosión de los sifones
el fogonazo de las planchas.
Y gracias al saludo de los barcos, de los trenes,
gracias los perdones de los tangos, de los tangos,
gracias los saludos los abrazos los remolcadores,
gracias a las gracias, muchas gracias.
Que somos solos como estamos
y el amo es un ausente y no hay el amo
que querido cuide su rebaño y nos recuente,
llamar y nombre y nos imponga a crecer
entre los cantos columnas y los arcos.
Digo que el Cuidado y Contramano, Adelantarse por
la Izquierda
Silencio el Hospital, Despacio Escuela
y la potente voz del Intendente
y su infinita hoja las Ordenanzas,
todo se cumpla hasta las comas
y todo infinitamente se respete,
conserve la derecha de la vida, conserve la derecha.
Venid venid
bailemos y bailamos tomados de las manos por las
manos
en la ciudad de hombres sin hermanos,
vamos sin flores
aromas
no hay espejo
fiesta sin fiesta, la procesión por dentro
la gran reunión que es sin invitados,
ciudad repleta y harta y satisfecha y ellos tristes
que somos son nosotros asociados.
Ya que nadie ama al otro y se descubre
ya que nadie se da ni nada, algo,
nada queda encendido, luz se apaga
siempre como escondidos caracoles temorosos
de su propio cuerno y caracola
y de día se apagan los colores
y de día se apagan los faroles,
soñaron y sufrieron y se fueron.
Venid hay tiempo, aún hay tiempo y está nuevo,
enfrente que está el sol está la sombra
el cielo está brillando, el agua corre
y el adoquín es joven,
ciudad en su cuna acune, nos apiade.
venid sonrisas, suéltese el hilo, cadenas se deshagan,
canten canciones empezando y los alegres músicos
se exalten.
Venid demonios, diablos risueños, los diablillos,
pequeños ogros locos
y gigantes bobos generosos y bobos gigantes generosos
y bobos de los bobos.
Venid al juego, al vino y a los fuegos
venid al mundo de las calles
venid al ruego a los pasteles
venid los curas los popes los rabinos
vengan mujeres
las faldas vuelen, amores y procaces.

Y si mi lengua se eleva para siempre,
mi voz se elevará, tiempo a su tiempo,
ajusticiada voz se hace justicia,
será presente ya, de ya imborrable,
pequeño trueno permanente o inescuchable voz
alguien la escucha.
Pues
de la calle gritando
y arrastrado, calle por calles,
herido y molestado y empujado
y los que viven, ahora, yo que vivo,
que estoy despierto, que están ellos despiertos.
¿Qué quién podrá callarlo y olvidarlo
y lo que es y fue ser desmentido?
Es tiempo y me confieso:
soy su amante
en la ciudad que es mía porque es mía
en la ciudad que es nuestra porque es mía.

1949-1953

(“Poeta al pie de Buenos Aires”)