PÉREZ MARTIN, NORMA
A LAS PUERTAS DE UXMAL

Detuve mis urgencias
y en la partida
creció la sombra
de mi hechura.
El día fue madurando
en ofrendas jubilosas.
Todo va cubriendo
el cotidiano
murmullo de los siglos,
con algunas plataformas
de lloviznas o aguaceros.
En las puertas de Uxmal
toda mi esperanza
se precipita,
y las proféticas pirámides
brillan
entre las estelas
de infinitas ceremonias.
Cada luna
va subiendo
exacta
hasta el punto final
de su medida.

A PESAR DE TODO

Narro lo incierto en esta niebla. / Voy entre multitudes
sudorosas, asediadas de aceros sin batallas / en cotidiano infierno.
Romilio Ribero
Sobrevive
el corazón
en esta niebla.
Desafían los muertos
las ruinas
las batallas
las torturas.
A pesar de todo
el compás del latido
continúa
al ritmo agridulce
de los sueños.

AUTOBIOGRAFÍA

Nací
un día cualquiera
de verano.
Me dueles, madre,
(tierra caliente
sacrificada por el mar,
al mediodía).
Mi infancia
no tuvo calesitas,
ni globos,
ni biberones
luminosos
perfumados
con el tazón de la alegría.
Mastico de prisa
el pan
de cada noche,
y bebo lentamente
las imágenes del sueño.
Escribo para morir despacio.

ELEGÍA EN GRIS MAYOR

Estás mirando
la modernidad arrogante.
¿Recordarás, Rubén,
tu Sinfonía?
No invoques
en vano
horizontes exóticos
ni luminosos plumajes. Aquí estamos
humillados
globalizados
infortunados
hasta los huesos.
Tu América
sacude los harapos
en el vientre
de mujeres indomables
niños
que azota el huracán
indios
que meditan
en el silencio del hambre.
Generaciones nuevas
remontan exilios
de engañosas virtualidades.
No, Rubén,
no olvidamos
tus Cantos
tus profecías.
Ojos sin rumbo
cruzan montañas
valles
bajo el cielo azul
americano.
Nubarrones y volcanes.
El azul no claudica
aunque venga degollando
el lobo imperial
con rechinar de dientes
agresivos.
De Poesía (selección 1963-2003), 2004

I

Mi lucha se enrosca por el indefinido túnel del cerebro.
La muerte
recorre las cornisas en los caminos del intento.
Descubro el mal
enfrentando con garras asfixiantes
las aureolas de arcángeles y dioses cotidianos.
El diabólico lenguaje
robustece los bosques.
El niño está dormido
sobre la dorada hierba,
entre los charcos de la isla profunda.
La diosa de perfiles almendrados
lo busca con sus dedos azules,
bajo el delirio de la noche.
El niño ya no es:
quedó atrás de las piedras
taciturnas
imperturbables,
en silencio.

I

Mi cuerpo creció bajo el recinto salvaje de tu cuerpo
y en la casa alucinada
busqué, entre cenizas y serpientes,
la luz de tu espanto.
Me diste tantas cosas inviolables
tantas otras carcomidas por la demencia.
Estrellé los labios en el secreto de los muertos
y en la risa fantasmal
socavada por espectros y mil cárceles.
Cabalgué noches enteras sobre tus caballos delirantes
y en sueños, reviví la última cuerda de tu sombra
la más reconfortante convicción de otro pasado.
No olvidaremos nuestra cita en los infiernos
hora por hora el incendio que nos nutre
a pesar de los prudentes temores del arcángel.
Serás mi descubrimiento y mi locura
mi flaca posibilidad de paraíso
mi nuevo mundo insospechado.
Oh seducción la de tu sangre
donde la mínima memoria
se volverá recuerdo y fantasía.

II

En lejanía de presencia
la devoción
casi locura
crece milímetro a milímetro.
En mi nombre
se cometieron
desde el principio
hermosas depredaciones,
insignes concubinatos,
ponderables torturas,
fusilamientos,
calificados atropellos,
delirantes inquisiciones.
En nombre
de mi nombre
llevo un apellido:
alguna vez,
él lavará las cenizas
y colmará
los oídos de los muertos.

III

Y se hizo la noche.
Y no hubo amaneceres
con banda de trinos.
Ni un gorrión solitario
junto
al muro.
Los insectos
multiplican las sombras
revolotean
en la asfixia del aire.
La escenografía
irreverente
distorsiona
los signos del abrazo.
Se desparrama el tiempo
—crudo barro del exilio—
por el camino
sin huellas
que olvidó
los trigales.

IV

Uno a uno van sumándose
los tigres, los pájaros, los buitres, las palomas
en este corazón de piedra y de cristales.
Las máscaras se unen
separándose en la sombra.
Se quiebran poco a poco
cayendo sobre los pastos dormidos
que aguardan muy adentro de los ojos.
Y aquélla
que tiene perfil de tragedias
inmutables
se deshoja sobre el rocío de la mañana.
Todo posible viaje se clausura
hacia el sol
hacia el almuerzo
servido con platos y promesas.
Aparece
después
la máscara oblicua, que olvidó la risa en el desván.
Despliega
la máscara terrible de mí misma
sus fauces devoradoras y salvajes
en el rincón sumiso del silencio.
Y me conduce
con gentileza de madrastra
a los voraces
tumultos del infierno.
De Animal desterrado, 1984

IX

El viejo olor de las maderas
de mi infancia
levanta en mis nocturnos ojos
el cáliz de la risa,
como pellizco de sol
en los cristales minúsculos
del ventanal dormido.
El olor del jazmín
atraviesa el polen
y se atreve,
hoy,
por el camino de la derrota impertinente,
a convertirme
en buhonero audaz
que puso un mástil de humo
en el palo mayor
de su locura.

JANO

En la frente de Jano
se halla la herida primera:
la radical
herida de los siglos.
En la frente de Jano
está marcada
la pesadilla del hombre,
del pájaro,
del árbol.
Ella soporta
el dolor intransferible
que dilata
más allá de la muerte.
De La sed en el pozo, 1967

LOS POETAS

Poetas de las razas
inmortales.
Araucanos, huarpes
guaraníes, matacos
aymaráes y tobas
incas, muiscas
onas, tehuelches y charrúas;
toltecas
mayas
navajos.
POETAS
de los CANTOS
desolados.
Alabadores
de la fruta apetecida
de la llama
y el viento;
de los peces,
las aguas
y serpientes;
del puma y colibrí.
Himnos sabios
guardadores
de los signos
y la Noche.
Lenguas de fuego,
espíritus del aire
y eternidad de la Estrella.
Retumbar del odio
en las batallas.
Brujos siniestros
del maligno exterminio.
Oh Poetas
del amor y la guerra.
Sacerdotes de la Espuma,
hechiceros de la Muerte.
De Ceremonial de la piedra, 1982

POEMA AUGURAL

Cuando se vuelva ceniza esta amargura,
nacerá el canto.
Habré pagado todos los tributos.
Habré trocado el pan en lluvia.
Cuando mis manos entierren el olvido,
surgirá la semilla
que he buscado,
absurdamente,
en los círculos del agua.

De Me duelen las palabras, 1966

PORVENIRES

Sabrás
que el devenir
flota
entre las aguas.
Se convertirá
en por venires
luminosos
sobre
la cabellera nocturna
del misterio.
De Miércoles de ceniza, 2003

TRÍPTICO

De este lado del Océano llegará la hora
y los muertos resucitarán nuestra mirada.
A los caídos en las Islas del Atlántico Sur: 1982
I
Los estallidos entrecruzaron las distancias.
Un pájaro atraviesa las islas
revoloteando detrás del caserío.
Y va a posarse
sobre las últimas nubes de la mañana
invisible.
Un niño lanza la flecha de horror,
desfilan ejércitos de alucinaciones
y en la atmósfera helada
emergen los cuchillos para el día del entierro.
II
No se ha ido la hora de la infamia.
Pasó la guerra
y el aguardiente desgrana las heridas.
El camino se diluye sobre el hoyo.
Una sombra acorrala los vestigios
del asombro,
guardado en el monedero de la noche.
Suben por las islas los pies sucios
de la muerte,
llegan en silencio hasta nosotros.
III Los enemigos se alejaron por países remotos,
las furias los acechan.
Aúllan los perros del hombre.
En la playa un pescador
puro hueso
se adelanta hasta la barca
que el vendaval
dejó
en el filo de los relojes siniestros.
De Aquí me quedo (1980-1982)

V

He recorrido el mundo
acompañando
tu imagen presentida.
La tierra huele
a caricia
esta mañana,
y se llena de optimismo.
Por la noche,
me envuelve tu luz
y resucito.

VI

Cuál es tu nombre verdadero
entre los tantos nombres
acumulados en duros calendarios
de castigo.
Dímelo, pues,
ya es hora.
Tu identidad se perdió entre los días.
Mi pregunta se alza
y advierto los secretos
que lastiman tu sangre acorralada.
Me demoro en lenguas de fuego
y profecía.
Quemaron con puños de odio
tu íntima belleza.
Heroísmo callado en nuestra historia
la tuya
la mía
la de muchos
corriendo
por las orillas insalvables del recuerdo.
De Huésped de la memoria, 1983

VI

Quieras o no,
habito tu misma carcajada.
No disimules
porque no cuenta ya,
ese fingir cansado
de tu anhelo.

VII

Al pie de tu silencio,
la gloriosa plenitud
que has inventado.
De Javva, 1969

VII

Los jinetes del Apocalipsis
avanzan.
Jeremías llora
la muerte del siglo.
La ballena de Jonás
empuja
los deshechos de la historia
interminable.
El oriente suma y resta
ojo por ojo.
La ley del talión
consume
la impotencia del herrero
ante la fragua
y las túnicas
se arremolinan
en el viento.

X

Quién conoce las asperezas de la tarde.
Acaso, recién amanecida,
la fibra incandescente
pudiera construir el primer milagro de la noche.
Cuando todo el vacío se quebranta
con una brizna de sol,
logramos instaurar el imperio de la palabra.
Quién descubre el resquicio hambriento del aire.
Venturosos amigos del hallazgo
comprometen la victoria,
crean mil rompecabezas de papel
sobre inextinguibles frentes de poetas y de locos. Quiero permanecer intacto
en la jungla,
mirar con los párpados ardientes
esta piedad dormida,
la fe que buscamos en las almohadas del insomnio.
Yo soy el ciego,
atroz vigía de los tiempos
sobre la rueda inmóvil
que empuja el carruaje insobornable
de los días.
De Monólogos del ciego, 1975

XXIII

Cuando nos dirigimos
al encuentro de la culpa
una inquebrantable
opción
nos redime.
El consiguiente fracaso
nos incita
y en el viaje
sobreviene
—doloroso—
el equilibrio.
Aquellos
que un día buscamos
para rescatarnos
juntos
vuelven el gesto
hacia otro abismo
con la inconciencia
que prodigan
las seguridades falsas
de los días ardientes:
aquellos días
en los cuales
fuimos
tigres hambrientos.
Desenmascaramos todos
los engaños.
En el vacío,
después del caos,
hallamos
la obsesiva semilla
para seguir viviendo.
De La culpa y otras humillaciones, 1980

XXVI

El canto
entró en el infierno.
El poeta
vislumbra
resplandores
de perverso destino. Tarde cayó
la estrella
de sus ojos.
Se descubre
agreste
un hechicero
en medio
del diluvio.
Conoce
las arenas
y las máscaras.
Recoge
algunas palabras
pero
no le sirven.
El último sonido
tortura
su instrumento
lobo estepario
que aúlla
atravesando el mundo
como fantasma
de trágica belleza.
De El diluvio y las máscaras, 1998