SÁNCHEZ ZINNY, FERNANDO
(ADIVINANZA)

(Adivinanza)

Preguntaba quién eras y de dónde venías,
de qué país, de qué época,
arreada por qué palabras,
merced a qué rosa de los vientos.

Pero habías venido entre las hojas
como palpable luz, inmaculado
error de la desdicha anidado en rincones,
de incuria… A un costado se ha dormido,
quieta por fin la fiera, como saciada.

Rostro impar, soledad transida,
lágrima de alegría pese a todo,
silencio que descuella libremente,
desatado rumor sin piedad, sin ira,
acunando mi voz que nacía en aquel entonces.

Nadie veía el hilo de amor que une retazos y desdenes;
nadie, esta tarde de flores y quimeras.
Antaño, herido y sordo, seguí el camino
o atajo que conduce hasta un páramo estéril,
condenado a errar por anchos desconsuelos,
fui desandando el viaje poco a poco.

Convoqué sombras, sueños, soles que no existen,
ausencias destituidas de tu pie y de tu mano.
Conocí la defoliación de mayo y otras historias infinitas,
granos de arena que escapa irremediable.

Amé la lenta emigración hacia el horizonte,
su esencia agraz de boca enamorada,
cosas que no resisten la intimidad del miedo.

A lo que me dejó y dejé,
al espejo incesante de las aguas,
evocó en este día y mínimamente canto.

De par en par abierta la ventana digo
que la noche es un oscuro presagio de mareas,
de riadas arrastrando juncales hacia lentos depósitos de limo,
donde gotea la crueldad sin nombre
hasta el nivel de la clepsidra,
agua en descenso que es también,
esa sal que rodea y bate el promontorio de arenisca.

Nuevas voces se enciman en sombras superpuestas,
y el hombre insiste, para sacárselo del alma,
porque hay horas en que deriva, triste como un silbido,
la arenisca de Dios, al escoria de los años.

Pero la noche es terca
y no contesta nadie
lo que a nadie pregunto;
el letargo se viste de guirnalda y exhibe
destellos u ondas en la fuente, en tanto
tuerce premoniciones para que digan
que en tu regazo la orfandad se brotó de ternura.

No eras tú, no eras:
eran tus coordenadas lo que se adivinaba entonces

(CASAS VIEJAS)

De viaje siempre y siempre retomando,
como oración en labios de los pobres.

Tu amor ha sido siempre
indistintos adioses junto al muelle,
con augurios de pájaros que emigran.

La despedida de jornadas y de amigos
deja siempre en las manos una moneda
gastada y gris, como limosna.

Pero con varias en el bolsillo aún no te descifraba
¿era acaso tu piel o el amor solamente?

La melodía crece,
como una lluvia de opacar cristales,
lucidez invasora sin palabras,
fiebre fría en las alas azarosas.

Entretanto volvías como la noche que me ampara,
igual que la nostalgia para enmendar ayeres,
o el ascua del deseo entre las brasas consumidas…,
esa cíclica nómina de acasos y de arcanos!

Entre las sombras vagan las sombras de nosotros,
tristes, tristes, tristes.

No veremos ya más la primavera
con su cesta de flores e ignorados latidos.
La juventud, la juventud tibia y apocada,
era un recodo en el que no reparamos.

Manchas de la luna, el quieto rocío como un llanto,
el andén de la madrugada,
aquel itinerario fatalmente omitido.

(EL COLOR DE MI TRAJE)

¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas,
mis gestos, el color de mi traje,
el fervor tras el tedio de las miradas,
este hielo, siquiera, de mi presencia?

No sé, mujer, si lo recuerdas;
no lo creo, tampoco, para nada.

Ni es eso lo que importa sino que estamos juntos:
¡muy grande es el olvido pero aún no erosiona
tu casa con sus hadas, tu jardín tras las cercas!

…Enfrente hay altas tapias,
encierros y consignas,
guardianes de ultratumba,
gente que nada sabe,
como ateos ingenuos
asombrados de todo,
del color de mi traje.

Eslabón a eslabón
hicimos nuestra suerte,
con un metal que ignoran,
y amalgamas que temen.
A sus espaldas, todo
se tuvo y, asimismo,
alguna pizca más,
porque, pese a las penas,
en el puro deslinde
tuvimos todo… Y si no fue perfecto,
su imperfección fue el precio pagado por tenerlo.
El resto son minucias:
antojos que se buscan y se esperan,
suciedades que rondan por las calles.

Nada recuerdas. Por eso preguntas
qué fue de tanta vida mientras duró la ausencia.
No gran cosa: la fábula se entiende como antaño
y el castigo golpea en el sitio que duele,
siendo el único cambio la dirección del viento;
es el mismo tu rostro cuando oyes la pasión del exiliado,
idéntico el color de este traje con que me iré una tarde.

Ni difieren, tampoco, los oficios humanos
ni el laurel que entrelazan los hermanos menores.

Siento que la extensión se abre, que hay voces a distancia,
primicias de una etapa que le dará nuevas banderas
a esta milicia interminable y grata en que hemos servido:
nos piden sólo amor,
constancia, rectitud,
silencio y voluntad.

Cuando estemos más cerca
les abrirás la puerta, pasarán al jardín.
Yo les daré mi traje.

(PIEL FLORECIDA)

(Piel florecida)

La vida que gané: dulce piel florecida,
sus ojos entornados…
Pero es inútil, ¿por qué contar mi historia
tan llena de mentira y esperanza?
Mi soledad se abisma con frecuencia,
la lira emerge con náyades adheridas,
pero amar es retornar, no recordar.

Vado del cauce musical y callado,
por cuya margen la melancolía pasea displicente.

La voz que susurra entre el follaje era cierta,
tu aroma estaba antes, mucho antes de que llegaras.

Así te amaba y un fuego sin destino hacia señas
desde el diluido albur de la bahía.

Hoy, ya lindero de esa desolación contemplo
vestigios y memorias,
y huyo de mí, pensando,
que si no morí entonces es porque estaba muerto.

El resto es lo de siempre, ecos o enigmas,
formas de lo que me acompaña y acompaña a la noche,
preguntas que la sudestada extingue:
¿era acaso tu piel o el amor solamente?

A MARÍA DEL CARMEN SUÁREZ

Supe, de hace años, que la Gata Suárez
osaría morder la desventura
de estar lejos y cerca, en la negrura
del corazón roído por los mares.

Yo había indicado unas Baleares
que a distancia celebran la mesura:
quiso, en cambio, el fulgor y la aventura,
el maleficio gris de los pinares.

Tiempo es de exorcizar al enemigo,
la voz tendrás de aliada, de alimento
la misma sal del mar, mudo y testigo.

Y sabrás ordenar el elemento,
partir la vida entre canción y trigo,
domar los potros ávidos del viento.

AMOR A TU HISTORIA

Amo acaso la historia que cuenta tus amores,
saga oscura trocada en un coloquio
húmedo y espinoso, de ardor y mediodía,
que acude lentamente hasta el presunto límite.

Las materias agónicas, las índoles airadas,
combatieron al Este y al Oeste,
arrasaron confines, campos, abrevaderos.

A ti, mujer, primera y taciturna
llegó mi urgencia indefinida de torrente,
desde una dimensión ubérrima y tan pobre
donde convergen vientos gélidos y quemantes.

Amo acaso la historia que cuenta tus amores,
por más que hoy desterrado de magias y promesas,
equilibre en el quicio avideces y opuestos,
sumiso a tu designio de águila vengativa.

En tus hombros reside la firmeza de un muro
revestido de mármol y terrible ternura,
en que la devoción se inclina dócilmente
para decir tu elogio de amiga y de maraña,
vencedora de toda floración y ocaso,
invulnerable sombra de mi temblor incrédulo,
niña de una contienda poblada por la paz.

Amo acaso la historia que cuenta tus amores,
relato que va en círculos de ebriedad o de enigma,
cuya clave enmascaran los versos convocados,
pero que el corazón no entiende ni ha entendido nunca.

En el descenso suave, con follaje caído
cubriendo este retorno hacia añosas barrancas,
encuentro unas señales de tu pasado tedio,
mortales formas del amor que con barro hace alfarería.

Nada dice que estemos cerca de un mar o laberinto,
lo irreparable es una palabra como tantas
dichas por el conversador o su fatiga.
Antes de aquella historia, afán o éxtasis, antes de morir y olvidar,
de irrumpir en el túnel, ataúd, cuerpo remanente
queda una andanza por hacer, un mapa aún cerrado,
un hilo más por devanar bajo este cielo.

ARQUEO

Búhos cuyo silencio un día entendí,
tiempo viviéndome, tras desgarrarme el pecho,
de todo aquello sólo queda
un puñado de alegrías y suspiros.

Todo es igual a todo
pero tampoco esto es verdad:
entre la arena del desierto se alzan
unas columnas en tanto otras
yacen derribadas.

CARMEN DEL OTOÑO

He de partir ahora, marchar despacio
hacia una luz que esplende su oro en las arboledas,
cuando acuden las últimas bandadas… Soy el que soy, o el que no soy,
ni el mundo vi ni el ansia cuyo frenesí agota,
ni la libertad que unge las furias y los llanos,
no he visto nada.

No acumulé belleza, ni honores ni recuerdos,
mi amor decae a río que se seca,
devora el horizonte el dulzor de la tarde
y en su lugar enciende el canto de los grillos
en el oído del ciego.

Hay algo de extravío, de vanidad ilímite,
de hosca sabiduría en quien calla el perdón que se le está pidiendo
ahora que nos vamos, ahora que es amistosa la vorágine,
que todo se ha sumido en rumores distantes,
en noche desvelada, en vida verdadera.

* Nació en la ciudad de Buenos Aires, el 5 de octubre de 1938.

CORAZÓN NACIENTE

A mi lado tenerte, muchacha
en flor, sombría, adolescente,
jardín donde ayer reventó, se abrió
el corazón naciente.
Torva fragilidad hecha cien pedazos,
recuerdo blanco y frío como nieve.
Éramos muy jóvenes, sólo éramos
ansia que agonizaba mudamente,
sin ver la inmensidad hostil
tras el llanto del beso alegre,
con la vida pequeña hecha un desorden,
una burla del tiempo breve.
Paseos vespertinos, recodos vespertinos
y cuando de pronto anochece
no había luna protectora
en pos de los amantes que se pierden,
apenas una iglesia gris,
sus campanas doblando siete veces
por los siete pecados capitales,
y la intención aleve:
en esta hora en que ya no existes
es que te pido: suéñame.

En noche prematura
no fuiste lumbre que se enciende,
fuiste mirada ajena, agradecida
sonrisa demudada de septiembre,
danzarina en mitad del bosque
sin idea del mal y de la sierpe.
Me diste soledad, pero aprendí
y la aventé de entonces para siempre;
en esta hora en que ya no existes
es que te pido: suéñame.

Te extrañé alguna vez, muchacha,
caricia sin relieve,
amor innominado
entre hojarascas y cipreses.
Alguna vez rehice, corazón,
por lo que fuese,
el silencio en que te ibas
como una rama en la corriente.
Eras no más que un suave fantasma, línea
desdibujada hasta perderse:
en esta hora en que ya no existes
es que te pido: suéñame.

FLORES SECAS GUARDADAS EN UN LIBRO

CERCANÍA DEL MISTERIO

Preces, conjuros
y otros abismos,
traman el cauto
azul propicio.

Tararea alguien
aquella música,
manos, manos de insidia,
cavan la tumba.

Miro hacia atrás
y es como un friso
en que la angustia
baja hecha un manso río.

Todas las noches veo
sangrar la luna;
soy Adán y mis labios
niegan la culpa.

Me vuelvo y pido
que oigan, apenas,
un canto entre las ramas,
tan del cielo y la tierra.

LAS NAVES

Embarcaciones, libertad, remota palidez que el horizonte abruma,
que la distancia achica hasta el tamaño de la pena.
No envidio ese destino, no hablo con esos hombres, no escapo de mi
vida.

Pero igual vuelvo con pasos distraídos. Porque me atrae
la ausencia presagiosa de lo que no conozco, la certidumbre ajena
de que un día veré no barcos de juguete sino una costa informe desde
la nave aciaga.

Lo incomprensible un día es claro y transparente: fue un aroma per-
dido,
las noticias de nadie, la risa de las jóvenes, la procesión sin pausa de
las nubes,
esta sagacidad en que florece el árbol llorón del desamparo.

Hace mucho. Andaba el puerto adioses, manos blancas y desoladas
hacia otras manos de trabajo; soltaban las amarras entre ruidos y avisos
y el amor se vestía de abandono, celoso de la hamaca marinera.

Figura de lo vano, de lo inútil, el muelle con muchachas y con viejos
sangra impura melancolía: ellas van a peinar ahora cabellos canos,
ellos tienen en vista un viaje apenas suba la marea.
Así es la vida, su pasión infeliz, la eterna decepción enamorada.

Después el canto, su fragancia recurrente, impregnada de asombro y
entusiasmo.
Verá otro yo la libertad, la distancia que esfuma y fabrica a lo lejos
barquitos de juguete� Los ojos de otro yo verán el agua sucia
con briznas de tormentas, maderos, podredumbres, resabios del olvido.

MAGIA DE SU NOMBRE

(Mejor que la mañana es el recuerdo.
¡Oh albura! Voluptuoso amanecer del miedo alegre,
en brazos de aquella hija del verdeoscuro imperio mío.)

Tersa, preclara hermana,
tus túnicas bordadas de silencio,
llevan gemas pulidas, una a una,
por los ríos que acuden con los años,
y arrastran flecos de damas irreales
por pisos palaciegos, por largos corredores.

Canción de vastedades y remansos,
de miel silvestre y árboles incesantes;
yo estoy aquí porque tú estás
y mi memoria vive de haberte conocido.
Detengo, cada tanto, el paso
y a mis sienes acerco un caracol
del que surge la magia de tu nombre
meditación en lóbrego.

Reminiscencias o aposteosis de un bello oriente,
curvado de estival cansancio,
que me elude, se pierde entre los ángeles
y se va y no se va y es infinito
como las leguas que nos separan de la muerte.
De pronto es nombre de esencia cruel; yo busco
no más que unas palabras paralelas
a aquella costa verdemar abandonada.
Voces de retener penurias, amortecidas lumbres,
sombras de viajes arduos y vacíos,
renacidas de pronto
por la magia de tu nombre.

Sumidos en ese mundo, canto,
como un zorzal cuya ceguera
ha visto clarear ya muchas veces
sin que nadie corrija los milagros.
Canto, en fin, como aquel que soy,
más joven y más viejo todavía,
dueño de toda desazón y lauro,
y asimismo destruido,
eco de otra canción que no comprendo,
residuo de plegarias,
emisario de aquel que ha robado
las manos de la plenitud antigua,
espectro de una voz que acosan los corceles
por los hondos senderos de este bosque.

OLVIDO SUTIL

Jamás el rosicler de nuevo
pondrá su bobería bucólica y feudal,
pues el reloj de utopsia
igual que todos los relojes se detiene
justo en el borde del misterio
o abismo devorante.
El ocaso es también un vértigo asesino,
pero sus modos son corteses
como los de un amante pálido
atento a los suspiros.

Tampoco lo otro es verdadero
por mucho que lo expliquen y decanten:
viejo rubí de sangre coagulada
que no es sino chafalonía de extramuros
con que pagué lo que no existe:
la cobra venenosa y enroscada,
rescoldos que no asustan al faquir,
el zodíaco que la imaginación inventa.

Habrá mejillas en que se recuesten
tornasoles, matices de la niebla,
para atenuar estragos,
y disponer el ostracismo
del dios de exaltaciones
a las islas del reino ceniciento
en que la intensidad descubre sus arrugas
grisáceas de emigrante�
Desde una torre oirás gemidos,
quejumbrosos sonidos como ecos
y no te importará
porque la indiferencia gana cuando
el olvido sutil
asciende con sus musgos.

Aunque haya, todavía, amaneceres
ritos para que el prisionero
retenga la esperanza.
(Tampoco morirán los vientos
que llenan el cuadrante
condenados a acarrear cenizas
y esconder inscripciones,
tarea a la que en vano se suman los poetas.)

Ausente yo, las lágrimas
de la juventud llenarán el camino
y el paso del anciano será lento
y el río hará su rumbo entre declives.

Cuesta abajo andarán, con la música a cuestas
mis amigos sumisos a las modulaciones
de su idioma y su adiós.
Sin temor, pero sí perplejo,
veo acercarse el sin sentido,
la nada vecinal que siempre supe.

ROSA ESQUIVA

Tras el cendal
de maravillas,
vive, alejada,
la rosa esquiva.

Inmóvil calla
y miente y urde
la fatua ceremonia
de un falso numen.

Aunque falaz,
empero trae
el amor y su rito,
el mañana y el antes.

También emboza
esa mirada
con que nos mira
el Señor que no pasa.

Y el son letánico
que va a su diestra:
el amor arquitecto
del mundo y las estrellas.

(No sé si es bálsamo
que la rosa usa
está en sus pétalos,
o en esta pobre astucia.)