LONG-OHNI, SILVIA
BAJO UN CIELO SIN DIOSES

¡Y qué solos que estamos en la noche
como perros ladrando
bajo un cielo sin dioses! Con los ojos abiertos a la herida
que a la intemperie sangra y al gemido
de este mundo que cruje y se deshace
como polvo de huesos que no dejan memoria
ve el peregrino de innúmeros retornos
que el tiempo se ha perdido
y quedan en las tumbas
palabras silenciadas
porque ya nadie escucha el paso de los días.
Como un riacho oscuro
pasan las sombras
de los que dieran luz a la palabra
ahora incomprensible, casi enigma
el oro sepultado por un oro tan falso
como el amor pagado.
Tartajeando los dientes se nos muere la vida
y estamos solos, solos
como perros ladrando
bajo un cielo sin dioses.

BUENO ES QUE VUELVAS

Valga tu lucidez, extraño amigo,
que alumbras a mis ojos esta noche,
acaso tenebrosa, en que la muerte
afila sus gastadas cuchillas siempre nuevas
porque hemos de morir como te has muerto
y sin embargo alumbras mis ojos esta noche
por voluntad de un otro que se ha muerto
no sin cumplir el tan excelso rito
de ordenar tus escritos en seis libros
para que yo a esta hora de anunciados finales
comprenda que la muerte es harto fácil
cuando la vida ya ha partido de los muelles.
¿Dónde estarán ahora, Lucrecio, amigo extraño,
tus átomos, tus pasos y tus días
idos en la intemperie y la borrasca?
Eres un poco la flor silvestre, el cuerno de una vaca,
una gota del mar, cierta ventisca, el vuelo de un albatros
y dialogo contigo en cada cosa
sin saber con certeza si es que tu rumbo sigo.
A Cicerón le debo la custodia
de esos folios con que es posible ahora
estarnos bajo la noche conversando
mientras la muerte escucha, tal vez, despavorida. Aquí, sobre la mesa, yacen mis manuscritos:
se cubrirán de polvo, no tendrán cicerones
y morirán conmigo mis palabras
y esta tertulia grave de una noche de insomnio
pero algún peregrino ha de pisar la hierba
en que aquello que fui vuelve a la vida.

COMO HUELE LA MUERTE

Huele a silencio el aire
y de a poco declina
un leve atardecer sobre la hiedra
esclava de ese muro acaso ya amarillo.
Sopla una brisa fría que arranca
despiadada
los últimos jazmines olvidados
que dejó primavera en su rápida fuga.
Se han volado los cantos
de la alegre calandria,
del gentil benteveo
y hasta los grillos tercos
son memoria lejana.
Huele a silencio el aire
como huele la muerte cuando viene en camino.

DEBERÁS ENTREGARTE

Como los olivares y los ríos,
obedientes a la estación y al curso
hasta la parición de yeguas y de perras
signadas por las lunas
la muerte anhelante en todo brote,
así es tu devenir, pequeño hombre
aunque tu voluntad cave una huella
honda como el deseo de torcer el destino.
Y no te darán paz los ariscos olvidos
que acechan como sombras la memoria
inadecuada siempre ante lo poderoso,
lo que domina las correntadas y los vientos
y los días y días que nunca son asibles, la mirada perdida porque se hubo perdido
y el pedregal que queda porque tal es su imperio.
Sí, como las zarzas y los jilgueros
y las varas de mimbre, las olas como uvas,
la ortiga, el caracol, la luna llena
deberás entregarte a lo que el Otro
decide por capricho y mientras tanto
escribir tus palabras en las hojas
de un árbol obligado a los otoños.

DESESTRELLADO EL CORAZÓN

Desestrellado el corazón se inicia
como si nada se hubiera consumido,
recio como aguardiente solitario
que enjuga en el olvido toda sombra.
Desestrellado, digo, porque es noche
en que el pulso que late es una muerte
y apenas se recuerda la luz viva
que se creyó lucero en su inocencia.
No fue ausencia de estrellas. Fue destino
el fuego que quemó hasta las cenizas
el ánimo de luz en las tinieblas.
Creyente he sido y aunque el azar hostigue
con la noche más dura y tenebrosa,
la de luz de artificios y bengalas,
carnavalesco sueño sin sentido,
volveré a ser creyente en otra esquina
del cielo, de este barrio, de las dunas
porque este corazón que apenas vive
desestrellado y todo, lo merece.

ES EL RECUERDO -DICE

Tengo un hermano que guarda en una caja
poemas viejos y tristes, pretenciosos
poemas relativos, borradores,
dientes de leche de escasa mordedura.
¿Y a qué guardar —pregunto— tamaños ejercicios?
Es el recuerdo —dice.
Y me azuza el pudor de su desnudo,
tan sin calzón, poesía sin sombrero,
pobres diablos que son, escritos viejos,
señal de una inocencia, casi insulto
a la linda palabra, a la doliente,
a la loca, sarcástica, furiosa,
a la siniestra, maldita, casi rota
palabra que yo guardo en mis cajones.

IMPERDONABLE ARDOR

Vino de juventud es el que esperas en tu copa cascada
viejísimo Anacreonte que ocultas tras tus barbas
/el paso de los años sin que la sed te deje respirar el perfume de tranquilas magnolias
que consuelan al viejo y aplacan los tormentos
/que los tiempos le imponen;
mas lo sensual te acosa como un viento fugaz y pasajero,
imperdonable ardor que ya castiga tus carnes maceradas
y la potrilla tracia que funda tus anhelos y te espesa la sangre
escapa asilvestrada con un mozo cualquiera
/que cuando canta, ama
y revive en la hierba las fuerzas que tus muslos
/han perdido en batalla.
Vas, sin embargo, tras la muchacha de sandalias de colores*
y aunque Eros te acompaña solícito y ardiente,
/están tus recias canas.
lamentables fronteras de ese invierno implacable
/y sin pudor desnudo
que al solitario frío de las noches obliga a tu esqueleto.
Ebrio de amor estás, viejísimo Anacreonte
que tuvieras un día pura miel en la boca de uvas y de higos
y las manos joviales dispuestas en la lira
y el ánimo exultante en el banquete
de vino, pan y flores y muchachas y niños;
todo es en tu memoria en tanto que tus barbas encanecen
y las sienes blanquean con la misma tristeza del otoño
y sabes ya de sobra que del dulce vivir apenas si hay un resto.
Sollozas a menudo temeroso del Tártaro
pues amargo es seguro ese descenso oscuro
del que nunca se vuelve. Miro mis dientes viejos que ansían la mordida
de una poma jugosa ebria de primavera y de narcisos
y la misma sed de vino de juventud clama en mi boca seca.

MAS SOBRE EL MAR YA VIEJO

Pasa lenta la noche
y sobre el mar ya viejo persiste la barcaza
con su lastre de sueños, fantasmas y penuria.
Parece abandonada
al decir del aspecto de la vela cangreja
y al decir del silencio que habita en la cubierta
o del mástil sin lustre y las sogas mascadas.
Mas sobre el mar ya viejo persiste la barcaza.
Navega a barlovento y el timonel oculto
acaso lleva el rumbo por instinto de vida
al que llama Destino, por otorgarle un nombre.
Pero es su voluntad aunque no sepa
(o quizás también sepa)
que encontrará el final detrás de los confines
o en la isla que apenas vislumbra a pocas yardas.
Debe morir, lo sabe,
después de los peligros y sosiegos
o acaso mientras tanto,
atrapando los vientos que soplan desde el Este
y a veces está triste y abandona los cabos
porque rudo es el día y la noche, temible.
Mas sobre el mar ya viejo persiste la barcaza.

NO HA DE SER

No ha de ser tan efímera la historia
del dulce y cruel encuentro, del incierto
destino que al final será memoria
cuando el amor claudique en el desierto.
Porque quedan semillas en el huerto
del triunfante laurel, y con su gloria
nada de lo vivido será muerto
ni aquello que has soñado, pura escoria.
Cuando venga la noche con su herencia
de alboradas perdidas, sin la rubia
cadencia de esa luz que hoy te ilumina
verás que reverdece tu existencia
bajo el hilo clemente de la lluvia
que en el viejo rosal su flor anima.

OH TENUE VIDA MÍA

Y así los metacarpos, las falanges
obran por alcanzarte
oh tenue vida mía,
miserable rescoldo
donde purga el olvido sus últimas condenas.
¿Por qué vas tras de mí, pequeña muerte
que soy hueso roído, descarnado?
Un mendigo se acerca y en su piedad me trae
su tesoro de miel y tibia leche
mientras el frío abate las palabras que quiero
derramar en sus manos.
Nada le dejo entonces, que ni un céntimo
vale lo que mi boca crucifica.
Oh tenue vida mía, no has podido
más que este balbuceo inoperante
mientras ella te arranca con sus dedos de estaño
de este mudo paraje donde habita la vida.

OLVIDA

Olvida, olvida, olvida. No te aboques
a sepultar las malvas ya marchitas.
El vértigo ha mordido los talones
de toda primavera prometida
y el huracán se ensalma en los adioses,
se lleva las esquinas del recuerdo,
las marcas, las palabras, todo el sueño
y es frágil hojarasca del destino
lo que el mismo destino construye y vuelve olvido.
En este cielo ahora no hay planeta,
ni órbitas ni lunas persistentes;
sólo oscuro silencio de mercurio
y memoria difusa de un cuerpo constelado.
Así oscura es la noche de la ausencia
y habrá otra vez estrellas, cuando olvides.

SI NO TUVIERA MIEDO

Si no tuviera miedo de trizar tus orillas
de acelerar tu muerte con más vida
no de aquella apacible
sino de la que siempre urge
la que anda por las cornisas y sonríe
como si el tigre no tuviera garras ni colmillos
y disponible siempre a florecerse
aunque el invierno deje caer sobre las almas
y aún sobre los helechos y los hombros de las estatuas
su cortina de frío y esa tristeza vieja
que lo mantiene esclavo del plomo y la llovizna.
Si no tuviera conciencia del arrebato con que vivo
hasta los segundos en los que un pájaro con su vuelo
me provoca y determina habitar en mis ojos
así de fugazmente
sin atender al descanso al que lo hubiera obligado
ese afán mío de devorar la vida
como si todo lo destinado a ser
fuera bocado dispuesto a consumirse
por esta boca hambrienta ilimitada.
Si tuviera la mansedumbre del gusano
o la infinita paz de los cipreses
y si en mis manos no peligrara el sosiego de tu destino
te hubiera amado luego humanamente.

SÓLO SOMBRAS

Ávida isla donde los puertos están abandonados,
óxido en las anclas de los barcos ya sin viajes ni velamen,
el fin del fin, antiguas piedras donde nadie ha grabado
signos ni nombres, salvo el oleaje que eternamente hiere.
Allí en silencio truena la voz del mundo que en su callar
ora por esos dioses ausentes que un día la habitaron
plenos en el fervor de sus ardientes fraguas obstinadas
en forjar los cimientos cuando el día del hombre aún no se
/iniciaba.
Ardió entonces la vida con su altura de hombres consumados,
fuego de los guerreros y las madres deseosas de parir
hijos de la labranza, conductores de bueyes, sembradores,
hombres adictos al más extraño hábito del pastoreo.
Así han danzado asidos al corazón del tiempo sigiloso
siglos bajo la luz unánime del trigo y la amapola,
de la sabia manzana en que la duda pende desafiante
hecha de la matriz del sol y libre como roja paloma.
Pero los mansos hijos de la estirpe de los dioses herreros
han comido del pan que leuda la ambición y la ira,
unánime demencia los empujó a quebrar la luz creada, a levantar ciudades desvariadas, trincheras como heridas,
a encadenar el aire, desorientar los ríos y los peces.
Entonces se ha reunido todo el color del plomo hasta en la rosa
y el mundo se precipita enfermo de evidente pobreza,
confusa geografía del llanto y la miseria sin fronteras.
Atrás fueron quedando los blancos días de la serena piedra,
isla sin caracoles ni epitafios, isla de viva muerte arracimada,
noche ya sin estrellas titilantes, luna que gira en falso,
sombra, compacta sombra que abruma al compás de badajos
y apenas si se escucha un temblor de violetas caprichosas.
Yo reclamo un relámpago violento que despierte la vida.

TODA DESOLACIÓN

Toda desolación arrasa los jardines,
apaga estrellas
vuelve un páramo el cielo
mata la luz del día y de la noche
y borra los caminos que llevaban a Roma.
Ah, navegante ya sin constelaciones,
a la deriva el alba porque nunca amanece,
inútil el anclaje en el vacío,
las mansas velas arriadas sin destino,
¿qué trajinar sin rumbo puede darte alegría?
En tanto el agua corre y alguien ve girasoles
y en otro rincón canta el jilguero despierto
en esa rama verde, tan verde todavía
y hay un cardón que triunfa en la arena inclemente.
Pero ello se ha perdido cuando la ruina alcanza
tu ser total, entero, destruido
y remoto es el tiempo que albergó tu inocencia.
Toda desolación sepulta vida.

ÚLTIMA CALLE

Deambular por la última calle del poniente,
el sol rasante apenas, vestigios, casi sombra
de la sombra de robles de nuevo deshojados;
andar camino abajo con tantas soledades,
una niebla de ausencias que oculta el horizonte
tras la cresta de zarzas, de espinos y de abrojos. Es la memoria, cree, una especie de muerte,
la salmodia del tiempo, de las horas deshechas
a la oración rendidas con su carga de lutos.
Expuesto a la intemperie, casi ajado, mi sueño,
soldado voluntario de lo tanto perdido,
se pierde en laberintos de supuestas salidas,
tan terco y tan callado como agosto en agosto
y se sueña consigo para no caer muerto.