PESSAGNO, NÉLIDA
A MI PADRE

Es triste envejecer, padre querido,
se aprende poco, solo un poco,
es a golpes de puño que comprendo esta noche.
¿Cómo enseñarle a un hijo tan ahíto de vida?

No pude yo entenderlo ni aún cuando te veía delgado como un junco y tu pelo tan blanco.
—Ser hijo es ignorancia—.
¡Mira cuán largo tiempo se precisa!
La vida entera�y ni siquiera eso.
Ver como desde lejos, desde lo alto, la propia vida como un cromo, como si fuera de otro,
equipada tan solo con los vientos del alma ,atravesando con un candil exiguo el muro de las sombras y tanteando en el aire.
Confusa, como un ciego.
Y querer no ser carne,
y tirar las palabras como piedras desnudas, como heridas sangrientas. Padre�mis latidos arrojan sus mariposas moribundas por tu herida
de hombre
y mi sangre y mis huesos tejen el hilo de tu vida con la mía.
—Te digo— que yo también me marcho poco a poco guardando mis secretos.
¡Yo te amé tanto, padre!
Acaso lo supiste.
Amé tus bellas manos, jóvenes hasta el día final,
en que tan pálidas se cruzaban inmóviles sobre tu inmóvil pecho, olvidadas de tu guitarra sensitiva.
Tú me las dabas, padre, a la hora del sueño, ante la dictadura ciega
de los astros, al doblegar al miedo y a las sombras.
Me lanzabas a veces, tu juicio riguroso y airado —casi no te quería—.
Se me doblaba el alma alzada en rebeldía.
Yo moría trozada entre las piezas de tu decorado.
Muy fuerte, muy pesante, tu armadura.
Tú eras el sol que quema armando cada día de mi infancia.
Hubo penas, dudas cruciales, rupturas inviolables,
caminando sin tregua y sin espacio, —demasiado saber buscando la inocencia—.
Pero, padre�, te amaba.
Te recuerdo en los pasos de largas caminatas por la arena, en los juegos
sencillos, en saltar a la soga, en el bordear los lagos de Palermo.
Y tus manos de siempre, que me soltaban en la puerta de mi antiguo
colegio.
Así entraba a la vida —o lo creía—
También había otras cosas: tus sendas misteriosas que dolían,
cosas incomprensibles.
A veces —lo confieso— te temía.
Mi rebelión sonaba con toques de amargura, porque la histori nuestra —también la de los otros— es una larga ofensa soterrada.
La vida toda es una cierta ofensa,
la conclusión antes que las premisas.
Arrojo hacia el abismo, ésta mi negación desesperada.
Sí, la rebelión de la razón es la locura.
¡Cuánto te amaba, padre!
Por ti, que cada noche me traías un libro, concebí un sueño loco, la palabra era mía.
Tus libros y tus manos, esa caricia azul caía sobre mi pelo y sobre mi alma,
con las evocaciones de tu tierra ,la natal, anhelada.
Y tu infancia tan dura, la casa abandonada del Padul granadino
y tu Sierra Nevada,
las cabras y los frutos que endulzaban tu boca desde lejos,
y Rosalía, mi abuela, delgada como un mimbre soñando con el hijo. Ahora me doy cuenta, ahora, que ya descansas bajo el peso de metros de esta tierra,
que no he sabido nada, padre mío.
Con lo poco de niña que me queda,
solo sé que te amaba y que me amabas.

AÚN

A la querida memoria de mi esposo,
Jorge Horacio Pessagno
Él se fue aquella tarde después de tanto mar y tanta arena,
un día pleno de destino,
y aún siento llegar hasta mi boca el regusto salobre de esos días
y el sol roto en pedazos.
Aún muerdo tu nombre por las noches, y aún me sigue la luz
de tu mirada,
esa mirada de tus ojos buenos, que me calaba hondo las entrañas.
La rosa que pusiste entre mis manos todavía florece, grávida de
rumores y perfumes.
Aún tú tienes el rostro en mi memoria y calor en la piel desde tus manos.
Amar —me digo— es el colmo de estar vivos.
Llegas del lento espacio a cada rato, como el vuelo de un pájaro.
Hay lugares intactos, inviolables donde siguen mis ojos con el pulso del alma.
¡Qué multitud de imágenes!
Se llenan de ternura mis palabras a la sombra de un beso.
Yo te encuentro en el aire sin buscarte.
Hay cosas, mi querido, hay cosas que no se borran nunca
aunque soplen los vientos tempestuosos;
no se borra el cansancio de la pena,
no se borra la espera, ni el aluvión tenaz de la memoria.
Nada, nada se borra.
Ni aún cuando paladeo los líquidos amargos
y resuena, cuando empuño la vida, el eco de todos mis naufragios,
y la ira se rompe contra el pecho.
Por la clepsidra de mis ojos pasa, llorando, el agua que bebimos juntos.
Pretendo a veces en un sueño, aferrarme al borde de tu barca y tu mar infinito.
—Todo lo que es profundo busca máscaras—,
pero mi soledad vibra entera, ¡desnuda!
y llena el cuerpo que clama por tenerte.
Han crecido tus ojos que aún me miran desde adentro,
y ronda por la casa el eco de tus pasos.
No obstante…,
hay un silencio que se aparece enorme.
Quedan, es cierto, los hijos del amor y de la sangre y el dolor sucesivo que rompe la esperanza,
y los relojes de un tiempo maniatado en el que las palabras arman solo distancias.
Vi una sombra en la calle y pensé que volvías,
giré en torno de mí sin poder encontrarte.
Todo ha pasado antes, como un cuento, la memoria de un viaje… Éramos bosque nuevo en lo alto del monte.
El hacha pegó duro.
Me resta perdonar todo lo que no ha sido,
ponerle una mordaza al grito de la sangre,
y renovar las máscaras.
Ausente de la luz, ¡son tan frías las horas!
No hay forma alguna de suavizar tu muerte.
Sumergido en la niebla en que te abandonamos, un día caluroso de verano,
debajo de la piedra que te cubre y me cubre desde entonces,
descansa entre tus manos el sueño que vivimos,
… y aún vivir es preciso.
Aún…

AVE POESÍA

A la queridísima poeta María Paula Mones Ruiz

Soltar aves desde adentro del pecho,
para atraparlas luego en las entrañas,
mil hogueras alzar en las montañas,
descender más herido y más maltrecho.

Armar con nuevos bríos el pertrecho
y otra vez la palabra y sus hazañas,
sintiendo que las vidas son extrañas
y que el mundo real yace deshecho.

Sensible el corazón que la presiente
en plena soledad ardua y doliente,
buscando la palabra hasta la aurora,

la vuelca en los papeles, bravamente,
cruza con santa unción la zarza ardiente,
…¡y nace su poesía salvadora!

CUANDO NADIE ME ESCUCHA

A la querida memoria de mis amigos Sara Anunzio
y Juan Carlos Vázquez Vela

Yo vengo de arrastrar horas infieles,
de cuarzo sin agujas,
cuando todos los pájaros se estrellan tras los férreos barrotes,
y una puerta cuajada de cenizas aherroja las llaves.
Yo vengo de arrastrar palabras,
y aunque armo con ellas estructuras de encaje, de arcilla, de veneno, de papel y de sangre y hasta de roca viva…,
callan, solo callan.
Yo vengo de arrastrar piedras,
y aquí estoy otra vez, siempre
como un aullido,
como un silencio.
Como si ya lo hubiera dicho todo,
arrastrando los pulsos de mi palabra vana.
Yo vengo de arrastrar silencios,
callar…,callar… y callar,
vengo de doblegar los ojos sin lágrimas,
tan mudos de palabras,
tan sordos de palabras,
tan ciegos de palabras.
Yo vengo de convocar estrellas,
de arrastrarme a los pies de sus luces impías,
espejos de mi insolente pequeñez.
Yo vengo de arrastrar pájaros,
de someterlos a pisar la tierra,
de cortarles las alas.
Vengo ahora con mis voces desnudas,
desaparecidas, sin sepulcros.
Con un poco de nada en cada mano,
rota la piel.
Vengo a decir: aquí estoy,
tan pobre, tan pequeña, desolada…
Les digo: vengo de arrastrar la última mirada,
el último pájaro, la última estrella, el último silencio,
y desde entonces,
he dejado mis voces atadas a los duros barrotes,
inmóvil, detenida en el tiempo.
Y ahora, insurrecta,
ahora, que quiero decirlo todo,
y la voz es un puño en la garganta,
ahora…, cuando nadie me escucha,
ahora…, por fin me reconozco,
¡sólo soy una piedra!
Una piedra clavada en la hondonada.

EL BANCO DE LA PLAZA

Los pájaros cruzan el aire,
graban los puntos suspensivos de la tarde.
El tiempo detuvo sus relojes y mis pies recogían las sombras.
Aquí, en el banco de la plaza,
aquí mismo, donde quedaron abandonados
nuestros besos, —breves eternidades—,
el calor de tu mano en mi cintura,
las promesas,
las venas ardorosas que convocan al torrente de sol.
Nota tan breve y pura, cuando la luz lo iluminaba todo,
¡restallante!,
llamarada, estallido con la medida de todas las pasiones.

Piel y sangre.

El tilo perfumaba mi cansancio y mi largo abandono
se posa en las verdes agujas de la hierba,
más allá de la luz, ceniza de los días.
La sombra de las hojas dibujaba nuestras horas
perdidas.
Los ojos derrotados.
—El no, es ahora un monosílabo de fuego—
En carne viva, entonces, tuve miedo.
Los recuerdos ahogan, embalsaman la vida y el
fervor de la muerte resplandece,
y cruzando de horizonte a horizonte, tu ausencia
planetaria..
Como una fiera herida, palpitaba mi pena.
—Ya no era la misma—
El alma desterrada.
Un río de cruces flotaba en el agua fatal de la memoria.
El agua…,
la que al siguiente vuelo de sus olas descalzas, ya no vuelve
y ni siquiera teme al augurio del alba.

—No, no…, ya no era la misma—
No obstante, quise ser,
quise releer el libro escrito con mi sangre,
barro ardiente de la piel y la risa,
pan de sueño caliente todavía.
Un templo que subsiste pese a todo,
—todo el amor clavado en un madero—.
Lo que nació en mi mano, he de enterrarlo ahora en lo hondo
del pecho,
a piedra y plomo.

Oscurece…
El cielo ennegrecido, luce ya sin su gavilla de
pájaros,
belleza taciturna,
museo de lágrimas.
Se apaga el cirio de la tarde claudicante.
Todo se ahoga de pena,
el viento es la cadena del sollozo,
un antes y un después.
La hora descontenta de su jaula,
y un tiempo que desnuda cada hueso,
�impiadoso�.

Pasó un niño corriendo…
Llegó la noche temblando como un pájaro.
Sacudí mis ensueños.
Armé mi soledad,
y me marché aferrándome al olvido.

MANUEL, SOLAMENTE MANUEL

A Manuel, mi nieto

Tú eres lo que me queda de las cosas sin mancha, inmaculadas.
Tu brazo tibio alrededor del cuello y tu palabra fácil, cantarina, florecida de estrellas incoherentes.
Tú eres lo que me queda.
El puerto, el río, la calle, el camino continuo de mi sangre
sin su rota amargura.
Tú eres lo que me queda.
La hora que se acuna con un beso, tu parloteo gentil y tu
voz que me envuelve, cristalina.
Y cuando mi memoria, hecha de barro y de un presente
también encenagado me obnubila,
yo te tengo pequeño.
Sé muy bien que éste es un don efímero.
¿Acaso no es la vida un don tan breve?
Como el vuelo de un pájaro, tienes la levedad, el aire de
la tarde, un sol de arena y un mar fresco y tumultuoso
que hace vital el gesto.
Me basta con amarte.
Me basta con rodearte con mis brazos y sentir que la vida se disuelve en un vuelo.
Cada latido se me escurre del pecho y atraviesa el espacio
como una nave ardiente.

Esta tarde, niño amado, mi niño, sentía la vida como un duro castigo. Mas�, te tuve en mis brazos.
Hablamos de jirafas, de naves voladoras, conjugamos el verbo, nos amamos y pusiste tu mano tierna y tibia entre las mías.
Tú no sabrás jamás que me rescatas, qué enorme salvavidas me has anudado alrededor del cuello.
¡Y solo por oír tu voz!
y solo por hablarme de ese árbol tan bello,
nuevamente soy dueña de la tierra, del aire, del canto de los pájaros y�¡vuelo!
Manuel, te oigo en mis silencios, cuando el dolor libera la
la palabra que suelta abruptamente sus raíces.
Las voces y el espejo me dicen que no soy Dios y que mi tiempo
es corto, que tengo el hoy por toda pertenencia.
¡Y tú me reclamabas con un oso de felpa entre las manos!
Dejé mis reflexiones a un costado —homenaje a la vida—
y como un torbellino de gaviotas alborotando el aire alcé
mis nuevos ojos.
Bordando en el vacío me sumé a tus ensueños.
Comenzamos los juegos, jugando con nuestro haz de
coincidencias.
Mi autoconocimiento, oscuro, interior, secreto, informulado,
se deshizo.
Abandonó la estancia esa ardiente amargura y el agrio
viento de locas convergencias.
Un gesto de tu mano las deshizo de un golpe.
Un niño puede todo:
regala las estrellas con un beso y con una mirada las galaxias.

Con tu beso Manuel y tu mirada yo retorné a mis templos
circulares,
me hice Dios, me hice niña contigo.
Comulgué con palabras perfumadas de inocencia, que
impregnaron las yemas de mis dedos,
y nacieron caricias.
Acuné tu muñeco de peluche.
Como una marejada afloró la ternura.
Al fin fui una mujer…
Una mujer pequeña, muy pequeña:
la abuela que tú amas.

NADIE

No soy nadie.
Soy sólo una mujer con un grito de alambre en la garganta.
Yo no soy nadie.
Nadie.
Aún así, marcho tan orgullosa, que quiero hacer
eternas mi casa y mi palabra,
y me pongo de pie para comprar el misterio del mundo,
aunque la vida es una lucha entre las sombras y el llanto.
Y sin embargo�, no soy nadie.
¿Hacia adónde navego como un sueño donde mis
pobres ojos, sin párpados ni puertas, vuelan en el
ardor de este dolor abierto?
La tragedia del mundo se irá haciendo más, y más grande
y desde las alturas llegará nuestro llanto.
Y sin embargo�, no soy nadie.
¿Para qué sirve la fuerza tremenda del amor que arma
cruces por los cuatro costados?
¡Oh, qué ganas tengo de ser cualquier otra cosa!
Un lienzo —por ejemplo— un rostro sublimado trepando
por mi muerte y el corazón ausente.
No soy nadie.
Cono de sombras, como la opaca oscuridad del hombre,
sin risas, ni lágrimas, ni nada.
Soy solo una tristeza caminando por las desiertas aguas
de la muerte.
No soy nadie, pero a veces lo olvido cuando cantan las
fuentes y regreso a mi cuerpo con la piel y verdores
antiguos.
Yo�, no soy nadie y no obstante soy las venas del mundo
y el pájaro que canta.
Le pido un corazón al pensamiento, aunque mi corazón es
apenas la mentira piadosa cuando creo que siento.
Así, es menos dura la tierra. Aceptaré el engaño.
El pájaro canta aún desde el alba y cada ser requiere su
existencia y la reclama con la voz al viento.
Tengo la boca amarga y los ojos vacíos y un virginal
veneno en cada una de las gotas de mi sangre,
como la muestra de mi edad antigua, resumen de los
tiempos transferidos.
La soledad es mi única grandeza, transitada por voces,
parábola de olvidos.
Amo a mi soledad vestida de imposibles infinitos.
Yo soy lo innecesario con la cruel pequeñez de ser hombre
o mujer —como se quiera—,
la angustia es mi ciudad, el territorio que me pertenece un
piélago de estrellas irredentas.
Y sé, que no soy nadie.
Soy solo una mujer con un grito de alambre en la garganta.