SOBRÓN, ROSA MARÍA
AMO EL CRUJIR DE LAS TOSTADAS

Amo el crujir de las tostadas, padre, desde el balcón traspapelado
en lugares y tiempos que anochecen.
Amo el paso silencio de las horas
en la casa primera,
en la leche caliente y el chocolate mínimo.
Y tu mano de ángel
calmándome las fiebres en las tardes humosas del invierno.
Amo el latir de la mejillarrosa.
—Seis latidos apenas en la noche
para tu brazo cálido—
Amo el morir en paz entre los géneros
abrazadores, tiernos de tus pantalones,
de tu camisa blanda.
Amo quererte como me quisiste
con estandartes múltiples
sin quitarle un color a la caricia,
ni un estampido de dolor cansado.
Amo el crujir de las tostadas, padre,
porque en esta mañana del verano,
en mi balcón sonriente de azaleas
he encontrado, llovida,
la estrella jazminada de tus nacientes dedos.
De La Puerta Infinita

CARTA

a la memoria de Elisabeth, mi hermana
Estábamos en el pie de la guerra.
La que acondicionaba angustias y papeles compartidos.
Estábamos en el pie de la guerra del corazón.
Qué importa si llorar si reir. Hay que buscarse,
contemplarse hacia adentro
para poder vivir.
Estudiarse, decíamos.
Pero una insobornable voluntad de acecho
nos envolvía el alma.
Eran las tres y las cuatro. Soñando sin dormir.
Era querer ver la vida desde allá temprano
porque nos parecía que el tiempo sería corto para buscar la
felicidad.
Conversaciones tímidas o agresivas.
Qué importaba. Era la vida por venir.
Con sorpresas y hallazgos.
Qué importaba entonces, hermana. Y fue la vida. Llegó. El tiempo apresuró sus sones
para enseñarnos que cada día
era un tremendo aprendizaje.
Pero fuimos felices. Con niños, con casa solariega.
Con llantos e ilusiones cumplidas o incumplidas.
No pasó mucho para que supiéramos
que la muerte es una realidad inapelable.
Mejor dicho. Lo sabíamos.
Pero creíamos que a nosotros no nos rozaría pronto.
Pero nos abrazó sin piedad. Y se fueron ellos. Los que
pensábamos que siempre estarían con nosotros.
Y te abrazó, hermana con la más ácida desolación.
Detrás de ti aprendí ausencias tras ausencias.
Y ella, la guerra que librábamos en las noches sin nombre del
verano
estalló en mi corazón. Fue una granada que se estiró hacia todos
los confines del alma.
Aprendí que la soledad regía entre muros y espinas
un destino que fuera el sueño de otros días.
La vida, sí, la vida.
Pero te escucho, hermana,
hay que seguir nomás.
De Ángeles, espejos y memorias

EL CRISTO DE VELÁZQUEZ

Lo amaba, lo amaba
no fue sólo milagro del genio…
José María Gabriel y Galán
Del lienzo, sí, ya casi despegado
te sentí junto a mí. Ya resbalaba
la sangre y el sudor por mi costado
tan terrenal, y casi me besaba.
Allí en la tela vi cómo llorabas
por el temblor tremendo de la tierra.
Supe por fin que estabas, allí estabas
como flor que se abre y que se cierra.
Entendí aquel �Lo amaba…� del poeta.
El hombre que se entró como saeta
en mi casi niñez enamorada.
Y supe que el pintor con el poeta
hoy son sólo una mano que me aprieta
luz y perdón para mi pobre nada.
Inédito

EL POEMA

No lo toques ya más
que así es la rosa
Juan Ramón Jiménez
Es preciso
una herida de azul en el costado
y el temblor siempre nuevo
detenido en el pájaro.
Es preciso
rescatar de a hilachitas
el segundo, el instante,
el inasible corazón del tiempo.
Apresar el arrullo
y la lágrima. El beso
que nunca se asomó por la insondable herida
de un cercano silencio.
Es preciso
desandar los senderos
auscultados con pulso
de sangrante amapola o rosal entreabierto.
Entrarse de a poquito
de a poquito en la humana sustancia que acaricia
el paso compañero.
Y que el poema sea
la mitad, el clamor.
La mitad, el silencio.
De Las cosas son palabras

EN VEGETAL POSTURA

He florecido en un verdor.
Yo no sé si de pinos o de sauces.
La menta y el aromo
discuten su perfume por mi sangre.

Con paso diminuto
el sol me alcanza su color. Pequeña
me ciño la radiosa vestidura
mientras prendo en mi piel la primavera.
He florecido. Y es un alba
de azúcares y mieles en desvelo
rozándome la cara.
Dios ha rasgado su silencio.

En mi bolsillo de alelí
mueren los tallos de la pena.
En un ópalo azul
va creciendo mi polen de alhucema.

Sé que una nueva primavera
se insinúa en mi voz. Duéleme el grito
del árbol sin follaje.
Abro mi gesto diáfano y le ofrezco
su blanda anchura de rocío.

He florecido. Vuelo densa
de cristal y de nieve casi tibia.
En vegetal postura
ha verdecido mi sonrisa.

No necesito llanto
para el viaje de aquí hasta la ribera.
Me basta mi costado
de carne luz. Y su frutal pureza.

He florecido. Río y cielo
juguetean amores constelados.
Un niño me sonríe
desde el claro trasfondo de mi canto.

De La espera iluminada

ESTE SOL DE LAS CINCO

Este sol de las cinco
en un diciembre limpio
implora un barrilete.
Cualquiera sea su color, su forma, su destino.
Uno tan sólo.
Pájaro, rombo, cuadrilátero,
pero con alma.
De tan liso este cielo
reclama un barrilete.
Color. Movimiento.
Cola en zigzag de sentimientos
que ampare la redonda inmensidad.
Un barrilete solo,
con un piolín invicto.
Airoso, triunfador, apocalíptico.
Uno para esta tarde de las cinco,
en un balcón urgido de memorias.
De Ángeles, espejos y memorias

HOMENAJE

¿Qué fue de tu árbol ágil, todo viento?
Dámaso Alonso Anduve por tu polvo. En la ceniza
de tu tiempo auroral. De tu Granada.
En ella vi tus ojos y tu risa
con cada huella de tu madrugada
abierta hacia la muerte. Me llegaba
tu voz en verde luna y amapola.
El sol que fue tu sol, deshilvanaba
los mares de mi sangre, ola por ola.
En el tono augural de la mañana
yo andaba con tu muerte como a cuestas.
Soñaba con tu muerte y con tu vida.
Entendí como nunca que no es vana
la lágrima del mundo. Te recuestas
resucitado en cada despedida.
De De tiempos y de almas

LA MANO

a la memoria de mi madre
Si estábamos de pie
era posible porque
su mano sostenía.
Y cuando era el reposo
era posible pues su alerta velaba nuestro sueño.
Cuando un relampagueo de nostalgias
nos arrugaba el corazón,
sólo bastaba con pensarla
para sentirse nuevo.
Y si un descolorido llanto
nos anclaba sin tiempo a la tristeza,
su mano descosía las amarras
más imposibles y tremendas.
Y a lo lejos, un sol inesperado,
dibujaba, uno a uno, el horizonte de los hijos.
De Es tiempo de elegía

LA PASTILLA

Está sobre la mesa cotidiana
alucinante y pequeñita.
La lámpara le envidia la ternura
de guardarse un consuelo
en el bolsillo.
Mínima hostia detenida
en un borde cristal casi infinito. Como ruedo del sueño, espera, espera.
La noche enciende
duendes y fatigas.
De pronto, cuando cree
ya inservible su vida innumerable,
una mano la atrapa, esperanzada.
A una muerte, le alcanza alguna vida.

LOS AUSENTES

Por ellos va mi corazón a pie
César Vallejo En esta soledad atrincherada de recuerdos
ellos están, son, me palpitan.
Remontan por las alas del encuentro
en el súbito ardor del mediodía
Escalan con los pájaros el aire
de este otoño primero.
Velan atardeceres numerados
se asoman a la paz de una sonrisa,
cadencian el silencio con sus voces
en un preludio azul de golondrinas.
Ellos se fueron, pero están
nos escalan el alma
tono a tono
para desempolvarnos la tristeza
para intentarnos madurar el día.
Descubren barriletes increados
sólo de Dios.
Nos miran desde arriba
donde un ángel travieso se acomoda
mirando la pirueta de la vida.
En esta soledad atrincherada de recuerdos
ellos están. Son
me palpitan.
De Las cosas son Palabras – Elegíacos

MUCHACHA SIN CAMINOS

Muchacha que recoges horizontes
en la escarcha azulada de tus ojos sin rumbo,
temblorosa de andenes afiebrados
de muelles cosmopolitas e inseguros.
Muchacha que te sueñas en veleros
de todos los océanos y de todos los mapas
norte a sur, este a oeste
buscándote en espejos increados,
o en el clamor oscuro de un humo zigzagueante
que siempre te persigue
sin nunca poseerte.
Muchacha que adivinas panoramas
de calesita y lago, tal vez de verde campo,
para aquietar la tibia vocecita del ángel
que llevas escondido
sujetándote el alma.
Te rizas la ternura. Caracol anhelante,
en verde tirabuzón entristecido,
sin dejarla que nazca en tus ojos helados,
ojos sin derroteros crecidos en distancias.

Tus manos en el aire van apresando mundos,
deshilachando cielos y pronunciando días
que uno a uno consumes, como pan cotidiano.
Tu mudez quebradiza de azucena naciente,
asume los mensajes inéditos y limpios
de fragancias perdidas en países extraños
de todos los colores.

Para quererte un poco
es preciso tan sólo traspapelar la máquina,
envolver la rutina y seguirte de lejos,
temprana y desvaída,
mas siempre indagadora de corazón y tierra,
de flor, papel y cielo
donde palpite un alma.
Para quererte un poco,
muchacha madrugada en cada día del año,
es preciso tan sólo rescatar la ternura
y encontrar en la escarcha azulada de tus ojos,
el ángel desatado que te prendes adentro.
Florecido en la exacta medida de la lágrima.

De Poemas con sol y llanto

MUJERES

Era la tarde
cuando las mujeres de la calle latían de frío en las veredas. Cuando el viento del sur entorpecía las claridades azules del invierno.
Qué malo fue mirarlas simplemente.
Ellas que inventan risas a la noche para amortajar angustias. Eran ellas, sí
—las mismas que encendían en la memoria diseños de mujeres desveladas
o antiguas muñecas de loza, entre el whisky o el rhum—.
Ellas, las que las niñas soñaban
no creían que fueran de verdad, de carne y hueso.
Botas y medias atrayentes, minifaldas abiertas y remotos secretos.
Cómo nos sorprendimos esa tarde cuando advertimos que eran ciertas.
No lisa cartulina en las veredas.
Un jazmín en el pecho para intentar pudores inconclusos.
Ellas, pobres, mujeres a la venta, con una gota azul en el corazón zurcido
de tristezas.
Y el ruido de un balcón con otras que miraban la ironía alquilada en cada
calle.
Autos que iban y venían. Bigotes o caras rasuradas, de risas y colores.
Y una extranjera blanca, casi azul, que las miraba absorta,
como si tuvieran que salir corriendo o espantarlas del mundo.
Ellas, las pobres mujeres de la calle. A la venta.
No fue preciso, no, irse hasta Amsterdan o a cualquier lugar lejano de la
tierra.
No precisan vidrieras. Están allí al alcance de la mano
con un desvalimiento en andas en medio del tibio desamparo.
No existen más extrañas vibraciones, sino sólo la espera.
Una moneda o un billete se extravía en su canto.
Un pan para los hijos, desdibuja la noche del verano.
De La Puerta Infinita

NO LO SIENTO, SEÑOR

No lo siento, Señor, pero ya es mío
su corazón de mínima amapola.
Su sangre por mi sangre, tibio río
que el amor trenza en candorosa ola.

Yo no sé si la estrella o el rocío
irán tallando su estructura. Honda
la entraña ha florecido. El frío
va deshojando su cansada fronda.

No lo siento, Señor, pero hay un vuelo
de lirios nacarados por el cielo,
que dibujan su nombre transparente.

Y cada día se atardece en canto.
Y cada instante trasfigura el llanto
en capullo de luz sobre mi frente.

De “La espera iluminada”

* Nació en Nogoyá, provincia de Entre Ríos.

QUÉ IMPORTAN

Qué importan los sonidos que nos suenan
pero que no nos suenan.
Qué importa la estatura calendaria
de los años, los siglos, los minutos.
Qué importa estar a un paso de la Muerte
si estamos en un beso de la Vida,
y en cada paso que gastamos
aprendemos aún más a ser pequeños Qué importan los sonidos que nos suenan
pero que no nos suenan.
Qué importa la estatura calendaria
de los años, los siglos, los minutos.
Qué importa estar a un paso de la Muerte
si estamos en un beso de la Vida,
y en cada paso que gastamos
aprendemos aún más a ser pequeños Qué importan los sonidos que nos suenan
pero que no nos suenan.
Qué importa la estatura calendaria
de los años, los siglos, los minutos.
Qué importa estar a un paso de la Muerte
si estamos en un beso de la Vida,
y en cada paso que gastamos
aprendemos aún más a ser pequeñosQué importan los sonidos que nos suenan
pero que no nos suenan.
Qué importa la estatura calendaria
de los años, los siglos, los minutos.
Qué importa estar a un paso de la Muerte
si estamos en un beso de la Vida,
y en cada paso que gastamos
aprendemos aún más a ser pequeñosQué importan los sonidos que nos suenan
pero que no nos suenan.
Qué importa la estatura calendaria
de los años, los siglos, los minutos.
Qué importa estar a un paso de la Muerte
si estamos en un beso de la Vida,
y en cada paso que gastamos
aprendemos aún más a ser pequeñosQué importan las versátiles
grandezas del orgullo,
si aún nos queda un retazo
de silencio interior para mirarnos.
Qué importan, ay, los gritos,
si podemos entrar nuestro silencio
en la remota intimidad de Dios.
De Ángeles, espejos y memorias

ROMANCE FIEL DE ENTRE RÍOS

Un temblor azul de alondras
iniciala mi destino.
Destino de tierra y agua
porque nací en Entre Ríos.
La infancia que se me enreda
entre cardo y espinillo
viste de nubes los ojos
antiguos en que palpito,
con ímpetu de pampero
y aliento tibio de niños.
Cansino de aguas umbrosas
que sueñan sueños de río…
Despeinados sauces claros
entre relente y rocío.
Primavera colibrí
para el aromo festivo
de amarillo algodonoso.
Rumores para el cariño.
Un temblor azul de alondras
iniciala mi destino.
Destino de tierra y agua
porque nací en Entre Ríos.
El llano se hizo pasado.
Y el arroyo pensativo
se me entró en el alma toda
trasnochada de infinito.
Y un rebelde palpitar
de mi corazón cautivo,
erizó la sangre clara
de dolidos espinillos.
Fue transplantada la sangre
a la colina y el río.
Y un hilo de madreselva se confundió en un gemido
grávido de camalotes,
de aliento coloreadito,
de calandrias y zorzales
que me alargaban su nido.
Y la ciudad ondulada
fue ondulando de a poquito
mi piel casi horizontal
de tanto cardo espinillo.
Supe que el río es amor
en agua azul trasfundido
para prender en el alma
un sueño de amor sin mito.
Un sueño de barcarolas
de hombres claros y de niños
con cielo siempre en los ojos
y un barrilete tendido.
Y así bien pronto en el alma
—suma de arroyo y de río—
sentí fraternos crecer
el ceibo y el espinillo.
Rojo para los anhelos
transparentes de mis hijos.
Gris nostálgico en mi entraña
que en verde gris ha nacido.
Un temblor azul de alondras
iniciala mi destino.
Destino de tierra y agua
porque nací en Entre Ríos.
De Poemas con sol y llanto

SONETO EN VIERNES SANTO

No la Madera simple ni la espina.
No tan sólo la sangre y el lamento.
No sólo la cabeza que se inclina.
No la sombra en la tierra y en el viento.

No el lánguido fervor del sentimiento
ni tampoco el dolor que me ilumina.
No el reproche del sol, que ya presiento
ni tampoco el clamor que se adivina.

Una fuerza de adentro me convoca
al misterio de Muerte. Y es la roca
perdurable perfil de mi semana.

Cuando entiendo que el fin de su Agonía,
no es morirse de a poco sólo un día
sino resucitar cada mañana.

De Poemas con sol y llanto

YO QUE HE SIDO

Serán ceniza, mas tendrá sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
Yo que he sido más bien templo o caverna
del temblor y el silencio
he aprendido a escuchar la voz de la Esperanza
y de la idea
que va más lejos del tiempo, del olvido
y de los arrabales de la nada,
de la rosada faz de los umbrales
y las frágiles cuentas del ensueño.
Yo que he sido más bien piel aterida en la búsqueda fiel de la Palabra, fuego en azul,
escarcha entristecida,
licuada sombra sin clamor de playas,
siento que el día es menos día, la tarde menos tarde
y un número tras otro ya me acosa.
Chispa iniciática, fuego, llamarada.
En medio de la hoguera resplandece
tan sólo el alma.
De ¿No ves que ésta es la hora?