MATURO, GRACIELA
EL RUMOR DE LA ROSA

Escucha su rumor.
Es una rosa que es u trueno que es un pájaro.
Un bramido que crece como un bosque.
Una estrella que ruge,
un incendio nacido de un invisible
corazón.
Escucha su rumor. Nada viene a acallarlo.
Ni el ruido del fusil, ni el miedo, ni la noche,
ni la dura palabra de los sagaces.
Nada viene a curar esta llaga esta rosa
madera cruz ardiendo en la tormenta
furia del huracán que entremezcla los tiempos,
flor de la tempestad
estallando entre lápidas de mármol,
manchando con su púrpura de amor
las inscripciones muertas.
Es una víscera caliente, un corazón de todos
y de nadie,
nacido del calor de una muchacha
que amamanta su hijo a la intemperie.
Crecido en la soledad del hombre,
amargo del dolor del que nunca descansa,
oscuro en la negrura de una mano aterida.
Rosa violeta
manando del fuego callado de los pechos
nutrida en el delirio, en la esperanza.
La lluvia cae indiferente sobre los signos del despojo.
Un gran silencio llega, mojado de neblinas,
en la penumbra del invierno.
Oye el rumor de la rosa que despierta.
Es una loba ardiente que alimenta a las auroras del futuro.

(Inédito)

MEMORIA DEL TRASMUNDO

Poema XII

A Eduardo Azcuy

Escritura de amor,
diálogo secreto
cerco de hierbas mágicas cuya finalidad es apresarte.
Dispongo de un círculo encantado
para encerrar tu imagen.
¿De qué vale burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía?
Escritura de amor
veneno dulce
que curas las heridas de mi alma.
Juego de luz y sombra donde vienes y huyes.
Déjame jugar este juego de máscaras.
Apuesto al transvivir
Juego un juego celeste
mientras por las fugaces hendiduras
se abre paso una luz enceguecedora.

“Memoria del trasmundo”, Último Reino, Buenos Aires, 1999.

NAVEGACIÓN DE ALTURA

(Fragmentos)

El planeta animal se mueve silencioso
en los vastos espacios,
gira en torno a una hoguera llamada sol.
En cada vuelta trae la misteriosa luz
saludada por los pájaros.
En el ocaso callan y el corazón se estremece
con la muerte.
Sístole y diástole de la luz
ritmo del caminar del hombre
perdido entre los frutos y la gravedad de la sombra.
Ya es el alba. Una gritería de cantos
ayuda al sol a crecer.

Es la aurora de la fuerza
que invita a mi voz a desnudarse.
Rumbo de la luz
en la oscuridad del universo.

Es ancho el aire y límpida la pluma
del mirlo oscuro que se oculta
entre las altas enramadas
Mira el pájaro con su ojo redondo y absorto
registrando la fiesta de la ciudad, las calles
donde se mueven hombrecillos extraños.
Baja el pájaro con su pecho llameante.
Su mirada purifica la tarde.
Permite que el tallo verde sea verde
y que mis ojos sientan el peso de tanta claridad.
Vuela el pájaro y lleva las hilachas de mi corazón
Mi frente se anega hoy
en el océano de la belleza.

Otro tiempo se abre como un insólito amanecer
otro tiempo fulgura.
La luz de cada día desgasta las rosas de la carne
mientras llegamos, desnudos,
al centro incandescente de una rosa.

Memorias de siglos han caducado ahora.
Mi frente se ha vaciado de antiguas inscripciones.
Sólo siento que estoy aquí, aguardándome,
habitando este cuerpo trágicamente mío.
Huésped de mi garganta y de mi lengua.

Hacía inventarios de mis noches en vela
de muertes cotidianas
de amor de cansancio de resurrecciones
de libros que amé
de rostros en que veía el tuyo,
de palabras tatuadas en mi pecho.
Volví después a mi templo desconocido
el que destruyo y levanto cada día.

Hombres tristes deshacen
herramientas de plomo
vistiendo de papel su lisura de amebas.
Cordero desangrado
llanto que viene desde el fondo del tiempo.

El silencio de los cielos
cae pesadamente en esta tarde
como un rezo amordazado.
Dónde está el ojo que nos ve
la lengua que nos habla
la mano infinita que nos sostiene.

Código de la lluvia,
lenguajes olvidados, libro mudo, palabras vueltas hacia sí.

Espera
nervadura de amor
hendija iluminada.

Todo empieza a morir desde que nace
una flor se despliega desde su corazón de sombra
como mi propio corazón
volcado a la consumación del vivir
y del morir.

Como un río que vuelve sobre sí mismo
descubro el no tiempo
Como la dulce gaviota vuelta al aire, al origen.

Una brisa en el alba;
ala celeste del misterio
El aire transitaba los cuartos con olor a madera
llamaba a los que habitan más allá de sus huesos.
El rocío mojaba mis cabellos.
El alma sin edad se confiesa
con los tréboles húmedos de la madrugada.

Ciudad viscosa fría,
poblada de muchos rostros y ninguno.
Aullido de la ciudad-desierto,
esquinas sin albergue
Ciudad sin centro, condenada a morir
bajo el diluvio.
Ciudad enterrada ya en el lodo animal
con puertas de oprobio y olor a goma quemada.

Ciudad clausurada y sin ventanas a lo alto
calles por donde ruedan papeles amarillos
y suenan las pisadas oscuras y sin nadie.
Gemido de la ciudad sin fuego.

Sol que resides en las amapolas
desnuda esta neblina.
Silba en la oscuridad una serpiente
llamada tiempo
con su pecho de abismo
ávida de la vida y de la muerte,
Silba y avanza, ciega,
destrozando pájaros iniciales.
formas del mundo.
Muerde en la carne de la verdad
en el tejido resistente de la luz.
Cae el bello dibujo de la hoja verde.

El ruiseñor cantó en su noche
ciego
Frío lo halló la alondra en el amanecer.
Desencuentro de los amantes.
El corazón corrige al tiempo.
La alondra y el ruiseñor cantan unidos
en una aurora nueva.

Miraba yo las palabras en el fondo de un cubilete.
Con inocencia ponía a andar el lenguaje.
Quería recoger gemas ocultas bajo el follaje de los
parques.
El día ya termina y el viento sopla.
Los niños se reúnen junto a una estatua ciega.
Hora de soledad y de guirnaldas rotas.
Venga a nosotros el sueño.
Soñar es encontrar el bello reino de la muerte,
amar el ruido del mar que se desvanece en el alba
recobrar lo perdido.
El día ya termina y las olas rompen con fuerza
sobre los altos muros.

(Inédito)

ORFEO CANTA

III

Ella danzaba leve sobre el mundo.
Era la estrella, Esther,
y Beatriz, la dichosa.
Sobre la fina cintura giraba persiguiendo
la huella de la luz en el alta de un pájaro.

Danzaba en las colinas
entre los girasoles
amarillos y altos.
Danzaba en la lentísima barca
que cruzaba las islas como una sombra blanca.
Danzaba y era su cuello frágil y erguido
como el tallo de un ánfora.
Su voz colmaba el aire de palomas azules,
sus ojos derramaban azucenas de nácar.

Danzaba por los parques,
por las sombras del día
donde aparece el ángel de la muerte.
Danzaba entre las tumbas
sobre el agua
cubierta de magnolias y pétalos celestes.

IV

Así como Leandro enamorado
cruzaba las peligrosas aguas verdinegras
del remoto Helesponto
para alcanzar la ardiente orilla de Hero,
riente, así venías, rodeado de felicidad,
en esos días luminosos y graves.

Llegabas, sí, lejano, portador de la música,
a Santa Fe la antigua, del balcón entornado,
amante de sus calles de viejos paraísos,
sus conventos, sus aguas,
sus barcos enmohecidos.
Eras Leandro, hermoso como un delfín de oro,
con tus trajes nostálgicos
y tu sombrero de otro tiempo.
Leandro que llegaba a mi jardín,
a mi aldaba, a mi pecho, a mi ventana.
Venías con jazmines y poemas,
con anillos de sueño y melodía,
con libros que nos hablaban del amor.
Venías con tu violín del alba
con ramas y pedazos de camalote verde.

El viento movía los paraísos en la noche naciente.
Soplaba sobre la fragilidad de nuestras vidas,
deshacía despacio la corona de hierbas
que Leandro tejía para su ninfa Hero.

V

El amor fue un sol violento y descendido a la tierra
que maduraba espigas y aromas a su paso.
Venía como un toro de espumas por el agua
desatando el reir de las acequias
en días de vendimia.
Absortos nos miraban los niños
desde nosotros mismos
desde otros,
en patios de racimos y claveles.

Oh jazmín placentero del verano,
naranja dulcísima de invierno.
Todavía nos piensa un olivo gris
y una vieja estación con malvones aguarda.

Corolas de fuego cubrían nuestra orfandad
en calles polvorientas y dichosas.

Cantabas en las altas madrugadas.

VI

�Canto en el viento y es un viento oscuro
el que en mi pecho canta.
Triza el aire el graznido de un pájaro que agoniza
entre palmas caídas y abandonadas.

Dónde estás, Anabel de las colinas,
junco, jaramabo, uva dorada
dónde estás.
El perro que amabas gime en el jardín
y en la casa danzante como un barco
sólo veo una triste marioneta
bailando un tango cruel.
Quién sostendrá la rosa, el débil fuego
de ramas húmedas y crujientes.
Quién cuidará la frágil porcelana
esparcida entre piedras grises.
Ya no pondrás tu mano sobre mi cansada
frente para decirme: Es la alta noche, duerme.

El viejo piano ríe con su risa macabra
y se ha roto el espejo que guardaba tu rostro.
Sobre mi puerta crece una amapola gigantesca.

VII

�Cielo lívido de vidrio,
valle seco
donde se mueve lento el escorpión.

Ramas retorcidas y grises de Guaymall�n
sin hojas y sin pájaros.
Sólo espectros transitan por estas soledades
donde antes habitaron las risas y los juegos.
Todo es soledad en la tarde de junio
en el páramo resquebrajado
donde nadie contesta.

He vuelto desde la sombra
para decirte, amor, que he comprendido.
Busco el resto de savia demorada
en las viejas cortezas de la vid
espero ese milagro del renuevo naciente
en la negra ceniza de mis huesos.

Sobre las ruinas de nuestra casa
se mueve la mariposa viva de mi alma.
Todo es serenidad, silencio, muerte.
Hallé mi antiguo violín
roto entre escombros.

VIII

�Amor, he vuelto con la primavera,
para hablarte en el aire luciente de la mañana.
He querido volver a la casa del fuego,
a la estación de los trenes fantasmas,
al cerro de retamas y violetas.
Desde estos ojos nuevos de mar abierto
he regresado para verte.
He vuelto para cantar otra vez en el anochecer
y en las celestes madrugadas
cuando la luna barre suavemente los cerros húmedos.

He vuelto para abrir un libro amado
donde juntos guardamos flores vivas
que perfuman tus manos,
para decirte que nada ha muerto.
Que la música sigue colmando los espacios
con el rugido fiel de la belleza.
Amor, he vuelto para que comprendas
que un amor más poderoso que el nuestro
nos envuelve en su aliento puro de eternidad
y nos lava del tiempo
Escúchame amor mío,
escucha el canto nuevo.

IX

Ha cantado otra vez en la catedral de la noche.
Cuando sólo algún pájaro anochecido vela
cuando la luna calla
y el ángel sonríe, ciego.
Pude escuchar su canto rozando las ventanas
y las cañas unidas de nuestra casa.
Su voz acariciaba la cabellera de los álamos
el laurel, las ásperas piedras, el retamo.
Penetraba en las mansas alcobas y besaba
la frente deshabitada del que sueña,
la mesa, los tiernos retratos, las cucharas.

El canto vuela lejos
sobre tumbas desiertas
donde una mano temblorosa ha escrito
un nombre amado.

La voz se confunde ahora con el viento,
ríe en la inmensidad de los espacios
dibuja la arquitectura incomprensible y bella
de una rosa.
Es un viento de esporas y semillas
un canto de otro mundo que me moja la frente
con la palabra viva de la resurrección.

He escuchado la música que baja de los cielos.

Orfeo canta, Ed. Río de los pájaros, Concordia (Entre Ríos), 1996.

ORFEO CANTA

(a Alfonso Sola González
y Mignon Maturo)

I

Bello don que muy pocos escuchan
en el bullicio de la feria,
la música desciende de los cielos.

Un niño vagabundea junto al río
abrazado a un pequeño violín,
lejos, en Paraná.
Los jacarandaes azules se deshacen
y gimen suavemente los sauces
tocados por la dulce tristeza de existir.

Miro al niño sentado en la barranca alta.
Grises brillan sus ojos bajo la gorra gris
mientras sonríe apenas
persiguiendo los pasos de una paloma esquiva.
Lentamente se yergue en su ropa de domingo
y empieza a despedirse de las islas doradas,
del río rumoroso,
del rito de la tarde.

Vuelve por la avenida sombreada y es feliz
porque sus ojos han recibido la luz
y su frente ha sido castigada, una vez más,
por la Belleza.
El viento mueve los rubios cabellos
del elegido
y entre las hojas húmedas
se abre paso el chistido fugaz de los pájaros.

Sobre el Paraná majestuoso
ruedan los barcos de naranjas.

“Orfeo canta”, Ed. Río de los pájaros, Concordia (Entre Ríos), 1996.

ORFEO CANTA

II

-De la frente bebí,
del agua dulce y escondida
entre piedras de musgo.
Bebí y mi propia sed se acrecentaba
en la felicidad de las hojas recién nacidas.

(Sobre verdes colinas azuladas
cantan los linos su pasión celeste.
La bóveda del cielo se sostiene en los campos.
Bajo el parral aguardan los amigos
para partir el pan, el poema y el vino.
Todo canta en silencio. El padre es joven
y trae su sombrero de paja y de inocencia.
La madre es bella y peina su pelo de oro viejo.)

-Sólo yo hallé la fuente. Sólo a ella
podré ser fiel.
Allá bebí una sed que no sacian las uvas
con su carne de ámbar.
Allá escuché la música victoriosa y terrible.

Oh desdichado amor, amor dichoso.