SOLINAS, ENRIQUE
ACERCA DEL RIGOR DE LA MUERTE

Para no morir uno empieza a escribir por la mañana
con un cigarrillo en la mano
y esa paciencia de absoluto
que nadie es capaz de ejecutar.
Nos queda la escritura y el silencio
para cuando llega la tarde
y el humo del cigarrillo en la piel,
y otro cigarrillo más.
Qué oscura es la ciudad cuando anochece,
pero su oscuridad nos muestra una certeza.
Ahora sabemos
que con buena voluntad también se muere
y que uno es capaz de morir como cualquiera.
Se deja la vida a medio hacer,
se piensa en todo aquello
que jamás sucedió
y a nadie importa. A veces se pierde y está bien.
La inmortalidad es algo demasiado alto,
demasiado pesado, demasiado lejano.
A veces se pierde y está bien.
Estoy listo,
estoy listo.
Por lo menos,
habré intentado mis palabras para no morir.

BUCÓLICA

El olor de tu cuerpo, amigo mío,
me recuerda al color de la infancia.
Una pradera con demasiado sol
cuando no estoy triste,
cerca del río
en donde alguien dibuja mi ciudad.
Nada es tan importante ni inocente
como pensar en un día perfecto:
vaca y pasto,
los pájaros que nos sobrevuelan
como a San Francisco;
algunas flores,
sendero de amapolas;
el cielo quieto y azul
de utilería.
Sé que pronto ya no estarás aquí.
Todo es inmediato. Sé que pronto
te ocultarás detrás del sol.
Disfrutemos ahora de este día,
que el mañana no es cierto.
Brillemos como el agua en la noche,
tan sólo para la memoria.

CAMBIOS CLIMÁTICOS

Padre,
hoy te vuelvo a encontrar
en esta ciudad desesperada.
Charlemos sobre el tiempo
que es mejor
a conversar sobre otras cuestiones.
Hablemos de la lluvia o el sol
pero no me preguntes
sobre la muerte que nos sucede ahora. La idea de parecerme a Jean Paul Sartre
aun me seduce
como el sonido de un cuchillo,
atravesando la realidad
(y no te lo digo).
Toda muerte
primero sucede en las palabras
para luego llevarse a cabo
en los ojos
(y no te lo digo).
Padre,
hoy te veo
y al mismo tiempo veo al que seré,
pero distinto.
Ya nada se puede hacer.
Es necesario.
Mejor,
charlemos sobre el tiempo.

EJERCITACIÓN

Todas las noches
un hombre nada en la oscuridad.
Su cuerpo desnudo
recorre el cuerpo del cielo. Ninguna cosa se espera de él
y al mismo tiempo él espera
terminar su rutina
para volver a comenzar
la noche siguiente.
Como un cirujano,
el hombre nada en la noche de la memoria.
Es un bisturí.
Sabe
que la prolija autopsia que realiza
es para que se abran
todas las puertas de la luz.
Entiende el mundo
y por eso exige:
De ahora en más y para siempre
el perdón
no se convertirá en olvido.

EL DOBLE

Ese hombre que está sentado frente a mí
es apenas un reflejo
de lo que soy.
Tiene mi voz atrapada en su garganta
—y sé que es personal—
como si alguien lo hubiera autorizado
a dejarme mudo.
Transcurren sus días en mi contemplación.
Sabe más
de lo que yo comprendo.
Ese hombre que está sentado frente a mí
sonríe, acomoda su pelo
y espera a que me duerma de una buena vez
para ocupar mi historia.
Ahora
observo que se aleja, sin mortificaciones.
Ahora:
parte como quien regresa
de un largo sueño. Y es tan simple,
tan vacío de significación,
tan elegante, tranquilo y eficaz,
que da gusto verlo cada vez,
regresando hacia mí,
abriendo
las puertas de la muerte.

EL PUEBLO

En un pueblo muy chico
donde todos nos conocemos los delitos y la nieve se cae como pintura fresca,
y la nieve se cae como pintura fresca,
vivo.
Tengo una casa
con patio, perra y padre,
y un jardín,
y una hermana
que todo el día
se disfraza de noche.
Cuando llega la hora de descansar
nos disparamos con gritos,
pero todos somos malos apuntadores
(NADIE QUIERE MATAR A NADIE AQUÍ).
Triste es la canción que pasan por la radio
(golpean a la puerta).
Triste es la canción que viene del jardín.
Nadie atiende.
Golpean a la puerta.
Nos abrazamos
porque tenemos miedo.

EL ROSTRO DE DIOS

Esa mujer
extendida hasta nunca debajo de la sábana
no muestra signos de respiración.
Apenas es el resto de una imagen,
el personaje principal en bastidores
no disponible para despedidas.
Hacia los costados,
sus brazos se alargan y tocan el infinito.
Las manos se apoyan en oriente y occidente
sin ganas ya,
sin intención.
Descorro la sábana y al mismo tiempo
vuela una mosca como ninfa sorprendida.
He aquí la cuestión:
sus labios entreabiertos y la piel extraña contrastan con el gesto de una sonrisa,
y el único signo de vitalidad
es la mosca
que ha bebido toda su respiración.
Si la mujer sonríe es porque sabe algo
que nunca terminó de decir.
Si la mujer sonríe
es porque nos ha engañado
y nunca sabremos el motivo.
Pasa el tiempo como la vida pasa,
como pasa lo bello y lo triste.
Luego la abrirán en dos
para saber la causa de su fallecimiento.
Luego,
su rostro cambiará y será otra,
alguien desconocido.
Ahora sé que éste es el rostro de Dios:
una mujer que se va y la mosca que sonríe,
compartiendo la misma despedida.
Tan sólo nos queda
cubrir el cuerpo de la desesperanza
y contemplar el aire de la noche,
fatal y divino.

ESCRITO A FUEGO

Uno va por la vida
como quien regresa al lugar donde se cantan
las canciones de cuna, a paso de guerrero,
con la lanza quebrada
y una herida que nunca se termina de sanar.
El cuerpo que soporta
las mordidas del tiempo
es el cuerpo de la Historia.
Y uno va
preparado a golpear las puertas de la Casa del Orden
—las manos tan cansadas,
la sangre que corre por la vida—,
bajo el brazo
el tejido de los sueños:
tejer y destejer
los distintos caminos que me nombran.
Con un hilo brillante, con un hilo de noche,
con la sombra de un hilo que se incendia.
Así escribiré.
Y aunque caiga sobre mí toda la violencia del mundo,
y aunque la muerte me lleve cada vez más lejos,
y aunque recuerde el nombre perdido del comienzo,
así,
escribiré.

LA CASA

La casa está perdida en un jardín
o un jardín esconde en su garganta el hogar que vivimos,
lenguaje elemental,
laberinto de piedra,
las ramas de los árboles que abrazan
a ese mundo herido en el costado.
A veces el jardín respira y deja ver
esas paredes que alguna vez fueron de luz.
A veces inventan un mundo sin saber
que no se entra jamás,
que hay que permanecer afuera de la Historia.
La casa está perdida en unos ojos que nunca más veré.
La casa está perdida en esa misma casa.
La casa es una pérdida constante
en cualquier jardín.
La casa es un jardín perdido
en el lugar de la memoria.

LA NOCHE EN EL JARDÍN

Una pequeña música nocturna
en forma de viento.
Los chicos cazan luciérnagas
y ponen las manos
como para rezar.
Como si Dios fuera una luciérnaga
y se dejara atrapar
para romper el silencio.
Como si el milagro fuera que Dios
sea una luciérnaga
para no sentirnos
tan solos.

LA PATRIA

Triste canción, pequeña,
tan fugaz,
herida abierta a las ciudades,
pueblo,
corazón sin rumbo.
Reina plateada de corona ausente,
sumergida en las aguas
que ocultan la razón.
La pastilla de la felicidad
es un barco que navega
el territorio mudo.
Todos los padres te golpean
y no piden perdón.
Todo tu cuerpo es un gran río
que cambia de discurso. Y entre el asfalto y las estrellas y el desorden,
nos queda la canción,
callado sueño vacío
bajo el barro de la desesperanza.
Y nuestro rezo,
única y amordazada voz,
temblorosa,
desnuda.

LA QUE NO ESTÁ

Veníamos a reclamar
la transparencia nuestra de su cuerpo.
Hablaba tanto la difunta
que su silencio nadie
podía callar.
Qué tristeza,
los pájaros cantan la mañana. Su cuerpo de nosotros tan perdido,
tantas veces perdido en nosotros.
Qué tristeza:
ser tan difunta
justo cuando veníamos
a reclamar su corazón.

MAGNIFICAT

Hoy desperté y mi cuerpo
tenía olor a flores,
a perfume de orgasmo y alegría.
Los animales obedientes acompañaban
el transcurrir violento y ciudadano.
El tráfico en las calles se partía en dos
cada vez que deseaba cruzar
hacia la otra orilla.
Voces diversas escuché
y entendí todas las palabras del mundo.
Dos marcas rojas en mis manos
anunciaron la transformación. �Soy santo�, me dije, �soy santo�.
Entonces comprendí
que en el exceso de la vida
y la muerte
está la redención.

SAN SEBASTIÁN

Él abre su cuerpo al mundo
como quien ata la voz a un árbol
y la multiplica.
Sabemos que es así,
que nada evitará su despedida,
la victoria feroz
del que ha perdido. Si le dan a elegir
entre el silencio o el silencio,
prefiere el estallido
o la mueca
de su representación.
Ah, mi querido,
la revolución ya pasó
y no nos dimos cuenta.
Se fue como esta noche,
tratando de entender
por qué él
—tan bello y extraño—
se deja atravesar por nuestras flechas,
por qué abandona su cuerpo a nuestro mundo
y nosotros tan lejanos como Dios.