VELAZCO, CARLOS
BIOGRAFÍA PREVIA

Las paredes del túnel se estremecen
palpitando la vida
cuando intento asomarme
al oír la dulce música de un nombre
que se quiere grabar en mi memoria.

¿Quién era yo en aquel extraño
que me urgía a crecer
para usurpar con su remoto parentesco
lo que temía enajenar viendo su rostro
aparecer informe en sucesivas máscaras
con rasgos y gestos de
expresión incomprensibles?

¿Acaso alguien que alguna vez
había antes muerto?
Alguien que conocía el ciclo de nacer
y me arrastraba hacia la orilla
braceando en la tormenta como un náufrago?
¿Qué más anticipar a lo que presentía cuando la ósmosis del sudor ancestral

adelanta sus costas susurrantes
y oprime el aire y quiere ser pulmón
como un pez al saltar fuera del agua?

Oía una voz me llamaba desde afuera
y yo quería responder
a la caricia de mi nombre en sus labios
y dejar el abrigo interior de ese vientre
que había sido mi cuna.

Quise dar el salto a ciegas
y caí en la oscuridad sin ver a nadie
de los que me llamaban y el abismo
abrió sus puertas al lugar donde mi cuerpo
iba a gemir para adaptar el corazón
a los fríos inviernos de la tierra.

Alguien me retuvo entre sus brazos
cuando entre lágrimas sentí
que disputaba mi destino a otro
como si el duelo de nacer
me diera vida en alguien que había muerto.

CONTRA EL HERMANO SOL

Loado seas por el aire que respiro
y por los rayos de luz que nos regala el sol
y por la oscuridad que en medio de la noche
nos deja ver los silenciosos astros
como si tus ojos se abrieran en el cielo
para guiar a los que apartas del camino
y desprecian la vida por buscarte.

Loado seas por los miles de hermanos menores
que nos precedieron en la tierra
y por la libertad de oír en nuestra cópula
el río donde fluye
el agua encinta de la vida.

Loado seas por nuestro parentesco con las fieras,
por los peces que nadan en los mares
y por los lirios de los campos
que enseñan a dejar a tu cuidado
la urdimbre del telar que viste
la desnudez de nuestro cuerpo.

La herencia que debemos a medusas
y corales nos pone de rodillas
ante el azar. ¿Cómo augurar la novedad de un ojo
sin la nostálgica visión del paraíso
ante una flor que abre el capullo en primavera?
Miríadas de insectos entre fósiles
ajan el cascarón de la materia
y trasmutan en larvas del amor
para multiplicar lo que ha nacido.

Y todo sigue fiel a tu creación:
si alaste en los reptiles
el vuelo de los pájaros
la muerte hermana a las criaturas
hasta alumbrar al hombre
en el que un día has encarnado.

En su hambrienta matriz
cada órgano subordina la necesidad de perpetuarse
a la boca común aunque prefiera
beber en sí el maná de la existencia.

La libertad no es ley sino deseo
que restaña en nosotros el dolor de nacer
como prenda de paz para que el odio
arranque a Caín el arma mortal que hirió a su hermano.

2

Loado seas también por el oxígeno
que abre el pulmón de las criaturas
y por el polen que perfuma el aire
y celebra sus nupcias con el viento.

Loado seas por la luna nuestra hermana
y por las nubes y la lluvia
que vuelve fértil las espigas
y por las manos que cosechan
el pan donde han sembrado.

Loado seas por los árboles
que nos dan sombra y fruto
y ni aun al leñador le niegan
la sombra acogedora del follaje.

Loado seas por la sangre
que el odio ha derramado
aunque su inquieto flujo por las venas
lleve el germen secreto de la vida.

Loado seas por el corazón que aprendió a amar,
por sus latidos que luchan con la muerte
y por las manos que dejaron de arrastrarse
y te clavaron al madero.

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Loado seas porque el ansia de viajar
y conocer expulsa al peregrino
a deambular por exóticos lugares
en busca del perdido edén
donde el Adán de barro había nacido.

Loado seas por el milagro de las aguas
que sostienen los pasos del discípulo
cuando la fe del alma nos enseña
que el cuerpo la oscurece en su prisión
hasta vencer la gravedad de la caída.

La redención nos emancipa
de mover la pesada roca del sepulcro
que abriste con tus brazos
en un crepúsculo de horror
para volver ungido al cielo.

Inalcanzable en las alturas
ya el rayo de la ira no amenaza
con el azufre del infierno
al que blasfema de la vida.

Para elevarnos descendiste
como mortal y ahora sin cetro
tu potestad se humilla al rescatarnos
y ya tu voz no es la del trueno
sino el clamor sufriente del amigo.

4

Tus ojos no se cierran nunca
y en la infinita claridad de tu mirada
se abre la matriz del mundo que heredamos
con el sangriento tigre y la paloma
y nos hermana en el cordero
para aplacar la furia de la muerte
que reina aún sobre la tierra.

Loado seas por este mar de lágrimas
que vistes de belleza en cada aurora
y donde el sol no niega su calor
ni al más indigno de los hombres.

Loado seas aunque dejes que te alaben
también los que desuellan a los pobres
y te convidan cuando rezan
para poder creer que los bendices.

Loado seas porque amas a los huérfanos
que no tienen a quien agradecerle haber nacido.
Por las criaturas abandonadas,
por los que padecen hambre y sed
y los persigue la justicia,
por los que mueren en los hospitales
sin ver junto a su lecho el rostro de un amigo.

Loado seas por oír nuestro clamor,
porque tu cuna fue un pesebre
y no el trono del mundo
que en la cruz despreciaste
para enseñarnos a ser libres.

Loado seas porque te hiciste nuestro hermano
y conoces en la carne lo que somos
y a nadie condenaste por infiel
sino al hipócrita que sabe lo que hace.

Loado seas porque la voz no quiebre al alabarte
cuando el dolor del inocente
abre mi corazón como una llaga
y aunque te escondas como a Job
yo te veo agonizando en el madero
hasta morir por mí crucificado.

DILUVIO

Erróneo fuera concebir el mundo
sobre una nave a la deriva
y retornar al caos del principio
dejando ahogar al huérfano y la viuda.

Los pobres de espíritu
creyeron en Noé y fueron salvos:
su mirada perdida en el abismo
no atisbaba en el cielo la señal
incierta del arribo sino abrirse
el infierno y tragar a los flotantes
ataúdes de guerreros y monarcas.

Había por el mar bogando túnicas
tan blancas que dudaban en hundirse
y tronos de madera tallada por Noé
danzando entre las olas
como si el tiempo hubiera enloquecido.

A nado contra el Génesis la mirada se extendió
fraternalmente pura sobre las ruinas
que asomaban al descenso de las aguas.
(Pompeya todavía preparaba al justo
y alentaba su misión sobre la tierra).

De verdad que en el inmenso océano del tiempo
su querida razón le hizo lugar a su pareja
y el brazo izquierdo a su derecho
y recompuso así la imagen
que debía lucir ante Jehová.

Su crónica visión del exilio
desciende en cualquier costa que le abren
como si aún debiera sobrevivir a aquel inmenso mar
para aguardar la rama del olivo
que ha de traer el mundo la paloma.

HISTORIA DE UNA MUERTE

La ceremonia guarda cierta grandeza
a pesar de la equívoca razón
de la justicia: hasta permiten que los dioses
aprueben la sublimidad del desprecio a la vida
en la ejecución del viejo filósofo.

Las sabias palabras en sus labios
y la final vacilación opuesta a los intereses
del yo presienten la cicuta. Vamos,
la condena te aguarda
y no debiera el llanto del discípulo
empañar con sus lágrimas los mármoles de Apolo.

Probablemente en ese día
era de más notoriedad el ágora
y el charlatán de turno
o el devaneo de la hetaira
o el baño del efebo o los negocios
de la próspera Atenas.

Nada entorpecería el espectáculo,
ni la amabilidad del verdugo
con su anónima máscara
ni el clamor por la sangre que no correrá.
Dignamente Grecia sancionaba
la pulcritud del justo medio
en la razón virtuosa de la víctima.

Ni el condenado se oponía a tanta perfección:
la intromisión de la fuga en esa escena
perturbaría las reflexiones del filósofo
ante la novedad del hecho consumado.

Tenía la puerta delante de la vida,
podía elegir sin culpa al delatarse
y hacer por su mano lo ilícito y lo lícito

pero aprobó la oscuridad de ese país adonde lo enviaban
como indeseable corruptor
y a las súplicas y al placer de resistir
y a la venganza prefirió la cicuta agradecido
como si lo ayudáramos a develar la razón última
de todos sus porqué con un banquete.

LA CIUDAD

La ciudad duerme entre las sombras
como un reino que abdica
su lujo en la pobreza de la noche
para no arder como Sodoma
en luna llena.

¿Qué crimen a esta hora no se cometerá,
cuál será el ladrón que la castigue,
dónde ocultará el oro que desangra
sus soles invisibles en el cielo
para humillar la vecindad del día?

¿No habrá piratas con el negro parche
sobre el ojo abordando los bajeles
anclados en las viejas dársenas
donde el oleaje estiba en sus bodegas
los horizontes de crepúsculos heridos?

A sus puertas las viejas prostitutas
guiarán al polizonte a los burdeles
hasta esperar el día como torpes fantasmas
de algún sueño que despierta y no los ve
volver porque quizás nunca existieron.

¿Quién más escala los andamios de sus cárceles
en búsqueda de ocultos vellocinos,
en la oquedad siniestra de sus ojos
que nos miran huir cuando el espanto
cruje en sus huesos secas calaveras?

¿Acaso algún muerto entre todos
los que fingen vivir
pernocte en los jergones clandestinos
y envuelva su cuerpo en las húmedas sábanas
como mortajas a medida de la piel
que los delata al desnudarse
por su perfume a morgue y cementerio?

Todo es posible en la ciudad del hombre
cuando el horror como una peste
desborda sus infectos albañales
y clausura la risa de los ciegos
en una oscuridad que nadie cree
porque Dios la ha abandonado.

Acaso cuando falta el cielo:
¿no tiene estrellas sin nubes
con las que nadie sueña
ni a las que ponen nombres
por más que tres marías sumen pocas calles
y haya en los suburbios faroles que titilan
su guiño a los extraviados caminantes?

Sus leyes son espejo
del alma turbia de sus habitantes,
a pesar de que a veces
los pájaros la invaden y la hierba
le crece por sus muros
para que no se derrumben
y las estatuas de sal puedan decir

al erguirse entre el azufre
y el fuego cotidiano: hosanna
y no temer que sea el infierno
esta ciudad del hombre que no nombro.

POEMA A GÉRARD DE NERVAL

Qué misteriosamente
me sueño ver
compartiendo tus pasos en la noche
y despertarme ahorcado
en el oscuro callejón
de la Vieille Lanterne.

La ventana maldita te hechizó con su fuga
colgando la soga de los altos barrotes
como si descendiera del cielo a consolarte:
ya puedes partir. Nadie sabrá donde te has ido
dejando al que creyeron un poeta alucinado.

Con sombrero de copa y de levita
fuiste en busca
del que soñaste ausente entre nosotros
y en ti me veo huérfano en el mundo
donde nos arrojó a morir la vida.

Extraña semejanza que aún añora
resucitar en mí tu débil cuerpo
para que el mío ahora no cuelgue
del nudo que desatan los gusanos.

El tiempo acaso no haya transcurrido
y nos señale aquel instante ajeno
al vulgar calendario cuando empoza
su círculo de sombras en la marcha
de los que quieren descifrar a la Quimera.

Ya no habrás de buscar a aquella que de niño
no te meció en la cuna y la transfiguraste
en el rostro de un hada venturosa. Descansa,
ya se ha apagado el negro sol y en tu laúd
no sonarán las notas de la melancolía.

Extraviado en la noche
de un frío viernes que ha nevado
te sigo por los sórdidos arrabales de París
entre los vagabundos y mendigos
que no podían ofrecerte la esperanza
de su resignación ni apartar de tu mística pobreza.

¿Por qué esa semejanza es tan real que verme
ahorcado
en el oscuro callejón me acerca a tu agonía
como si el tránsito humano
de uno en el otro aún aguardase
un final ya cumplido?

Los astros ya no lloran con tu pena
ni las piedras te hablan del arcano solar
que las une a la tierra celeste. Ya el hilo
invisible del sueño se ha roto
abrazando la agónica lumbre
de la última estrella en la lóbrega noche.

Aunque hoy te diga adiós,
la herida del dolor se sigue abriendo
como si fuera yo el que ha muerto
colgado de esa reja en la ventana
del triste callejón
de la Vieille Lanterne.