VAN BREDAM, ORLANDO
A LOS TRENES DE BASAVILBASO

El humo de los trenes penetraba
las paredes de las casas,
el corazón caliente del ladrillo,
el revoque tibio
y andaba por el mate amargo
como un cáliz con ángeles dormidos.
Llegaba el humo hasta las bocas,
bajaba hasta el alma
o subía
hasta los ojos
o entre las arrugas de la vieja gente
hacía su nido, su pétalo celeste.
Yo andaba detrás del humo de los trenes
con mi niñez corriendo,
agazapado
para apresar el canto oscuro de las vías,
la desenfrenada
soledad de los vagones.
Están siempre los trenes recorriendo
un metálico círculo,
una telaraña de carbón
en mi infancia, en mi voz aguda
y alta
como un árbol
de humo, de humo viajero, de interminable humo

ADOLESCENCIA

La soledad de entonces me envolvía
como una lluvia espesa, desbocada,
como una sala llena de papeles,
como una sábana.
Yo amaba esa soledad de espejo roto,
de nadie visitado,
de laberintos mágicos, de sombras.
Me recluía en lecturas y dibujos.
Yo dibujaba la lluvia que caía ensordecedoramente
y la tristeza.
Mi realidad crecía hacia adentro
como un caballo terco, empecinado.
Mi realidad empezaba tras los ojos y
bajaba
como un golpe de alas cerrándose,
como una muerte de pájaros oscuros,
hacia el alma sola como un rezo
hacia la soledad desnuda
como un náufrago,
hacia la íntima voz, ya desflorada,
por la horca grave de la angustia.
Y entraba en esos días de tormenta,
en ese crujido
de hueso y vidrios rotos,
en ese depresivo cuestionario existencial,
en su paloma asesinada,
y andaba cabizbajo,
homenajeando
la soledad dolida del que piensa,
la amada incomprensión del confundido,
la gastada bandera del que calla.

(De Los cielos diferentes, 1983)

ARTE POÉTICA

a Guillermo Elordi

Aceptémoslo:
la poesía es una larga conversación
nunca interrumpida
entre un hombre y una mujer y el infinito
como si dos muertos vecinos
se sentaran sobre sus tumbas
a intercambiar ideas
sobre el color de los cipreses o las araucarias
y sus ramas tentaculares.
Aceptémoslo:
la poesía es el momento de las trepidaciones,
de los estridentes colapsos amorosos
en los que rodamos como piedras
hasta el borde del precipicio.

Poesía es la noche interminable de las estrellas,
la hoja que perdió su árbol
y los árboles que crecen
sólo con nuestro pensamiento
y los gatos que asustan
a los espejos desprevenidos
y la luna que se enjuaga en el balde
y las cigarras que planifican
el fin de la siesta
y las distintas capas
de una realidad inapresable
debajo de las cuales
se ocultan aquellos que hemos sido
y que ahora negamos tenazmente.

Poesía no es sólo el entendimiento de los cuerpos
que cultivan la eternidad,
si no también
el rechazo feroz con que aceptamos
nuestra vida.

El Colorado, 2000

DE MI LEGAJO

“asoma mi niñez sobre las tapias, a quién le pido un canto en la hora espléndida”. Carlos Mastronardi

Aquí nací,
establecí en los ojos
la novedad de la luz y los contornos
de lo querido y lo rechazado.
Entre asombros y condenas
fui lamiendo
la índole triste de las pobres cosas:
llevé a mi boca tierra prometida,
legalicé el sabor de las raíces,
desbaraté ciudades fundadas por hormigas
y adquirí el ritmo tenaz de los metales.
En esa ausencia larga de juguetes
me ejercité en metáforas y símbolos,
hice mi código de tarros y botellas
y fui aviador
soldado
marinero
y maquinista de trenes lejanísimos.
Pero, también, es cierto:
tejí miedos
que quedaron en mí como lunares,
como manchas de una piel desasombrada,
contaminada de verdad terrestre.
Aquí nací,
mi corazón no puede precisar otro niño que el que inventan
la nostalgia feroz y esta desdicha
de saber que en su alma ya crecían
mi soledad desértica, mis ecos,
mi carcelaria intimidad,
mi resonancia.

ENVEJECEN LAS ESTRELLAS

No sólo las del cine y la televisión
si no también aquellas que miramos distraídamente
desde una ventana
donde apoyamos nuestras secretas desilusiones.
Y el mundo es así:
un horrible camino de encuentros y desencuentros
en cuyo fondo brilla intacta la lágrima que nunca
nos atrevimos a soltar.
Y un día como éste es igual a todos los días posibles
si no fuera porque esta mañana (23 de junio)
el cartero trajo una carta de amor para tu mujer
donde el canalla imita
las tantas estrategias que con esmero y paciencia de gato
has usado y abusado, se diría que uno es los otros
y que Borges mira desde algún lugar imposible
y sonríe hacia la derecha o hacia la izquierda como Gardel,
mientras comemos en silencio
y tristes y casi sin palabras porque un balazo o dos o tres
han herido de muerte a la amiga de una amiga o la hermana
de una hermana
cuyo nombre precipita en nosotros tantos recuerdos.
Es así, viejo, envejecen las estrellas
y envejecen tus ojos y los míos
y las manos que aprisionan este libro
y los recuerdos envejecen tanto
que se suavizan como una piedra doblegada por el mar.
Otro día y otro y otro
y de pronto éste, tan particular,
éste que apura en pocas horas la paciente ceremonia de los
sucesos
inesperados: esa carta, esos balazos, este pre San Juan que
vendrá
con fogatas y pies sobre las brasas y seguirá ardiendo
un largo tiempo, acaso, en nuestro desolado corazón
como los tangos
que siempre terminan con la palabra corazón.

El Colorado, 2002

JÓVENES QUE EMIGRAN

Y se llevan lo mejor y lo peor de nosotros:
la música silenciosa y cálida del mate viajando entre las manos,
una esquina hecha de suspiros, la red de un arco de domingo,
pero también, claro, nuestras más incoloras esperanzas, nuestro
pobre sentido de la patria.

Emigran y cuando lo hacen
nos emigran también en sus recuerdos,
somos los humillados del sur preparados para humillar a otros
más humillados.
Entonces uno saca la silla a la vereda y el mate lo vuelve
melancólico,
son esas horas del atardecer en que nada muere del todo
pero tampoco nada nace,
esos instantes en que las fotos caen de las manos
porque ya no hay alegría posible
ante tantos rostros muertos saludándonos en colores
desde una nación de emigrantes.

Todo emigra, amor, todo emigra, amigos, todo emigra.
Dos grados bajo cero dice la radio y no se equivoca,
siempre estamos debajo de los ceros, arrinconados en una pesadilla.
No hay heroicidad para estos trapos.
Sólo una desconsolada forma de ángel nos saluda, a veces,
tristemente.
Emigran jóvenes y emigran con ellos las sábanas desordenadas
y un rock que suena de pronto y atormenta
nuestras más secretas cavilaciones.

Nada colma tanto como este vacío en el que no contamos,
en que sólo somos
esa indecisa forma que se debate
entre la rutina y la gloria.
A veces sólo cuenta la gloria de un poema que no llegamos a escribir
y que tampoco nos animamos a decir en voz alta
porque la poesía es siempre un acto de locura encubierta.
Emigran los jóvenes y emigran con ellos
Nuestras últimas ilusiones de eternidad posible.

El Colorado, 2001

MIENTRAS DURE LA LUZ

�oh luz, gracia absoluta, lleno simple y fecundo/ dulce estado de amor alrededor del mundo� José Pedroni

Mientras dure la luz,
mientras mis ojos
celebren tu figura a mi costado
y mi cara salga a andar en los helechos
y se apiaden de mí todas las garzas,
diré que soy feliz,
que el mundo es esto:
una heredad con sol, un pan benigno,
un ramo de niños a la mesa.

Si supiera cantar, si mi voz diera
con el acento claro,
con el ritmo ,
no escribiría más,
asolaría la deliciosa flor de una guitarra;
porque el hombre que canta determina
un clima propio,
una estación andante,
una lluvia gozosa que nos llueve
donde él es una sola pulsación con su garganta.

Por eso agrego a este mundo mis palabras,
estas flores nocturnas,
estos vuelos,
este alunizaje solitario,
como una ofrenda a la luz que me convoca,
como una piedra común y taciturna
en la muralla cambiante del lenguaje.

(De De mi legajo, 1999)

POEMA 12

a Samuel Bossini

Un hombre puede, a veces, derrumbar su desamparo,
echar a andar el tibio animal del recuerdo, desactivar el odio,
volver a ser el niño silencioso que mordía
sentado en una silla
la manzana prohibida del ocaso,
la materia incesante del poema.
Entre el placer y el dolor cabe ese tiempo.
Cabe la noche
que susurra debajo de la almohada
con su silencio helado de arenas movedizas.
Mi noche que regresa desde el cielo de mi infancia
y toca con sus nubes las manos de mis muertos.

Ahora los veo desempolvando un traje,
sus anchas y felices dentaduras al viento, de pie
sobre la anémica música de una radio
y al borde de una olla donde todos los aromas
que andaban repartidos por el mundo se juntan.
Mis muertos más queridos.
Cómo tiembla el famélico corazón que los nombra
y la música triste de mis huesos se duele.
Soy el niño que vuelve a morder la manzana,
La ausencia escandalosa sólo agrieta mi dicha,
Pero mis muertos vuelven y yo vuelvo con ellos,
a cantar desde el vino
al placer, al dolor y a la eterna belleza.

(De Clausurado por nostalgia, 2004)

RUTA CON LIEBRES

“he sido, tal vez, una rama de árbol,
una sombra de pájaro,
el reflejo de un río�”
Juan L.Ortiz

El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena de pozos y cráteres
y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar el último oso hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.

La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa
en plena noche.

2

Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)

3

La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del rocío
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)

4

El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se deslizan
por el agujero del tiempo.

Ruta 81, año 2002

TODOS LOS SUICIDAS

a Verónica González

Asisten embelesados a la representación de su propia muerte,
al único ensayo y súbito estreno de una obra cuyo desenlace los
ha desvelado desde niños. Son el actor y el público y también el
silencio que precede al aplauso. No los intimida la incertidumbre.
Están dispuestos a cruzar las aguas y aguardar en la otra orilla,
expectantes, la ruidosa quejumbre de los otros, la simulación del
lamento, las bondades que nunca tuvieron ni imaginaron tener,
los por qué hipócritas como medias escondidas debajo de la
cama, toda la basura de los desencuentros bajo el uniforme negro
de una rara despedida.
Todos los suicidas saben que es necesario maquillarse,
decorar con esmero el instante en que entrarán en la eternidad
de un reproche, dejar a los demás como encomienda la culpa,
desacreditar sus temores, repartir por la casa señales de su huida
porque sólo el olvido podrá matarlos dos veces.
Suponen curiosamente que todavía es posible recuperar el olor
a la tierra mojada, los dones del vino, la piel esquiva a sus besos
de vivos, el aroma de un mate intensamente verde en la mitad de
la mañana, y, desde luego, la conversación interrumpida con los
que han quedado del otro lado del río.
Todos los suicidas se han ido suicidando diariamente y no
los hemos visto. Hemos preferido la página deportiva, el leve
movimiento de las sábanas donde parecían dormir, la ducha
en la que ellos han llorado vivamente un ardor inquieto en el
costado.
No son nuestros amigos, los suicidas serán siempre los
enemigos de nuestra paciencia
y lo que es peor: de la infinita paciencia de Dios.

El Colorado, 2010
(De Lista de espera, 2010)