ISAÍAS, JORGE
A LOS AMIGOS

No cambiaré a mis amigos
justamente ahora
cuando llegamos a un puerto tan seguro
como esta desesperanza continua.
No los cambiaré ahora
cuando el amanecer se aleja
y aquellas llamas altas no nos pertenecen
y apenas somos dueños de ese ocre
que nos roba el crepúsculo.
No cambiaré sus vicios, sus astucias un poco infantiles
ni sus preferencias por las mujeres hermosas el vino tinto
o las pasiones inútiles
—utopías enmarañadas de algas
ganadas por el óxido que termina
matando los barcos—.
No cambiaré a mis amigos
ahora, justamente ahora
que están cerca de saberlo todo
y nos hallamos junto al fuego
en esa cueva común
que hemos abierto entre todos
con las manos sangrantes
y que nos preserva de todas las pestes.
Si es cierto que —como dice uno de ellos—
somos los últimos que creímos en algo
no importa que no haya servido y todo se lo hayan
montado.
Por eso mismo, mis amigos han valido la pena.
Ellos saben que nosotros escribimos el principio de los
/tiempos
y cantaremos el fin de las civilizaciones.
En el medio queda el tiempo de los políticos
es decir la contingencia
la estupidez
el sinsentido.
De A los amigos y otros poemas

CONSEJOS

Haz como si no hablara, como si no oyeses.
La noche es un paquidermo
que nos muele cualquier tipo de paciencia,
pega sin despegar tanto sudor infame entre nosotros.
Haz como si no la vieras:
adusto el omóplato, tu frescor en cierne,
calavera.

Sé que te besaba mucho y la cigarra cantaba sobre el plátano.

Ahora todo resulta ambiguo.
No te arrepientas. Haz como si no
la oyeses, de algo debe vivir, aunque calumnie.

Ya vendrán tiempos mejores,
esperemos.

DEUDAS

para Rubén Sevlever

Los míos nunca entraron a tallar en las historias.
Destriparon terrones en absolutos junios con heladas,
y dieron hijos con penurias fijas a la dureza de esta tierra.
Hubo arados con gaviotas. Hubo lentas trilladoras
junto a las trenzas rubias de mis tías
y el torso desnudo de tanto cosechero.
El sol del verano hacía fintas mientras tanto en sus cabezas.
Debo el poema. Debo la sangre que no derramé y el sudor
que me he guardado y la pena de ver llegar a mi padre
en un setiembre con sangre sin batallas.
Lo vi llegar herido, con los brazos como rotas alas
pero una furia hecha brasa en las pupilas.
Debo el poema a los colonos comprando el pan en la bolsa
blanca de arpillera. El agrio tabaco en latas de té Tigre.
Las calvas cubiertas con gorras amarillas.
Antes estaban la cocina a leña, el techo de cinc bajo tormentas
del invierno, el café y el mate recibiendo a la mañana.
El cuaderno con estampas era cuadrado y grande
y encerraba al mundo en sus cuarenta páginas.
Después la lluvia de abril complicó todo:
hubo historias que recuerdo y otros amores que me olvido,
sin quererlo. Hubo un tren que me trajo de repente,
arrancándome de cuajo, como fruta verde de diciembre.
Debo aún toda la distancia que me pone cada vez más viejo,
y me entristece.

EL MAÍZ QUE NO SEMBRAMOS

El maíz que no sembramos
fermenta dentro nuestro
y su aborrecido alcohol
insiste
deplorado de cielos.
El maíz que no sembramos
germina sin verdecer
en su hojita leve y solitaria
aduce otra indolencia
olvida otros perdones
y nos aquieta
pudriéndonos de a poco.
De Un verso recordado

ELECCIONES

Pude haberme ido
pero no lo hice.
Pude haber amado
locamente —como lo hice—
Pude haber provocado
suicidios, colapsos,
amores que hacen rodar
su sucio ardor sereno.
Pude haber sentido el dolor
entre los dientes,
conocer lejanas tierras,
costas embravecidas
humillaciones diversas.
Pude ser un hombre
detentando el poder,
una lujuria sola,
una miseria.
Pude optar por muchas
cosas, pero elegí
sentarme a escribir
este poema.
De Los Poetas de la Cachimba

INSCRIPCIONES FAMILIARES

Abdul
machicabrío
inconsulto violador
de estas comarcas.
Gran Fornicador
absuelto por la gracia del Otoño imponía su perfil
a la fuga de los vientos.
Abjurarán nietos voraces
su estricto
sostenido deambular entre muchachas,
su dirimir cuestiones polleriles
en tarde calma y entretuerta;
con un pueblo detenido entre la abulia,
sus guturales gritos de vikingo,
mis juguetes de pobre entre naranjas
y el silencio de mi padre
cosechero y errabundo.
Ni sé qué dirían sus amigos:
el hablador y azul Guzmán Elías
polémico y tenaz, casi incipiente,
el viejo �Chiquín� antifascista,
—siciliano inédito en mi vida,
con su barba y su pipa permanente—.
Ni qué de los notables
caballeros de mi pueblo:
el cura, el Juez, Callejas
el comisario duro y pegador
de aquellos años,
a quien Abdul arrebatara su revólver
su dignidad de fuerte y prepotente.
Abdul era árabe y mi abuelo,
un tosco y tremebundo que asolaba las alcobas, bebía litros de cerveza y aguardiente
y gritaba trucos estentóreos
con su grandioso vozarrón
capaz también de enternecerse
hasta zurear como un palomo pálido y de frente.
Abdul fue un árabe tenaz
y solo en la comarca,
cuando murió lloraban las mujeres de mi pueblo,
el Otoño desgranaba su llanto
aúreo y solar sobre la gente;
yo rompía muy triste mis juguetes
entre verano y torcazas con naranjas.
De Oficios de Abdul

LA DISTANCIA

La distancia es una bandada de pájaros,
una parva solitaria con su tordo
oscuro y soberbio y otra vez oscuro
en el añil seco de la tarde.
(Es la oruga de un tren que ya no pasa.)
La distancia está metida en el espacio
y pone tiempo —ausencia— entre nosotros. El que esto escribe junta oprobios,
días que ensañan su flecha entre la carne,
odios, olvidadas ternuras, la maldad
que no nos abandona y el oscuro costurón
en la mejilla.
El que esto escribe tira un hilo
a todo esto que nos separa y nos confunde,
y tal vez esté soñando y no exististe nunca.
El hombre que tira esta piedra
contra el cielo apeñuscado de Octubre,
está dudando del temblor de tu cuerpo
bajo el acariciado vestido flameando bajo el viento.
La cicatriz del tiempo mezcla nuestros tiempos
y tal vez este poema nunca llegue a tus manos
pero eso ya ha dejado de importarnos.

LAS OTRAS INFANCIAS

a mi hermano Osvaldo
¡Oh, este insular Otoño
entre paréntesis! (Este torpe
incienso adulterando atriles,
sonrisas con estampas
y un potro que salta en la llovizna.)
¡Oh, mis lóbregos y cálidos hermanos!
Mi amor también, extemporáneo.
¡Qué absorta actitud recae
en el roto cascabel de los domingos! ¡Oh, adustas poluciones de cigarras!
—¿Paréntesis ritual entre nosotros?—
Lluvias tan solas de pezuñas
tan obvias las tardes naranjiles.
¡Oh, tan común madre con llanto
y padre virtual entre maizales,
tanto pájaro desviándose y domingo
y cuchara vacía y años desplomándose!

LOS ASEDIOS DE LA LLUVIA

Llueve una lluvia de clavos
ateridos,
de paraguas incoloros,
de impetuosas vírgenes
violadas,
de pájaros pesados
que veo caer pesadamente,
llueve una lluvia
triste de tristeza,
llueve cabalgando peces velocísimos,
mordiendo frutales indefensos,
llueve esta lluvia sólida,
insolente,
alojada de una vez y para siempre
en mi soledad
en mi esternón mi desamparo…

MUERTE DE JULIANA DIAZ

para
Alfredo Llusá
Imagino aquel atardecer tan lento.
�No sólo en el Sur
emigran las gaviotas�.
Más que lento ardía en sangre el atardecer que te relato.
Se quebró doña Juliana. Noventa años sostenidos por su trenza
nocturna, pero no tuvo dientes para toda la estatura nuestra
de infantes, por entonces.
Una sola vela en el velorio.
¿Y los higos que no me dio? ¿Y ese pañuelo negro
como un ala de cuervo por volar?
¡Una sola vela, hermanos!
El pueblo es moneda chata, caldero hirviendo en plena siesta.
Me acuerdo de su muerte.
Nos acordamos de aquella vela
ínfima, torpe en el claror infernal de aquel verano.
Pero, ¿recordamos su vida?
¿Alguna vez te importó su paso de mimbre vencido por el pueblo?
�El manto ala de cuervo
ala de cuervo por volar�
Y ella viviendo (¿viviendo?) a mate amargo y a galleta
doña Juliana Díaz, más vieja que la muerte instalada en el ruedo
de su vestido sin color.
Pasó tan sufrida por este mundo, que no sé,
si supo, que toda así de negro, se metió en sombra más negra
(del olvido)
aún.
¿De qué le valió no darme higos, pelear tanto ante la muerte,
hacerla retroceder noventa veces, y diluirse luego, así
de negro para siempre?

OCTUBRE

Soy un hombre obsedido
de palabras. De circulantes
crepúsculos
que han hecho minuto
a minuto mi existir.
Porque en la tierra amanecida
por el canto del arado,
y el minucioso vuelo de los tordos
nací.
Ando entonces, con un crepitar
de espigas en mi sangre
y dulces amapolas me velan el sueño
y altas arboledas ciñen
sobre la niñez tan ancha
la sombra con el trino.
Las noches del Sur
vuelcan como una copa inmensa que guardara olorosos jazmines
y los fuera tirando hacia el campo
con estrellas.
Ardidos rastrojos han encendido
mi pelo, mi frenesí amatorio,
la cintura de las niñas que me amaron
y la mano reseca, percudida por heladas
y por años, que don Chiquín Cantoni
supo usar.
Estos son algunos penares
que se encintan en las uñas,
cuando Octubre avanza dando tumbos
entre la flor abierta
y el grillo que persiste.
De Crónica Gringa

PREGUNTAS

¿Será verdad que tuve un cielo
alto, poblado de tordos
negros y rebeldes, y un caballo
de caña, una querida y maltratada pelota de cuero y un perro noble,
allá en la infancia?
¿Fueron mías, ciertamente,
las oscuras, propicias arboledas
y el manchón ubicuo del crepúsculo?
¿Será verdad que el silencioso
y sufrido paso de los míos
atravesó la crueldad
de las heladas y me puso súbito,
triste, infortunado para siempre?
¿Y las mañanas de alto pájaro
y arados y escarchas sobre el pasto
amanecido y también la tarde
de Octubre con su lenta torcaza
pachorrienta, fueron míos
y hoy lo dudo?
¿Será verdad que yo fui niño
y mi pueblo que es tan chico
pudo parecerme inabarcable
como el cielo,
y la nostalgia ciega cae
sobre uno, que está lejos,
ajeno, a merced de toda la miseria
que implacable se cierne
sobre el mundo?

RECORDAMIENTO DEL PUEBLO

(para pensar al dorso de dos
pétalos)
uno
¿Amputa barriletes, cielorrasos
pasiones con estrépito
esta lluvia congénita de Octubre?
¿Digo, si es verdad
que nos siembra la carne, el escozor
con otra lluvia de vidrios nostalgieros?
¿O nos inclina hacia el olor de las naranjas,
el pueblo entre corchetes
los pájaros ausentes
el chapotear barrero
de tanto infante alegre
plural y pueblerino?
dos
En el pueblo no quedaron
ámbitos intactos:
ni amigo ni furor ni noviecita.
En el pueblo pasó el viento
—el del Otoño—
y barrió todo (hasta los gestos).
Lo demás lo pienso o me lo invento.
De Poemas a silbo y navajazo

SIN NOTICIAS

Tuve un tío viajero que surcó el mar quinientas
veces. Violó mujeres y en su ceño adusto
registró paisajes, siestas, caimanes, puertos exóticos
y sexos femeninos a mansalva. Me aconsejó
ser duro y tierno con las hembras. Me prometió
juguetes que no me trajo nunca.
Hace veinte años que no recibo carta suya.
Es como decir: “El hombre que hay en mí
vive del recuerdo”.
Estoy en la cocina. Es invierno. Afuera el viento
catapulta las hojas sobre el techo,
las arrincona en las alcantarillas tapadas
por los yuyos. Pienso en mi tío. Pienso
en El Kelo Isaías (a quien también llamaban
“Dos de oro”, por los ojos grandes, de caballo).
Pienso en ese furor que tuvo por amar
a las mujeres y en esa apostura de padrillo
inquieto, que heredó del viejo Abdul, mi abuelo.
Pienso entonces qué nos deparan los años: si El Kelo
que nunca se detuvo, que viajó y rodeó el mundo
con pasión y sin clemencia, no da señales de vida
en veinte años: ¿qué será de nosotros sumergidos
en este solo desconcierto para siempre?

UNA BIOGRAFÍA

para Angélica Gorodischer

Para que mi cuerpo
ocupara un mínimo lugar
sobre el esplendor verde de esta pampa,
un intersticio vital bajo los soles
húmedos que tiene mi provincia,
debió pasar un tiempo largo.
Millares de inmigrantes tuvieron que cruzar
el fragoroso Atlántico, instalarse
en este Sur lleno de abrojos,
víboras, avestruces, ombués y calandrias.
Los míos debieron sembrar todo este trigo
y fecundar a sus mujeres. Alzar sus casas
precarias y plantarle en el patio muchos árboles
y yo, debí admirar el color primario
de tantas madreselvas y el espacio abierto
con mi asombro. Atestiguar las faenas fatigosas:
arado, siembra, rastrojo y la vasta cosecha
en los diciembres.
Para que mi voz sonara humilde y firme,
debí perseguir cuises y pájaros
en la desidia infinita de la siesta;
robar melones, trepar todos los árboles
hurtando la miel de tantas brevas.

Debieron pasar montones de junios neblinosos
para que yo, Jorge Isaías me llamara.