POZZI, EDNA
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Cuando llueve en invierno, pregunto, ¿en el mínimo espacio donde él, escritor, poeta, hilacha que se desangra, otra vez Kafka, estafado por el sistema y las cucarachas, oliendo su comida rancia y los interminables pasos del miedo, cuando llueve, digo, sabe que los árboles se vuelven traslúcidos y los perros mojados andan por las calles como enviados de la tristeza, como restos de un otoño que ya nunca crecerá en los morados turquesas que él amaba, quizá ama todavía, entre esas hilachas que lo apresan, lo condenan a la dulzura de la muerte, a todo lo que se apaga, se deshace, cae en la corrupción de los violetas, en el estupor de la terrible enfermedad paciente, insidiosa, moliendo los huesos y clausurando para siempre puertas, alegrías, mi hijo que cumple apenas cinco años y ha escrito la palabra mariposa?

Cuando llueve en invierno, pregunto, ¿sabe que Fernando martilla planchas de violencia y camina las playas de la desolación con el pecho picoteado por albatros, que no blancos sino grises devuelven la tristeza inconmovible ya dura del pecado, por ese montoncito de agua, esa hierba fina que era él, tan preparado para los azules, para las piedras y de pronto bocanada de humo, espanto, clavos que no le pertenecen, porque ahora sólo sus manos, Dios mío, sus manos donde la tinta estuvo como un beso o como una sostenida azucena hacen gestos, descifran la gota de sangre que ha comenzado a extenderse?

Cuando llueve en invierno, pregunto, ¿huele en el pedacito de aire que le toca un olor resinoso de naufragio, de maderas que el mar descansa sobre arenas terribles y sabe, conoce como si candelabros de fuego le enseñaron que rastros, pesadas, voces, vienen hacia él desde el espacio hermético, lo acechan en números, palabras que no han sido dichas, gestos que aún falta descubrir y entonces presiente, adivina, tallos o perros o cenizas que no pueden, no deben ser lastimados, tocados por la herida alguna?

Cuando llueve en invierno, pregunto, ¿acaso sabe que yo pienso en él en medio de una férrea, estúpida, peligrosa libertad?

AMANEZCO

I
Y nunca despertarme
bella como una espiga
y con el sol de frente
Sabiendo que al final
de esta preciosa luz
todo habrá terminado.
II
Deben ser leídos con delicadeza y tacto
Son signos del sueño
aún no embestidos por el viento frontal
del mediodía.
III
Es jade y plata
Las sinuosas venas de la vida
descubriendo un alma
con olor a leche
recién derramada.
IV
Recojo por la playa
los palitos de incienso y oro
que sahumaron
las ceremonias de las horas calladas
Va a crecer el sol Va a devolverme a la noche más atroz
aquella en que mi cara no lo refleja
sino como una triste hilacha de carbón
Un desaforado habitante de las ruinas.
V
Jura que no me moveré del sol
hasta que las altas hierbas giman
con el ladrido de los perros
Oh, mi furtivo amante
entre cerrojos
cuánto debes esperar
hasta que la flor se cierre
y oigas mi silbido
trepando la casa encalada
donde proteges delicadamente
tu muerte
entre visillos de encaje
y platos de porcelana azul
VI
Hay demasiada luz
entre esas dos palomas
Al parecer sostienen
una taza de plata
o una hebra rosada
donde está sostenida la tristeza.

DE: LOS BOSQUES

II

Mi madre supo de los bosques pero no fue engañada
y dibujó la forma de su tumba un segundo después
de expulsarse al aire rancio de los tilos
los tilos de la casa mayor que ella había olido y tocado
en los años de lluvia y transparencia
y eso fue antes de la miseria y la locura
y entonces hubo días de raíces trenzadas en el cuello
la leña seca de la tristeza
y ponía sus manos sobre el vientre
allí donde en suaves praderas de sangre
yo esperaba, con los ojos cerrados, a que alguien me hablara
de los bosques
y dibujó el espacio, la única tierra amante
y dijo que la muerte era limpia
no esperó, no hubo palabras para el monstruo pequeño
que ya tierno y herido cantaba en las agujas de los pinos
movía sus huesitos de agua en la fragilidad de la belleza,
sin conocer las palabras cantaba
oh, triste ira de los dioses estallando en fragmentos
ocupando el sitio donde una ternura triste
había vuelto la cara
había mirado hacia el poniente dejando atrás
el atadito de niños fragantes
los absortos pájaros del bosque
derramados en alas de papel, en cuerpo doloroso
en inocencia consumada.

V

No, no basta H�lderlin
alguna vez habré vivido como un Dios
porque lo menguado no es de la esencia de los bosques
si sólo merecimos desiertos y toneles de sal en las heridas abiertas
fue por seguir hablando
las necias cabezas coronadas de laureles
y hechizamos con el fragor de pájaros viajeros
nosotros, los parlantes de Hiroshima y Auschwitz
los emplumados títeres de códigos y libros de la ley
celebrantes de ritos crepusculares
cuando cae la noche buscamos la palabra de reemplazo
una aguja de roble, un caracol que hable de los mares
y entonces sacerdotes y víctimas
viajeros del espacio obstinados en regresar, en disputarle
trenzando guirnaldas de palabras
cuando sólo el silencio de la derrota era la posible dignidad
la mudez de la piel, el páramo infinito
Porque hablaban de otra humanidad —oh dulce H�lderlin-
han muerto tus palabras entre nosotros, los diseñadores
de tumbas de cal, los traidores de la rosa profunda
Todos los días he vivido como un Dios
y sin embargo también me han crucificado.

De Los Bosques

DESDICHAS

I
Un niño muerto en Saigón
sobre la playa del ferrocarril
simula un atado de flores
que el viento hubiera maltratado
Si ellos pueden derramar este vaso,
¿qué no harán conmigo
si saben del puñado de sal
guardado en mis bolsillos
y de la feroz represalia
que tomé contra las hojas muertas?
VII
Así están las cosas, Juan Ele
viejo dulce y secreto
el río grande ha desbordado
y los peces dorados
saltan por la corriente
desprendidos de helechos y lianas trepadoras
Entre dos ríos
tu zona aún recoge perfumadas astillas
y nísperos redondos como soles
la muchacha de niebla
duerme entre las granadas
picoteada por el olvido y las torcazas
También el otro país, el gris
ha caído sobre las costas
implacable y astuto
con su greda salvaje
para arrasar en nombre de la ley del más vil
(Lo he visto derribar los viejos árboles que confiaban en Dios
y encerraban el canto en las plumas sedosas
de Octubre)
Tú, muerto en cadenas
viejo puro y sensual
flotas en la corriente
como una cáscara de sol
Llegarás, dando tumbos
con muchachas
y arañas
y dientes de granada
entre la agria flor
de camalotes
al lugar donde reposa el mar
Allí te esperan
No pueden permitir que los ahogados
emerjan de las aguas
y con la boca llena de algas
y huesos de calandria
comiencen a gritar
A desplegar palabras que sólo deben escucharse
en el fondo del río
Entre el oscuro azul y las cenizas.
De La última palabra no la tiene la muerte

EXTRAÑABA A SU MADRE

Sorprendido de noche por la lluvia, se sentó en el umbral entre los gatos y baldosas lo vieron extender en penumbra de laureles el muñeco raído y el carretel que antes de la noche giró sobre el espacio y tuvo estrellas en el humo del tren.

Sorprendido de noche por la lluvia, dejó caer sus manos en la rubia cabeza desprendida y pasillos de alcohol le devolvieron los antiguos desiertos de la infancia, cuando dolor de apenas cinco años caminaba gaviotas en la última hoja de los cuentos.

Sorprendido de noche por la lluvia, volvió a su pesadilla de cuchillos, el más pequeño para la ternura, el delgado y sombrío con que talar la sombra de la mujer amada y la daga profunda para la rosa griega, quizá también para los verbos y melancolías.
Sorprendido de noche por la lluvia, deseó morir en una calle infame entre hoscos zapatos, la mano sobre el vientre y el olor de las piedras, para saber si ella correría, ya corría desde zonas oscuras y lejanas a buscar ese muerto y levantarlo, la hoja de laurel en la mañana en que ha dejado de llover.

I

Cada día una rama de pino, de abeto, de ciprés
flagela con sus agudos bordes la vejez dulce
de mi rostro

Son los bosques que crecen sobre mi tumba
allí donde estoy con los brazos cruzados en el pecho
como una Dulcinea de papel, jamás amada por la tierra
y rígida en el olor extraño
que otros hombres, mujeres, prepararon para mi cuerpo
el expulsado de toda delicia
el lugar donde fue toda la muerte, los árboles
contenidos en verdores extremos responden por mí,
me sostienen de pie, ferocidad en los huesos abiertos
o tal vez augurio, profecía de la sombra total
de la tierra no tan hermosa ni tan dulce
que otros cantaron por amor o piadosa cortesía
no para ellos, sino para los pies duros de los descendientes
los manifestantes de banderas y lirios
que olían en los suburbios los pobres cuerpos
de los perdidos en las retamas y soñaban con los bosques de metralla
y violentaban el verde hasta que diera el fin
sus jugos amarillos, la casa triste de la impudicia.

* Nació en Pergamino.

JOSÉ EN EL PÁRAMO

Tu lámpara judía mece un largo cansancio.
Hay bailarines en una esquina del ghetto
que muestran al danzar viejas lastimaduras
y un niño pisa lágrimas furtivas
entre papeles,
con delicada precisión elige las cenizas del llanto,
la sabia disposición de la tristeza.
Oh, cuando amanecerá al fin,
lejos de esa criatura ametrallada finamente
recostada en la puerta de la noche
que nos mira sin odio, pisando
un vaso de cristal que tenía violetas
y el tiempo en que mamá cantaba,
leía las noticias y cantaba.
Tu lámpara judía mece un largo cansancio.
Si ese niño corre entre las banderas
del crepúsculo,
cómo despedirlo,
con qué levísimo corazón de junio
despedirlo,
para que muera sabiamente entre los libros antiguaos
en el sonido de una trompeta que desgarra
los ruidos
en los dientes de esa mujer de ágata fundida
que espera en el bosque
con el pelo cubierto de hojas y cuchillos.
Tu lámpara judía mece un largo cansancio.
Oh, si él dejara de caminar
entre juguetes terribles y alguien hablara de la miel y las abejas
y en el templo el cántico creciera
como una frialdad rumorosa, una exacta alegría
y amaneciera de improviso,
al fin amaneciera
con un rayo de luz sobre un poema de Ungaretti:
De otros diluvios una paloma escucho.
Tu lámpara judía mece un largo cansancio.
Tampoco esta noche pasará.

LA DERROTA

A Rafael Squirru
Este es el país en que mi madre voló a pedazos
en cenizas ardientes
y la zona donde mi hijo preguntó
por el caballo blanco del Gran Capitán
y la gris estampa escolar
donde la montaña yacía en los ojos del Padre
abatido por los cóndores.
También es la tierra que soportó
a traficantes y ladrones
imbéciles e ignorantes
a cerdos que gritaron triunfantes
y asesinaron y violaron y robaron
ensuciando el mapa terso
que siempre es sospechado como un triángulo de lilas.
Este es el país que tuvo aliento largo
en las banderas enancadas de los caudillos
que enseñaron cómo se muere con limpieza
la muerte como un cándido objeto como una labranza interminable
y estuvo doblándose por años
en el olor del trigo y en una remota esperanza
de alcanzar un nombre
una certeza
algo que tintineara al pronunciarse
como una copa de plata.
Esta es la casa que contuvo
los ojos del asesinado
en los basurales de José León Suárez
y donde yo aprendí
que la justicia podía ser posible
si se pronunciaba como un pan
algo exigible y necesario.
La casa donde el miedo crujió en las noches
de perseguidores oscuros
y contuvo macilentos despachos
con registros de nombres y amenazas.
Este es el país que me enseñó la desolación
pero también la libertad de las palabras
me mostró las calandrias y las torturas
la ciénaga y el cielo alto y tenaz del Paraná.
Esta ha sido mi casa y no tengo otra.
La casa de los libros amados
sospechosos de herejías y desviaciones ideológicas
con esa rotunda claridad
de los versos quebrados
y de los traslúcidos infantes
de pies morados
que se acordaban de Mayo
mirando subir la que no ha sido atada jamás
al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra.
Este es el país que me cubrió de oprobio y de verg�enza y al que negué tres veces
con un feroz cansancio
pero también el país donde aprendí que hay una libertad última
con palabras voladas en palomas
metálicas
palabras que servían para nombrar cosas anchas y espléndidas
palabras que resistían como clavos
duros e insomnes.
Era mi casa y no he tenido otra.
Jamás diré que ha muerto.
Porque contuvo la garra fina de Alejandro
y se inclinó sobre la greda oscura
de un alfarero
y vio la cara de un muchacho de veinte años
un segundo antes de morir
y desplegó sus lisos cielos australes
para que yo me doliera de la derrota
y tuviera un lugar abierto para llorar
y acunar una furia interminable.
Porque golpeada, amada y traicionada
aún sigue siendo la única casa posible,
jamás diré que ha muerto.
Con los músicos y los poetas
con los tramposos y los imbéciles
con la memoria ancha de los puros
y la angosta memoria de los cobardes
así, valiente, estrujada, férrea azucena,
insobornable, desgraciada y sucia
vive más allá de las palabras
amada, funeral, recién nacida,
esta pobre, clara, definitiva patria.
De La Madre

POEMA I

me tironeó la muerte desde el sitio
más íntimo y rosado
de mi esplendor
tuve que desmontarla piedra a piedra
tapar las cicatrices
alquilar una máscara de yeso y fingir
que nadie había muerto
apenas si una luz entre lila y violeta
que me sigue
marca la zona donde yacen rotos
miles de mundos
y pájaros y emblemas
esa luz me distingue entre los vivos
me hace más visible para el temblor
que resta de los vuelos
para la pausa fresca y vacía
que sigue
a los amores muertos
XV
no cabe en mí la ausencia
ni el hedor de la carne ni el verso pudriéndose en la punta de la lengua
como un barco encallado
con su vieja costumbre de peces muertos y de algas
aún dudando toco
la insoportable claridad la fuga de la noche
la vara de jacintos en los cuartos que gimen
por el peso de los amantes
el triste azul de los leprosos
y esa cosa brillante que todo el mundo deja
tirada en los pantanos
entro y salgo de infiernos de cenizas
cambiando sal y féretros por tallos de rocío
gente malsana y triste
por mujeres que peinan sus cabellos
interminablemente
y siempre están al borde de los sueños
apenas inclinadas
sobre su propio rostro
a veces transacciones amenazas
rosas abyectas cálices vacíos
y yo misma cambiándome por nada
una aguja de plata
un verso que no sirve
un triste corazón aplastado
De El reino en llamas

UNA NOCHE DE PENA Y DE BALAS TAMBIÉN, PERO NO TANTO

Recuerdo que él soñaba con visitar España y la casa de Federico creciendo
sobre la hierba con esa tenacidad de algunas muertes y él andaría
por ese trecho largo de piedras mojadas con su saco del color del humo
preguntando por los tibios despojos que no están en los libros un poco
cómplice del fatal deslumbramiento de la palabra en la aldea una tarde de
domingo el absurdo viajes que yo le había contado entre migas de pan y la
nube de presagios y también o nada mejor que las tormentas para hablar
de ese sol que él esperaba recibir sobre sus huesos y el saco color humo y
asombrados le mostrarían una olla de cobre donde Federico quizá alguna
vez era posible había tocado el olor del ajo y la cebolla.
Recuerdo que él soñaba como los tristes con esa gota de desesperanza
esa acidez de estar despierto y plegando las sábanas por el gusto de todo
lo que no pudo ser clavado en la realidad como esa gente que nadie besa
que se acostumbra a no ser tocada por la sorpresa de la alegría que sólo
cae en brumas ni siquiera en derrotas excesivas que uno ama con una leve
sospecha de piedad apenas si de amor la tarde de mirarlo.
Fue por esa pena ese leve acostumbramiento de desdicha ese delicado
batallar que apenas si caímos en la cuenta de que algo un hombre perseguido
crecía en él altivo y preocupado como una mancha roja y que esa
sombra terrible lo arrancaría como un perro de su melancolía hacia una
muerte luminosa que lo siguió hasta el instante justo en que llegó a la casa
de Federico.
Esa noche de pena en que cayó en mitad de su sangre con los ojos
abiertos en el sueño que no puede ser rozado por bala alguna.
De Palabras que me salven de la muerte

VIII

Retrato del abuelo cazador
Del otro lado, el tiempo preparaba fusiles
y cubría de hiedras los cuchillos de monte
Hermosísima sombra detenida en faisanes y aceitados plumajes
donde la muerte
abría labios de seda
El pie apoyado sobre el hedor
agonizante
plantaba la feroz belleza
Una rama de sol entre olivares
azotaba el cuerpo
devolviéndolo al goce, a la exacta crueldad
a la medida de la omnipotencia
Dientes de sal crujían en la luz absoluta
En cada amanecer, la casa recogía
las formas minerales del desastre
y otra vez
el cazador sombrío y puro
se perdía en pantanos
entre hilos de niebla
y arbustos espinosos
Condenado a no ser
del otro
el retrato se abría en grietas violáceas
supuraba una materia acuosa
que algunos confundían con el alma
Sólo la casa, sólo ella
esperaba el crujir de las botas en el parque
y el golpe de los cuerpos calientes
al caer
en la mesa de roble cepillado.