ZOLEZZI, EMILIO
CAMPOS DEL CORAZÓN

Llega lo repetido
del mundo a su corazón y allí mira
y se ve, árbol si es árbol,
río si es río,
y en su sola verdad
se gana un más adentro aún.
Su corazón:
a veces lo estremece
un balar, un premioso
casco sobre la tierra
o una lluvia
y consiente
tanta vida entre frescor y asombro.
O como un brote,
irrumpiente de mineral y brillos,
su dónde estar en paz
cruza sus campos
y fuera ya de su horizonte,
falto de abrigo,
vela.

CONJETURA SOBRE EL SER

Puedes imaginarlo como un trigo;
puedes, así sea, hallar en él
la vital manera de compartirlo;
pero si solo sientes que es vacío,
nada anhelante y en espera
y, a veces, solo a veces,
forma aún no concebida, proyecto
para una saludable alfarería,
apenas letargo traído
para huésped del que mira, ámbito
cruzado por un viento tenso,
llama sin brillos que estremece
el aire donde habita
tanto temor o el otro,
el que da límite y sostén
a una mano tendida;
si hallas que es solo huésped del que piensa,
que llora con llanto de él
-hueco madre que denuncia
el nacer de sus rodillas
clamantes por un mármol-,
el pájaro que él ve
y que a ti no te vuela,
el espeso no decir que lo atruena
y sus ecos opacos, tuyos,
piénsalo entonces en últimas frondas,
en el relámpago de su anunciarse
y hallarás su posible,
conjetural sustancia
y que acaso sea,
haya sido,
un nombre que debió ser dicho
alguna vez.

CUANDO NOMBRE LA ROSA

Como va medido en palabras
cumple a tientas su cometido
aquí, el tiempo
y vive, lejos aun de su nombre
entre líneas y espacios
y un pulso que conmueve en golpes
cada vez más duros y opacos.

El silencio le va ganando
huecos de luz
y libra su batalla
dentro de la célula última,
en la pulpa más honda
donde sus cuadros enrojecen
lentos,
obstinados allí, donde se cumple
su etapa en la epopeya,
la verdadera,
la de cada día y su asombro
su segura victoria resonando
sabedor que derrocha
invenciones y nutre
un hueco para ti,
una nueva tibieza
sin alzar sus trofeos:
una nube, tu cuello,
ni mi corazón que escucha a lo lejos.

Un día, como un caudillo,
nos dijo su eternidad
y que una paloma bajo un alero
la proclamaba.
Nos dijo qué busca y por qué
quiere quebrar tu edad,
recobrártela en lucha
cada tarde que alzas ante él.

De pronto,
le porfía el silencio
vivientes islas verticales,
balcones y columnas
o tardes, y quiere adosárselas
con una cal enemiga y espesa
entre poemas vivos y el acero del aire.

(Que yo cante el contorno
que tú lo cantes;
que mires el violento
amarillo y lo rasgues
y entreabras un espacio profundo
y le claves una rosa en el centro.
Pero el aire,
el de la rosa,
el aire que no la besa
y sustenta la música
que oye,
dice:
Que yo no mire la rosa,
que tú no mires la rosa
si no la llevas adentro,
en el latido último, el que está
y se tiñe, y engendra
monstruos y una canción
que te iluminará mañana.)

Alguien golpea su pecho y alcanza
a comprobar que vive
al borde de un alerta.
Sabe que ésta es la hora
y que aquí se decide
y que es éste el silencio.
(Queda, todavía, una nube.)

Una lámpara brilla
y a un rostro da vida, bajo la noche.
Y un rocío le empaña
su luz cada mañana.
Mírame. Allí estoy; allí,
sin el muro que Dios
nos concede, por veces,
en lugar de la piel.
Allí; oh, desollado.
Sin embargo,
yo sólo oí cantar
a una oscura mujer
en un ámbito donde el agua
cubrió entera la noche
y su canto.
Yo la doré
y la noche fue una niebla final
de bocinas mortuorias
y rozándome,
incendiado, lo vi.
Era el tiempo. Y yo, su resplandor,
fui señal de su rumbo.
Un solo éxtasis, seguro.
(También en la ira de la montaña
la vez que me tocó).

Pero ¿quién dice: nube?
¿Quién abate esta sombra
que nos crece por dentro?
¿Dónde está el vidrio que resbale
por tu mejilla y dé un sonido
que incendie un pentagrama
junto a la rosa de papel
para que yo sepa que él vive
y dé razón a su batalla
y dé razón a su color?

Mas dorada será la tarde
en que vuelvan las armas a mis manos
y yo recuerde una cabeza derramada
junto a una ventana que mire hacia el Sur.

DIÁLOGOS DEL ALMA

Poema I

Un sonido, su movimiento, el paso
de una luz a otra y su canto,
acontecen. El alma
alerta al vacío que testimonia
sus finísimas vibraciones,
detalla la inmovilidad de un rostro,
un antiguo temblor de venas
solo aplicadas a fluir
estirpes por sus corredores,
y concita este recaer en ti
que recuerda:
has estado en el olvido
de tu misión
perdida tu fe, separado
de ti,
sin ti, en una espera final,
negadora
de días, distancias y playas
y de pájaros visitantes
de tus mañanas, en cuyo aletear
solo escuchabas un son de últimos rumores;
has estado
en una quietud hueca, adversa
a tu éxtasis, azuzando a tu piel
que tendía su cadena de máculas
como anticipado tributo
sin destino, dudando
entre su propia destrucción
y la que la convoca aun, para cumplirse
por mano de dioses transformadores
y nutricios, dioses de oscuras
razones, gestadores de su luz.

Un sonido, su movimiento, el paso
de una luz a otra y su canto.
El alma, alerta al vacío donde acontecen,
minuciosa, describe una lámpara,
su calor, el rescoldo
que te sostiene
y alienta entre signos olvidados
que luchan por tu voz
en una soledad hostil,
anunciadora de la fuerza,
que cobrarán cuando una mano
relate tu infinito,
tu no ser comienzo ni fin,
pequeña rueda, ser perdido
en su contemplación.
Alerta a los signos, el alma
recuenta tiempos, amigos silenciados,
voces que quieres recomponer
y labrar en el tejido que narre
las mañanas, los vientos
que las alzaron entre nubes,
vigías de la caza,
de la tensión de sus hondas; que narre, ahora,
cuando la honda incita
al hondero y el hondero la sirve
y depone la presa
en el ángulo que cierra sus brazos,
presa él mismo; cuando la caza
crece como las estancias del verano
en los jardines del hombre,
el convocado que rehila
su caer, su herida, la sangre
que no borrarán el trazo, la sombra
de las palabras
en lucha contra el horizonte,
mira a la que se tendió la caza,
plano cobrizo, reverberante
en el padecer de sus altos,
en los cuencos por donde un nombre,
una luz,
resbalan, se detienen, llaman.
Un sonido, su movimiento, el paso
de una luz a otra y su canto;
el alma alerta.
(Una mano, su lluvia, recorren una piel;
brilla, vive)

Bajan desde su cielo y se repiten
las palabras
y transparece la mañana infinita y perdurable
su ímpetu sustentador, intacto entre columnas
que alzan la piedad de su erguirse
en amparo de la noche que destejerá
la figura urdida, el acontecer justificador,
los llamados desde pozos
donde el agua estanca planos y claridades
y hará consistentes, en cambio,
los ritmos que han de nutrir
la sangre que te otorgue y que llevarás,
cualquiera sea el camino,
verdad de tu causa, como ley que te ampare,
en el riesgo.
Sus heridas a cuestas, esa sangre,
signo que abre a las llanuras,
que buscas para reconocerte,
a la tarea que te justifique,
será el camino por donde corra tu soledad,
la bienaventurada, canto
que va de uno a otro sonido,
luz,
temblor de su lluvia, que rehará día por día
las presas de su vuelo: distancias, amigos, playas,
pájaros.

Mareas,
las que han de llevarte.

(�Nuevos poemas�)

EL CONOCIMIENTO

A comulgar tu calma, oh noche,
justas nos llamen las estrellas tuyas,
sus términos de luces, aguzados.

Segura y lúcida,
la noche que inventamos bajo arcos
que ofrecen su ternura,
se nutre en arrabales,
en opacos fracasos. Y recuerda.
El nítido terreno de sus sombras
sabe alzar barreras altas, sutiles
y una estela muy clara de destinos.
Convictas las alondras y la herrumbre,
su oficio saben, y a la sien alcanzan
una tarde, una vez entre los días.
Traída a sus umbrales por un cauce
melodioso, la derivan y alejan
luego.
La retornan por fin,
la fijan y persisten
y graban su enseñanza
en el labio que calla nuestro nombre
y atestigua, aun exang�e, nuestro origen,
cuya agua amortecida
reconoce las nubes que los cascos
levantan en la calle, en el verano.

Como un hombre que cruza mi camino
-sólo sombras le cubre su sombrero-,
me interpela esa tarde. Me levanta
un diálogo y sus cifras
y su certeza alza,
terrible. de Dios grave. Me circundan
sus sauces. Y esa hora.
Y su tierra, su gris, su no perdón.

Cada vez que el camino bruscamente
se quiebra en su comercio de horizontes
y se muere en el canje,
la sangre, las cenizas
hacen ásperas las piedras. Los cielos
se calcinan en las tardes. ¿Los nombras?

Lo he visto, lo he leído.
Me ha crecido un origen
de colores humildes.
Frente a la noche se alzan,
frente a su caridad
y su invención levantan.

Digo el contorno de su voz final.

EL CONVOCADO

¿Es posible trocar el pan,
hacerlo ala?
Junto a un río
y a su temor, intacta
la desnudez de un combatiente brilla
mientras el agua teje
su claridad entre piedras
y da su nombre al pan
y al ala da su nombre.

(Angélica en su lustre, la piel.
La entraña, silencio y sal.)

Y sin embargo,
cuánta más verdad supo
el que inventó río, temor,
su combatiente y ala,
sólo su pan —amor- bajo la lluvia,
que éste, el dividido
que en plurales razones
partea su final entre las noches
innumerables, cuando el aire niega
lugar para la sangre y su reposo;
mitad escamada, opaca; mitad,
la otra, fluyendo entre islas
que la demoran
y le dan tibieza y la acogen
al reparo del pie
de los primeros sauces,
pacientes artesanos
del tiempo de la tierra,
del sueño de sus hombres.

EL MISTERIO

El campo de unas sienes lo limita
y le narra al cabello que circuye
pulcritudes de mármol, su pautado
material de silencio.
La tarde en suspenso, amistosa,
de codos a una verja,
le tiende mansedumbres, levedades,
o pasea, su brazo con encajes
del brazo de una amiga sentenciosa,
una grava remota, y lo estremece.
Es el misterio.
Huésped de la sangre,
el pulso de una flecha le señala
el brillo de la noche, su sentido,
mientras crecen preguntas en sus lindes
y no parte a hermanarlas.
Permanece.
Es sólo estar, sólo espera,
arco y niebla, gozosa soledad
que juega en el silencio sus orígenes
sin sombra bajo el sol;
es casi un tiempo, desasido, pobre,
sólo actitud para asumir apenas
perdurables alondras y terrones
nutridos en las manos con herrumbres
como tardes, crecidos sus dorados
en llantos populares.
Vitrales, cererías
y voces monitoras que dan nombres,
caminos y obediencias,
lo nacieron y ciñen y mantienen
sometido, enarenado. Hay calles;
sosegadas, pulidas,
y sus ángeles labran las ventanas.

Todo guarda secreta identidad.
El aire, él más alto,
aún le canta
invenciones de púrpura a su lado.

Algo niega la flecha, niega el vuelo,
lo acompasa.
Ciego vuela por órbitas cerradas.

Junto a ese vuelo voy. Y a su contorno.

EL RIESGO

Cuando los silencios se apretaban
como cautivos rumbo a su exilio,
sus rostros —sus sombras-,
los signos de sus desventuras
-antiguas palabras-, caían
sobre una niebla que ya no abrigaba
seres ni cosas.

Un recuerdo, empero,
o la inercia de un ritmo
gobernaban, todavía,
un adentro anhelante de voces,
de luchas,
del don de su riesgo.

Súbitamente, una herida
abre sus nítidos bordes
y anega
una sombría planicie.
Vertical, el silencio
la surca. No denuncia su quilla
la sal ni el hervor
que le hiende
ni del aire, su mástil
la tensión que soporta.
Ni el vacío que cruza.

Ya muerte.

FINAL

Cae la tarde y se aposenta;
cae y es su matiz, y duda
si iluminar un muro,
según su oficio
o ser sólo esa protección
y tenderse final
sobre el rostro que la recibe.
Pedir su nombre, ahora;
ser esa trama, el pliegue
bajo cuyo espesor
lo eterno
su tarea comience.

IV. LA FRENTE

Ah, sí te hubiera sido
posible el otro lado
de la frente, cálido
arco, piedra con musgo,
jalón de sangre, ansia
de estar, ardiendo, hondo,
en el cauce que bate
su pie, qué otro amor
que recordar tendrías
tú, dulce detenida,
aislada, atenta sólo
a lo terso que ves
-su pavimento apenas-,
ignorando los pueblos
que en su fluir te llaman,
los siglos tiernos
de su fondo oscuro

LA ESPERA

¿Llamas?
Un largo tallo agita
el signo de tu verdor
en el viento, un colibrí
punza febril el aire, cava
los cuencos donde habitarás tus ramas
mañana.

¿Llamas?
Desde un extremoso esparto, la arena
silba y acicala el clamor
de su espera,
el don que la retenga
muelle en mi puerta
para hueco del paso
que te traiga y permita
el gesto de tu mano
al devanar la melodía
que alzará una lumbre
junto a tu imagen.

LA ESPERA

Una mano se apoya normalmente sobre la palma.
Cuando la descubras apoyada sobre el dorso
y sientas en ella el peso del aire
que forma su cuenco,
el pedazo de piel que la sostiene, herido
y la herida se ahonde por un liso, sin sangre,
no te conduelas de ti;
nárrate tu tiempo,
el que desangra luz a luz
la constelación que memorizaste,
el vacío donde inscribió
cada distancia sus rostros
y procura asirte
a la última imagen
de pájaros que hayas visto
contra el cielo y su silencio.

Así sea. Así. Éxtasis sea.
Corazón cargado y sangre en reposo.
Así, porque existes
y es ya bastante misterio
que seas tú la pregunta.
Y existen y se doran
pesadas, húmedas arenas
antes que tú nombraras
su agua, su color;
y, a veces, una niebla
cobija una ciudad
donde tu desesperación
sin que tú lo supieras
engendró una trama de brillos,
arranques de caballerías
y voces que te reconocen
en la hora última;
que bajan,
ponen su rodilla a tu lado,
te piden su parte en la tarde
y la atestiguan.
Y tú lo concedes
porque el juego puso claridad de tu parte
y ya no temes;
la vida es la apuesta. Y tú ganas.

Escribirás entonces:
hace ya casi un siglo
y está ella a mi lado.

Una grave memoria.
(�Del tiempo y su batalla�)

LA TARDE, SU ORO Y SU ESPLENDOR

Es su adentro, enviscerada,
palabra suya. Ansia, empero,
y decisión, aún, de ser palabra
fuera ya de ella, la mano
que encara el riesgo
mientras reposa y duda
ante esa luz
que la compele y la doblega.

Yace la mano.
La palabra incorpora
la memoria de su dolor
al signo suyo y le es cobijo
en el resplandor último
de la tarde que nombra
(absorta ante ella misma,
su oro, un niño, su convocante,
y su propia resurrección),

y es solo silencio.
Y es noche.

LA TORRE

Ocho siglos la piedra,
la línea que la eleva,
tenaces construyeron.
Fueron curva en la nada
de los rostros, del tiempo,
para llegar a este
comulgante,
inaugural fragmento
de eternidad, de entrega
que me ata y me conmueve
bajo su gris compuesto
por una mano firme
y su seguridad
cordial y labradora.
Junto al ocre que oxida
la frontera del aire
recupero tu rostro.
¿Eres acaso tú,
piadosa, quien me acerca
el recuerdo y su tiempo?
Mientras nace temblando
esta piedra, y esta
perduración se irisa
en silencio, y se nace,
en lo alto se hila
una grave palabra.

La increíble que nombras.

LA VOZ

Mide su asombro bajo el cielo,
vertical, y discurre un nombre,
señal de la marea
que corre por claustros y canta
el musgo origen, el alucinado
que arde en la herida, ahora
o alisa el legítimo llanto.
Allí la voz,
arma total y sola
tiembla de acero el aire
que la rescata y lleva.

Y el aire
golpea, golpea.

LAS MEMORIAS

I

A las sienes,
a las sienes se acercan,
a veces,
livianas y cálidas,
en las noches.

Se esparcen en un temblor como de ondas,
un ansia, casi.

¿Desde dónde reclaman
el compás de mi pulso?

(¿Desde dónde estoy lejos
y desde cuándo?)

¿Cuál de ellas, esta noche,
desde tumbados malvones y herrumbes
me llama?
¿Por qué constelación de sangres elegidas
encuentra el camino, la altura?
¿Cómo fue imperdonada ausencia
y deshizo
-lo siento-,
la distancia?

Liviana y cálida, ahora,
a mi lado,
la sé.

Hundiría las manos en ella
y me brillarían voces en los dedos.

II

Mirándome,
confortándome,
penetrándote vas de noche nueva,
leve luna la frente sustantiva.

Graves arcos construyes,
torres ligeras,
y abres bienvenidas
a siegas de luces remotas,
a densos mediodías
venidos quizá de un sur frustrado,
inmemorial e intenso.

Combas tres mares de melancolía
que me tiendes y compartes;
piadosa, caudal criatura,

columna sola
en la sola noche erguida.

IV

En esta pausa a que instan las espumas
al borde de la tarde,
bajo el calor de tus mejillas,
¿qué islas, qué árboles levantas?

¿Acaso el ademán de la luz que desciende
y gira lentamente como una memoria
que pugna por vivir en los espejos?

¿O, tal vez, modulando en los balcones,
afinándose en las gargantas de los balustres
-sombra imposible-
escuchas la adorable melodía
quebrarse en el horizonte de los pianos?

¿Qué fracaso implacable
aleja tus islas en la tarde,
a la deriva?

Ausente milagrosa,
paisaje iluminado que bajas
repitiendo la enamorada frecuencia de tus pasos
en el aire que te lleva,
¿qué voz contenida te nombrará por fin,
dándote el perfil tenue
que levantaron tus sueños,
tus islas,
tus árboles?

IX

Quiero que te nombre una luz,
diciéndote,
revelándote;
un aire, que te nombre,
una planta, una sangre
crecida en sílabas
y derramándote,
me alcancen y detengan;

mirándome recién en ti,
desde tu espacio,
viviendo en desandares por tu nombre
-vivísima luz mía-,
yo sería recién,
y niño, niño,
cómo te nombraría;

oh, iluminada.

(“Las memorias”)

* Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1905.

MILONGA DEL EXILIADO

Sin pulso, el suyo, en las venas,
sin la nada entretejida
que se le asomaba en lágrimas;
sin tiempo, el que recorría
para mirarse una torre
en la luz de su ventana
ciega, ahora, contra el aire,
así está y así se sabe.

Sin algo, dónde ni cuándo
solo es baldío final
empeñado en darse forma
que lo viva y lo contenga
y le permita mirarse,
caviloso, desde afuera,
calculándose la hondura,
inventándose el adentro.

Un algo pide que espeje,
que le devuelva conciencia
de que hubo, que vibró
un color que lo veía
cayéndose de dulzor
sobre unos hombros, pensando.

Es un algo lo que pide.
y pide un dónde y un cuándo.

PATRIMONIO DE LA PALABRA

Despéjale el camino.
Acaso su llamado,
el de su anunciación, que esperas,
te conduzca a su casa.
Sellada ya tu voz,
serás, por fin, silencio.
Y el camino por donde va tu sangre
dando color a tus heridas,
será el camino y la sangre y la herida
y el misterio que se negó a tus manos
y el brillo caído, también,
y el temor,
puros,
sin nombre ya.

Ya suyos.

POEMA CON MUJER MUERTA

Había un equilibrio innecesario.
Un agua traslucía serenísima
su luz sobre la piedra,
su noche en el verano.

Ausente como estaba,
pugnaba por erguirse
el signo de un dolor que se nacía
de cuencas ansias suyas, ignoradas,
alzando en un reclamo solidario
cigarras en tu cielo,
y se caía.
Un salto opaco era,
en llanto, desceñido.

Detrás de muelles luces,
en lejos y extensión,
el tiempo.
Todo en él se movía gentil y consonante.
Estirada mi mano, en su dominio
las músicas ardían su refugio;
allí también tu mano sus tibios entregaba
y al ademán del aire su bendición, sus trazos
azules de muchacha.

Y aún daba en él la noche
anuncios de amapolas que morían
un solo tiempo antes del aire del verano.

III

Eterna bebedora
de esperanzas. Límpida,
luminosa marea
golpeando, origen vivo,
por siglos pulsos míos
como cascos, los suelos.

Y esta noche en mis sienes
prisionero caudal
que acumula su arena
en la almohada,
a tu lado.

Ella,

la sangre.

POEMA CON PASADO

(�…bajo ese techo voy
y así medito�.)

¿Qué digo cuando debo decir cielo?
¿Quién recorre esa oscuridad brillante, peregrino?
¿Dónde estalla Dios? El temor, la sombra del poema
apenas lo presienten,
y enumeran el agua que me sustenta y
la tenue opacidad que cae como un plano
sobre un incendio de pobres objetos, humeantes
todavía, y la pequeña, final esperanza
pospuesta, alejada en el término de un cono de luz
sobre el campo helado, la noche de la batalla.

Yo quisiera saber qué significo
entre las tumbas calizas que se amontonan en el
suburbio ardiente
mientras se empecina,
en fragmentaciones innúmeras, la vida.
¿Qué hacer tú allí, derramándome el grano de tu
cabello que cae y se extiende como una bendición
o se levanta como un nuevo muro para
preservarme de ti ahora que miro descender los
mármoles
y ya se acostumbran mis ojos a la penumbra y la
nombran?
No ha de ser un juego ni una magia porque conozco
la consistencia de las nubes, y pesan sobre mi
corazón;
y conozco el miedo y el grito
porque he buscado entre el ocio, el peligro y el tiempo
una patria clara para mi silencio
y para la temperatura labradora de tu mano,
para el liso
que te sobrenada el pelo
y para la herramienta que hizo breve
el gesto de tu ira
y fue sosiego y frescor al resplandor de los focos bajo
la lluvia.

Como la sirena del auxilio en las calles de una ciudad,
así surges, repentina e inalcanzable, a mi lado,
resplandor fugaz hacia el infinito;
o cruzas, resignada a tu sombra,
a tu espesa costumbre, triste.
Triste, sin confianza, sin vigilia.
Y yo tiemblo,
densa la verdad alimentando el corazón.

De aromas y quietud, criatura.
Pesa la noche en tu sangre y la entíbiese
y se acongoja el brillo de sus barros
que niegan la gracia del renunciamiento
y limitan esta verdad, y te la doy.
Y silencian este llanto y te lo doy.
Y no comparto su sal. Yo que conocí su agrio sabor,
pero límpido.
Ah, lo tenía para dártelo
cuando una mujer corrió en la noche pregonando
una muerte y la piedad llegó tarde
y fue fría como flores de artificio negadas a pudrirse
sobre un ataúd. Pero eran la gracia
temblando entre las manos de la loca
decorada por crespones que se agitaban a sus flancos
en la tarde,
cuando la tristeza y la desesperación grababan en los
mármoles
y perduraban la superficie intocada del aire.

Es necesario que comprendas.
A veces el éxtasis borra tu sombra sobre la arena.
Y todo anda por mi sangre,
todavía.

POEMA CON RETORNO

En un recodo de la sangre
la noche, salobre en los ojos,
y la niebla,
su haz, junto a tu paso
en esta calle. Y este olor,
este olor que relatas,
tensa la voz
al viento que recuerda,
cuando el sólo ser
conmovía de acero a los peces
y las ventanas levantaban espumas
asomándose al sol.

Te atraviesa la carne
una niña.
Te resbala los pómulos,
te cabalga la nariz,
un ansia
y tiembla —perfiles de fuego-
la herida que caminó.
Tanta ingenuidad,
tanta simple limpieza
por el aire te rueda
como el color ante un éxtasis
en una playa,
cuando el día desciende
y el cuerpo de una muchacha
retorna y es sólo
el cuerpo de una muchacha
y su alma.

POÉTICA

En este oficio de buscar el fin y traerlo.
Sangre,
tu piel, acaso,
se afina el clima, el que necesita la sombra
que deja cada palabra en el aire
cuando las enjugas de tanta impureza
y brillan y son duras
y llaman por primera vez
y recién la noche es noche
y alguien la respira sin asombro
y la canta al morir, en el alba.

Mi memoria sabe que la tarde y el verde
se mueren de distinta manera
y construyen, cada uno a su entender, sobre su muerte,
leves gradaciones y un miedo
que guardamos serenos
en el olvido
y los recuperamos con igual serenidad porque caben
en una frente
sobre la sal arrancada que arde en el resplandor
defendiendo su agua.

Más atrás y antes de las lágrimas
y de un delicadísimo encaje de brillos y nada húmeda,
me miras.
Allí no tengo nombre ni forma.
Allí estoy, verdad bajo tu coraza
y madura el pan para mí, y tu perdón madura
mientras crece una oquedad entre meandros
y una luz nace entre espesuras de sangre.
Cántame por novena vez.
Anochece. Un silbo alerta
y acaudilla silencios espartosos.
Cántame.
Tiembla por mí y por la persistencia de mi enemigo,
a un paso del hábito, apenas.
De la seguridad que no quiero.
Cántame.
El oficio es duro y exige.
Como el viento a los álamos,
o la sombra
a un paso que golpea,
eterno.

RECONQUISTA DE LA NOCHE

Tendríamos que encontrar ese camino entre los juncos
que mecen su lentitud en la ribera
con el gesto con que se doran
y pesan y son leves los cabellos
sobre la frente de una mujer, en la tarde.

Tendríamos que encontrarlo entre las piedras,
junto al aceite que las degrada
y que hiere las matas,
esas endebles muestras de Dios en sus junturas,
Por allí, cuando la cal nos obliga
a mirarnos piel adentro
y adentro nos encontramos, pasa el camino.
Lo sabíamos. También entre los juncos. Pero lo
hemos perdido.

Sólo nos queda una isla entre las manos;
pasamos con ella, ahora bajo la noche
junto a signos remotos de historia
y somos, lentamente, sus etapas.
A veces alguien nombra batallas. Sin ecos de
cabalgaduras,
sin repentinas luces de espadas.
(Ante una muchacha triste, un portal
y un hombre de quien queda una carta, su memoria)

Yo las siento en la carne con la fuerza de un sueño
que pugna por vivir en la vigilia;
de agua en agua las recibo. Acaso allí resida la razón
del temblor que descubro en tu garganta cuando me
nombras,
el minucioso acumular de asombros, de innúmeros
fragmentos de eternidad que, convicta, me dedicas.

No quiero mirar. No quiero mirar.
Me importa la estrella que no está en tu frente,
la dulzura con que recuentas columnas en los pórticos
mientras vibra la noche
y pesa y se dobla en luz plomiza sin lastimarnos.

Brilla la noche. Brilla en tu piel.

(�La tarde en suspenso�)

TÚ, LEVÍSIMA

Como de lumbre, tocándome de lumbre
-vagas aceras vigías en tu anuncio-,
tú, levísima.

Apenas insinuada, junto al muro
se tiñe y se sonrosa la penumbra
inventándome, altísimas, las nubes.

Bajo ese techo voy y así medito
y me fatigo y vibro tocado por tu lumbre
entre voces que rompen su milagro
como rostros serenos y vencidos.

-Perfiles de la noche,
de sus frentes de yeso
partidas noblemente,
se desatan sus tenues,
finales esperanzas
bajo un signo de luz
tuya, oh, levísima,
o creando una mañana
de cal reverberante
y de cipreses últimos
por la piedra indecisa
un lento viaje lloran
a mi lado.
Qué lejos, qué cercana,
música niña.
¿Estará así de quieto
tu rostro,
mañana?