VÁSQUEZ, RAFAEL
CARTA

para Álvaro

Hijo: tengo tu carta entre las manos;
la llevo en el bolsillo, cerca del corazón,
camina la ciudad
conmigo.
A veces ni la leo,
es como si al mirarla entre mis manos
me hablara de temblores y de abrazos,
de distancia y silencio,
silencios que me vienen de tan lejos.
Como siempre, me cuesta
juntar esas palabras del principio:
decirte que estoy bien, que el trabajo no pesa
y siempre escribo.
Sé que ataré después el hilo de la historia,
diré cosas triviales, me pondré en una foto,
me alegraré contigo de lo poco que cuentas
(también una manera de sentir que te extraño)
y al fin, como otras veces,
fracasaré en decirte todo lo que te quiero.
Hijo: pensar que yo creía
que era fácil hablar con los demás
y en años no lo aprendo.

DESTINO

Vuelvo.
Tu piel es un destino que juega con la vida,
influye en los horóscopos del aire
y gobierna otros soles derramados.
Vuelvo
para quemarme en ellos.
El metal encendido
circula en el abrazo total
e inunda el caos.
Tu sangre se respira
mientras abro tu cuerpo de silencio
en mis manos
y el mapa de tus pechos ilumina la noche.

(De La piel y la alegría, 1973)

DEUDA

a Gonzalo
Uno se mira y no se mira a veces
en el espejo vivo de otros ojos.
Y no hablo de mujer, de la fogata
que se quema y se pierde en un instante.
Hablo de cuando el hijo ya es un hombre
y la mano del juego es más pareja.
Hablo de lo que no hablo, porque siempre
queda una voz deudora, demorada.
Todo es casi a la par, aunque me pierda.
Y me pierdo en el pozo del recuerdo.
Todavía está pendiente su reclamo
—que no le tomo en serio—
de hacerle algún lugar en mis poemas.
Como soy mal deudor, sé que algún día
se verá en la razón de mi escritura.
Mientras tanto me miro (y no lo cuento)
en el espejo vivo de sus ojos.

EL PERO PERDIDO

El perro de mi hija
corre bajo el suburbio de una noche de enero,
cruza campos ajenos, montoncitos de escombros,
calles que nadie encuentra, ni nombra, ni conoce.
Bajo estrellas inútiles y un acoso de ruidos
por donde la pobreza suele sentirse viva,
en medio del festejo del año que inaugura
su reiterado estruendo,
pobre animal sin sombra del color de la noche
va sin rumbo ni techo, prisionero del miedo,
el perro de mi hija.
No puedo ver sus ojos
ni tampoco los de ella
ni adivinar el cauce de su llanto imparable.
Sé que no habrá medida para esta simple pérdida,
frecuente travesura del azar suburbano,
porque de un solo golpe todo el dolor del mundo
bajará desvalido con su muda injusticia
—que no podré apartarle—
sobre su corazón.

FECHAS

Lejos, la muerte.
Siempre lejos, mientras no dé en el blanco
y el blanco esté en nosotros.
El resto son noticias,
la razón de la fuerza,
la historia que se lee más allá de los libros
y de las pesadillas,
el miedo corrosivo que atraviesa fronteras
y atraviesa los ojos.
¿Dónde están las fronteras?
Como siempre la gente queda en el justo medio
del crimen.
Después vendrán las fotos y las explicaciones,
nadie hablará de errores, de culpas, ni de muertos.
Sin historia, ni casa, ni animales,
¿quién volverá a su tierra o a su ciudad fantasma
seguramente ajena?
Qué importa si el que vuelva ya nunca será el mismo.
Tradiciones, recuerdos, inútil geografía,
pactos equivocados, odio sumado al odio,
y el gran vigía del mundo con su sorda ceguera.

(De Ese sitio sin paz de la memoria, 2007)

HABLA DE REBELDE

Se halló en Sakkara, a unos 25 kilómetros de El Cairo,
una momia de 45 siglos de antig�edad, sepultada en
el lado derecho de la fosa, contraviniendo los estrictos
ritos funerarios de la época.
(Noticia periodística)

Soy un testigo más que viene a perturbar con su silencio
los cálculos del hombre y de los dioses.
He violado la ley.
Cuando la muerte
quiso borrar el Nilo de mis ojos
y jugar mi destino en las tinieblas o en la barca del sol
aun quise decidir.
Y elegí lo ignorado.
Dispuse el lado opuesto para mi sepultura,
fui contra lo ordenado por el culto de Ra,
gané tal vez su maldición,
el escarnio, el olvido.
Ya no estaré sentado a la vera del sol,
ya no navegaré su río milenario.
Desde mi rebeldía, mis ojos ciegos ven caer
el polvo de los siglos, reyes y monumentos,
sacerdotes y escribas.
He sentido, muy cerca,
quebrarse los terrones funerarios,
deshacerse las piedras en arena
por viejas ambiciones que conocí hace siglos:
el poder y el dinero, la gloria y la violencia.
Violadores de tumbas respetaron mi cuerpo.
No supieron buscar o no creyeron
mi antiguo desafío.
Tal vez, después de todo, dudé en vano.
Y el castigo se cumple.
Soy el testigo intacto que no puede dar fe.
De tanta muerte inútil, de tanto desamor.
Esa es la maldición para el rebelde:
el horror de sufrir por los demás
y no tener palabras para poder decirlo.
Sin embargo algo ocurre.
Siento golpes extraños, oigo ruidos
que corroen la coraza del tiempo.
Termina mi descanso. La maldición termina.
Hay gritos. Alguien dice mi nombre ya olvidado.
Por entre el polvo avanza la tibieza del sol.

(De Cercos de la memoria, 1992)

LA FOTO

Por la sonrisa de una foto
se llega al viejo tiempo que pasó.
No ha cambiado la casa.
Apenas las paredes visten un cuadro nuevo
o les falta un tapiz que ya no está.
La sonrisa perdida nos recuerda una historia,
una aproximación a la felicidad
que nunca se detiene.
Indaga el pensamiento que no conoceré
porque el perdón del aire no me basta.

Otras figuras pasan
para quedarse fijas en la imagen,
en otro espacio que cambió.
Qué reiterado acento
sin voz pero presente
me dibuja palabras del olvido
que no diré jamás.

(Inéditos)

LA MUDANZA

Había olvidado cómo era.
Digo: vaciar la casa y emprender la aventura
de empezar. ¿Qué se empieza?
Ahora cuando el hijo quiso mudar de barrio
y le ayudamos
a desvestir paredes y recuerdos,
a dibujar adioses y ver cómo deslucen los espacios
que van quedando grandes,
uno guarda sus pasos,
los ruidos de los pisos por donde la madera
gemía como un gato invisible.
Y busca los lugares donde el sol y las plantas
disputaban la luz.
Aunque no fue mi casa
hay siempre algún rincón que se verá en las fotos,
una música vieja,
el choque de las copas para apurar un brindis,
lo que queda del tiempo.

Fechas que están ligadas a aquella geografía
mínima de los cuartos:
tortas de cumpleaños, navidades y ruidos
con que el año cambiaba sin cambiar demasiado.

Hay que empezar entonces
e inventar los recuerdos para la casa nueva.

(De Explicaciones y retratos, 2011)

LA PALABRA

No somos los dueños de la palabra.
Apenas los intérpretes.
Cuando el hilo de voz deja el silencio
y avanza por el blanco de los papeles quietos,
la misma voz con que aprendimos a nombrar las cosas
nos va naciendo adentro.
Como antiguos chamanes a las luces del fuego
nadie sabe el secreto.
La receta no existe,
es apenas un don que no se pierde.
Hay que tentar a ciegas y encontrar una senda
por donde alguna historia se reencuentre
con el oidor afín que cierre el círculo.

Tal vez lo más difícil:
darle vida al silencio.

LAS PALABRAS

Las palabras tienen
una vida propia.
Por eso saben herir tan limpiamente.

LLUVIA

Ciudad. Es una lluvia mansa y breve
que ha disuelto una tarde sin mañana,
una caricia anónima y lejana,
una nube tenaz que no se mueve.

Cerca, el viaje inicial, la ruta leve
de una gota minúscula que gana
toda la longitud de la ventana
y al fin se cansa y se detiene. Llueve.

Un temblor de palomas se estremece
en refugio seguro. Y anochece.
Siento ganas de andar, de ver los charcos,

la luz quebrada, el río en movimiento;
o de espiar la partida de los barcos
y en una esquina despertar al viento.

(De Apuesta diaria, 1964)

LUGARES

Los lugares existen
por el don fantasmal de la memoria:
ganancia escasa que el olvido pierde
con la presencia viva de los cuerpos.
Es que no hay
pistas falsas, traición, ácidos miedos,
pesadillas del tiempo que limiten
esa vuelta de azar, ese regreso.
Hay lugares que guardan una sombra,
una huella inasible en el vacío,
ni siquiera detalles,
como un rastro ilegible
lavado por las lluvias de la ausencia.
Y sin embargo están.
Porque uno no gobierna los recuerdos
ni tampoco el olvido.

MEDIA VIDA

para Alberto Szpunberg

Media vida
puede estar sin querer dentro de un verso.
O el discurso que sabe
cómo ganar la noche sin reparos.
Hablar con un amigo
es también aprender de la nostalgia
cuando el futuro achica sus confines
pero nos muestra vivos.
Y la mesa del bar donde la calle
ya se deja tocar de tan mansita
que nos cabe en los ojos
es otro aprendizaje
de la ciudad que siempre nos pareció más nuestra.
Como la voz de un tango.

Vengo tras de tu libro,
suma de tanta vida hecha palabra
que todo me parece como la juventud ausente.
Visión que compartimos por caminos muy otros
siempre tan diferentes que sin embargo había
después de tantos años una ruta certera:
con los ojos más viejos caer en el abrazo.

TENTATIVAS

¿Dónde está la verdad?
¿En qué rincón abierto a las miradas
que saben ver
más allá del olvido?
¿En qué surco del sueño de la muerte,
ya jugadas las cartas,
ya definido el árbol del silencio?
Crezco
pero aún las raíces presienten la madera
y el encierro futuro de los siglos;
pero aún late la vida por la sangre
despaciosa del odio
y es preciso que acabe
todo el furor despierto
que me devora el día.
Nada se explica suficientemente.
Sólo son tentativas de perdurar, en vano,
una palabra
un hijo
un adiós que se nombra como mujer
un crimen.
Cuando vivo
los días se despegan de mí
como una piel gastada que ha elegido el pasado,
ni siquiera recobran su forma de recuerdos
para no atormentarme.
Pienso que es una trampa repetirse los gestos
y el espejo del día nos da su adivinanza:
¿dónde está la verdad?
Nadie la tiene
más que en el tiempo exacto de nacer y morirse:
sin testigos.
Sin testigos de adentro que puedan revelarla.
Es la regla del juego
o el pacto
y quien lo viola
paga con el secreto siniestro y subterráneo
de la palabra en llamas.
En el incendio nace la otra voz,
la que nunca le entenderán
y es libre para llegar al hueso, al infierno, a la nada.

(De La vida y los fantasmas, 1968)

VIEJAS FOTOGRAF�AS

Uno no sabe nunca, mientras toma las fotos,
qué sentido tendrán cuando los años
nos cambien el paisaje, la ciudad, los lugares
o también las personas
que encerradas en ese cuadradito de papel que perdura
hayan envejecido o ya no estén.
Hay un recuerdo
con aire a eternidad que no se cumple
y si olvidamos anotar la fecha
sólo a veces los cambios en la edad se adivinan.
La memoria resbala por esos desencuentros
y nos perdona apenas.
Nadie llora despierto sobre las viejas fotos.