WERNICKE, MARÍA
AMADO ENRIQUE WRNICKE

I
Llegabas y te encontrabas con el plátano
y podías quedarte para siempre
en su casa del sábado.

Podías quedarte
si eras
un amigo, un traidor
un harapo, un poeta.
Un yesero cansado.
Una muchacha de alguien.

Cómo contarte algo de aquel plátano.
Llegabas y estaba allí,
inmenso, tan arriba.

Los que amamos a su dueño recordamos
un árbol vacío.

Y sin embargo vimos
un árbol.

El más alto de la tierra.

II

La casa de Enrique
tuvo puerta de pan
a cualquier hora.

Si llegabas con tu nombre,
te escuchaba.

Si llegabas
con el amor o el miedo,
te escuchaba.

Y después te leía
su miedo y su mujer,
su ventana y su libro.

Del modo más celeste por los ojos.
Y con el vino más desamparado
que bebía aquel hombre
amado por nosotros.

III

Después de la catástrofe del agua,
se sentó en su jardín.

Puso a secar la lana.
Puso a secar los libros.

Y solo entre las hojas
del papel y los árboles
miró la lluvia que subía.
Miró lo que se estaba despidiendo.

Y vio en el sol mojado
el benteveo,
ya sin sol para siempre.

IV
Sólo una vez, cerró la puerta.
Después se tendió
angostamente.

Un oficial en caballo blanco
cabalgó sobre el jardín del agua.

Morir,
fue lo que hizo sin nosotros.

CASA DE VICTORIA OCAMPO

A veces llego hasta la casa triste
y la madera arde con los ojos
de una seca guirnalda de palomas.

La palabra que hablamos, no se escucha.
La pensativa luz está cerrada.

Alta Victoria: el mar
es el de siempre.

Hay otro mar que vuelve y se detiene:
el de las inocentes hojas que se abren
en tu árbol del cielo
y el que dice tu nombre por las vincas,
hermosamente solas,
infinitas.

EL AMOR

I

La rosa es
más dura que mis huesos
si me tiendo a esperar
la espalda tuya.

Fémur y fémur, todo está deshecho.

Estoy comiendo el pan
de mis rodillas.

II

Los pies que voy a darte
se enamoran
de mi enraizada hierba.
Se acurrucan.

Y hago el dolor de una paloma inmensa.

III

Puedo esperarte siempre.
La mirada
ya no me sirve más que para verme
desvestida en el tiempo.
Tan abierta,
que la muerte se enlecha en dos pezones,
dos duraznos, dos ojos, dos mitades.

IV

La alumbradora sombra de mi hueco
apoya a un niño que ha nacido entero.
Que me nace tan sólo de mí misma.

V

Sin dedal, sin aguja, no me acuerdo.
Sin ventana, sin mesa. No me acuerdo.
Una bandeja soy y la mirada
como dos horizontes ofrecidos.

Estoy aquí, no estoy. Ya no recuerdo.
Solamente mirarte.
Estoy desnuda.

VI

Creo que me he quedado en otros sauces.
Que anda por otro rio aquella trenza.
Que un pecho tengo. El otro te lo he dado.
Que el aire me dibuja una rodilla
que no quiere ya alzarse.

Que sin brazos,
que sin sitios de hueso te aposento
en una enorme uva de montaña.

Blanda en la piedra de la carne quieta.

VII

Siempre será celeste la pared de tu casa.
Siempre me peinaré con el aire de tu mano.

Aunque quiera llorar,
la alegría me llamará desde tu sitio.
Aunque el tiempo me desvista
tendré un collar de besos empapados.

Volaré con las piernas.
Me sentaré a la diestra el horizonte.

De rodillas, sobre el jardín de la muerte,
todavía estaré
contenta de tu nombre.

Siempre recordarás, aunque me olvides.

EL COLLAR

La madre del muchacho idiota,
quieta, inclinada, sola, caminando,
con su vestido tristemente limpio,
su delantal, sus aros, sus hebillas.

La madre del muchacho,
entornando una puerta, cerrando una ventana,
haciendo coincidir las cuatro puntas
de una sábana exacta.

La madre dando cuerda a cada día,
espantando las moscas, escuchando la noche.
La madre con la mano sujetada
por la mano del niño que es el muchacho idiota.

Sería tan sencillo si no tuviera siempre
un collar, un collar, un collar.
Un collar de ojos de mono
alrededor de la garganta.
Un collar de ojos enhebrados
que la adorna y la mira,
para que nunca más esté desnuda.

EL FLORISTA

Mi viejo estafador de la primavera,
vende claveles
atravesados por alambres.

Él me cuenta:
aquí, no había nada.

Solamente caballos pensativos
en la calle de mil novecientos veinte.

Solamente un balcón hecho del hierro
del que se ríe el mar.
Solamente moscas hambrientas
del gran sol de la plaza.

Y árboles ya antiguos
que mojaban la sombra
para alguna mujer que se esfumaba
detrás de un abanico de polleras.

Aquí,
no había nada.

EL MAESTRO IMPRESOR

I

Detrás del portal comienza un recreo
de niños carpinteros.
El patio.
Alguna campanada.
Unos olvidados terrones de piedra.

Más allá del olor de la madera
reina el maestro impresor.

En su taller que está
por debajo del aire y de la parra,
a veces ve caer los días.

Y como ha comenzado desde un sueño,
piensa que tiene mucho por vivir.
Y piensa que su vida está perdida.

II

El maestro impresor canta.

Y la guillotina cae
y la plegadora pliega.

Cuando está contento, es muy alto.
Cuando está contento va a descubrir
que algo anda mal.

Cuando está contento los aprendices tiemblan
como animales de pluma.

Y toda cosa viviente y no viviente, es su esposa.

Uno de sus hijos,
cada cosa.

III

Hay uno solo libre y desatado.
Uno solo se ríe.
Uno solo se casa cada tarde.
Uno solo acaricia
la vida con la lengua.

El aprendiz que tiene doce años.
El que trabaja tanto como un hombre.

El que noche duerme
infatigables,
tercos pensamientos.

El que dice buen día
al maestro impresor.

Y brilla con la furia de la saliva nueva.

EN LA CÁRCEL

I

El viento cabe
porque la tierra es redonda
y tiene un sur.

Una orilla de flores margaritas
se asustaba en la tarde
y manchas amarillas
pedían la tormenta sobre el trigo.

El cielo era
de polvo en nuestros pies.
Y nadie te traía
desde el angosto sitio donde estás

como una mano viva
apretada entre piedras.

II

También aquí la puerta tiene llaves
y el manojo es de Dios,
que no se acuerda,

alguien nos ve dormir
y el que sueña en voz alta
dice pobres palabras vigiladas.

No hay nadie a quien llamar
cuando se está despierto
y no puedo.
No puedo hablar de nada
que se parezca al aire.

Me he encandilado respirándolo
y creo que es el golpe
de un martillo de asfixia.

No quiero
hablar del aire.

III

El amor y el correo siempre tardan.

Y yo te mando lápices azules
para que no te mueras
y respires
escribiendo tu nombre en las paredes.

Cómo será estar triste
querer cantar una canción de siempre

y no recordar nada.

IV

Aunque ella es un poco
de dos alas de seda,
han clausurado el cielo
y la vigilan.

Si tuviese una fuente volaría,
con mariposas de agua.

V

Nunca es de noche allí, donde no hay hombres.
Con los párpados piensa
la oscuridad del beso
y en un vino rosado se le duerme la espalda.
Días más días, allí donde no hay hombres.

LA ESPERA

El muerto hace fogatas de ceniza
cuando la viuda cuenta que hace tiempo
que ya no lo recuerda.

El muerto entra con su duro hueso
cuando la viuda dice que hace tiempo
que está deshecho,
que ese hombre es tierra.

El muerto toma el vino de la lluvia,
salta desde la luz de las costillas,
distribuye la fiesta en el osario,
golpea en un tambor de dura tapa
y espera con paciencia

amando el rubio hilo de un manojo
de pelo de doncella.

LA LOCA

Cubierta de hojas secas
va repartiendo carne entre los gatos
y vuelve a los rincones donde sólo se duerme.

La sonrisa que vuela de su cara enjaulada
asusta a las mujeres.

A las que miden con abnegación
tanta sal, tanto fuego,
para después tenderse
y ser recompensadas.

LLUVIA

Dónde estamos viviendo, cuando llueve así,
sólo para nosotros,
y recordamos un jardín, una ventana,
una cortina de racimos y chatas hojas ocres.

Una cortina, una ventana,
un jardín tejidos por nuestra madre.

Aquella que apagaba el relámpago con su mano
y nos besaba.

Hasta que la tormenta era
un arco iris.

LOS AHOGADOS

Qué significa
un racimo de peces en el pecho
cuando se está extrañando
una flor de la tierra

Pensar en el aire,
esa madre lejana
Estar ausente y muerto,
sin poder deshacerse
en un jardín llorado.

Es amargo
que nunca llueva el cielo.

Es tan oscuro,
imaginar el sol sobre los árboles.

LOS PADRES

Cuánto pagaron por los zapatos de domingo.
Cuanto pagaron por nuestra decencia de modales.
Cuánto les costó el generoso camello de los Reyes,
la fotografía arrodillada,
el delantal blanco
y celeste.
Cuánto pagaron para que aprendiésemos la mitad
de cada cosa entera.
Para que creciéramos en salud.
Cuánto.

Cuántas veces a oscuras
hicieron ceremonias asfixiadas
para que no supiésemos nada
de todo eso.

Cuántas puertas cerraron para evitarnos
el amarillo de los muertos
y el color de los enfermos.

Cuánto lavaron para que creyésemos
que la sábana es limpia
y la mancha no existe.

Cuántas veces dijeron
despacio
que no oigan.

Cuando fue que escuchamos
por ustedes
hicimos todo esto.

Para qué
y por qué

Para verlos felices,
nos dijeron.

LOS QUE NOS VIERON

Dejaron en el sol un trozo de hombre.
Ordenaron desfile de harapientos.
Un viejo con su bolsa de pan y de ceniza.
La cortina más rota.
El vidrio mas helado.

Sé que fueron los ángeles
que vigilan la risa.

Después de habernos visto
se volaron.

Están de otra manera.
Se han quedado.

Y cuando se distraen nos recuerdan
tal vez como a una idea
de guirnaldas.

MUJER DE PELO MOJADO

Piedra sobre piedra.
Estos cimientos no dan agua.

Pero a la hora en que la tarde
comienza a ser un ramo desatado,
una muchacha de color quemado
sale a la puerta de las maravillas.

Se deja ver y mira.
Atrapa el sol que cae y que se muere

Desde su cuerpo brota el manantial
y el amor de la noche,
donde la sed se duerme.

NINA CASTAGNINO

I

Ella vivía
bajo una sombrilla de papel.

En la redonda sombra caminaba
un brevísimo paso
del tamaño de un beso.

Ella jugaba
con su sombrilla de papel.

Los jardines tenían
una mujer de mariposas blancas,
rubia de amor, entre las verdes hojas.

Él la miraba.

II

Del color que se va
queda este terciopelo indescifrable
y el suspirado gesto de la mano.

El hilo de oro de su pelo ata
neblinas de columnas y poetas,
la evaporada música de un cielo
y una ciudad, donde no vive nadie.

Hay una sola calle inolvidable.
Y un hombre solamente,
que se escucha,
como el agua en la fuente.

RECITAL DE QUEEN

Han inventado una canción que se ve.
La canta un cuerpo
que deja caer
latigazos.
Han inventado el éxtasis
del relámpago y el metal.

Un laberinto escucha
el golpe entre la piernas.

En el costado del mundo
dos cuerpos reales
van juntos.
El vestido de la muchacha
es eterno.
El abrazo es oscuro.

Ellos son los que escuchan
esa canción que nunca podrá verse.

SALA DE ESPERA

Los zapatos de felpa dan sus pasos.
La boina es dulce
como un nido negro.
En la lana tejida
hay color de retazos,
de económicos sueños.
Lámparas tan pequeñas,
horquillas que recogen
la pobrísima trenza
que va del gris al gris.

Oh Dios. Algo los lleva.
Oh Dios. Tu veredicto.
Tus caminos, tu mano.

Baja hasta aquí a cantarnos.
Siéntate entre nosotros.
Sopla con tu llovizna,
borra con tu neblina.

Algo está jubilado en el regazo
de cada criatura convocada.

No dejes que nos llamen
usando tus misterios.

No puede ser que sea nuestro nombre
ese peldaño donde nos desvisten,
para abrirnos la boca silenciosa.

UNA SEÑORA

Debajo de este hombre de mármol
una mujer respira y recuerda el amor.

Cuando todo se duerme
ella busca las hierbas
que crecen en el techo.

El brazo que levanta para alcanzar la vida,
es más blanco y distante que la luna de afuera.

UNA TARDE

A esta hora, el mar abandona
su manojo de llaves.
Los náufragos suben desde sus sueños.
Los golpes son apenas
una penumbra.

A esta hora, nosotros tres
encendemos una pequeña luz.

Es un frío verano.
Pero las telas
están bordadas de música.
Y giramos
dándonos la sombra de las manos.

A esta hora,
un regalo de hojas misericordiosas
nos ampara.
Digamos cuánto hemos amado.

Que nuestras palabras se vean,
aunque ya nunca más
volvamos a vernos
en otra mirada.

VIEJOS AMIGOS

Todavía estaba la corona
de la Navidad, en la puerta.
Oh celeste cinta raída.

Solamente había que llamar.
La puerta se abriría.
Oh celeste cinta,
hijo nunca tenido.

Ellos dirían
esas palabras
que los modales usan.

Oh celeste cinta raída,
claro té, clara luz.
Hijo nunca tenido.

Pero no respondieron.

Jugaban en el sueño
donde ya nadie llama.

VISITAS

Por qué nos vestían de forma diferente
y nos llevaban a aquellas casas
a agradecer.

De qué palabras hablaban entre ellos
diciéndose a todo sí.

Largos eran los listones del piso.
Larguísimos listones que duraban
igual que un caramelo en nuestros ojos.

De qué jamás hablaron
con sus trajes sentados,
que ya todo está muerto,
todo se vino abajo.

De qué hablaban.

Los oímos
y nunca pudimos enterarnos.